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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

El hijo del desierto (73 page)

BOOK: El hijo del desierto
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—Espero por tu bien que no se te ocurrirá inventarte un hecho semejante —lo amenazó Sejemjet.

—¡Cómo podría! Ya te dije que se había obrado un milagro. Mini es el nuevo gobernador de estas tierras, y él fue quien me pidió que te buscara para llevarte ante él. «No se te ocurra regresar sin Sejemjet», me advirtió. «El dios en persona quiere verle.» —A Sejemjet le brillaban los ojos de alegría—. Llevaba muchos días siguiendo tu rastro, y Set ha querido que al fin te encuentre.

Sejemjet le acarició la cabecita, como tantas veces soliera hacer, y el hombrecillo se abrazó a él como si se tratara de su padre.

Ambos lloraron de emoción.

* * *

Las aguas del río se abrían suavemente al paso del barco del
hery tep.
La corriente empujaba la lujosa embarcación de forma que parecía que ésta se meciera entre los brazos de Hapy, el señor del Nilo. Sentado sobre la cubierta, Sejemjet perdía su mirada por entre el paisaje de su tierra, abstraído por una belleza que lo subyugaba. El contraste permanente de los colores de su amado Egipto se abrazaba de nuevo a los viejos olores, aquellos que parecían no morir nunca y que habían permanecido intactos en la memoria del viejo guerrero. Los pájaros elevaban sus trinos con alegría, y los cocodrilos lo observaban desde las pequeñas islas que los bancos de arena formaban de manera natural en el río mientras tomaban el sol, indolentes. De las aguas, de vez en cuando, afloraban las enormes cabezas de los hipopótamos para mirarlo con su habitual recelo, y en las orillas las gentes se dedicaban a sus quehaceres diarios entre los cánticos y las risas de los niños que disfrutaban de sus juegos. Sejemjet recordó el lejano día en el que bajara por el río por primera vez. Él era entonces un adolescente imberbe al que llevaban a la guerra, y al que el viaje por el Nilo le causó una honda impresión. Después de tantos años, pensó que todo se mantenía igual, tal y como lo recordaba, como si el tiempo se hubiera detenido en el Valle para demostrar que los milenios no eran sino unos pocos granos de arena en el reloj de su propia eternidad. Porque aquella tierra era eterna, como los dioses que la habían creado, y eso a Sejemjet lo llenó de emoción. Había estado alejado de ella durante más de diez años, y, sin embargo, todo parecía formar parte de un sueño.

Cuando ambos amigos llegaron a Thinis, el gobernador en persona los estaba esperando. Mini corrió a abrazarse con el guerrero olvidándose de su rango y de la reputación de aquel hombre. Fue tal la alegría que experimentó al verlo, que no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas; incluso la voz le tembló al saludarlo.

—Hermano —le musitó al oído—. ¡Cuánta alegría!

Luego se miraron durante unos instantes y se atropellaron con sus preguntas. Mini había envejecido, y hasta había echado algo de barriga.

—Es la inactividad, y también la buena vida —se defendió sonriéndole—. Hace años que las guerras se acabaron para mí. El dios decidió honrarme al nombrarme
hery tep
de una de las provincias más antiguas de Kemet. ¡Quién lo hubiera pensado! Sólo puedo dar gracias a los dioses cada mañana por las venturas que me han proporcionado. Tú en cambio estás como siempre. Parece que por ti no pasan los años.

Sejemjet le palmeó la espalda agradecido.

—¿Te acuerdas de la primera noche que te llevé a mi casa a cenar con mi familia? Si al viejo Ahmose le hubieran dicho que su hijo llegaría a gobernador, seguro que habría pensado que el mundo se estaba volviendo loco.

—Allá donde se encuentre se sentirá orgulloso.

—La suerte no ha sido equitativa con nosotros —se lamentó Mini suspirando.

—Los dioses dan a cada uno sus habilidades. Nosotros hacemos uso de ellas, y Shai, el destino, es finalmente quien decide adónde iremos a parar.

Mini meneó la cabeza con pesar.

—Naciste para ser el más grande de los guerreros de Egipto, y éste no ha sabido corresponderte.

—Kemet está por encima de esas precisiones. Es tal su grandeza que los hombres sólo pasamos por sus brazos para impregnarnos de ella. A veces creemos que con nuestras heroicas acciones le sacamos lustre, pero el país de la Tierra Negra es dueño de su propia esencia, de la que a la postre nos alimentamos. No ha sido Kemet quien me obligó a abandonarlo, sino los hombres.

Mini se mostró muy afectado al escuchar aquellas palabras, como si tuviera un gran peso en su corazón del que no fuera capaz de liberarse.

—Yo fui uno de esos hombres de los que hablas —señaló sin atreverse a mirar a los ojos de su amigo.

—No digas tonterías —repuso Sejemjet esbozando una sonrisa—. Siempre me demostraste tu amistad. Mírame si no. Gracias a ti hoy he vuelto a mi tierra.

Mini negó con la cabeza.

—Tú nunca debiste haber salido de ella. En la hora en la que tuve que demostrar verdaderamente mi valor, fui un cobarde.

Sejemjet lo interrogó con la mirada, sin comprender.

—Mi ambición me pudo. No hay nada peor para un hombre ambicioso que creer que puede alcanzar lo que desea. Entonces es cuando las dignidades ajenas no importan, y los dientes quedan afilados, prestos para las dentelladas.

—No sé por qué me dices eso, amigo.

A Mini le resbalaron algunas lágrimas por las mejillas.

—Tú nunca debiste verte involucrado en aquella tragedia —dijo con la voz entrecortada. Sejemjet lo observaba con atención—. Sólo tu mirada ya me llena de vergüenza —se lamentó Mini de nuevo—. Yo era quien debía haber intervenido en su momento y, sin embargo...

—Bueno, te encontrabas muy lejos; cumpliendo un destino al que muy pocos podían acceder y...

—Ése será mi eterno pesar —intervino
hery tep
—. Yo había oído rumores acerca de lo que le ocurría a mi hermana y no hice nada. Fue más fácil mirar hacia otro lado para no poner en peligro el futuro que me ofrecía aquella unión. —Sejemjet desvió su mirada en silencio—. Cuando todo se precipitó me sentí reconcomido por la vergüenza. Sólo mi indignidad superaba a mi ambición. Tú fuiste quien se hizo cargo de aquello que sólo a mí correspondía.

—Si he de serte sincero, nunca he sentido arrepentimiento por ello. Si fuera preciso, lo volvería a hacer.

Mini asintió, y se pasó las manos por su tonsurada cabeza.

—La justicia de los hombres te ha llevado a ser un fugitivo y a mí gobernador. Pero créeme si te digo que si pudiera volver en el tiempo, obraría de otra forma bien distinta. Sé que no tengo derecho a pedirte perdón por mi cobardía —señaló, alzando la vista hacia su amigo—, pero al menos mi corazón debe descargar su pena ante ti.

—No tengo nada que perdonarte —dijo Sejemjet, tratando de quitar importancia a aquellas palabras—. No eres ningún cobarde, bien lo sabes. Aunque dime —continuó cambiando de conversación—, ¿cómo está tu familia?, ¿y tu madre?

—Hoy me harás el honor de acompañarme a la mesa con mi esposa e hijos. Mi madre nos dejó hace años; espero que esté con Ahmose, disfrutando juntos en los Campos del Ialú.

Sejemjet asintió, y la imagen de Isis apareció como por ensalmo. Ella formaba parte de su vida; sin embargo, había quedado relegada, después de tantos años, a no ser sino un sueño lejano. Un recuerdo que él mismo no se atrevía a evocar, y ante el cual se sentía desgraciado.

—¿Y Isis? —se atrevió al fin a preguntar temeroso—. ¿Qué ha sido de ella?

Mini ensombreció su semblante.

—Estuvo viviendo en Menfis durante un tiempo. Tras enviudar vino a mi casa en compañía de nuestra madre, pero después de tener a su hijo se marchó.

Sejemjet no pudo reprimir un gesto de sorpresa.

—¿Tiene un hijo?

—Fue el último recuerdo que le dejó el canalla de Merymaat. Pero ella nunca se quejó, al contrario, el niño es la luz de sus ojos, aunque no ha querido que se relacionara con la familia de su difunto esposo. Isis llegó a renunciar a cuanto le correspondía, y el propio visir quedó tan impresionado que el Estado le permitió librarla de la servidumbre del usufructo de la tierra de mi padre. Ahora vive en Madu como propietaria libre. Tiene un capataz y varios campesinos que trabajan para ella, y según aseguran el lino que crece en sus campos es de la mejor calidad.

Sejemjet sintió una emoción especial al escuchar todo aquello, aunque se abstuvo de decir nada. Luego, Mini le habló en un tono más confidencial.

—El nuevo dios lo precipita todo. Durante los dos años que estuvo de corregente ya dejó entrever lo que nos esperaba. Tiene una particular predilección por todos aquellos que, de alguna forma, tuvieron un contacto directo con él durante su infancia, sobre todo por sus antiguos instructores. Poco antes de que muriera Tutmosis fui nombrado
hery tep
de Thinis, ante mi estupor, y no me cabe duda de que fue Amenhotep quien así lo dispuso. Tarde o temprano todos sus amigos ocuparán cargos relevantes.

—Eso no supone ninguna novedad.

—Es cierto, pero este dios no parece dispuesto a detenerse ante las conveniencias políticas de terceros. Hasta Rajmire está preocupado. Desde hace un tiempo se diría que ha caído en desgracia, y no me extrañaría que a no mucho tardar hubiera un nuevo visir.

—Seguramente —señaló Sejemjet—, pero no comprendo por qué me muestra su favor, y menos aún que desee verme.

Mini se acercó un poco más a su amigo para hablarle en tono confidencial.

—Ajeprure es una fuerza de la naturaleza. Tiene unas condiciones físicas excepcionales que él mismo se encarga de demostrar a todos constantemente. No hay jinete en todo Egipto que se le pueda comparar, y es un auriga como no he conocido. Conduce su carro con las riendas sujetas a la cintura, mientras dispara su arco con una precisión endiablada. En realidad está obsesionado con este tipo de arma. A veces recorre los arsenales para comprobar que el trabajo de los armeros está bien hecho. Él mismo tensa los arcos, y se encarga de castigar duramente a quien no cumple como debe.

Sejemjet arqueó una de sus cejas, en lo que era uno de sus gestos característicos cuando mostraba incredulidad.

—Es un hombre muy fuerte e impetuoso. El dios es un guerrero, y siente debilidad por todos los que piensa que son como él. Aun en tu desgracia, tu nombre continuó siendo una leyenda, y él no se olvida de que le enseñaste a manejar la espada y a luchar con los bastones.

—Espero que no me requiera para combatir contra él —apuntó Sejemjet desconcertado.

Mini lanzó una carcajada.

—Quiere que veas en lo que se ha convertido. Ambiciona pasar a la historia como el faraón más fuerte que haya tenido Kemet. Piensa que un guerrero como tú no merece ser perseguido.

Sejemjet hizo un gesto de preocupación. Justo cuando el camino empezaba a despejarse, su vida solía complicarse de nuevo.

—No temas, amigo mío. Al fin el dios hará justicia contigo después de todos estos años.

—¿Y dices que es muy fuerte? —preguntó Sejemjet de improviso.

—Mide casi seis pies de altura.

—Quién lo hubiera dicho, con lo bajito que era su augusto padre.

Así había transcurrido el encuentro entre ambos amigos. Después Sejemjet cenó con la familia del gobernador, y al día siguiente Mini dispuso su embarcación para que lo transportara hasta Menfis, donde se encontraba el faraón. El
hery tep
lamentó no poder acompañarle, ya que sus funciones requerían que permaneciera en Thinis, pero le auguró una buena travesía.

—Set y Montu siempre te acompañarán, y ellos son grandes entre nuestros dioses. Espero volver a verte pronto, amigo —se había despedido Mini, emocionado.

Sejemjet recordaba las palabras del gobernador mientras pensaba en el inmenso valor de la amistad. Aun con las difíciles pruebas a las que era sometida por los avatares de la vida, no había nada que se le pudiera comparar. Su viejo amigo le había demostrado que más allá de su propia ambición su corazón había permanecido afligido por la culpa durante años, porque lo quería. Él por su parte se alegró de todo lo bueno que lo rodeaba. Mini era un hombre feliz, y eso era lo que importaba. También pensó en Isis. Viendo el agua acariciar el casco de la embarcación, rememoró la cálida mirada de su amada cuando lo arrullaba, y sus tiernos besos, preámbulo de una pasión a la que se entregaron sin freno y que, como las aguas surcadas por el barco, había quedado atrás.

Ella tenía un hijo del hombre que había fraguado su propia desgracia, y a Sejemjet se le ocurrió que el destino era un bromista formidable.

Sentado junto a él, Senu observaba vivaracho todo lo que sucedía en la nave. Él era quien había dado con su rastro, y Mini había decidido que fuera el pequeño soldado quien lo acompañara ante el dios. Después de tantos años de servicio en el ejército, Senu se merecía que el faraón lo conociera.

El hombrecillo se mostraba sumamente inquieto ante la perspectiva de verse ante el dios, y no paraba de zascandilear de un lado a otro de la nave, recabando información acerca del señor de las Dos Tierras entre la marinería. Al poco de embarcarse, Senu ya era muy popular, y se daba mucha importancia por su amistad con el gobernador.

—Yo lo crié a mis pechos durante la segunda campaña del gran Tutmosis —solía decir como en secreto—, y el
hery tep
nunca lo olvidará.

Por ello a nadie le extrañó que enseguida hiciera amistad con el controlador el contingente embarcado, que era el suboficial encargado de dirigir a los remeros y supervisar el uso apropiado del aparejo, y que se llamaba Roy. Ambos pasaban largos ratos de cháchara, cosa que Sejemjet agradeció, pues en ocasiones su pequeño amigo llegaba a volverle loco. Él aprovechaba las horas de tranquilidad para disfrutar del viaje en compañía de su fiel Iu
,
del que nunca se separaría.

—Tengo toda la información necesaria para presentarnos ante el dios con garantías —le dijo Senu una tarde.

Sejemjet puso cara de no entender lo que quería decir.

—Ten en cuenta que estaremos en presencia de la reencarnación de Horus, y su poder celestial podría fulminarnos si no vamos preparados, oh, gran Sejemjet.

—¿Ya has vuelto a beber más de la cuenta?

—Quizá tú no lo entiendas porque como eres hijo de Montu no te afectan tales prodigios, pero yo soy humano y de pequeña estatura.

—Espero que no organices uno de tus habituales enredos, y el faraón nos envíe al Sinaí hasta que Anubis venga a buscarnos, enano del demonio.

—No, no, todo lo contrario. Deseo que todo salga a la perfección, divino guerrero. Es por ello que he intentado averiguar algo acerca de la persona del dios, para agradarle en lo posible.

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