El Cortejo de la Princesa Leia (14 page)

—¡Déjame salir de aquí ahora mismo, Han Solo! —gritó.

Sintió que el objeto que sostenía en la mano vibraba y emitía una especie de siseo. Leia se lo acercó a la oreja. «¡Oh, estupendo! Un intercambiador de aire... Bueno, al menos no quería que me asfixiara.» Sacudió el intercambiador, y escuchó los chasquidos y crujidos que brotaban de las muy atareadas entrañas del aparato.

—Bien, Solo, ya es suficiente... ¡Sácame de aquí! ¡Ésta no es forma de tratar a una princesa!

Volvió a golpear el techo del compartimento y siguió golpeándolo, pero no obtuvo ninguna respuesta.

El aire empezó a calentarse, y Leia se preguntó si Han podía oírla. ¿Y si el ruido de fondo estaba ahogando sus gritos? Se recostó al lado del núcleo de energía Quadex, la fuente de energía principal de la nave, y pudo oír los silbidos que brotaban de las cañerías que había encima de su cabeza cada vez que el líquido refrigerante se dirigía hacia el núcleo en un ciclo de varios segundos de duración que se repetía continuamente. Los compartimentos no eran muy grandes, pero trazaban un círculo alrededor de un tercio del interior de la nave yendo desde la rampa de entrada y pasando por encima del pasillo de la cabina para curvarse alrededor de las literas del pasaje. Leia cerró los ojos y empezó a pensar. Han y Chewie solían dormir junto al puesto de control técnico, al lado de la sala de reposo. Había una pared separándola del puesto de control técnico, pero si Han estuviese allí tendría que haber oído sus golpes. Cabía la posibilidad de que siguiera en la cabina, a unos siete u ocho metros de distancia. Si se encontraban en la cabina y la puerta del mamparo estaba cerrada, Han o Chewie no podrían oír sus gritos y golpes.

Y se le estaba empezando a acabar el aire. Leia cogió el intercambiador de aire averiado y volvió a golpear el techo con más fuerza que antes, pero resistió el impulso de gritar por miedo a que eso hiciese que se le acabara el oxígeno todavía más deprisa. Pasados unos minutos los brazos ya le ardían de fatiga, y Leia dejó de golpear el techo y descansó un poco. Sentía deseos de llorar. Han sabía que Leia no confiaba demasiado en aquel rompecabezas metálico que había montado con piezas y componentes sacados de vertederos olvidados y especialistas en saldos. Oh, no cabía duda de que el
Halcón
era una nave rápida y bien armada, pero siempre se estaba cayendo a pedazos por un sitio u otro. Han tenía tres cerebros androide a cargo del control y mantenimiento de todos sus sistemas modificados e improvisados, y Leia estaba segura de que todos sus problemas técnicos no podían producirse por puro accidente. Han decía que los cerebros no se llevaban muy bien entre sí y que tenían pequeños problemas de coordinación, pero la única respuesta lógica era que cada cerebro androide debía estar saboteando los sistemas de los otros. Algún día uno de ellos haría algo realmente grave, y toda la nave volaría en pedazos. Era una mera cuestión de tiempo. Leia volvió a golpear el techo.

La escotilla que había sobre su cabeza se abrió unos centímetros. Chewbacca gruñó.

—¿Qué quieres decir con eso de que el sonido no puede proceder de aquí? —preguntó Cetrespeó. Su voz quedaba un poco ahogada por la escotilla—. Estoy seguro de que he oído golpes justo aquí debajo. ¡Oh, nunca entenderé por qué no tiráis este montón de desperdicios espaciales al cubo de la basura!

La escotilla se abrió del todo y Chewie y Cetrespeó se inclinaron sobre el compartimento. Chewie se sorprendió tanto que faltó poco para que se le salieran los ojos de las órbitas, y Cetrespeó retrocedió tambaleándose. Después Chewie lanzó un aullido.

—Princesa Leia Organa... ¿Por qué se ha escondido ahí? —preguntó Cetrespeó.

—He venido a matar a Han —respondió Leia— y no había otra forma de introducirme en la nave sin ser detectada. ¿Qué crees que estoy haciendo aquí, retrasado mental de cerebro turboenergético? ¡Han me secuestró!

—¡Oh, vaya! —murmuró Cetrespeó.

El androide y Chewie se miraron el uno al otro, y después se apresuraron a ayudarla a salir del compartimento.

Leia se levantó sintiéndose un poco mareada, y Chewbacca fue a la cabina. Sus pupilas ardían con un gélido brillo metálico, y tenía el vello de la nuca erizado. Dejó escapar un gruñido amenazador, y durante un momento Leia estuvo segura de que Chewie actuaría a la manera típica de los wookies y le arrancaría los brazos a Han. Chewie siguió avanzando hacia la cabina, y Leia echó a correr detrás de él gritándole que esperase un momento.

Han estaba sentado en el sillón del capitán y sus dedos volaban sobre los paneles de instrumentos. Las estrellas aparecían en las pantallas bajo la forma de una continua oleada blanca, lo que significaba que estaban avanzando por el hiperespacio a la velocidad máxima del
Halcón,
un 0,6 por encima de la velocidad de la luz. Chewie gruñó, y Han no se volvió hacia ellos.

—Bueno, ¿ya has averiguado qué eran esos golpes? —preguntó Han.

—¡Puedes apostar a que sí! —dijo Leia.

—¡Sugiero que devuelva inmediatamente a la princesa antes de que todos acabemos entre rejas! —gritó Cetrespeó detrás de ella. Han se volvió hacia ellos sin inmutarse, haciendo girar lentamente su sillón de pilotaje, y se puso las manos detrás de la cabeza.

—Me temo que aún no podemos volver —dijo—. Vamos hacia Dathomir, y el rumbo está fijado, así que el timón no responderá a ninguna otra orden que no sea la de seguir avanzando hacia Dathomir.

Chewbacca corrió hacia el asiento del copiloto, tecleó una secuencia de códigos, se volvió hacia Leia y lanzó un gruñido interrogativo que Cetrespeó se encargó de traducir.

—Chewbacca quiere saber si le gustaría que le diera una paliza a Han en su nombre —dijo.

Leia miró al wookie, sabiendo lo mucho que debía haberle costado formular esa pregunta. Chewbacca tenía una deuda de vida contraída con Han, y su código de honor le obligaba a proteger a Solo; pero las circunstancias actuales eran tan extremas que el wookie quizá estaba pensando que Han necesitaba un pequeño correctivo.

Han alzó una mano en un gesto de advertencia.

—Si quieres puedes pegarme, Chewie, y dudo mucho que pudiera impedírtelo —dijo—. Pero antes de que me dejes sin sentido, quiero que pienses en una cosa: se necesitan dos personas para sacar esta nave del hiperespacio, y no puedes hacerlo sin mí.

Chewie miró a Leia y se encogió de hombros.

—Te crees muy listo, ¿eh? —dijo Leia—. Crees tener todas las respuestas, ¿verdad? Chewie, mantenle aquí. Trajo una Pistola de Mando hapaniana a bordo, y voy a dispararle con ella.

Han sacó un arma de su funda y Leia enseguida vio que no era su desintegrador habitual. Era el arma hapaniana..., pero Han había destrozado el circuito del cañón.

—Lo siento, princesa. Me parece que ya no funciona.

Han dejó caer el arma al suelo.

—De acuerdo, ¿qué es lo que quieres de mí? —preguntó Leia sintiéndose derrotada.

—Siete días —contestó Han—. Quiero que pases siete días conmigo en Dathomir. Ni siquiera te estoy pidiendo el mismo tiempo del que ha dispuesto Isolder, sino meramente siete días. Después de que hayan transcurrido esos siete días..., te llevaré de regreso a Coruscant.

Leia se cruzó de brazos y golpeó nerviosamente el suelo con el pie. Después bajó la vista, se obligó a dejar quieto el pie y volvió a alzar la mirada hacia Han.

—¿Y de qué servirá eso?

—No estoy seguro, princesa, pero hace cinco meses me dijiste que me amabas y no era la primera vez que me lo decías. Antes me amabas. Lo creías, y conseguiste que yo lo creyera. Pensé que nuestro amor era algo especial, algo por lo que no me importaría morir, ¡y no voy a permitir que destruyas nuestro futuro sólo porque ha aparecido otro príncipe!

Han había empleado las palabras «otro príncipe». Leia empezó a golpear el suelo con el pie, y después tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad consciente para dejar de hacerlo.

—¿Entonces lo admites? —preguntó—. ¿Eres el rey de Corellia?

—Yo nunca he dicho eso.

Leia lanzó una rápida mirada de soslayo a Cetrespeó y después se volvió nuevamente hacia Han.

—¿Y qué pasa si ya no te amo? ¿Qué ocurrirá si realmente he cambiado de parecer?

—Las cadenas de informativos ya están informando de que te he secuestrado —dijo Han—. Empezaron a emitir la noticia justo antes de que despegáramos. Si no me amas, entonces te llevaré de vuelta cuando hayan transcurrido los siete días y cumpliré mi condena en prisión. Pero si me amas... —Han hizo una pausa—. Si me amas, entonces quiero que le digas adiós para siempre a Isolder y que te cases conmigo —y curvó el pulgar señalándose el pecho.

Leia descubrió que estaba meneando la cabeza de pura frustración.

—Nunca había conocido a nadie tan descarado y presuntuoso —dijo.

Han la miró a los ojos.

—No tengo nada que perder.

Han lo estaba arriesgando todo, tal como había hecho una y otra vez en el pasado por ella. Hacía unos años Leia había pensado que Han era osado y valeroso, y quizá un poquito imprudente. Volver a pensar en ello hizo que Leia comprendiera que la única razón de que Han le hubiese parecido imprudente era que había arriesgado su vida por ella con tanta frecuencia. Han casi parecía dispuesto a llegar al extremo de perder la vida si Leia se lo pedía. Lo que en un tiempo le había parecido un coraje inhumano, en realidad no era más que una señal de la devoción imperecedera que sentía hacia ella; y Leia descubrió que el pensar que alguien podía amarla tanto le daba miedo y le aceleraba el pulso.

—Muy bien, Han —dijo tragando saliva—. Trato hecho...

—¡Princesa Leia! —exclamó Cetrespeó con voz consternada.

—... pero espero que te guste la comida de la cárcel —añadió Leia.

Luke comprendió que había problemas en cuanto la nave bith emergió del hiperespacio en las proximidades del torbellino de rocas y restos espaciales que daba vueltas alrededor del sistema de Roche. Ya no podía sentir la presencia de Leia en ningún lugar cercano. Fue a su habitación, se puso en contacto con el embajador de la Nueva República ante los verpines mediante la radio subespacial, y sacó al anciano de la cama.

—¿Qué es tan importante como para despertarme? —preguntó secamente el embajador.

—¿Qué le ha ocurrido a la princesa Leia Organa? —preguntó Luke—. Se suponía que debía reunirme con ella aquí.

El embajador frunció el ceño.

—Fue secuestrada por el general Solo hace un par de días. Veo los noticiarios de la holovisión cuando puedo, ¡pero soy un hombre muy ocupado! No dispongo de mucho tiempo para esas tonterías. Si tan importante es para usted, siempre le queda el recurso de llamar a Coruscant.

Luke frunció el ceño. Su posición como héroe de guerra no le proporcionaba la autoridad suficiente para hacer llamadas hiperespaciales mediante la holovisión, y además una llamada no le acercaría más a Leia. Tenía que volver a Coruscant, y empezar desde cero partiendo de ahí.

—¿Tiene alguna idea de dónde podría encontrar a Han y Leia? —preguntó.

El embajador bostezó y se rascó su calva cabeza.

—¿Quién se cree que soy, el jefe del departamento de espionaje? Nadie sabe dónde están. Testigos oculares afirman haber visto a Solo en un centenar de planetas como mínimo, pero invariablemente siempre acaba resultando ser un rumor o acaban deteniendo a alguien que se le parece un poco. Lo siento, hijo, pero no puedo serle de ninguna ayuda.

El embajador cortó la comunicación, y Luke permaneció inmóvil donde estaba sintiéndose bastante perplejo. Rara vez era tratado con tanta rudeza por nadie, y mucho menos por un dignatario. Luke acabó suponiendo que el operador no había informado al embajador de quién le llamaba.

Cerró los ojos y desplegó sus sentidos forzándolos al máximo. A veces soñaba con Leia y normalmente si se encontraba en el mismo sistema estelar que él, Luke podía captar su presencia. Leia no estaba en ningún lugar de los alrededores. Luke decidió que sacaría su caza del hangar de almacenamiento y pondría rumbo a Coruscant.

Han estaba trabajando en la cocina del
Halcón
intentando preparar su cuarta cena a la luz de las velas en otros tantos días. El olor de la lengua de aric sazonada estaba empezando a impregnar la atmósfera, y Han estaba muy ocupado esparciendo un poco de pudding sobre unas conchas de cora cuando de repente el cuenco del pudding se volcó y su contenido manchó las paredes y una pernera del pantalón de Han. Chewbacca estaba de pie delante de la mirilla, y el wookie giró sobre sí mismo y se rió.

—Adelante, cerebro de pelo, ríete todo lo que quieras —dijo Han—. Pero permíteme que te diga una cosa: cuando este viaje haya llegado a su fin, Leia habrá comprendido que me ama. Por si no te has dado cuenta, sólo han pasado cuatro días y ya está empezando a mostrarse mucho más amable y cariñosa conmigo.

Chewbacca dejó escapar un gruñido despectivo.

—Tienes razón —dijo Han con voz abatida—. Hay muchas más probabilidades de que Hoth se caliente que de que Leia deje de odiarme... Y supongo que en el sitio del que vienes los rituales de apareamiento son mucho más sencillos, ¿no? Cuando te enamoras de una hembra de wookie, probablemente te limitas a darle un mordisco en el cuello y luego la arrastras hasta tu árbol; pero en el sitio del que vengo hacemos las cosas de una manera distinta. Preparamos magníficas cenas para nuestras mujeres, les decimos cosas agradables, las tratamos como a reinas...

Chewie soltó una risita burlona.

—De acuerdo, disparamos contra ellas y las llevamos a rastras hasta nuestra nave espacial —admitió Han—. Vale, quizá no soy mucho más civilizado que tú, pero lo estoy intentando. De veras, Chewie, te aseguro que lo estoy intentando...

—¡Haaaan, oh, Haaaan! —gritó Leia desde la sala-comedor—. Me estaba preguntando si por casualidad no habrías acabado de preparar el primer plato... Me está entrando mucha hambre, y ya sabes lo irritable que me pongo cuando tengo hambre.

—¡Marchando, princesa! —replicó Han con voz melosa.

Abrió la puerta del horno e intentó sacar la fuente llena de lengua de aric sazonada cogiéndola con la parte inferior de su delantal, y se quemó los dedos. Soltó un chillido y se metió los dedos en la boca, y después cogió un mitón acolchado y vació la fuente sobre una bandeja. La lengua tenía un color un poco más azulado del que habría debido tener, y Han no estaba muy seguro de si la había mantenido demasiado tiempo dentro del horno, si se trataba sencillamente de que la lengua estaba en malas condiciones, o si se le había ido la mano con el polvo de ju.

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