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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Infanill y juvenil, Intriga

El asesinato del profesor de matematicas (14 page)

—Pues sí —convino Nico.

—Eso está bien —asintió Luc.

—¿Entonces por qué arriba me sale 75 y abajo 84?

—¿Qué?

—¿Cómo?

—Sumad lo de arriba —les pidió Adela.

Era cierto. El resultado final daba:

—¿Vale, listo? —se enfurruñó Adela.

—Pero si eso está bien —dijo Nico—. ¿Cómo es posible que no…?

—Tiene razón —aseveró Luc boquiabierto—. El problema se resuelve así, ahora recuerdo que puso algo parecido.

—Pues aquí no hay truco que valga —manifestó Nico.

Luc sintió una descarga de energía.

De arriba abajo.

—¿Qué has dicho?

—Que aquí no hay truco que valga —repitió Nico.

Luc leyó el enunciado.

—¡Seremos… idiotas! —exhaló.

—¿Qué pasa? —se envaró Adela.

—¡Tiene truco! —se puso a gritar—. No lo es del todo, pero como somos tres cabezas cuadradas… ¡Claro que tiene truco!

—¿Dónde?

—Pero si el enunciado no dice nada más que…

—¡Lo dice! ¿No lo veis? ¡Lo dice! ¡Es genial! —Luc estaba como poseído—. ¡Es tan claro que lo hemos pasado por alto!

—¿Qué hemos pasado por alto? —le zarandeó Adela.

—¡El 4 y el 5!

Abrieron la boca. Ya no hacía falta, pero Luc se lo dijo con palabras:

—¡Nos hemos olvidado de incluir los 5 años que pasaron desde la boda hasta el nacimiento de su hijo, y los 4 transcurridos desde la muerte de ese hijo hasta la suya! ¡4 y 5… suman 9!

—¡Y 75 y 9…!

—¡…suman 84!

Lo habían resuelto.

¡Lo habían resuelto!

—¡Ay, Dios! —suspiró Adela, mitad sorprendida mitad rabiosa—. Lo tenía, ¡lo tenía!, pero no supe ver ese dichoso…

—¡Pero ahora ya está! —se puso en pie de un salto Luc.

—¡La edad del hombre era 84 años y, si al morir era 65 años mayor que su nieto, el nieto tenía entonces 19 años! —le imitó Adela.

—¡El resultado es 19! —hizo lo propio olvidándose de su cansancio Nico.

—¡Tenemos los ocho resultados de los ocho problemas!

Gritaban tanto que la gente los miraba como si estuviesen locos. Pero encima, cuando empezaron a dar saltos abrazados entre sí, la desconfianza ya fue total.

Las mamas llamaron rápidamente a sus retoños por si aquellos tres se ponían peligrosos.

Claro que eso duró tan sólo unos segundos.

Dejaron de gritar, abrazarse y dar saltos para plantearse la última pregunta, la definitiva:

—¿Y ahora qué?

Capítulo
(XXV – VII)
18

Pues ahora…

—Tenemos ocho resultados y…

—Eso, ocho cifras que…

Su entusiasmo se evaporó como por arte de magia.

—¿Qué dice al final? —intentó tranquilizarse Luc.

—Dice que juguemos a espías y demos con la clave —leyó Adela.

—Y que no utilicemos letras compuestas como
ch
o
ll
—concluyó Nico.

—¿Y eso qué quiere decir?

No tenían ni idea.

—¿Tú has jugado a espías alguna vez? —preguntó Luc.

—No —dijo Nico.

—¿Pero sabéis cómo se juega? —inquirió espantada Adela.

—No —reconocieron ellos dos.

—No me lo puedo creer —abrió la boca ella—. ¿Me estáis diciendo que la clave es algo que no conocemos?

—Pues el Fepe pensaba que sí.

—O a lo mejor…

—No me lo puedo creer —repitió Adela—. ¿Tenemos ocho cifras y no sabemos cómo convertirlas en una pista?

—A ver, no nos pongamos nerviosos —Luc buscó un poco de calma donde no la había—. ¿Cuáles son los resultados de los ocho problemas?

—El primero daba 4, el segundo 9, el tercero…

—No, no, escribámoslos para verlos —le dijo a Adela, que aún tenía el bolígrafo.

Ella lo hizo:

4 9 19 5 3 21 16 19

—Vamos a sumarlo todo, a ver qué da —propuso Luc.

—El resultado es… 96 —acabó de hacer la suma la muchacha.

—¿Os recuerda algo, como lo del 2.001 la matrícula del Galáctico o el 40 el número de la taquilla?

—No —respondió Adela.

Nico hizo memoria.

—No —reconoció.

—Vamos, vamos, tiene que significar alguna cosa —los apremió Luc.

—Dice que juguemos a espías, eso descarta que el número sea el de una dirección o cualquier cosa más —hizo hincapié en el detalle Adela.

—¿Y con las iniciales de los números?

Adela las escribió:

CNDCTVDD

—Eso no dice nada —movió la cabeza Nico.

—Ha de haber un orden, una pauta —Luc se estaba desesperando.

—Mira que si nos hemos equivocado en uno de los resultados y por eso no nos sale nada —manifestó Nico.

—¿Quién podría saber jugar a espías? —preguntó Adela.

—Javier Gálvez. Siempre se está inventando juegos —dijo Luc.

—¿Tenéis el teléfono?

—No, y vive lejos.

—No puedo creerlo, ¡si es que no puedo creerlo! —volvió a desesperarse Nico.

—Tranquilos, tranquilos, nos estamos dejando llevar por la…

—¿Tranquilos? —la detuvo Luc—. ¡Faltan diez minutos para las seis, y ni siquiera sabemos adonde deberíamos ir en caso de que supiéramos el nombre del asesino! ¡A lo peor está al otro lado de la ciudad!

—Espera, ¿qué has dicho? —frunció el ceño Adela.

—¡Que faltan diez minutos para las seis!

—No, lo del nombre del asesino.

—Pues eso, que no sabemos el nombre.

Adela miró las ocho cifras.

—Esto ha de equivaler a un nombre, está claro —musitó expectante.

—Si cada número fuese una letra, ¿qué clave utilizaríamos? —siguió el hilo de sus pensamientos Nico.

Incluso Luc se abalanzó de nuevo sobre el papel.

—Espías…

—No usar
ch
ni
ll

—Un nombre…

En esta ocasión no fueron uno ni dos, sino los tres al unísono. Un grito.

—¡El alfabeto!

La mano de Adela empezó a escribir precipitadamente las letras del alfabeto, pasando de la duda de si la
ch
o la
ll
eran compuestas o no. Después les puso un número a cada una debajo. El número de su orden de la A a la Z:

—Sí, sí… ¡sí! —empezó a verlo claro Luc.

—¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios! —tembló Nico.

—Tiene que ser eso, por fuerza. ¡Ha de serlo! —gritó Adela.

Comenzó a sustituir los números por letras.

—El 4 sería una D, el 9 sería una I, el 19 corresponde a la R, el 5 es una E, el 3…

Ella iba escribiendo las letras a toda prisa, pero Luc y Nico iban leyendo ya la palabra, y con las tres primeras abrieron los ojos, con la cuarta se dieron cuenta de que era verdad, con la quinta tragaron saliva…

—¡Ya está! —anunció Adela.

Había escrito:

DIRECTOR

Sin error posible.

Tan claro como evidente.

Capítulo
(0 + 19 + 0)
19

Mario Fernández.

Director del colegio al que iban.

Ni más ni menos.

Se quedaron paralizados.

—He estado esta misma tarde… con él —se estremeció Adela—. Me ha tenido allí, con el sobre en… en la mano y…

La realidad se abría paso por entre sus enturbiadas mentes.

Ya no les importaba haberlo descubierto, haber resuelto los ocho problemas, las siete pistas, haber cumplido la voluntad de su profesor de matemáticas. La magnitud de aquel nombre era como pretender acusar a…

¡Era el director de su colegio!

—¡Nadie va a creernos! —lo resumió Nico.

—¡No tenemos pruebas! —fue explícito Luc.

—¡Nos matará a nosotros también! —siguió pensando en su encuentro anterior Adela.

La miraron.

—¿A los tres?

—¡No puede matarnos a los tres!

—¿No pretenderéis que vayamos allí y…? —Adela estaba hecha un flan.

—Si ve que alguien lo sabe, se entregará, seguro —vaticinó Luc.

—No, se va a escapar, como dijo el Fepe —puso la evidencia decisiva Nico.

—¡Escapar!

—¿Qué hora es?

—¡Faltan nueve minutos para las seis!

No fue premeditado. Ni lo hablaron. Sólo fue instintivo.

Se levantaron los tres y volvieron al colegio a más velocidad aún que a la ida, lo cual ya era de por sí difícil. La única diferencia es que esta vez Luc no se adelantó. No quería llegar el primero y solo.

Ahora estaban los tres metidos hasta el cuello en aquel espantoso lío.

Los tres.

—¡Corre, Nico!

—¡Ya, ya!

—¡Vamos, Adela!

Cruzaron calles, sortearon coches y motos cuyos dueños protestaron airados, regatearon a cuantos paseantes y demás fauna urbana se cruzaron en su camino, saltaron, patinaron, hicieron las mil y una, con las zapatillas tocándoles los traseros debido a la velocidad a la que iban. Sólo se detuvieron en un semáforo, menos de cinco segundos.

—¡Podía haber puesto las pistas más cerca!

—¡Claro que… cómo iba a saber él que…!

—¡Tres minutos!

Otra vez a la carrera.

Dos minutos.

Uno.

La imagen del colegio se recortó en su horizonte tras la última calle. Entendían por fin por qué el asesino se iba a escapar a las seis. Ésa era la hora en que salía el director los viernes por la tarde. Lo más seguro era que no pensara regresar.

Lo que no entendían era el motivo.

Y bien pensado, tampoco lo de la huida a las seis.

Ni cómo Felipe Romero…

No podían pensar y correr, así que dejaron de pensar. Hicieron los últimos metros a una velocidad de infarto, sobre todo para Nico, y se precipitaron sobre la puerta del colegio, todavía abierta, en el mismo instante en que en el campanario cercano sonaba la primera de las seis campanadas horarias.

La puerta del despacho de dirección estaba abierta.

Y la cruzaron en tropel.

Como una banda de salteadores de caminos.

Al primero que vieron, de cara, tranquilamente sentado en su butaca, fue a Mariano Fernández, el director, el asesino, sonriente, con las yemas de los dedos unidas y apoyadas en sus extremos bajo la barbilla. Tan tranquilo como feliz.

Pero allí había alguien más.

Una visita.

De espaldas a ellos.

—Hola, chicos —los saludó el asesino.

La visita volvió la cabeza.

Entonces sí se quedaron de una pieza.

Helados.

Blancos.

Porque allí estaba el asesinado, o mejor llamarlo ya el presunto asesinado, más sano que unas pascuas, igualmente sonriente sólo que acentuándolo de oreja a oreja, y con un aspecto de felicidad que contrastaba de todas todas con el que le imaginaban después de haberle visto cosido a balazos tres horas antes.

—¡Profe! —exclamaron alucinados.

Capítulo
(¿Cómo se escribe 20 con cuatro nueves?)
20
(9 + 99/9)

Debían tener cara de chiste, porque Felipe Romero se echó a reír.

—¡Hola, chicos! —los saludó.

Adela se pellizcó. Nico no pudo cerrar la boca. Luc tenía el ceño tan fruncido que parecía sufrir un violento dolor de estomago.

—¡Está… vivo! —consiguió decir Adela.

—Del todo.

—Pe-pe-pero… —tartamudeó Nico.

—¡Nosotros le vimos muerto con tres disparos en…! —quiso insistir Luc.

—Uno tiene su vida privada —el profesor de matemáticas se encogió de hombros—. Hace tres meses que tengo novia, y es experta en efectos especiales.

Trabaja en el mundo del cine. Cuando se me ocurrió la idea, ya me dijo que lo más fácil era eso: imitar disparos y sangre. Un poco de maquillaje mortal y listos. ¿No me salió mal la escena verdad?

—¡Profe, casi me muero yo del susto! —protestó Adela.

—Eso sí, lo reconozco. Cuando vi que te echabas a llorar… —puso cara de culpa—, estuve a punto de dejar de hacer comedia.

—¡Fuimos a buscar a la policía!

—Os estaba observando desde lejos. Menos mal que escapasteis. Naturalmente también hubiera salido si os detienen o algo así.

—¡Jo, no hay derecho!

—Lo hice por vuestro bien.

—¿Por nuestro bien? —rezongó Luc.

—Vamos, vamos. Calmaos. Lo habéis conseguido.

—¿Qué hemos conseguido?

—Estáis aquí, ¿no? Y a las seis en punto. Eso significa que habéis resuelto las pruebas y descubierto al… asesino —señaló a Mariano Fernández, que también daba la impresión de pasarlo bastante bien con todo aquello.

—¿Usted sabía…? —balbuceó Adela.

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