El Cortejo de la Princesa Leia (7 page)

—Lo sé, general Solo —dijo—. Pero le prometo que Leia acabará siendo mía. Hay mucho en juego aquí..., mucho más de lo que usted sabe.

Su cena con el príncipe Isolder ya había terminado hacía mucho rato, y Leia estaba en la cama. Había estado a punto de quedarse dormida, pero la despertó el zumbido de los motores de la nave cuando los técnicos probaron el hiperimpulsor. Las gemas arco iris de Gallinore estaban sobre su tocador envueltas en los suaves destellos de sus luces internas, y el árbol de Selab emitía un exótico olor a nuez moscada que había ido impregnando la atmósfera de la habitación. Threkin había insistido en guardar los tesoros en el camarote de Leia, pero Leia intentaba no acordarse demasiado de todas aquellas riquezas. En vez de ellas, era Isolder quien ocupaba sus pensamientos. Pensaba en la cortesía con que había tratado a Han durante la cena, en sus continuas atenciones, sus bromas y la facilidad con que reía y, finalmente, en su declaración de amor.

Leia se levantó de la cama en pleno ciclo de sueño normal. Se sentó delante de una consola de ordenador y estudió a los verpines en un intento de expulsar de su mente a Isolder. Aquella raza de insectos de gran tamaño llevaba ya mucho tiempo viajando por el espacio, y había colonizado los cinturones de asteroides de Roche antes de que surgiera la Vieja República. Los verpines habían desarrollado una forma de gobierno muy extraña. Se comunicaban mediante ondas de radio utilizando un curioso órgano de su pecho, con el resultado de que un verpine podía hablar con toda la raza en cuestión de segundos, y eso les había permitido desarrollar una especie de mente comunal. A pesar de ello, cada verpine se consideraba totalmente independiente del grupo y no estaba controlado por la colmena. Un verpine que tomara una decisión que pudiera acabar siendo considerada «equivocada» por el grupo nunca era castigado o condenado. Los actos de la madre de colmena «loca» que había saboteado los contratos con los barabels no eran percibidos como un crimen que debía ser rectificado, sino meramente como el resultado de una enfermedad que debía inspirar compasión.

Leia inspeccionó los archivos, y encontró considerables evidencias de la existencia de criminales en los libros de historia que hablaban de los verpines, y que dejaban claro que la raza de insectos había tenido sus asesinos y sus ladrones. Leia también hizo un descubrimiento muy interesante. Casi todos ellos tenían algo en común: unas antenas dañadas. Ese hecho hizo que Leia se preguntara si los verpines no habrían ido más lejos en el proceso evolutivo que llevaba al desarrollo de una mente comunal de lo que ellos mismos creían. Un verpine sin antenas estaba condenado a la soledad eterna, y no se podía llegar hasta él.

Fuera cual fuese la razón de la conducta de los verpines, los barabels estaban lo suficientemente irritados como para acabar con toda la especie, hacerla picadillo y servirla como entremeses. Leia sabía que no encontraría una respuesta hasta que llegara al sistema de Roche y se reuniera con los verpines. Probablemente no comprendería toda la verdad ni aun suponiendo que pudiera ver a la reina de colmena que había enloquecido.

Leia se frotó sus cansados ojos, pero estaba demasiado tensa para poder conciliar el sueño, y en vez de irse a acostar lo que hizo fue recorrer los largos pasillos hasta llegar a la sala de holovisión.

—Quiero hablar con Luke Skywalker —le dijo—. Debería poder localizarle en la embajada de la Nueva República en Toóla.

El operador asintió, estableció la conexión y habló con un operador de la embajada.

—Skywalker se encuentra en una zona despoblada —dijo—. Si se trata de una emergencia, podemos tenerle delante de la holopantalla dentro de una hora.

—Hágalo, por favor —dijo Leia—. Le esperaré aquí. De todas maneras no consigo dormir...

Se sentó cerca del operador y esperó a que Luke estableciera la conexión. Cuando apareció, Luke estaba en un gran edificio y llevaba un sobretodo de lana oscura. Detrás de él había una gigantesca ventana de cristal tallado. Un sol rojo pálido brillaba con fría claridad a través de la ventana, esparciendo luz alrededor de Luke y envolviéndole en lo que parecía un halo de fuego.

—¿En qué consiste la emergencia? —preguntó Luke con voz entrecortada y jadeante.

Leia se sintió repentinamente muy avergonzada, y tuvo que hacer un considerable esfuerzo para hablar. Le contó todo lo referente a Isolder, y le habló de los tesoros que se amontonaban en su habitación y de la propuesta de Hapes. Luke la escuchó sin inmutarse, y estudió su rostro en silencio durante unos momentos cuando Leia hubo terminado de hablar.

—¿Isolder te asusta? Puedo sentir tu miedo...

—Sí —dijo Leia.

—Y sientes ternura hacia él, algo que incluso podría llegar a convertirse en amor. Pero no quieres herir a Han y tampoco quieres herir al príncipe, ¿verdad?

—Sí —dijo Leia—. Oh, estoy empezando a lamentar haberte llamado para hablar de algo tan trivial.

—No, esto no es trivial —dijo Luke, y de repente sus pupilas azul claro parecieron mirar más allá de ella y centrarse en algo que se encontraba a una gran distancia—. ¿Has oído hablar alguna vez de un planeta llamado Dathomir?

—No —respondió Leia—. ¿Por qué me lo preguntas?

—No lo sé —dijo Luke—. Es una especie de presentimiento... Voy a reunirme contigo. Capto una sensación de urgencia. Debería llegar a Coruscant en cuatro días.

—Dentro de tres estaré en el sistema de Roche.

—Bien, entonces me reuniré contigo allí.

—Estupendo —dijo Leia—. Me gustaría tenerte cerca.

—Mientras tanto, tómate las cosas con calma y no te apresures —le aconsejó Luke—. Averigua cuáles son tus verdaderos sentimientos. No tienes que decidirte por uno o por otro en un día. Ah, y olvídate de las riquezas de Isolder... No te estarías casando con sus planetas, te estarías casando con él. Piensa en todo esto como lo harías si se tratara de cualquier otro hombre en vez de Isolder, ¿de acuerdo?

Leia asintió, y fue súbitamente consciente de los muchos créditos que iba a costar aquella llamada.

—Gracias —dijo—. Te veré pronto.

—Te quiero —dijo Luke, y su imagen se desvaneció.

Leia volvió a su camarote, y permaneció despierta durante mucho tiempo en la cama hasta que acabó quedándose dormida.

Las campanillas de la puerta la despertaron a primera hora de la mañana. Cuando abrió vio a Han con una planta de corola solar en las manos.

—He venido a pedirte disculpas por lo de ayer —dijo Han ofreciéndole la planta.

Las flores amarillas que brillaban al extremo de sus tallos oscuros se abrían y cerraban continuamente en lo que parecían otros tantos guiños. Leia aceptó la planta y le sonrió con ternura, y Han la besó.

—Bien, ¿qué opinas de la cena? —le preguntó.

—Me pareció magnífica —dijo Leia—. Isolder se comportó como un perfecto caballero.

—Espero que no estuviera demasiado perfecto —dijo Han, pero Leia no rió su broma—. Después de cenar fui a mi camarote y me entretuve un rato royendo mis mezquinas fantasías de celos —se apresuró a añadir.

—¿Y qué sabor tenían? —preguntó Leia.

—Oh, ya sabes... Acabé en una de las cocinas de la nave a las tantas de la madrugada buscando algo más sabroso que roer. —Leia se rió y Han le acarició la mejilla—. Ah, por fin veo esa sonrisa... Te quiero, ¿sabes?

—Lo sé.

—Me alegro —dijo Han y tragó una honda bocanada de aire—. Bien, ¿qué opinas de la cena?

—No piensas rendirte, ¿verdad? —preguntó Leia.

Han se encogió de hombros.

—Bueno, Isolder me pareció bastante agradable —respondió Leia—. He pensado invitarle a que nos acompañe hasta el sistema de Roche.

—¿Que tú qué...?

—Voy a invitarle a que se quede a bordo.

—¿Por qué?

—Porque sólo estará aquí unas semanas, y luego se irá y nunca volveré a verle, por eso.

Han empezó a menear la cabeza.

—Oye, espero que no te creyeras eso de que se enamoró locamente de ti al verte desde la lejanía —dijo alzando un poco la voz— y que luego le suplicó a su madre que le diera permiso para pedirte en matrimonio.

—¿Te molesta?

—¡Pues claro que me molesta! —gritó Han—. ¿Por qué no debería molestarme? —Su mirada se volvió pensativa y apretó los puños—. Voy a decirte una cosa, Leia: en cuanto vi a ese tipo, comprendí que su presencia significaba problemas. Hay algo muy raro en ese tipo, algo que... —Han alzó la mirada de repente, como si acabara de acordarse de que Leia estaba en la habitación—. Majestad, ese tipo es... Eh... No sé cómo decirlo, pero... Bueno, creo que ese tipo es basura.

—¿Que es...? —exclamó Leia—. ¿Estás llamando basura al príncipe de Hapes? Vamos, Han... ¡Lo único que te ocurre es que estás celoso!

—¡Tienes razón! ¡Quizá estoy celoso! —admitió Han—. Pero eso no cambia mis sentimientos. Aquí ocurre algo muy raro, Leia... No consigo librarme de la sensación de que algo anda mal. —La expresión distante y pensativa de hacía unos momentos volvió a aparecer en sus ojos—. Créeme, Alteza. He pasado la mayor parte de mi vida en las cloacas. He vivido rodeado de basura, y casi todos mis amigos se sienten muy a gusto en ella. ¡Y cuando llevas tanto tiempo entre la basura como yo, aprendes a reconocerla desde muy lejos!

Leia no entendía cómo podía estar diciéndole cosas semejantes. Primero la insultaba diciendo que le parecía sospechoso que otro hombre pudiera encontrarla atractiva, y luego insultaba a ese otro hombre llamándole «basura». Todo aquello iba contra sus creencias más enraizadas de cómo debían comportarse las personas en sus relaciones con los demás.

—¡Creo que quizá deberías llevarte esa ridicula planta tuya y dársela al príncipe junto con tus disculpas! —dijo Leia temblando de ira—. Algún día esa cabeza tan dura y esa lengua tan suelta que tienes te meterán en un lío muy serio, Han.

—¡Ah, veo que has estado escuchando demasiado a Threkin Horm! Resulta obvio que está intentando empujaros al matrimonio sea como sea... Bien, ¿sabías que tu maravilloso príncipe me ofreció un crucero de batalla recién salido del astillero si prometía largarme en él y dejaros solos? ¡Te repito que ese tipo es basura!

Leia le fulminó con la mirada, alzó una mano y agitó un dedo delante de su cara.

—Quizá... ¡Bueno, quizá deberías aceptar su oferta ahora que aún puedes obtener algún beneficio del trato!

Han retrocedió un paso. Las arrugas de su frente indicaban la frustración que sentía ante la manera en que se estaba desarrollando la conversación.

—Eh, Leia, escucha, yo... —dijo intentando disculparse—. Yo... No sé qué está pasando aquí. No estoy intentando crear dificultades, créeme... Ya sé que Isolder parece ser un buen tipo, pero... Bueno, anoche en la cocina oí hablar a la gente. Todo el mundo está hablando. En lo que a ellos concierne, es como si ya os hubierais casado. Y yo estoy aquí intentando no perderte y cuanto más me aferró a ti, más te me escurres entre los dedos.

Leia reflexionó unos momentos antes de responderle. Han estaba intentando pedirle disculpas, pero no parecía comprender que en aquellos momentos Leia encontraba increíblemente ofensivo todo lo que hacía y decía.

—Mira, no tengo ni idea del porqué la gente puede creer que me voy a casar con el príncipe —dijo por fin—. De todas maneras, puedo asegurarte que no he hecho nada para producir esa impresión en nadie, así que no les escuches y escúchame a mí. Te amo por lo que eres... ¿Lo recuerdas, Han? Eres un rebelde, un bribón, un bravucón que siempre anda metido en líos, y eso no cambiará jamás; pero creo que necesito estar a solas unos cuantos días para pensar. ¿De acuerdo?

El silencio que siguió a sus palabras fue interrumpido por el tintineo del comunicador. Leia fue hacia la pequeña unidad holográfica que había en un rincón de la estancia y la conectó.

—¿Sí?

Una imagen en miniatura de Threkin Horm apareció y se expandió en el aire delante de ella. El viejo embajador estaba recostado en un gigantesco sofá que soportaba su enorme peso, y los pliegues de grasa casi ocultaban sus ojos azul claro.

—Hemos acordado celebrar una sesión especial del Consejo de Alderaan mañana, princesa —dijo Threkin con voz jovial—. Ya me he tomado la libertad de hablar con las celebridades habituales.

—¿Una sesión especial del consejo? —preguntó Leia—. Pero ¿por qué? ¿Hay algún problema?

—¡No hay ningún problema! —exclamó Threkin—. Todo el mundo se ha enterado de la buena noticia... Me refiero a la petición de mano de Hapes, naturalmente. El matrimonio de la princesa de Alderaan con una de las familias más ricas de la galaxia afectará a todos los refugiados, y hemos pensado que sería preferible convocar al consejo para poder discutir los detalles de vuestro inminente matrimonio.

—Muchas gracias —replicó Leia con irritación—. Puede tener la seguridad de que asistiré a la reunión.

Pulsó el botón que cortaba la conexión con una mueca desdeñosa. Han le lanzó una mirada cargada de sobrentendidos, giró sobre sí mismo y salió de la habitación hecho una furia.

Han se detuvo en uno de los pasillos del
Sueño Rebelde,
una extensión de blancura tan limpia que parecía desinfectada, se apoyó en una pared y consideró las opciones que le quedaban. Su intento de disculparse había fracasado lamentablemente, y Leia probablemente tuviera razón respecto a Isolder. El príncipe parecía un buen tipo, y las preocupaciones de Han probablemente sólo fueran fruto de los celos.

Y sin embargo Han había visto brillar el anhelo en los ojos de Leia cuando le había hablado de los hermosos y tranquilos mundos de Hapes, y además Isolder tenía razón. Aun suponiendo que Han consiguiera que Leia fuera suya, ¿qué podía darle en realidad? La clase de riqueza que ofrecían los hapanianos no, desde luego... Si Han convencía a Leia de que se casara con él, los refugiados de Alderaan acabarían saliendo muy perjudicados, y Threkin Horm siempre estaba allí para susurrar al oído de Leia recordándole ese hecho a cada momento. La lealtad de Leia hacia su pueblo no conocía límites.

Han soltó una risita ahogada. Leia le había dicho que necesitaba estar a solas unos cuantos días para poder pensar. Oh, sí, Han ya había oído esas mismas palabras con anterioridad, y unos cuantos días después siempre eran seguidas por un adiós y el cariñoso deseo de que todo te fuera bien en la vida.

Sólo se le ocurría una manera de poder igualar la oferta de riquezas hecha por Isolder, pero sólo pensar en ello le aceleraba el pulso y hacía que se le secara la boca. Descolgó el comunicador portátil de su cinturón, tecleó un número y se puso en contacto con un viejo conocido. La imagen de un hutt inmenso de piel marrón y aspecto gomoso apareció en la pantalla, y sus oscuros ojos enturbiados por las drogas se clavaron en Han.

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