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Authors: John Christopher

Tags: #Aventuras, Ciencia Ficción, Infantil y juvenil

El estanque de fuego (9 page)

Estábamos sentados en la almena en ruinas del castillo, frente al mar, gozando de una tarde de aire calmo y una débil luz invernal; el sol era un disco anaranjado que descendía hacia el neblinoso horizonte occidental. Entonces la paz se vio interrumpida por una voz familiar que gritaba desde el patio que había a nuestra espalda.

—¡Parker! ¿Dónde estás, amasijo de inutilidad y torpeza? ¡Ven aquí! Y en seguida, ¿me oyes?

Suspiré y me dispuse a ponerme en movimiento. Larguirucho dijo:

—Espero que Ulf no se esté convirtiendo en una carga muy pesada para ti, Will.

Me encogí de hombros:

—Aunque así fuera, daría igual.

Dijo:

—Queremos que Fritz y tú os ocupéis de Ruki porque los dos estáis acostumbrados a ellos, y por tanto, detectaríais mejor cualquier cosa extraña y la comunicaríais. Pero no creo que Julius se haya dado cuenta de que iba a haber tanta fricción entre Ulf y tú.

—La misma fricción que se da, —dije yo—, entre un tronco de madera y una sierra. Y no soy yo la sierra.

—Si resulta demasiado difícil… sería posible encomendarte otras obligaciones.

Lo dijo tímidamente, como hubiera dicho cualquier otra cosa; creo que porque no quería hacer notar que su posición era más alta, que, efectivamente, podría disponer algo así.

Dije:

—Me resulta posible soportarlo.

—Quizá si no pretendieras hacer precisamente eso…

—¿Hacer qué?

—Soportarlo. Creo que eso lo irrita aún más.

Estaba asombrado. Dije, con cierta indignación:

—Obedezco sus órdenes; y con prontitud. ¿Qué más puede pedir?

—Sí. Bueno, en todo caso será mejor que yo también vuelva a trabajar.

Yo había advertido una diferencia entre el Ulf del «Erlkönig» y el que ahora me amargaba la vida en el castillo. El antiguo Ulf bebía: todo el asunto de que Larguirucho y yo nos fuéramos de la barca empezó porque no volvía a tiempo y su ayudante sospechaba que se había ido a beber a una de las tabernas de la ciudad. Aquí no bebía nada. Algunos de los mayores tomaban de vez en cuando un trago de coñac, contra el frío, según decían; pero él no. Ni siquiera bebía cerveza, que era una bebida más normal, ni el áspero vino tinto que nos servían con la comida. A veces deseaba que lo hiciera. Me daba la sensación de que podría servir para dulcificarle un poco el ánimo.

Entonces un día llegó al castillo un mensajero de Julius. No tengo ni idea de qué mensaje traía, pero también llevaba consigo un par de botellas alargadas, de piedra marrón. Y al parecer era conocido de Ulf. Las botellas contenían
Schnapps
, un licor fuerte e incoloro que bebían en Alemania y que, al parecer, Ulf y él habían bebido muchas veces juntos. Tal vez fuera el hecho de ver inesperadamente a un viejo amigo lo que debilitó la resolución de Ulf, o tal vez fuera simplemente que prefería el
Schnapps
a las bebidas que había en el castillo. Sea como fuere, los vi juntos, sentados en el cuerpo de guardia, con una botella entre los dos y un vaso pequeño delante de cada uno. Me alegré de ver que Ulf se distraía con algo y me quité de en medio alegremente.

Por la tarde el mensajero se marchó, pero le dejó a Ulf la botella restante. Ulf, que ya daba muestras de cierta embriaguez (no se había preocupado de comer nada a mediodía), abrió la segunda botella y se sentó a beber a solas. Parecía sumido en un estado de ánimo melancólico, no hablaba con nadie y no parecía enterarse bien de lo que ocurría a su alrededor. Por supuesto que eso está muy mal en el jefe de una guardia, aunque podría aducirse en su defensa que, de todos modos, las cosas seguían una rutina dentro de la cual todos conocíamos nuestras obligaciones y las desempeñábamos. En cuanto a mí, no me preocupé ni de censurarle ni de encontrar justificación para él, sino que me limité a alegrarme de la ausencia de su ronca voz.

Había hecho un día oscuro y la luz abandonó pronto el cielo. Preparé la comida de Ruki (un plato de algo parecido a las gachas, más líquido que sólido, hecho con ingredientes suministrados por los científicos) y pasé por el cuerpo de guardia, para llevárselo a su celda. La luz natural entraba al cuerpo de guardia por dos ventanas situadas muy arriba y que ahora estaban oscurecidas por el crepúsculo. Apenas distinguí la figura de Ulf, tras la mesa, con la botella delante. Lo ignoré, pero él me llamó.

—¿Dónde crees que vas?

Tenía la voz un poco trabada. Dije:

—A llevarle la comida al prisionero, señor.

—¡Ven aquí!

Fui y me quedé de pie delante de la mesa, sujetando la bandeja. Ulf dijo:

—¿Por qué no has encendido la luz?

—Todavía no es la hora.

Y no lo era. Faltaba aún un cuarto de hora para el momento que el propio Ulf había establecido. Si la hubiera encendido antes por causa del temprano oscurecimiento del día seguramente me habría censurado por haber quebrantado una de sus normas.

—Enciéndela, —dijo—. Y no me contestes, Parker. Cuando te ordene hacer algo, lo haces, y lo haces rápido. ¿Entendido?

—Sí, señor. Pero las normas dicen…

Se levantó del asiento tambaleándose ligeramente y se inclinó hacia delante apoyando las manos en la mesa. El aliento le olía a alcohol.

—Eres un insu… un insubordinado, Parker, y no estoy dispuesto a consentirlo. Esta noche harás una guardia extra. Y ahora vas a dejar esa bandeja y vas a encender la lámpara. ¿Está claro?

Hice lo que se me ordenaba en silencio. La luz de la lámpara iluminó su rostro pesado, enrojecido por la bebida. Dije con frialdad:

—Si eso es todo, señor, continuaré con mis obligaciones.

Me miró fijamente un momento:

—No puedes esperar de ganas de ver a ese compinche tuyo, ¿no es eso? Parlotear con el lagartazo es más fácil que trabajar, ¿a que sí?

Hice ademán de ir a coger la bandeja.

—¿Puedo irme ya, señor?

—Espera.

Seguí allí, obediente. Ulf se rió, cogió el vaso y lo vació en el cuenco de comida preparado para Ruki. Lo miré sin moverme.

—Vete, —dijo—. Llévale la cena a tu compinche. Ahora tiene algo que le dará ánimos.

Sabía perfectamente qué debiera haber hecho. Ulf se estaba permitiendo una estúpida bufonada de borracho. Debería haberme llevado la bandeja y prepararle otro plato a Ruki, y éste tirarlo. En cambio pregunté, de modo sumamente obediente, si bien desdeñoso:

—¿Es una orden, señor?

Su cólera era tan grande como la mía; pero la suya era abierta y la mía fría. Y su entendimiento estaba nublado por la bebida. Dijo:

—Haz lo que se te manda, Parker. ¡Y arreando!

Recogí la bandeja y me fui. Vislumbré qué quiso decir Larguirucho. Yo hubiera podido aplacar a Ulf sin mucho esfuerzo y pasarlo todo por alto. Mucho me temo que lo que pensé fue que esta vez él había cometido un error. Ruki rechazaría la comida, pues rechazaba todo lo que se diferenciaba, aunque fuera por muy poco, de aquello a lo que estaba habituado. Habría tenido que informar de esto y entonces el incidente habría salido a la luz. Simplemente obedeciendo órdenes y actuando conforme a las normas tenía la ocasión de vengarme de quien me atormentaba.

Cuando llegué a la recámara de aire oí que Ulf vociferaba a lo lejos. La atravesé, entré en la celda, dejé allí la bandeja y me volví para ver a qué obedecían los gritos. Ulf se mantenía precariamente en pie. Dijo:

—Anula esa orden. Prepárale otra cena al lagarto.

Dije:

—Ya he dejado la bandeja dentro, señor. Conforme a las instrucciones.

—¡Entonces vuelve a sacarla! Espera. Voy contigo.

Me fastidiaba que mi plan hubiera fracasado. Ruki se comería la comida sustitutoria y entonces no habría nada sobre lo que yo tuviera que informar. Informar sobre Ulf por el mero hecho de que estuviera bebido en horas de servicio era una idea que no me atraía, ni siquiera bajo aquel estado de resentimiento. Le acompañé en silencio, amargamente consciente del hecho de que, después de todo, él se saldría con la suya.

Apenas había espacio para dos en la recámara de aire. Era inevitable empujarse para ponerse las mascarillas que debíamos llevar dentro de la celda. Ulf abrió la puerta interior y pasó delante. Le oí soltar un bufido de sorpresa y desaliento. Avancé rápidamente y entonces vi qué estaba viendo él.

El cuenco estaba vacío. Y Ruki estaba tendido en el suelo cuan largo era, inmóvil.

Julius regresó al castillo para la conferencia. Parecía cojear más que nunca, pero no había perdido la alegría ni la confianza. Se sentó al centro de la larga mesa con todos los científicos a su alrededor, Larguirucho incluido. Fritz y yo estábamos discretamente sentados en un extremo. Andrè, el Comandante del castillo, fue el primero en dirigirse a los reunidos. Dijo:

—Nuestro mejor plan siempre consistió en sabotear las Ciudades desde el interior. La cuestión era cómo. Podemos introducir a algunos, pero el número no se aproximaría ni por asomo al necesario para luchar contra los Amos, sobre todo en su propio terreno. Podríamos acaso destruir algunas de sus máquinas, pero eso no bastaría para destruir la Ciudad propiamente dicha. Es casi seguro que las podrían reparar y sería mucho peor que antes, porque entonces estarían sobre aviso y preparados para cuando intentáramos lanzar un segundo ataque. Lo mismo se puede decir de cualquier intento de dañar la Muralla. Aunque fuéramos capaces de perforarla, lo cual es dudoso, no lo podríamos hacer a una escala suficientemente grande (ni desde dentro ni desde fuera) como para impedir que los Amos contraatacaran, sacando provecho del daño.

»Lo que hacía falta era dar con un medio de atacar a los mismos Amos, a todos a la vez. Una sugerencia consistió en envenenarles el aire. Podría resultar, pero no creo que tengamos posibilidades de hacerlo en el tiempo de que disponemos. El agua brindaba más posibilidades. Usan mucha agua, tanto para beber como para bañarse. Aun considerando que son el doble de altos y pesan cuatro veces más, ingieren entre cuatro y seis veces lo que un hombre. Si pudiéramos introducir algo en los depósitos de agua, tal vez la treta funcionara.

»Desgraciadamente, son sensibles a los elementos adulterantes, como hemos comprobado con el prisionero. Éste simplemente rechazaba cuanto pudiera hacerle daño. Hasta que, merced a una afortunada coincidencia, se vertió un poco de
Schnapps
en su comida. La consumió sin dudarlo y quedó paralizado antes de que transcurriera un minuto. Julius preguntó:

—¿Cuánto tardó en recuperarse de la parálisis?

—Empezó a recuperar la consciencia al cabo de seis horas. Al cabo de doce estaba plenamente consciente, pero aún no coordinaba y mostraba una confusión evidente. Al cabo de veinticuatro horas se había recuperado totalmente.

—¿Y a partir de entonces?

—Aparentemente está normal, —dijo Andrè—. Entendámonos, aún sigue preocupado y alarmado por lo que ha sucedido. Ya no está tan seguro de que nuestros esfuerzos sean algo desesperado, creo.

Julius dijo:

—¿Cómo se explica la parálisis?

Andrè se encogió de hombros.

—Sabemos que en los hombres el alcohol afecta a la zona del cerebro que controla la motricidad. Un hombre borracho no es capaz de andar en línea recta ni de utilizar las manos adecuadamente. Puede incluso caerse. Si ha bebido lo suficiente, entonces se queda paralizado, como le pasó a Ruki. En este aspecto parece ser que son más sensibles y más vulnerables que nosotros. Hay otra cosa igualmente importante: la detección de sustancias perjudiciales no opera en este caso. Según parece la cantidad de alcohol puede ser bastante pequeña. En nuestro caso sólo fueron los restos de un vaso. Creo que eso nos brinda una oportunidad.

—Alcohol en el agua potable, —dijo Julius—. Presumiblemente no se puede desde fuera. Sabemos que tienen una purificadora en la parte interna de la Muralla. Entonces desde dentro. Si es que podemos introducir a un equipo. ¿Pero y el alcohol? Aun cuando la cantidad necesaria por individuo sea pequeña, el total supone una gran cantidad. No es posible introducir tanto.

—Podrían fabricarla nuestros hombres allí —dijo Andrè—. En la Ciudad hay azúcar: lo utilizan tanto para elaborar sus alimentos como los alimentos de los esclavos. Lo único que hace falta es instalar una unidad destiladora. Entonces, cuando haya bastante, se agrega al agua potable.

Andrè tenía la vista fija en Julius. Dijo:

—Habría que hacerlo en las tres Ciudades a la vez. Saben que existe cierta oposición hacia ellos; el hecho de que hayamos destruido el Trípode, huyendo con uno de los suyos, se lo habrá indicado. Pero nuestros últimos informes revelan que siguen llevando esclavos humanos a la Ciudad, lo cual quiere decir que siguen confiando en los que llevan Placa. En cuanto averigüen que podemos fingir que tenemos Placa las cosas serán muy distintas.

Julius movió lentamente la cabeza, asintiendo.

—Tenemos que atacar antes de que sospechen nada, —dijo—. Es un buen plan. Adelante con los preparativos.

Más tarde Julius me mandó llamar. Estaba escribiendo en un cuaderno, pero alzó la vista cuando entré en la habitación.

—Ah, Will, —dijo—. Ven, siéntate. ¿Sabes que Ulf se ha ido?

—Lo vi irse esta mañana, señor.

—¿Con cierta satisfacción, acaso? —no respondí—. Está muy enfermo y lo hemos enviado al sur, por el sol. Desde allí nos servirá, como ha hecho durante toda su vida, el poco tiempo que le queda. También se siente muy desdichado. Aunque las cosas resultaron bien, sólo ve el fracaso: su fracaso por no ser capaz de vencer una antigua debilidad. No lo desprecies, Will.

—No, señor.

—Tú también tienes debilidades. No son como la suya, pero te han hecho actuar torpemente. Como en este caso. La torpeza de Ulf consistió en emborracharse, la tuya en anteponer el orgullo al sentido común. ¿Quieres que te diga una cosa? Te destiné con Ulf, en parte, porque pensé que te haría bien, que te enseñaría a acatar la disciplina y consiguientemente a pensar con más cuidado antes de actuar. No parece que se haya producido el resultado que esperaba.

Dije:

—Lo siento, señor.

—Bueno, eso ya es algo. Ulf también. Me dijo una cosa antes de irse. Se culpaba a sí mismo porque Larguirucho y tú os extraviarais en vuestro primer encuentro. Sabía que no debería haberse quedado en la ciudad; así os proporcionó una excusa para bajar a tierra en su busca. De haber sabido yo esto no le habría permitido que viniera. Hay personas que son como el agua y el aceite. Parece ser que ése era vuestro caso.

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