El Cortejo de la Princesa Leia (12 page)

El holovídeo llegó a su fin, y un androide locutor inició su comentario. Luke apagó el holovisor, se recostó en un sillón de grueso respaldo y juntó las manos sobre su regazo. El linaje de Han se había ido degradando desde la realeza hasta una jefatura del crimen organizado en sólo un par de generaciones. No tenía nada de extraño que Han hubiera ocultado su linaje, hubiera dado la espalda al Consejo de Alderaan y hubiera salido del auditorio a toda prisa antes de que su secreto fuera revelado. ¡Pobre Han!

Capítulo 7

Aquella tarde Isolder y Leía dieron un paseo por un bosquecillo de los jardines botánicos de Coruscant, una gran extensión de verdor donde florecían especies vegetales de centenares de miles de mundos de la Nueva República. Leia estaba enseñando a Isolder los bosques oro de Alderaan, donde los gráciles árboles de esbeltos troncos subían hacia el cielo hasta alcanzar más de un centenar de metros de altura, y en los que hasta el último centímetro cuadrado de corteza de los árboles estaba cubierto por colonias de liqúenes iridiscentes que brillaban y relucían con tonos cinabrio, violeta y amarillo, haciendo pensar en una profusión de arco iris. Los blancos cuerpos de los pájaros cairoka revoloteaban velozmente de una rama a otra, y gamos diminutos color rojo fuerte cruzado por franjas doradas pastaban entre la espesura. En Alderaan los bosques oro eran muy escasos y sólo podían encontrarse en una docena de islitas, y Leia sólo había estado en ellos una vez cuando era pequeña; pero el ver que un pequeño fragmento de su mundo natal seguía vivo y prosperaba llenó de alegría su corazón.

Isolder caminaba junto a ella, e iban cogidos de la mano.

—Hablé con mi madre por holovisión —le dijo—. Le complació que planearas venir a hacernos una visita. Va a traer su propio vehículo personal para llevarte a Hapes.

—¿Vehículo? —preguntó Leia, un poco extrañada ante la palabra que había escogido emplear Isolder—. ¿Quieres decir que va a traer su nave particular?

—En este caso, creo que la palabra «vehículo» resulta más apropiada —dijo Isolder—. Tiene miles de años de antigüedad, y su diseño es bastante excéntrico; pero de todas maneras estoy seguro de que te gustará.

Los bosques estaban sumidos en el silencio más absoluto. Las guardaespaldas de Isolder se habían dispersado entre los árboles con la única excepción de Astarta, que caminaba detrás de ellos.

Leia sonrió y se detuvo para oler la fragancia de una flor violeta con el cáliz en forma de trompeta. Aquella flor no había sido muy común en las llanuras de su mundo natal, y emitía un perfume un poco acre.

—Es una aralute —dijo—. Las leyendas afirmaban que si una recién casada encontraba una creciendo en su jardín, eso era señal de que pronto tendría un bebé. Naturalmente, la madre y las hermanas de la chica siempre plantaban una aralute en el jardín de los recién casados después de la boda, y tenían que hacerlo de noche, claro está. Se consideraba de muy mala suerte que les sorprendieran haciéndolo... —Isolder sonrió y rozó la flor con los dedos—. Cuando se seca —siguió diciendo Leia—, los pétalos se curvan hacia dentro y las semillas quedan atrapadas dentro de la flor. Entonces las madres dan las flores secas a sus pequeños para que las utilicen como sonajeros.

—Qué encantador —dijo Isolder, y suspiró—. Es terrible saber que todo eso ha desaparecido, que fue destruido... Sólo queda lo que hay ahora en Coruscant.

—Cuando nuestros refugiados encuentren un nuevo hogar, planeamos llevarnos unos cuantos especímenes con nosotros y establecer otro jardín en un nuevo mundo —dijo Leia.

El campanilleo del comunicador sonó de repente, y Leia lo activó de mala gana.

—Leia, aquí Threkin Horm. ¡Tengo grandes noticias! ¡La Nueva República ha cancelado tu misión al sistema de Roche!

—¿Qué? —exclamó Leia, perpleja. Nunca había sido retirada de una misión—. ¿Cómo es posible que...?

—Parece ser que las relaciones entre los verpines y los barabels se están desintegrando bastante más deprisa de lo que preveíamos —respondió Threkin—. Mon Mothma ha aumentado el nivel de intervención con la esperanza de poder evitar una guerra. El general Han Solo se pondrá al mando de una flotilla de Destructores Estelares e irá al sistema de Roche para proteger a los verpines hasta que la crisis se haya solucionado. Mientras tanto, Mon Mothma se encargará personalmente de todo lo referente a la crisis junto con un equipo de sus asesores de mayor confianza.

—¿De qué crisis me hablas? —preguntó Leia.

—Unos agentes de aduanas abordaron una nave mercante de los barabels esta mañana, cerca del sistema de Roche, y encontraron todo lo que nos temíamos.

Leia sintió que se le revolvía el estómago al pensar en las hileras de congeladores llenos de verpines despedazados, trozos de cuerpos helados en las profundidades del espacio. Leia había hecho repetidos intentos de superar sus prejuicios, pero cuanto más trataba con especies de reptiles carnívoros, más esperaba acabar encontrándose con atrocidades de ese estilo. Aun así, se dijo que no se podía juzgar a toda una especie por los actos de unos cuantos individuos.

—¿Y qué hay de Mon Mothma? ¿No necesitará mi ayuda?

—Tanto ella como yo opinamos que hay..., que hay formas mejores en las que puedes servir a la Nueva República —dijo Threkin—. Mon Mothma te ha relevado temporalmente de tus deberes durante los próximos ocho meses estándar. Confío en que sabrás sacar el máximo provecho posible a ese tiempo. —El tono de su voz indicaba con toda claridad cuáles eran los deseos de Threkin, pero a pesar de ello el viejo consejero decidió expresarlos con palabras—. Puedes partir hacia Hapes en cuanto estés lista, y esperamos que sea lo más pronto posible.

La imagen de Threkin desapareció de la pantallita del comunicador de Leia. Isolder le apretó la mano. Leia pensó en lo que acababa de oír, y comprendió que no tenía ningún argumento que oponer a Horm. Los verpines estarían mucho mejor con una flota de la Nueva República a su lado, y Leia se había sentido un poco abrumada por la misión desde el primer momento. Poseía grandes dotes de asesora diplomática, pero los barabels nunca se dejaban impresionar por discursos conmovedores o argumentaciones sólidas y bien construidas. Los barabels habían evolucionado como una comunidad de depredadores dominada por un líder de la jauría, y respetarían a Mon Mothma por haber decidido encargarse personalmente del asunto. El simple hecho de que la «líder de la jauría» de toda la Nueva República tomara parte en la refriega desorientaría a los barabels, y les obligaría a reagruparse y a reflexionar con más detenimiento en la situación a la que se enfrentaban.

De hecho, apenas pensó un poco en ello, Leia comprendió que Mon Mothma no necesitaba su ayuda para nada. Leia había sentido una gran curiosidad y había intentado comprender qué motivos podían existir para permitir que una madre de colmena verpine se comportase como un animal salvaje, y la consecuencia de todo ello era que había estado planeando enfrentarse al problema desde un ángulo equivocado. Lo que tendría que haber hecho desde el principio era concentrar su atención en los barabels.

Quizá lo único que no tenía mucho sentido era la decisión de enviar una flota de la Nueva República al sistema de Roche. Los verpines podía proteger sus colmenas. Dada su capacidad para comunicarse mediante las ondas de radio, el hecho de que sus colonias habían sido construidas en un cinturón de asteroides no navegable (al menos por pilotos humanos) y el estilo de ataque en formación de enjambre con bombarderos de alta velocidad que empleaban, no cabía duda de que los verpines podían llegar a ser un enemigo realmente formidable.

Isolder se le acercó un poco más.

—¿Por que frunces el ceño, pequeña?

—Oh, estaba pensando en algo.

—No, estás preocupada —dijo Isolder—. ¿No crees que Mon Mothma tenga controlada la situación, quizá?

—Creo que la tiene demasiado controlada —dijo Leia, y alzó la mirada hacia los mares tempestuosos de sus ojos grises.

—Todavía no estás preparada para marcharte, ¿verdad? —le preguntó Isolder. Leia abrió la boca para responder, pero Isolder se le adelantó—. No, no... Está bien, no importa —siguió diciendo—. Dejar todo esto —y movió una mano señalando los bosques oro que se alzaban a su alrededor— supondrá un gran paso para ti. Sentirás como si lo estuvieras abandonando para siempre..., y si así lo decides, quizá acabes dejando estos mundos y esta vida para no volver nunca.

Le cogió las manos y Leia sonrió melancólicamente.

—Tómate unos cuantos días —dijo Isolder—. Pasa algún tiempo con tus amigos. Despídete de ellos, si crees que es lo que debes hacer... Lo comprendo. Y si eso te hace sentir un poco mejor, entonces limítate a repetir lo que dijiste en la reunión del Consejo de Alderaan. Vas a Hapes de visita, y nada más. No hay ninguna obligación oculta, ningún compromiso con el que debas cargar...

Las palabras de Isolder se deslizaron sobre ella como una inmensa ola de agua cálida e hicieron que Leia se sintiera mucho más animada.

—Oh, Isolder, gracias por ser tan comprensivo... —Se apoyó en su pecho, y el príncipe la rodeó con sus brazos.

Durante un momento Leia sintió la tentación de añadir «Te amo», pero sabía que era demasiado pronto para pronunciar aquellas palabras y que el hacerlo significaría comprometerse de una manera irreparable.

—Te amo —murmuró Isolder en su oído.

Han Solo estaba sentado delante de la consola de mandos del
Halcón Milenario
practicando maniobras evasivas a través de un basurero espacial lleno de escombros y desperdicios situado junto a la luna más pequeña de Coruscant. Llevar a cabo comprobaciones de todos los sistemas de vuelo de la nave mediante el ordenador era una cosa, pero Han había decidido ya hacía mucho tiempo que sólo una prueba en condiciones reales podía proporcionar la auténtica seguridad de que todo iba bien.

Volar a través de un basurero espacial resultaba muy parecido a abrirse paso por un campo de asteroides, con la única diferencia de que los desperdicios acumulados en un basurero tendían a ser casi todos de metales pesados, lo que lo diferenciaba de aquellos encantadores y blandos asteroides carbonáceos. Encontrar un camino por entre los desperdicios parecía tranquilizar a Han y relajarle poco a poco. Pasó por debajo del ala estabilizadora de un caza TIE medio destrozado que giraba lentamente sobre sí mismo, y después se fue acercando al esqueleto metálico en que se había convertido el casco de un viejo Destructor Estelar de la clase Victoria, destripado ya hacía mucho tiempo para volver a utilizar todos los componentes y piezas que aún estuvieran en condiciones de ser aprovechados.

«Justo lo que quiero», pensó. A bordo del
Halcón
había instalados algunos sistemas que era sencillamente imposible poner a prueba en una zona de espacio no hostil, y Han no esperaba encontrar ningún amigo en el lugar al que se dirigía. Redujo la velocidad para igualarla con la del Destructor Estelar, enfiló el morro del
Halcón
hacia el conjunto de toberas principales que en tiempos habían alojado el generador de turboimpulso, y después fue haciendo descender cautelosamente al
Halcón Milenario.

Han conectó su Transductor Imperial FRI modificado y tecleó la opción número catorce. Las señales de radio de su nave rebotaron en el blindaje metálico de la cámara de fisión, y los indicadores de proximidad de Han aullaron advirtiéndole de la proximidad de naves de pasajeros Incom Y-4 enemigas que se acercaban desde todas las direcciones, y sus imágenes de un gris azulado destellaron en el holograma. Han había obtenido el código del transductor de un transporte militar asignado a las fuerzas de marines de Zsinj. El transporte llevaba a un equipo de doce hombres de los Devastadores de Zsinj, una organización de fuerzas especiales que se suponía tenía como misión averiguar todo lo posible sobre los sistemas de defensa planetarios, infiltrarse en los planetas y destruir los sistemas defensivos desde el interior; pero que también estaba adquiriendo una reputación como brazo armado de la policía secreta de Zsinj. Ya había muchos mundos gobernados por los Devastadores de Zsinj.

Han ya sabía que la nueva señal de su transductor identificaría el
Halcón
como una de las naves de Zsinj, y activó sus generadores de interferencias..., y los sensores quedaron inundados por tal cantidad de estática y ruido general de tráfico que las naves fantasma desaparecieron al instante del holograma. Han sonrió. Tanto el nuevo transductor como los generadores de interferencias de alta potencia funcionaban a la perfección, y los dos sistemas le serían muy útiles cuando se encontrara en espacio hostil.

Ya había terminado con las comprobaciones del equipo, por lo que conectó los motores sublumínicos y fue maniobrando cautelosamente para sacar el
Halcón
de las entrañas oxidadas del viejo destructor. El circuito auditivo recibió la llamada que Han había estado esperando mientras la nave avanzaba por entre los desperdicios y la basura espacial.

—Me he enterado de que esta noche partirá con una flota hacia el sistema de Roche, general Solo —dijo Leia.

—Sí, eso es lo que me han dicho —replicó Han.

—Lamentaré que se marche. Tenía la esperanza de que podríamos estar juntos durante unas horas antes de que se fuera.

¿Una flota? ¿Leia creía que estaba al mando de una flota? Un Destructor Estelar difícilmente podía ser considerado una flota, ¿no? Han sabía quién se encontraba detrás de las órdenes, y sabía quién le había apuñalado por la espalda. Todo era obra de Threkin Horm. Han había subestimado al gordo, y el resultado de su error era que planeaban enviarle lejos, muy lejos para que Leia se olvidara de él.

—Sí —dijo Han—. Sería muy agradable, pero en estos momentos me encuentro bastante ocupado... Tengo algunos asuntos que resolver. No puedo bajar al planeta. A lo mejor... Oye, ¿podría reunirme contigo a las quince horas a bordo del
Sueño Rebelde?
Quizá podríamos charlar un rato, ir a tomar una copa...

—Parece una buena idea. Te veré a esa hora.

Leia cortó la comunicación.

Han echó un vistazo al cronómetro de la consola. Se suponía que Chewbacca y Cetrespeó debían reunirse con él a bordo del
Halcón Milenario
a las diecisiete horas. El tiempo se estaba agotando.

Cuando se presentó ante la puerta de Leia, Han sonreía pero parecía cansado. Dio un rápido abrazo a Leia, y fue por el pasillo que llevaba hasta sus habitaciones sin dejar de lanzar miradas nerviosas a su alrededor. Leia retrocedió un poco para poder verle mejor. Han tenía el cabello revuelto, y los ojos llenos de fatiga. Parecía muy abatido y preocupado.

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