El Cortejo de la Princesa Leia (40 page)

—Iré al bloque C —dijo la Hermana de la Noche pasados unos momentos—. Mi presencia debería bastar para asustar a la escoria y mantenerla quieta. Gracias por haberme alertado.

Han asintió y la Hermana de la Noche giró sobre sí misma, se subió el capuchón y fue hacia el ascensor.

Han se puso al frente y entró en la torre de cristal. Abrió una puerta y les precedió por una sala de descanso.

Una docena de Hermanas de la Noche vestidas con sus capas negras estaban recostadas sobre unos sofás formando un círculo, con toda su atención concentrada en el espectáculo de las imágenes fantasmales de hombres y mujeres de gran belleza que flotaban ante sus ojos. Las Hermanas de la Noche estaban rodeadas de platos y bandejas llenas de alimentos exóticos hacia las que alargaban la mano de vez en cuando, y ni siquiera parecieron darse cuenta de su presencia cuando pasaron junto a ellas.

Han les llevó hasta un ascensor, y cuando las puertas empezaron a cerrarse Teneniel estuvo a punto de derrumbarse.

—La Hermana de la Noche con la que nos hemos encontrado... —murmuró—. Es Gethzerion. Estaba segura de que me había reconocido...

La joven tragó una honda bocanada de aire e intentó tranquilizarse.

Luke se había quedado inmóvil con los ojos clavados en las puertas del ascensor, y de repente sintió como si estuviera flotando en el aire a gran altura contemplando la superficie de Dathomir que se extendía por debajo de él..., y todo el planeta se había vuelto negro. Todo estaba congelado, y no había ni pizca de vida. Todo y todos habían muerto. Cerró los ojos e intentó descansar un momento pensando que quizá la fatiga estaba empezando a afectarle la visión, pero la negrura seguía allí, y Luke se sintió invadido por una sensación de premura y desesperación tan intensa que resultaba casi insoportable. Contempló la negrura y la reconoció como lo que era en realidad: estaba ante una visión del futuro.

—¿Qué pasa? —preguntó Leia volviéndose hacia Luke—. ¿Qué te está ocurriendo?

—No podemos irnos —dijo Luke, y las palabras eran como partículas de tierra seca en su boca—. Aún no podemos irnos de este mundo..., no de esta manera.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Isolder.

—Sí, ¿qué quieres decir? —preguntó Han—. ¡Tenemos que irnos!

—No —dijo Luke desviando la mirada. Se sacó el casco y jadeó intentando recobrar el aliento—. No, no podemos... Aquí todo está mal. Hay tanta oscuridad...

Podía sentir la lenta aproximación de la oscuridad, y cómo el frío se iba infiltrando en cada fibra de sus músculos.

—Oye, vamos a conseguir unos cuantos componentes para el
Halcón
—dijo Han— y luego todos nosotros saldremos de aquí lo más deprisa posible y nos pondremos a salvo. En cuanto hayamos llegado a Coruscant podemos enviar una flota, puedes ponerte al frente de un millón de soldados... ¡Lo que sea, maldición!

—No —dijo Luke con firmeza—. No podemos marcharnos.

Estaba asustado, pero no tenía ningún plan. No podía volver en busca de las Hermanas de la Noche y atacarlas. Dada su situación actual, no podían permitirse el lujo de un enfrentamiento.

—Escucha a Han —dijo Isolder—. ¡Estas personas llevan años atrapadas aquí! No necesitan que nos convirtamos en mártires esta noche sacrificándonos inútilmente por ellos... Aguantarán hasta que podamos volver a rescatarles.

Una pálida luz de certidumbre pareció surgir de la nada dentro de Luke y recorrer todo su ser, y el Jedi se volvió hacia Isolder y su mirada escrutó rápidamente los rostros de todos sus compañeros.

—No, no pueden —dijo—. Esperad un poco y lo veréis. Los poderes de la oscuridad se están reuniendo, creedme... Isolder, dijiste que tu flota llegará dentro de seis días. ¡Pero si no los detenemos antes, este mundo quedará destruido!

Han meneó la cabeza con expresión dubitativa.

—Eh, chico, no me hagas la faena de enloquecer precisamente ahora, ¿de acuerdo? —dijo—. Ya sé que estás sometido a una gran presión. Tienes unos cuantos problemas y lo entiendo, de veras, pero si sigues hablando de esa manera y asustando a los demás, entonces me temo que tendré que administrarte un anestésico de puños.

Luke podía sentir el nerviosismo de Han. No quería que Luke trastornase a los otros, y quizá tenía razón. El ascensor tembló al llegar al fondo del pozo, y Luke presionó una placa. Las puertas se abrieron con un siseo, pero Luke seguía estando vuelto de espaldas a ellas.

—Adelante, Han —dijo, moviendo una mano hacia la inmensa cámara de almacenamiento que había detrás de él sin molestarse en volverse—. Aquí está lo que quieres.

Luke se volvió para ver tres docenas de naves averiadas: tres transportes imperiales casi totalmente destruidos, una docena de cazas TIE cuyos cascos estaban medio derretidos, partes de aerodeslizadores que ya no funcionaban... Han contempló los vehículos y dejó escapar un jadeo ahogado de sorpresa. En el centro del chatarrero, con focos brillando debajo de él, había un caza TIE casi terminado de montar y un carguero ligero que era prácticamente idéntico al
Halcón Milenario.
La mayor parte de las protuberancias sensoras de la parte delantera estaban pintadas de un color anaranjado óxido, y el casco era de un color verde aceituna oscuro y los impulsores traseros de la tonalidad azul celeste que tanto habían empleado los piratas. Las señales de soldadura mostraban los lugares en los que habían sido unidos los componentes de las tres naves.

—¡Casi han conseguido construir una nave! —exclamó Han mientras se quitaba el casco para verla mejor—. Parece que todo lo que necesitan ahora es unas cuantas células más para los impulsores sublumínicos.

—No creo que podamos tener tanta suerte —dijo Leia.

—Eh, esos viejos cargueros ligeros de Corellia estuvieron entre los modelos más populares de la galaxia de su época —dijo Han—, y a pesar del tiempo que ha transcurrido desde entonces todavía no se puede encontrar una nave que aguante más tiempo en funcionamiento.

Isolder se quitó el casco y tragó una gran bocanada de aire fresco.

—Supongo que querrás decir que no se puede encontrar una nave más difícil de maniobrar y con más exceso de peso —dijo.

—Es lo mismo —replicó Han.

Han avanzó hacia una angosta rampa que llevaba a la nave.

—¡Espera! —exclamó Leia.

Han se detuvo, y Leia contempló el astillero con suspicacia.

—Todas estas piezas de equipo son bastante valiosas —dijo—. Y están aquí, bien iluminadas y en un nivel subterráneo... ¿No te parece un poco extraño que no estén vigiladas?

—¿Quién necesita centinelas? —replicó Han—. Estas naves no pueden volar, y además ya viste a las tropas alejándose de la prisión. Esta noche andan un poco escasos de personal.

—¿Y qué hay de las alarmas? —preguntó Luke. Cogió sus macrobinoculares, ajustó los diales y examinó la sala—. No veo ninguna alarma láser, pero podría haber cualquier otra cosa desde detectores de movimiento a trazadores de campo magnético, y ni siquiera sabríamos en qué parte de este montón de chatarra debíamos empezar a buscar.

—Bueno, ¿y qué quieres que hagamos? ¿Quieres que nos quedemos quietecitos? —preguntó Han—. Tenemos que echar un vistazo a esa nave.

—Supongo que tiene razón —dijo Leia poniendo una mano sobre el hombro de Luke.

Han y los demás avanzaron cautelosamente hacia la nave sin dejar de observar el suelo y los montones de chatarra que les rodeaban. Las escotillas del carguero corelliano estaban cerradas, y Han se detuvo un momento junto a ellas para examinar el teclado de acceso.

—Si quisiera proteger esta nave, pondría la alarma aquí mismo —dijo—. Si alguien teclea la secuencia equivocada... ¡Bzzzzt, la alarma se dispara al momento!

—¿Y cuál es la secuencia correcta? —preguntó Teneniel.

Luke puso la mano sobre el teclado, pero hacía mucho tiempo que nadie lo tocaba y no pudo percibir la secuencia.

—No lo sé —dijo Han mientras estudiaba los caracteres—. Cada capitán tiene su propio código, pero naturalmente las autoridades portuarias disponen de un código de borrado y acceso superior que depende de qué sistemas hayas registrado al llegar. Mirad, ésas son las licencias... —Señaló una columna de caracteres. Algunos de los signos alienígenas eran diminutos y se curvaban delicadamente y otros eran pictogramas, en tanto que otros eran mucho más grandes y tendían a ser cuadrados y dar la impresión de haber sido trazados casi a cuchilladas, como si hubieran sido concebidos por una raza de guerreros—. No tengo ni idea de quién pudo ser el capitán de esta nave, pero fuera quien fuese hizo muchos viajes por los sistemas de Chokan, Viridia y Zi'Dek. En los tiempos de la Vieja República yo conocía unos cuantos códigos de acceso portuario, pero este tipo trabajaba para los imperiales. Cambiaron todos los códigos... Maldición, ojalá hubiera dedicado algunos años más de mi vida a la piratería.

Isolder fue hacia la nave y tecleó el código quince-cerotres-once. Las escotillas empezaron a abrirse.

—Código de la autoridad portuaria imperial de Chokan —dijo sonriendo.

Han le miró con asombro.

—¿Recorriste el sistema de Chokan? —preguntó—. ¿Incluso con esa plaga tan asquerosa?

Isolder se encogió de hombros.

—Conocía a una chica de ese sistema.

—Debía de ser una chica muy atractiva —dijo Leia.

Han se apresuró a entrar en la nave.

—Voy a hacer un diagnóstico general de sistemas para asegurarme de que vale la pena que robemos esos componentes —dijo—. Isolder, tú y Leia buscad unas cuantas palancas y arrancad la ventanilla de los sensores. Después quiero que bajéis a la bodega y que empecéis a sacar los generadores de sus monturas. Luke, ve a buscar un par de barriles para que podamos llevarnos el refrigerante.

Luke se quedó unos momentos con Teneniel mientras los demás entraban en la nave y le acarició el hombro. Su rostro estaba muy tenso.

—Esto va a exigirnos algún tiempo —le dijo—. Mantén los ojos bien abiertos.

Isolder y Leia sacaron unas cuantas herramientas de la nave y arrancaron la ventanilla de los sensores. Luke fue hasta una pared junto a la que había hileras de enormes recipientes metálicos, seleccionó un barril y lo llevó rodando a través de la sala. Teneniel murmuró algunos hechizos para agudizar sus sentidos al máximo, pero descubrió que no le servían de nada. Una parte de su subconsciente ya se las había arreglado para entrar en contacto con la Fuerza, y sus sentidos agudizados le permitían oír cada tintineo de las herramientas y cada golpe ahogado, el murmullo lleno de excitación y deleite de Han cuando dijo «¡Premio!» al terminar el diagnóstico en la cabina, y los
pings
que creaban ecos en el suelo a medida que Luke iba aplastando pequeñas partículas de tierra y arena al hacer rodar el barril. Luke entró en el carguero, y empezó a accionar una bomba de mano para transferir el líquido refrigerante al barril, lanzando gruñidos de esfuerzo mientras trabajaba. Isolder y Leia transportaron la ventanilla al interior de la nave y encendieron unos sopletes para cortar los remaches congelados. Las llamas sisearon y chirriaron abriéndose paso a través del metal.

Teneniel se alejó un poco de la nave para poder oír con más claridad sin tantos ruidos de fondo, y deseó tener un rifle desintegrador en la mano para poder sentirse un poco menos inquieta y mejor armada. Había tantos restos de naves espaciales en la sala que tenía la sensación de hallarse en una caverna rocosa, y estando en el suelo no se podía ver gran cosa.

Decidió trepar por el flanco de un transporte que ya era más escoria fundida que una nave. Fue hasta allí y encontró un asidero.

El olor acre del metal en proceso de oxidación se introdujo en sus fosas nasales. Teneniel encontró una protuberancia metálica medio derretida, se agarró a ella y empezó a subir mientras pensaba que hubiese podido jurar que acababa de oír una palabra murmurada y un susurro de tela.

Recorrió la sala con la mirada. La única luz era la procedente de los focos colocados en la base de las dos naves a medio reparar, y había un gran número de sombras muy oscuras. Los techos eran tan altos que producían débiles ecos del ruido que hacían Han y los demás mientras trabajaban. Teneniel avanzó rápida y sigilosamente hasta la parte superior de la nave y se sentó para poder vigilar el depósito de chatarra. Su nueva posición le permitía verlo todo: el área de almacenamiento, los ascensores, una puerta detrás de la cual había una escalera en la pared sur... En el extremo norte de la sala había una abertura rectangular que daba al exterior. La luz de la luna convertía la abertura en una masa de claridad plateada. La oscuridad, las sensaciones extrañas y vagamente aterradoras que parecían impregnar aquel lugar, los ecos apagados y la abertura que llevaba al exterior invadieron la mente de Teneniel. Aquel lugar le recordaba tanto a la sala de las guerreras en la que había entrado después de la muerte de su madre...

Estaba sintiendo aquel mismo ahogo, el mismo vacío que amenazaba con engullirlo todo. Volvió la mirada hacia las sombras que se acumulaban en una esquina de la sala y creyó distinguir movimientos, siluetas oscuras que corrían entre las sombras. Clavó los ojos en aquel punto, pero no pudo ver nada.

Empezó a canturrear en voz baja un hechizo de detección, y un dardo de miedo helado la atravesó de parte a parte. Podía sentir su presencia allí. Estaban cerca, ocultas en la oscuridad, y se iban aproximando cada vez más para acabar con ellos.

Teneniel volvió a recorrer la sala con la mirada forzando sus sentidos al máximo sin ningún resultado. Era como si empezara a tener problemas de visión. Podía sentir una presión fría sobre sus ojos y un extraño taponamiento en los oídos, e intentó eliminarlos frotándose la cara con las manos.

Y la vista se le aclaró de repente. Baritha estaba inmóvil junto al montón de chatarra, con tres Hermanas de la Noche a su lado. Una de las mujeres empezó a canturrear, alzó el pulgar y el índice ante ella y los fue uniendo lentamente como si quisiera pellizcar algo que no estaba allí. Unos dedos invisibles rodearon la garganta de Teneniel y empezaron a estrangularla.

—¡Bienvenida, hermana Teneniel! —dijo Baritha—. Bien, preparamos una trampa, ¡y mirad lo que ha caído en ella! ¿Qué ha ocurrido? ¿Es que acabaste hartándote de esconderte en las montañas?

Teneniel jadeó intentando recobrar el aliento y descubrió que se estaba debatiendo frenéticamente. Los oídos le silbaban y vibraban, y los pulmones le ardían. Intentó cantar un contrahechizo, pero no podía conseguir el aire suficiente.

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