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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El Bastón Rúnico (73 page)

BOOK: El Bastón Rúnico
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La barca se dirigía ahora hacia un puerta que se extendía en las afueras de la ciudad, y cuyos muelles mostraban los mismos tonos sutiles que se observaban en los edificios.

—Es como un sueño… —murmuró Hawkmoon.

—Un sueño celestial —observó D'Averc, cuyo cinismo se había desvanecido ante aquella visión.

La pequeña barca se dirigió hacia unos escalones que se hundían en el agua, donde se reflejaban los suaves colores, y al llegar allí se detuvo.

—Supongo que será aquí donde debemos desembarcar —comentó D'Averc encogiéndose de hombros—. La barca podría habernos llevado a un lugar menos agradable.

Hawkmoon asintió con seriedad y preguntó: —¿Aún guardáis en la bolsa los anillos de Mygan, D'Averc?

—Están seguros —contestó éste llevándose la mano a la bolsa—. ¿Por qué?

—Sólo quería asegurarme de que podríamos utilizarlos en el caso de que el peligro fuera excesivo para nosotros, y no pudiéramos enfrentarnos a él con nuestras espadas.

D'Averc asintió con un gesto de comprensión y unas arrugas aparecieron en su frente.

—Resulta extraño que no se nos ocurriera utilizarlos cuando estábamos en la isla…

—Sí…, claro… —dijo Hawkmoon con expresión de asombro. Después apretó los labios con una mueca de disgusto—. Sin duda alguna, eso no fue más que el resultado de una interferencia sobrenatural sobre nuestros cerebros. ¡Cómo odio lo sobrenatural!

D'Averc se llevó un dedo a los labios y puso una expresión de burlona desaprobación. —¡Qué cosas se os ocurren en una ciudad como ésta!

—Sí… Bueno, confío en que sus habitantes sean tan agradables como su aspecto.

—Si es que hay habitantes —observó D'Averc mirando a su alrededor.

Subieron los escalones y llegaron al muelle. Los extraños edificios estaban ante ellos, y por entre los edificios se abrían amplias calles.

—Entremos en la ciudad —dijo Hawkmoon con decisión—, y descubramos por qué razón hemos sido traídos aquí. Después de eso, quizá se nos permita regresar al castillo de Brass.

Se metieron por la calle más cercana. Les pareció como si las sombras producidas por los edificios brillaran con una vida y un color propios. Desde cerca, las altas torres apenas si parecían tangibles, y cuando Hawkmoon extendió una mano para tocar la sustancia de que estaban compuestas, la sintió como algo desconocido para él. No se trataba de piedra, ni de madera; ni siquiera era de acero, ya que cedía ligeramente a la presión de sus dedos, haciéndolos hormiguear. También se sintió sorprendido por el calor que le recorrió el brazo y le inundó el cuerpo. —¡Parece más de carne que de piedra! —dijo, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

D'Averc hizo lo mismo que su amigo y también se asombró.

—En efecto…, o como si fuera vegetación de algún tipo extraño. Desde luego, parece algo orgánico…, ¡como si fuera materia viva!

Siguieron avanzando. De vez en cuando, las calles se abrían, formando plazas.

Cruzaron las plazas y eligieron cualquier otra calle, contemplando los edificios, que parecían tener una altura infinita, y que desaparecían envueltos en un halo extraño de color dorado.

Hablaban con voces apagadas, como si no se atrevieran a romper el silencio que reinaba en la gran ciudad. —¿Habéis observado que no se ven ventanas? —preguntó Hawkmoon.

—Y tampoco puertas —asintió D'Averc—. Cada vez estoy más seguro de que esta ciudad no se ha construido para el uso humano… ¡Y de que no la han construido manos humanas!

—Quizá lo han hecho seres creados por el Milenio Trágico —sugirió Hawkmoon —.

Seres como el pueblo fantasma de Soryandum.

D'Averc se limitó a hacer un gesto de asentimiento.

Ahora, por delante de ellos, las extrañas sombras parecían estrecharse más. Se metieron entre ellas, y se sintieron inundados por una gran sensación de bienestar.

Hawkmoon empezó a sonreír, a pesar de todos sus temores, y D'Averc también esbozó una sonrisa. Las sombras brillantes les rodeaban por todas partes. Hawkmoon se preguntó si aquellas sombras no serían, de hecho, los habitantes de la ciudad.

Salieron de la calle y se encontraron en una gran plaza que, por su aspecto, parecía ser el centro mismo de la ciudad. En el centro de la plaza se elevaba un edificio cilindrico que, a pesar de ser el mayor que habían visto hasta entonces, también parecía ser el más delicado. Sus paredes se movían con una luz llena de color y entonces Hawkmoon observó algo más en su base.

—Mirad, D'Averc…, ¡unos escalones que conducen a una puerta!

—Me pregunto qué debemos hacer ahora —susurró D'Averc.

—Entrar ahí, claro —replicó Hawkmoon encogiéndose de hombros—. ¿Qué tenemos que perder?

—Quizá ahí dentro descubramos la respuesta a esa pregunta —comentó su amigo sonriendo—. ¡Después de vos, duque de Colonia!

Subieron los escalones hasta llegar ante la puerta. Era relativamente pequeña, aunque tenía un tamaño humano y en el interior pudieron distinguir más sombras brillantes.

Valerosamente, Hawkmoon entró, seguido de cerca por D'Averc.

6. Jehamia Cohnahlias

Sus pies parecieron hundirse en el suelo y las sombras brillantes les rodearon por completo mientras avanzaban hacia la centelleante oscuridad de la torre.

Un dulce sonido llenaba los pasillos… Era un sonido muy suave, como una canción de cuna celestial. La música incrementó su sensación de bienestar mientras ellos se introducían más y más en aquella extraña construcción orgánica.

Y entonces, de repente, se encontraron en una pequeña habitación llena con la misma radiación, pulsante y dorada, que habían visto antes desde la barca.

Y la radiación procedía de un muchacho.

Se trataba de un muchacho joven, de aspecto oriental, con una piel suave y morena, vestido con ropas en la que se habían cosido joyas en tal cantidad que ocultaban la tela.

Les sonrió y su sonrisa fue comparable a la suave radiación que le rodeaba. Era imposible no amarle de inmediato.

—Duque Dorian Hawkmoon de Colonia —dijo con dulzura, inclinando levemente la cabeza—, y Huillam d'Averc. Os he admirado tanto por vuestras pinturas, como por vuestras construcciones, sir. —¿Estáis enterado de eso? —preguntó D'Averc atónito.

—Son excelentes. ¿Por qué no hacéis más?

D'Averc se puso a toser, desconcertado.

—Yo…, supongo que perdí la inspiración. Y luego la guerra…

—Ah, claro. El Imperio Oscuro. Ésa es la razón por la que estáis aquí.

—Así lo suponía…

—Me llamo Jehamia Cohnahlias —dijo el muchacho, que volvió a sonreír—. Y ésa es la única información directa sobre mí que puedo ofreceros, por si se os ocurriera hacerme más preguntas al respecto. Esta ciudad se llama Dnark, y a sus habitantes se les conoce en el mundo exterior como los Buenísimos. Creo que ya habéis conocido a algunos de ellos. —¿Os referís a las sombras brillantes? —preguntó Hawkmoon—. ¿Es así como los percibís? Sí…, las sombras brillantes. —¿Son seres sensibles? —siguió preguntando Hawkmoon.

—Sí, lo son. Y quizá incluso algo más que sensibles.

—Y esta ciudad, Dnark, es la legendaria ciudad del Bastón Rúnico.

—En efecto.

—Resulta extraño que todas esas leyendas sitúen su posición no en el continente de Amahrek, sino en Asiacomunista —observó D'Averc.

—Quizá no sea una coincidencia —dijo el muchacho sonriendo—. Es muy conveniente que existan esas leyendas.

—Comprendo.

Jehamia Cohnahlias sonrió serenamente.

—Me imagino que habéis venido para ver al Bastón Rúnico, ¿verdad?

—Al parecer, sí —contestó Hawkmoon, incapaz de experimentar el menor temor ante la presencia del muchacho—. Primero, el Guerrero de Negro y Oro nos dijo que viniéramos aquí, y después, cuando nos negamos, se nos presentó su hermano…, un tal Orland Fank…

—Ah, sí —sonrió Jehamia Cohnahlias—, Orland Fank. Siento un afecto especial por ese servidor particular del Bastón Rúnico. Bien, vayamos al salón del Bastón Rúnico. —Entonces, frunció ligeramente el ceño—. Pero, un momento, casi se me olvidaba. Primero querréis refrescaros un poco y encontraros con un viajero compañero vuestro. Alguien que os ha precedido hasta aquí sólo por cuestión de horas. —¿Lo conocemos?

—Creo que habéis tenido algún contacto con él en el pasado. —El muchacho casi pareció flotar al abandonar la silla donde había permanecido sentado—. Por aquí. —¿Quién podrá ser? —murmuró D'Averc dirigiéndose a Hawkmoon—. ¿A quién conocemos nosotros capaz de venir a Dnark?

7. Un viajero muy bien conocido

Siguieron a Jehemia Cohnahlias a lo largo de los tortuosos pasillos orgánicos del edificio. Ahora se sentían más ligeros, pues las sombras brillantes —los Buenísimos, según les había llamado el muchacho— se habían desvanecido. Probablemente, su tarea había consistido en ayudar a Hawkmoon y a D'Averc a llegar hasta donde estaba el muchacho.

Llegaron por fin a un salón grande en el que había una mesa larga, hecha presumiblemente de la misma sustancia que las paredes, y bancos de la misma materia.

Sobre la mesa había comida. Era relativamente sencilla y estaba compuesta sobre todo de pescado, pan y verduras.

Pero lo que más atrajo su atención fue la figura que vieron en el extremo del salón. Al verla, se llevaron automáticamente las manos a las empuñaduras de sus espadas, y en sus rostros aparecieron expresiones de encolerizado asombro.

Fue Hawkmoon el primero que logró pronunciar su nombre, con los dientes apretados. —¡Shenegar Trott!

La gruesa figura avanzó pesadamente hacia ellos. Su máscara de plata parecía ser sólo una parodia de los rasgos que ocultaba.

—Buenas tardes, caballeros. Supongo que sois Dorian Hawkmoon y Huillam d'Averc.

Hawkmoon se volvió hacia el muchacho. —¿Os dais cuenta de quién es esta criatura?

—Supongo que es un explorador procedente de Europa.

—Es el conde de Sussex…, uno de los hombres del rey Huon. ¡Ha violado a la mitad de Europa! ¡Únicamente el barón Meliadus le supera en cuanto a maldad!

—Vamos, vamos —dijo Trott con voz suave y divertida—. No empecemos por insultarnos el uno al otro. Aquí estamos en terreno neutral. Los temas de la guerra son otra cuestión. Puesto que, por el momento, no nos conciernen a nosotros, sugiero que nos comportemos de modo civilizado… y no insultemos a nuestro joven anfitrión… —¿Cómo habéis llegado a Dnark, conde Shenegar? —espetó Hawkmoon furioso.

—Por barco, duque de Colonia. Nuestro barón Kalan… a quien tengo entendido que ya conocéis… —Trott se echó a reír burlonamente, y Hawkmoon se llevó la mano, de manera automática, a la Joya Negra que Kalan le había incrustado en la frente —… inventó una nueva clase de ingenio destinado a propulsar nuestros barcos a mayor velocidad sobre el mar. Creo que se basa en la misma máquina que proporciona energía a nuestros ornitópteros, aunque es algo más complicada. Nuestro sabio rey–emperador me ha encargado la misión de viajar a Amarahk con el propósito de establecer relaciones amistosas con los poderes de aquí… —¡Querréis decir para descubrir sus puntos fuertes y débiles antes de que os lancéis al ataque! —espetó Hawkmoon—. ¡Es imposible confiar en un servidor del Imperio Oscuro!

El muchacho extendió ambas manos y una expresión de preocupación apareció en su rostro.

—Aquí, en Dnark —dijo—, sólo buscamos el equilibrio. Después de todo, ése es el objetivo y la razón de la existencia del Bastón Rúnico, que nosotros estamos aquí para proteger. Os ruego que os ahorréis las discusiones para el campo de batalla, caballeros, y que participéis juntos de la comida que os hemos preparado.

—No obstante —intervino D'Averc empleando un tono más ligero que el de Hawkmoon—, debo advertiros que Shenegar Trott no está aquí para traer paz. Vaya donde vaya, siempre lleva consigo la maldad y la destrucción. Estad preparados… porque se le considera como uno de los lores más astutos de Granbretan.

El muchacho pareció sentirse desconcertado y se limitó a hacer nuevos gestos indicando la mesa.

—Sentaos, por favor. —¿Y dónde está vuestra flota, conde Shenegar? —preguntó D'Averc al tiempo que se sentaba ante la mesa y se acercaba un plato de pescado—. ¿Flota? —replicó Trott con aire de inocencia—. Yo no he mencionado nada sobre una flota… Sólo dispongo de mi barco, anclado con su tripulación a pocos kilómetros, en las afueras de la ciudad.

—En tal caso será un barco bastante grande —murmuró Hawkmoon mordiendo un trozo de pan—, pues no es habitual que un conde del Imperio Oscuro emprenda un viaje sin ir preparado para la conquista.

—Olvidáis que en Granbretan también somos científicos y eruditos —replicó Trott como si se sintiera ligeramente ofendido—. También buscamos el conocimiento, la verdad y la razón. En realidad, toda nuestra intención al unir los estados guerreros de Europa no es más que aportar una paz racional al mundo, para que de ese modo el conocimiento pueda progresar con mucha mayor rapidez.

D'Averc tosió teatralmente, pero no dijo nada.

Entonces, Trott hizo algo virtualmente sin precedentes para un noble del Imperio Oscuro: se echó la máscara hacia atrás y empezó a comer. En Granbretan se consideraba una gran indecencia tanto mostrar el rostro como comer en público.

Hawkmoon sabía que Trott siempre había sido considerado en Granbretan como un excéntrico, tolerado por los demás nobles sólo gracias a su enorme fortuna privada, su habilidad como general y, a pesar de su aspecto endeble, su considerable valor personal como guerrero.

Su rostro puso al descubierto los mismos rasgos que aparecían caricaturizados en su máscara. Era blanca, rolliza y de expresión inteligente. Los ojos no mostraban expresión alguna, pero estaba claro que Shenegar Trott era capaz de expresar lo que quisiera con ellos.

Comieron en relativo silencio. El muchacho no tocó los alimentos, a pesar de que se sentó con ellos.

Más tarde, Hawkmoon indicó con un gesto la abultada armadura plateada del conde y preguntó: —¿Por qué viajáis con una armadura tan pesada si estáis cumpliendo una misión pacífica de exploración? —¿Cómo iba a poder anticipar los peligros a los que tendría que enfrentarme en esta extraña ciudad? —replicó Shenegar Trott con una sonrisa—. ¿No os parece que es perfectamente lógico viajar bien preparado?

D'Averc cambió de tema al darse cuenta de que no obtendrían más que suaves respuestas del granbretaniano. —¿Cómo va la guerra en Europa? —preguntó.

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