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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

El Imperio Romano (24 page)

Poco después del Concilio de Nicea, pues, Constantino empezó a ampliar Bizancio, llevando a ella trabajadores y arquitectos de todo el Imperio y gastando grandes sumas en el proyecto. El Imperio ya no poseía la cantidad necesaria de artistas y escultores para embellecerla de la manera que un Imperio histórico tan grande tenía derecho a esperar, por lo que Constantino hizo lo único que podía hacer en esas circunstancias. Despojó de sus estatuas y otros objetos artísticos a las ciudades más viejas del Imperio y llevó lo mejor del botín a Bizancio.

El 11 de mayo de 330 (1083 A. U. C.) fue inaugurada la nueva capital. Era la Nova Roma (la «Nueva Roma») o «Konstantinou polis» (la «Ciudad de Constantino»). Este nombre se convirtió en Constantinopolis en latín y Constantinopla en castellano. Tenía todos los elementos de la vieja Roma, con juegos y todo, y Constantino hasta ordenó la distribución gratuita de alimento para el populacho. Diez años más tarde, se creó en Constantinopla un Senado, que era en todo aspecto tan importante como el de Roma.

Constantinopla creció rápidamente, pues como sede del Emperador y de la corte, inevitablemente se llenó de un gran número de funcionarios del gobierno. Se convirtió en el centro de prestigio del Imperio, por lo que muchos se trasladaron a ella desde otras ciudades que, de pronto, se convirtieron en provincianas. Un siglo después, rivalizaba con Roma en tamaño y riqueza, y estaba destinada a ser la más grande, más fuerte y más rica ciudad de Europa durante mil años.

La existencia de Constantinopla afectó profundamente a la existencia de la Iglesia. El obispo de Constantinopla ganó particular importancia, porque estaba cerca del emperador en todo momento. Constantinopla se convirtió en una de las grandes ciudades cuyos obispos fueron ahora considerados como preeminentes sobre todos los demás. Esos obispos fueron llamados «patriarcas», que significa «padres principales» o, puesto que «padre» era un modo común de designar a un sacerdote, «sacerdotes principales».

Los patriarcas eran cinco. Uno de ellos era el obispo de Jerusalén, respetado por la asociación de Jerusalén con sucesos de la Biblia. Los otros eran los obispos de las cuatro ciudades más grandes del Imperio: Roma, Constantinopla, Alejandría y Antioquía.

Los patriarcados de Antioquía, Jerusalén y Alejandría sufrieron el inconveniente de estar demasiado a la sombra de Constantinopla. Tendieron a decaer. En parte por envidia al gran poder de Constantinopla, los otros patriarcas fueron fácilmente atraídos por una u otra herejía, lo que debilitó aún más su poder. No pasó mucho tiempo antes de que el patriarca de Constantinopla se convirtiese de hecho, si no en teoría, en la cabeza de la parte oriental de la Iglesia Católica.

Frente a Constantinopla, estaba el relativamente distante y, por ende, no ensombrecido patriarcado de Roma. Era el único patriarcado de habla latina, el único patriarcado occidental y llevaba sobre sí el nombre magnífico de «Roma». El Emperador había pasado de la vieja Roma a la nueva Roma; lo mismo la administración pública; lo mismo los representantes de muchas de las familias principales; lo mismo muchos de los ricos y poderosos. Pero quedaba un personaje: el obispo de Roma. Tras él, no sólo había auténticos sentimientos religiosos, que apoyaban la concepción estrictamente católica ortodoxa contra el Este sutil, versátil, parlanchín y discutidor, sino también las fuerzas del nacionalismo. Eran los que experimentaban resentimiento por el hecho de que el Este griego, después de haber sido conquistado por Roma menos de cinco siglos antes, ahora dominaba al Oeste.

Durante siglos, la historia de la cristiandad iba a girar cada vez más alrededor de la batalla por la supremacía entre el obispo de Constantinopla y el de Roma. La batalla nunca terminaría con una tajante victoria de alguna de las partes.

Hacia el fin de su reinado, Constantino se vio obligado a enfrentar una invasión bárbara del Imperio, una vez más. En su mayor parte, las fronteras habían estado tranquilas desde la anarquía del siglo III. Bajo Diocleciano y Constantino, el ejército había estado bajo un control suficientemente firme como para custodiar la frontera adecuadamente, y el Imperio había podido permitirse nuevas guerras civiles.

Ahora, en 332, los godos se desbordaron nuevamente sobre el Danubio inferior, y Constantino se vio forzado a hacerles frente. Lo hizo con eficacia. Los godos sufrieron enormes pérdidas e ignominiosas derrotas, y se retiraron nuevamente detrás del Danubio.

Pero la salud de Constantino estaba decayendo. Estaba avanzado en los cincuenta años y se sentía agotado por una vida muy fatigosa. Extrañamente, no murió en Constantinopla. Se retiró a su viejo palacio de Nicomedia para descansar y cambiar de aire. Allí su enfermedad se agravó, por lo que se hizo bautizar, y murió en 337 (1090 A. U. C).

Habían pasado treinta y un años desde que fue proclamado emperador en Britania. Ningún emperador romano había tenido un reinado tan largo desde Augusto. En este reinado, el cristianismo se estableció como religión oficial del Imperio Romano, y Constantinopla se convirtió en su capital. Historiadores cristianos admiradores suyos lo llamaron «Constantino el Grande», pero la decadencia del poderío romano no podía ser salvado por ningún emperador, por grande que fuese. Constantino, como Diocleciano, postergó la declinación pero no la detuvo.

Constancio II

Sobrevivieron a Constantino tres de sus hijos: Constantino II (Flavius Claudius Constantinus), Constancio II (Flavius Julius Constantius) y Constante (Flavius Julius Constans). El Imperio fue dividido entre ellos.

La parte oriental correspondió intacta al hijo del medio, Constancio II. El Imperio Occidental fue dividido entre el hermano mayor y el menor: Constantino II obtuvo Britania, Galia y España, mientras a Constante le correspondieron Italia, Iliria y África.

Fueron los primeros emperadores que recibieron una educación cristiana, y sería grato poder decir que, como resultado de ello, se produjo un gran cambio en el Imperio. Desgraciadamente, no es posible decirlo. Los hijos de Constantino eran crueles y pendencieros. Prácticamente el primer acto de Constancio II, por ejemplo, fue matar a dos de sus primos, además de otros miembros de la familia, porque pensaba que podían disputarle el trono.

En cuanto a los otros hermanos, Constantino II, por ser el mayor, pretendió ser el emperador en jefe. Cuando Constante se resistió a ello y exigió un rango igual. Constantino II invadió Italia. Pero Constante obtuvo la victoria, y Constantino fue derrotado y muerto en 340.

Durante un tiempo, gobernaron los dos hermanos restantes: Constante en Occidente y Constancio en el Este. Pero en 350 Constante fue asesinado por uno de sus generales, que aspiraba al trono. Como venganza, Constancio II, último de los hijos de Constantino, marchó al Oeste para combatir con ese general, al que luego derrotó y mató.

En 351 (1104 A. U. C.), pues, el Imperio Romano se hallaba de nuevo bajo un solo gobernante, Constancio II. Pero no tuvo un gobierno tranquilo, ni siquiera como único emperador. Casi desde el momento de su ascenso al poder, después de la muerte de su padre, tuvo que luchar contra los persas.

Después de la derrota de los persas por Galerio, en 297, en verdad hubo un período de reposo para los romanos que duró hasta el reinado de Constantino I. En 310, murió el rey persa y sus tres hijos fueron descartados del trono por los nobles persas. En cambio, otorgaron la corona a un hijo aún no nacido de una de las esposas del viejo rey. Buscaban un rey del linaje real, pero tan joven que hubiera una larga minoría durante la cual los nobles pudiesen hacer lo que quisieran.

El hijo, al nacer, resultó varón e inmediatamente fue reconocido con el nombre de Sapor II.

Durante la desvalida infancia de ese rey, Persia estuvo bajo la dominación de las familias nobles y sufrió incursiones de los árabes. (El gobierno egoísta de nobles peleones siempre es desastroso para una nación, hasta para los mismos nobles, pero este sencillo hecho de la historia parece que nunca penetra en los aristocráticos cerebros de individuos que esperan beneficiarse con la debilidad nacional.) En 327, Sapor tenía edad suficiente para adueñarse del poder. Rápidamente invadió Arabia y aporreó de tal modo a las tribus árabes que durante un período mantuvieron una hosca quietud.

Luego, en 337, al morir Constantino I y aparecer la probabilidad de que manos más débiles asieran el timón romano, Sapor atacó a Roma. En cierto modo, sólo fue uno más de los interminables conflictos que se habían producido entre Persia, al este, y Grecia primero y Roma después, al oeste, conflictos que por entonces duraban hacía ocho siglos. Pero ahora había un elemento nuevo: el cristianismo.

Como religión universal, el cristianismo no pretendía quedar limitado por las fronteras del Imperio Romano. Ardientes misioneros cristianos trataron de salvar almas también más allá de esas fronteras. Uno de ellos era Gregorio, llamado «el Iluminador», quien, según la leyenda, era persa de nacimiento. El padre de Gregorio murió en guerra cuando éste era un niño, y el muchacho fue llevado a Asia Menor por una nodriza cristiana y allí recibió una educación cristiana. Con el tiempo, viajó al Noroeste, hacia el reino tapón de Armenia. Este ya había sufrido influencias cristianas, pero la llegada de Gregorio completó la tarea.

En 303, convirtió al rey Tirídates de Armenia, lo persuadió a que borrase los últimos vestigios de paganismo en la nación y a que estableciera el cristianismo como religión oficial. Así, Armenia fue la primera nación cristiana, cuando la misma Roma aún era oficialmente pagana. En verdad, por la época en que Armenia se hacía cristiana, Diocleciano y Galerio estaban lanzando la última y la mayor de las persecuciones contra los cristianos.

Pero cuando Constantino I hizo cristiana a Roma, esto alteró seriamente el equilibrio de poderes. Durante cuatro siglos, Armenia había oscilado entre Roma y Persia (o Partia, antes de Persia). Ahora, una Armenia cristiana estaba obligada a elegir una Roma cristiana en vez de una Persia pagana.

Además, el cristianismo se estaba infiltrando en la misma Persia. En una guerra entre una Roma cristiana y una Persia pagana, ¿de qué lado estarían los cristianos persas? Por ello, Sapor inició una persecución total de los cristianos, y la guerra entre el Imperio Romano y Persia no sólo fue ya una guerra de naciones, sino también una guerra de religiones.

La guerra entre Sapor II y Constancio II fue la primera de una larga serie de guerras entre la Roma cristiana y una potencia no cristiana del Este.

Constancio II no tuvo mucho éxito contra el enérgico rey persa. Fue continuamente derrotado por las fuerzas persas en batallas campales, pero los persas nunca tuvieron fuerza suficiente para conquistar los puntos romanos fortificados y ocupar las provincias romanas. En particular, la fortaleza de Nisibis, en la Mesopotamia superior, situada a unos quinientos kilómetros al noreste de Antioquía, era un importantísimo punto fortificado romano. Tres veces Sapor la asedió; y tres veces tuvo que retirarse sin éxito.

Pero entonces ninguno de los reyes pudo dedicar toda su atención a la guerra. Sapor tuvo que hacer frente a correrías bárbaras por las partes orientales de su imperio, lo cual le impidió volcar toda su fuerza sobre Roma. Constancio, por su parte, estaba dedicado a problemas dinásticos.

Juliano

Los dos hermanos de Constancio habían muerto sin dejar herederos. Constancio tampoco tenía hijos y había matado a la mayor parte de las ramas colaterales del linaje de Constancio Cloro. ¿Dónde podía hallar un heredero, alguien a quien pudiese hacer César y a quien confiar parte de las cargas imperiales?

Los únicos que quedaban eran un par de jóvenes que eran hijos de un medio hermano de Constantino I, medio hermano a quien Constancio había hecho ejecutar. Esos jóvenes (hijos de madres diferentes y, por tanto, medio hermanos), eran nietos de Constancio Cloro y primos de Constancio II.

Eran Galo (Flavius Claudius Constancius Gallus) y Juliano (Flavius Claudius Julianus). Eran niños en el momento de la ejecución de su padre y hasta Constancio pensó que eran quizá demasiado jóvenes para matarlos.

Galo tenía edad suficiente para ser desterrado de Constantinopla y mantenido bajo vigilancia estricta, pero Juliano (con sólo seis años cuando murió su padre), permaneció durante un tiempo en Constantinopla. Recibió una cuidadosa educación cristiana bajo Eusebio de Nicomedia, uno de los más importantes obispos arrianos. (El mismo Constancio tenía fuertes simpatías arrianas.) Ni Galo ni Juliano estaban seguros de si el malhumorado e irascible Constancio no podía ordenar su muerte en cualquier momento, de modo que no tuvieron una juventud feliz.

En 351 Constancio estaba en Occidente, combatiendo con el general usurpador que había dado muerte a su hermano menor Constante. Necesitaba a alguien que se hiciera cargo del Este, en vista de los continuos problemas con Persia. Optó por Galo, que entonces tenía veinticinco años, y el joven fue llevado repentinamente de la prisión al rango de César en Antioquía. Como signo de su nueva posición, se casó con Constancia, la hermana de Constancio.

Galo no estuvo a la altura de la tarea. Se cuentan muchas historias sobre la frivolidad y crueldad de Galo y Constancia. Esto sólo no habría fastidiado a Constancio, pero corrieron rumores de que estaban intrigando para derrocar al Emperador. Eso ya era diferente. Después de que Constancia muriese de muerte natural, Galo fue arrestado, llevado ante Constancio, condenado y ejecutado en 354.

Juliano, quien había sido liberado cuando su hermano subió al rango de César, fue repentinamente exiliado y puesto en prisión. Pero al año siguiente, Constancio, atormentado por las guerras contra los germanos en Occidente, sintió más necesidad que nunca de alguien que compartiese su carga. Sólo quedaba Juliano, quien por ende fue nombrado César en 355 y enviado a que se pusiese al frente del Oeste, mientras Constancio se dirigió hacia el Este para ocuparse una vez más de los persas.

La principal tarea de Juliano estaba en la Galia, donde las tribus germánicas, en particular los francos, estaban haciendo correrías a través del Rin y estaban penetrando profundamente en la provincia.

Casi como un nuevo Julio César, el joven Juliano (que hacía honor a su nombre), quien sólo contaba alrededor de veinticinco años y no tenía experiencia previa en la guerra, atacó vigorosa y eficazmente, rechazando a las tribus germánicas, liberando la provincia y reparando los estragos. Hasta pasó el Rin en tres distintas incursiones de éxito (Julio César sólo había realizado dos).

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