El Cortejo de la Princesa Leia (43 page)

Y había otro asunto en el que también debía pensar. Luke tenía la sensación de que nunca había puesto a prueba su poder hasta el límite durante sus batallas con Darth Vader y el Emperador. Vader sólo pretendía atraerle a su bando, y había mantenido a Luke con vida; pero Luke no se hacía ilusiones en cuanto a Gethzerion, y sabía que no le trataría con tantos miramientos.

—¿Qué está ocurriendo aquí, Ben? —susurró Luke clavando la mirada en el oscuro verdor de la jungla. Los últimos rayos de sol arrancaban destellos a las hojas—. ¿Es alguna clase de prueba, o qué es? ¿Estás intentando averiguar si estoy preparado para actuar por mí mismo? ¿Crees que no necesito tu ayuda? ¿Qué está ocurriendo aquí...?

Pero Ben no le respondió. Una brisa del atardecer se deslizó por entre las copas de los árboles haciendo que susurraran, y las sombras de las hojas bailaron sobre el suelo. Luke alzó la mirada hacia el sol poniente y se llevó una sorpresa. El bosque olía a hojas y moho, y a los frutos que colgaban de las ramas más altas de los árboles. El atardecer era cálido y perfecto, y la luz del sol caía sobre él. Los lagartos saltaban entre la espesura del bosque sin saber que existieran las Hermanas de la Noche o Zsinj, y de repente Luke comprendió que Dathomir era un mundo muy hermoso a pesar de todo. Si el mapa de la sala de guerra de Augwynne era correcto, al parecer los seres humanos sólo habían explorado una centésima parte de la superficie habitable del planeta; y para la inmensa mayoría de las criaturas que vivían en Dathomir y en millones de planetas esparcidos por toda la galaxia, los planes de Gethzerion tenían menos importancia que un puñado de arena espolvoreado sobre el desierto.

Mientras Luke paseaba por el bosque, Isolder estaba sentado escuchando cómo Han hablaba con su androide. Leia no tardó en quedarse dormida, pero Isolder despertó un rato después y vio a Teneniel sentada junto a la hoguera, inmóvil fuera del círculo de claridad contemplando las estrellas. Isolder fue hacia ella y se sentó a su lado.

—Cuando estoy en el desierto de noche —dijo Teneniel en voz baja y suave— y no hay nubes ni árboles que puedan ocultarme el panorama, a veces paso la noche despierta y me dedico a contemplar las estrellas, y me pregunto quién vive allí y cómo son esas personas.

Isolder contempló los puntitos de luz que brillaban sobre sus cabezas. Durante sus días de pirata había recorrido aquella parte de la galaxia, y siempre había tenido un talento natural para la astrogación, ya que le bastaba con fijarse en un par de estrellas de primera magnitud para poder saber en qué punto del espacio se hallaba.

—Yo también lo he hecho muchas veces —dijo—. Entre los libros de historia, mis lecciones de diplomacia y unos cuantos viajes, he conseguido aprender muchas cosas sobre el espacio. Escoge una —dijo, y movió una mano señalando las estrellas—. Te hablaré de ella.

—Ésa de ahí —dijo Teneniel, y señaló la que más brillaba del horizonte.

—Eso no es una estrella —dijo Isolder—. No es más que un planeta.

—Lo sé, pero tenía que ponerte a prueba. —Teneniel le sonrió—. De acuerdo, ahí arriba hay seis estrellas muy juntas que forman un círculo —dijo señalando directamente un grupo de estrellas que estaba encima de sus cabezas—. La más brillante es azul. Cuéntame cosas sobre ella.

Isolder observó la estrella durante unos momentos.

—Es el sistema de Cedre, y está a sólo tres años luz de aquí —dijo—. No hay vida alrededor de esa estrella, ya que es demasiado joven y demasiado caliente. Escoge otra estrella..., una amarilla o anaranjada.

—¿Y la que no brilla mucho y está a su izquierda? Me refiero a ésa de ahí...

Isolder se volvió hacia ella y la observó.

—En realidad son dos estrellas, un sistema doble llamado Fere o Feree, y se encuentra a bastante distancia. Hace doscientos años los habitantes de ese sistema habían llegado a desarrollar una gran cultura, y construían algunas de las mejores naves espaciales de la galaxia..., pequeños cruceros de lujo. Tengo un tío que colecciona naves espaciales antiguas, y cuenta con una nave de Fere restaurada en su colección.

—¿Y ya no construyen naves?

—No. Durante algunas guerras mucha gente se dedicó a ir de un lado a otro buscando nuevos mundos en los que esconderse. Alguien llevó una plaga a Fere por accidente, y la plaga acabó con toda la población del planeta. Si tuvieras un telescopio lo suficientemente potente, podrías ver a los habitantes de Fere tal como eran en el pasado. Los feres eran muy altos, con una piel muy suave de un color marfil viejo, y tenían seis dedos delgados y muy delicados en cada mano.

—¿Cómo podría verles si están todos muertos? —preguntó Teneniel sin creerle.

—Porque con un telescopio estarías viendo luz que se reflejó en su mundo hace centenares de años. La luz está llegando a nosotros en estos momentos, y en consecuencia estarías contemplando su pasado.

—Oh —dijo Teneniel—. ¿Tienes un telescopio así?

—No. —Isolder se echó a reír—. No sabemos fabricar telescopios tan buenos.

—¿Y esa estrella de poca magnitud que hay debajo? —preguntó Teneniel.

—Esa estrella es Orelon, y la conozco muy bien —dijo Isolder—. Es muy grande y brilla con una luz muy intensa, y es la única estrella de este sector visible desde Hapes, el cúmulo en el que nací. En ese cúmulo hay sesenta y tres estrellas que se encuentran muy cerca las unas de las otras, y mi madre las gobierna todas.

Teneniel guardó silencio durante unos momentos y su rostro adoptó una expresión pensativa.

—¿Tu madre gobierna sesenta y tres estrellas? —preguntó por fin con voz temblorosa.

—Sí —dijo Isolder.

—¿Y tiene soldados..., guerreros y naves estelares?

—Tiene miles de millones de soldados, y miles de naves estelares —replicó Isolder.

Teneniel tragó aire, y en ese momento Isolder comprendió que su respuesta debía de haberla asustado.

—¿Por que no me lo dijiste antes? —preguntó Teneniel de repente—. No sabía que había capturado al hijo de una mujer tan poderosa.

—Te dije que mi madre era una reina, y tú sabías que cuando escogiera a una esposa esa mujer llegaría a ser reina.

—Pero... Pero yo creía que era la reina de un clan de aldea —jadeó Teneniel. Se acostó sobre la hierba y se llevó las manos a la cabeza durante un momento, como si estuviera mareada. Isolder decidió darle algo de tiempo para que se fuera acostumbrando a la enorme escala de la vida tal como él la conocía—. Bien —dijo Teneniel con voz pensativa—, cuando te marches de Dathomir, si levanto la vista hacia esa estrella... ¿Sabré dónde estás?

—Sí —dijo Isolder.

—Y cuando estés en tu mundo natal, ¿levantarás alguna vez la vista hacia el cielo nocturno, y verás mi sol y pensarás en mí?

Su voz sonaba muy débil y estaba llena de pena y desolación.

—No podemos ver tu sol desde Hapes —dijo Isolder, un poco sorprendido ante el tono de voz que había empleado Teneniel—. Su luz es demasiado débil. Hapes tiene siete lunas, y su claridad se impone a la de las estrellas de tan poca magnitud.

Se puso de lado y contempló el rostro de Teneniel a la luz de las estrellas. La visión nocturna de Isolder no era demasiado buena, como ocurría con la gran mayoría de hapanianos. La claridad de siete lunas y de un sol que daba mucha luz hacía que la visión nocturna resultara innecesaria, y a lo largo de los milenios su pueblo había ido perdiendo la capacidad de ver bien en la oscuridad. Aun así, Isolder podía distinguir la silueta de Teneniel, las tensas líneas de su rostro y la curva de su pecho.

—No te entiendo —dijo—. ¿Qué crees que soy para ti? Dijiste que soy tu esclavo... Dijiste que tu pueblo rapta a los hombres para que sean sus esposos, y si te entendí correctamente, el hecho de que sea de tu propiedad me proporciona cierta posición dentro de tu clan.

—Nunca te obligaría a hacer nada en contra de tu voluntad —dijo Teneniel—. Yo... Sería incapaz. Como te dije antes, si otra mujer te capturase... Bueno, entonces quizá no serías tan afortunado.

Isolder se acordó de la sonrisa enigmática que había en los labios de Teneniel cuando le vio por primera vez, de cómo se había movido a su alrededor trazando tímidos círculos mientras cantaba en voz baja y suave y, a pesar de ello, también se acordó de que le había observado con gran atención sin que sus ojos color cobre se hubiesen apartado ni un instante de él. Isolder le había sonreído con la única intención de ser cordial, y después había alargado la mano para coger la cuerda que Teneniel le ofrecía, y la cuerda le había atrapado. Por fin lo comprendía todo. Teneniel le había proporcionado todas las oportunidades posibles de escapar, y él había permitido que le capturase.

Teniendo en cuenta cómo solían ser los rituales de apareamiento, aquél no resultaba particularmente complicado, pero cada bando tenía que comprender las reglas.

—Ya entiendo —dijo, y suspiró—. ¿Y si no nos gustáramos? ¿Y si el matrimonio no funcionara? ¿Qué harías entonces?

—Podría venderte. Si prefirieses a otra mujer, una propietaria que respetase las leyes y tuviera buen corazón intentaría venderte a esa mujer y fijaría el precio que le pareciese razonable según la riqueza de la compradora y las circunstancias. Si no había nadie que te gustara en nuestro clan, siempre podrías llegar a algún tipo de acuerdo para ser capturado por alguien de fuera del clan; o también podrías huir a las montañas para hacerme comprender que no estabas satisfecho, y si yo creyera que aún había alguna manera de arreglar las cosas para que el matrimonio funcionara, entonces te perseguiría y volvería a capturarte. Hay muchas cosas que podrías hacer...

Isolder reflexionó en silencio. A primera vista todo aquello le sonaba bastante bárbaro, pero en el fondo el sistema mediante el que las brujas escogían a sus compañeros no parecía ser más terrible u opresivo que la gran mayoría de sistemas de otras culturas. Las mujeres mandaban, igual que en el planeta de Isolder, pero al menos en Dathomir los hombres tenían algunos recursos a su disposición. Isolder intentó imaginar aquel mundo tal como había sido durante millares de años, con los pequeños grupos de seres humanos que se enfrentaban a los rancors sin armas. Dada semejante alternativa, el casarse con una bruja y obtener su protección aunque fuera a costa de convertirse en un esclavo, tenía que resultar una perspectiva muy apetecible.

Y Teneniel le estaba dando su libertad en aquel mismo instante. Permitiría que escapara, que intentara salir de aquel planeta, y a cambio sólo quería una cosa: ser recordada, y que Isolder pensara en ella con ternura y cariño.

Isolder se acordó del temperamento ferozmente posesivo de sus tías y de la avaricia de su madre, y se preguntó cuántas mujeres de su planeta habrían sido tan generosas y comprensivas. Teneniel poseía una belleza tan grande que Isolder rara vez había visto una que la igualara.

Isolder se incorporó apoyándose en los codos, se inclinó sobre Teneniel y la besó delicadamente en la mejilla, sabiendo que se estaba despidiendo de ella con aquel beso, y al besarla descubrió que tenía el rostro mojado. Teneniel había estado llorando.

—Si alguna vez vuelvo a Hapes —dijo—, me acordaré de ti. Sé dónde estás, y de vez en cuando alzaré la mirada hacia Dathomir y me preguntaré si me estás contemplando a través de los cielos.

Luke despertó a los demás una hora después. Montaron en los rancors y avanzaron lo más deprisa posible, obligando implacablemente a sus monturas a que atravesaran los bosques, las montañas y los profundos desfiladeros. Volvieron a detenerse muy avanzada la noche en un gran bosque, a sólo catorce kilómetros de la Montaña del Cántico. Los rancors estaban tan exhaustos que no podían seguir moviéndose. Luke podía percibir una sensación de urgencia apremiante y quería seguir sin detenerse ni un momento, pero los rancors estaban demasiado cansados y todo el grupo estaba agotado.

—Descansaremos aquí un rato —dijo.

Los demás bajaron de sus monturas como una sola persona y se acostaron en el suelo tapándose con mantas. Los dos androides ya habían reducido el suministro de energía para la noche.

Luke comió unas raciones no muy abundantes sin encender una hoguera y rodeado de un silencio casi absoluto, mientras los rancors jadeaban a causa del agotamiento, tumbados entre las sombras con los ojos nublados por la somnolencia. Los rancors no se estaban recuperando demasiado bien del considerable ejercicio físico del viaje, por lo que Teneniel llenó un odre con agua y los monstruos se inclinaron ante ella mientras los otros miembros del grupo dormían, y permitieron que les mojara un poco los rostros con un trapo húmedo. Luke se sorprendió ante su conducta, pero un instante después comprendió que la carencia de glándulas sudoríparas de aquellas inmensas criaturas hacía que los rigores del viaje supusieran un sufrimiento considerable para los rancors, que debían tener muchísimo calor. Fue a reunirse con Teneniel.

—Utiliza la Fuerza para ayudarles —le dijo—. Puede enfriar sus cuerpos.

Tocó al primer rancor y permitió que la Fuerza fluyera sobre la criatura. El rancor dejó escapar un suspiro de satisfacción y le rozó con una enorme garra fangosa, como si quisiera hacerle una caricia.

Teneniel meneó la cabeza e hizo una mueca de frustración.

—Sigo sin comprender cómo lo haces —dijo—, y me parece que resultaría mucho más fácil mediante un hechizo.

—Si el decir unas cuantas palabras te ayuda a concentrarte, entonces no veo que haya nada de malo en hacerlo —replicó Luke—. Pero la Fuerza no puede ser capturada con palabras, y no puede ser encerrada en ellas.

—Siento lo..., lo que hice en la prisión —dijo Teneniel—. Faltó muy poco para que las matara. Yo... Cuando me enfurecí, de repente fue como si nada de cuanto me habías dicho tuviera ningún sentido. Lo único que deseaba era matarlas y poner fin de una vez por todas a sus maldades, pero tus reglas me lo impedían.

—Ellas querían que intentaras matarlas. Querían que te entregaras al odio.

—Lo sé —dijo Teneniel—, pero en ese momento no podía concebir que el lado luminoso de la Fuerza fuese más potente que el oscuro.

—Nunca he dicho que fuese más potente —replicó Luke—. Si lo que quieres es poder, entonces se puede afirmar que los dos lados resultan igualmente útiles. Pero fíjate en las Hermanas de la Noche, y verás lo que ofrece el lado oscuro: miedo en vez de amor, agresión en vez de paz, dominio en vez de servicio, y un hambre devoradora en vez de la satisfacción.

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