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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

El hijo del desierto (50 page)

BOOK: El hijo del desierto
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Si el segundo profeta del Templo, un cargo de gran influencia, le transmitía una petición como aquélla, Mehu no terna más remedio que considerarla, aunque la recomendada fuera la mismísima serpiente Apofis. El oficial le aseguró que trataría de complacer los deseos del templo de Amón, y el segundo profeta se lo agradeció con una sonrisa a la vez que le daba su bendición.

—Gracias, noble Mehu, el gran padre Amón no olvida nunca a sus hijos más devotos. Estoy convencido de que se sentirá satisfecho por tu interés, y también por tu discreción.

Cuando Kaemheribsen se fue, Mehu estuvo pensando en aquella conversación durante toda la tarde. Además de soldado, él era un cortesano y conocía el mensaje que encerraba cada una de las palabras emitidas por el sacerdote. El destino era caprichoso, y lo que hoy era blanco mañana podría ser negro. Si había que elegir a los amigos, no se le ocurría un sitio mejor para tenerlos que el templo de Karnak y, desde luego, no sería él quien se manifestara en contra de sus deseos.

Así fue como Sejemjet pasó a formar parte de la embajada egipcia a Siria.

Ahora, observando desde la ventana cómo Sejemjet se alejaba por uno de los patios columnados de palacio, Mehu se preguntaba intrigado qué tipo de relación podía tener el portaestandarte con el clero de Amón y, sobre todo, quién era su valedor en Karnak. No entendía cómo un paria como aquél podía tener tan altas amistades; claro que, pensándolo bien, también Djehuty lo había favorecido una vez con su confianza, aunque él estuviera convencido de que lo había hecho para utilizarlo.

Mehu se acarició la barbilla pensativo. Aquel hombre podía suponer un peligro para él mismo en el futuro, pero en tanto no conociera la magnitud de sus apoyos, se abstendría de tomar ninguna decisión en su contra Había que dejar hablar a los acontecimientos; éstos le aclararían el camino que debería tomar.

* * *

Cuando Sejemjet abandonó el palacio, trató de hacerse cargo de su nueva situación. El enviarle a una misión de aquellas características suponía todo un honor, sin duda, aunque no acertaba a comprender por qué Mehu aseguraba que tenía amigos poderosos. Todo le resultaba extraño, y en esas disquisiciones andaba cuando se encontró con un tumulto junto al templo de Hathor.

—¿Sucede algo? —preguntó Sejemjet a un paisano.

—Un escándalo. Han cogido a una pareja fornicando frente a la puerta del templo de Hathor —le explicó uno de los curiosos, que parecía muy compungido—. ¡Imagínate qué pecado!

Sejemjet se hizo sitio entre la concurrencia y al punto oyó blasfemias y juramentos, y también chillidos como los que suelen proferir los monos.

—Nunca habíamos presenciado algo semejante; y a plena luz del día —se lamentaba alguien.

Sejemjet arrugó el entrecejo, y al abrirse paso sus sospechas se hicieron realidad. Allí estaba Senu en persona, de nuevo, acompañado por una joven que se tapaba el rostro con las manos, y por una pareja de
medjays
que los retenían junto con un mandril. El mono lanzaba unos chillidos tremendos, y enseñaba los terribles colmillos a un pobre Senu que lo observaba aterrorizado.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Sejemjet aproximándose al grupo.

—¡Loado sea Montu que nos envía a su hijo predilecto! —exclamó Senu extendiendo sus brazos al cielo.

— ¡Silencio, soldado! —le gritó Sejemjet, fulminándolo con la mirada.

Como llevado por un acto reflejo, Senu se cuadró y se quedó muy quieto. Al ver a Sejemjet, los
medjays
también se pusieron firmes y lo saludaron con respeto, y al momento el mandril se calló.

—Noble
tay srit
, al parecer este hombre ha fornicado delante del templo de Hathor; hay testigos que así lo aseguran, y como bien sabes eso está prohibido, por lo que nos vemos obligados a detener a los sospechosos. ¿Nos permites que te preguntemos si conoces a este hombre?

—Lo conozco. Es un enano sodomita con una hoja de servicios inigualable. —Aquello levantó algunas carcajadas—. Soldado Senu, ¿es cierto lo que aseguran que has hecho? —le preguntó con las manos a la espalda.

—Oh, gran Sejemjet, oh, divino Montu redivivo, reencarnación de Set y primer servidor de Anubis, sabes que soy gran cumplidor de las leyes de nuestra tierra, a la cual defiendo hasta en el lejano Éufrates —aseguró alzando un dedo—. ¿Cómo podría cometer un acto de tamaña gravedad si no fuera por causa de la casualidad o el desconocimiento? ¿Cómo podría?

—¿Alegas desconocimiento? —gritó alguien de entre el público—. Bien que os refocilabais a la vista de todos.

Ahora las carcajadas se generalizaron y Sejemjet puso cara de disgusto. La joven continuaba sollozando sin atreverse a levantar su rostro.

—Basta de lloros, mujer —ordenó el portaestandarte; luego miró a Senu fijamente a los ojos—. ¿Podrías explicarte mejor?

—Es muy fácil, gran guerrero. Yo iba paseando tranquilamente por los palmerales cuando me encontré a esta grácil joven que me salió al camino. La saludé con amabilidad, y le hice saber que me parecía más hermosa que ninguna otra muchacha del lugar, lo cual como podréis comprobar es cierto.

De nuevo se escucharon risas y voces que invitaban a callarse.

—Congeniamos enseguida —continuó Senu—, y descubrimos que había surgido una irresistible atracción entre nosotros, como si fuera cosa de magia.

Otra vez se oyeron risas.

—Por ello empezamos a jugar como hacen los amantes. Un pellizquito aquí, una palmadita allá. Ella me invitaba a continuar con su sonrisa, y de repente dio un saltito y se subió el vestido para enseñarme las nalgas, que por cierto son dignas de la mejor bailarina. Ante tal visión no pude reprimirme, y el taparrabos se desató a causa de la inflamación de mi miembro. Ella al verlo me lo manoseó, pero a continuación salió corriendo mientras reía y me hacía gestos para que la siguiese. Como comprenderás, oh, defensor de las extensas planicies de Retenu, no tuve otro remedio que ir tras ella, aunque la condenada corría más que yo, y cuando vine a alcanzarla yo ya estaba tan frenético que sin darme cuenta de dónde me encontraba, allí mismo copulé, con gran satisfacción de ambos, pues ella parecía bien contenta. Fue por tanto la casualidad la que hizo encontrarme con esta diosa reencarnada, y el desconocimiento el que, sin percatarnos de ello y llevados por instintos que nos son naturales y contra los que nada se puede hacer, nos empujó a fornicar en las inmediaciones del templo de Hathor, que tampoco ocurrió en la misma puerta como algunos exageran.

—¿Es cierto eso? —le preguntó un
medjay
a la joven.

Ésta asintió con la cabeza y volvió a cubrirse el rostro con las manos.

—No hay, pues, maldad en nuestras acciones, que son de lo más natural —indicó Senu muy complacido con su discurso.

—¿Y qué hacías tú por el palmeral? —quiso saber el otro policía.

—Pasear, nobles
medjays.
Imaginaos el regocijo que me produce tal actividad después de años y años de vagar por el desierto.

—Ya te hemos visto varias veces por allí —dijo alguien.

Enseguida los policías reclamaron la presencia del testigo, y un hombre de mediana edad se les acercó.

—Desde hace días lo vemos deambular por los campos, como si fuera un ánima en pena. De repente da una carrerita y se esconde detrás de algún arbusto hasta que pasa alguna mujer. Entonces sale a su encuentro y entabla conversación con ella. A todas les debe de hacer algún tipo de proposición, pues unas lo amenazan con el puño y otras acceden y se van con él a copular. Anda siempre desnudo, como si fuera Bes, lo que a su edad no es muy corriente que digamos.

—Así que vives en los palmerales —le inquirió el policía.

—No exactamente, aunque he descubierto que es un lugar en el que he encontrado la felicidad.

Ahora sonó una estruendosa carcajada.

—Se pasa todo el día asaltando mujeres por las veredas —continuó el testigo—. Y no sabemos si incluso duerme allí, pues cuando vamos a trabajar los campos, bien temprano, ya está por el lugar.

—¿No sabes que fornicar en público, a la luz del día, no está permitido? —le preguntó de nuevo el policía.

—¡Claro!, noble guardián de las virtudes ciudadanas. Como bien dice el testigo, nosotros nos ocultamos para copular, por lo que no son actos públicos. Además, has de saber que cumplo con nuestras más sagradas tradiciones, y no eyaculo en el interior del
kat
de mi amante, sino que lo hago en el suelo o en el río, que sería más apropiado. Eso sí, si hay ocasión de repetir cumplo como el que más, y me derramo en su interior. Además soy muy respetuoso —aseguró Senu—, y sólo me presto a tan excelsos placeres cuando me los solicitan. Si se me muestran las nalgas no puedo negarme.
[9]

Otra vez se produjeron risas, y Sejemjet sacudió la cabeza avergonzado. Los policías se miraron sin saber qué decir.

—Nobles
medjays
—dijo Sejemjet—. Os pido que consideréis los argumentos de este soldado. Es borracho, mujeriego y jugador, pero en otro tiempo nos sirvió bien. Derramó su sangre por Kemet, e hizo muchos prisioneros para el dios. Comió y bebió lo que nadie quería y pasó privaciones sin fin. No hay nada malo en que pasee por los palmerales, ni en copular siempre que tenga buen cuidado de ocultarse. Llevado por su ardor guerrero no advirtió la proximidad del templo de la divina Hathor. Pero no creo que ella se vaya a enfadar mucho por eso, pues no en vano es diosa del amor. Como superior suyo que soy, os pido que me dejéis imponerle a mí el castigo conforme a las ordenanzas militares, y permitáis a la joven marcharse después de que la amonestéis. La vida del soldado es dura, como bien sabéis. Yo me encargaré de él.

Los
medjays
hablaron un momento en un aparte, y acto seguido se dirigieron al
tay srit,
de cuya fama ya habían oído hablar.

—Por esta vez no lo llevaremos ante el juez, pero si vuelve a producir desórdenes se le aplicará la ley, sea o no un
menefyt. Y
ahora todos a sus labores —ordenaron en voz alta.

Sejemjet y Senu se fueron calle abajo con paso presto, pues en tales ocasiones era mejor irse sin dilación.

—Me ha emocionado lo que has dicho sobre mi sangre derramada. Nunca se me había ocurrido, claro que tú eres casi un dios y yo no.

—Calla, sodomita cananeo. Me dan ganas de molerte a palos.

—Sé piadoso con este pobre habitante de los oasis. Yo soy débil, nací así, qué le voy a hacer. Para ti todo es fácil, porque tu naturaleza es divina —replicó el hombrecillo.

—Yo te enseñaré lo que es naturaleza divina, enano de los demonios del Amenti. Te voy a apalear vivo.

—No, no hagas semejante cosa con mi débil cuerpecillo —protestó Senu con teatralidad—. En realidad lo único que he hecho ha sido seguir tus consejos. Me pediste que me apartara de las malas influencias y las casas de la cerveza, y eso es lo que he hecho. Ahora soy otro hombre y...

—Que se dedica a perseguir mujeres por los palmerales —le cortó Sejemjet.

— ¿Y qué hay de malo, gran Montu? De alguna forma debo aliviar mis instintos. Yo sólo copulo con aquellas que acceden a mis propósitos. Yo lo solicito, y si aceptan pues... no hay nada malo en cohabitar.

—¿Crees que es normal que te pases los días recorriendo las veredas en cueros, pozo de vicios infames?

—Eso no tiene importancia. Todo el mundo iba desnudo hasta hace bien poco. Además, a ellas les gusta ver mi virilidad. Aunque sea bajito, los dioses me dotaron como corresponde a un buen amante. —Sejemjet le dio un pescozón—. No me pegues, gran Montu. Uno busca la felicidad durante toda su vida, y yo al fin la he encontrado. Nunca pensé que los palmerales ocultaran tales prodigios. A veces vienen ellas a buscarme pues, en confianza, creo que se ha corrido la voz porque todas quedan muy satisfechas conmigo. Yo diría que me he hecho muy popular.

—Ya lo creo. Te llaman el Bes de los palmerales.

Al hombrecillo le dio un ataque de risa, y se golpeó los muslos con satisfacción.

—Ji, ji, ji. Qué ingenioso eres, gran Sejemjet. Pero te advierto que yo podría vivir perfectamente en ese lugar hasta que Anubis viniera para llevarme.

—Ya me lo imagino. Vagarías por los bosques como un ánima lasciva salida del Inframundo.

—Qué exageración. Tampoco es para tanto. Apenas copulo un par de veces al día. Aunque eso sí, ya no tengo que pagar como hacía antes. —Sejemjet no disimuló un gesto de repugnancia—. Y además, no bebo ni una gota —continuó Senu—. Es lo bueno que tiene vivir en los palmerales.

—Pues me temo que tu suerte se haya acabado, soldado. Mañana partiremos para Retenu.

Senu abrió los ojos como solía, desmesuradamente, e intentó balbucear alguna protesta.

—Pero, pero... yo había pensado retirarme; ahora estoy jubilado y...

—Yo decidiré cuándo llega esa hora. Mañana volverás a Retenu; allí te sentirás de nuevo como en casa.

* * *

—Ésta será nuestra última noche, amor mío. Se acabó el esconder nuestros pasos por las veredas perdidas, o el ocultarnos de las miradas de las lechuzas que nos espían en la oscuridad. Mañana regreso a Canaán, la tierra que pugna por adoptarme. Parece que el asiático tiene un especial empeño por verme la cara, y no está dispuesto a renunciar a mi presencia tan fácilmente.

Nefertiry se acomodó mejor entre sus brazos, y pasó las yemas de sus dedos por su torso, para dibujar imaginarias formas.

—Sin duda supone un gran honor el que me hayan elegido para una misión como ésta, aunque no comprendo cómo Mehu ha accedido a ello —continuó Sejemjet.

La princesa lo escuchaba en silencio. Al principio había sentido una gran alegría al enterarse, pero poco a poco su corazón se había ido llenando de dudas.

—Lo que no entiendo es que Mehu hiciera referencia a supuestos amigos poderosos que velaban por mí —indicó Sejemjet—. Sólo Djehuty podría estar detrás de mi elección, y él ya es historia.

—Alguien más se ha fijado en ti —dijo de repente Nefertiry—. Aunque me temo que su interés no sea más que el de alejarte de mí.

Sejemjet la miró sorprendido.

—¿Tú crees que ése sería un motivo suficiente como para enviarme a una misión de semejante naturaleza?

—Ja, ja, ja —rió la princesa con suavidad—. A veces me sorprende tu ingenuidad. Yo albergo pocas dudas sobre quién ha podido influir en la decisión de enviarte a Retenu.

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