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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Infanill y juvenil, Intriga

El asesinato del profesor de matematicas (15 page)

—Lo sabía, sí —admitió el director, que ahora tenía aspecto de todo menos de hombre feroz—. Es más, aposté con el profesor Romero a que no lo conseguiríais. Yo no tenía la fe que él sí tenía en vosotros. Y he perdido, de lo cual me alegro. Siempre es mejor aprobar, aunque sea de forma tan rocambolesca como ésta.

—¿Estamos aprobados? —el corazón de Nico empezó a latir.

—Os lo habéis ganado —admitió el profesor de matemáticas.

La alegría del aprobado no menguó el desconcierto que aún sentían. Habían pasado las tres peores horas de su vida.

¿O no?

—¿Por qué tuvo que montar todo este número? —inquirió Adela.

—Porque tenía que motivaros —fue directo Felipe Romero—. ¿Recordáis nuestra charla en el patio? Que si os bloqueabais, que si no os entraban las matemáticas, que si las odiáis, que si no es lo vuestro, que si esto y que si aquello y que si lo de más allá… Tonterías. Ya os dije que era un juego.

—¡No fue un juego! ¡Fingió su muerte! ¡Lo hemos pasado fatal! —insistió Adela.

—Vaya, creía que a todos los alumnos les gustaba la idea de que alguien se cargara al profe de mates —mantuvo su feliz calma Felipe Romero.

—¡Hombre…! —exclamó Nico.

Se puso rojo cuando el maestro le miró con sorna.

—Si hubierais sabido que era un juego, no habríais hecho ni la mitad del esfuerzo. Además, ya que era una segunda oportunidad, pero también un examen encubierto, el límite de tiempo era algo de justicia. Dado que sois tres…

—¡Nos ha puesto quince problemas! —gritó Luc.

—Por eso mismo, porque sois tres y teníais tres horas. De todas formas no han sido quince, sino ocho.

Lo otro eran pistas deductivas.

No podían más. Aún estaban de pie, agotados por la última carrera. Había un sofá en la parte izquierda, con una mesita delante, y Adela fue la primera en derrumbarse en él. Nico la imitó y el tercero, sólo para no ser el único que estaba de pie, fue Luc.

Aún no acababan de verlo claro.

—Les oímos pelearse a los dos —musitó la chica.

—¿Lo del otro día? No era una pelea, era una discusión —intervino el director del centro—. Las personas tienen diferencias de opinión y de criterio, y dado que yo soy el que manda y el profesor Romero tiene algunas ideas… peculiares, es normal que a veces no estemos de acuerdo. Cuando me explicó lo que pensaba hacer con vosotros, tampoco estuve de acuerdo. No me pareció bien. Si esto se supiera, todos los alumnos querrían una segunda oportunidad en junio, no en septiembre. Pero Romero estaba seguro de que vosotros no erais tontos y que lo único que os pasaba era que ese rechazo a la asignatura os perjudicaba.

—Gracias a vosotros he ganado la apuesta que hice y voy a conseguir algunos cambios y mejoras —Felipe Romero les guiñó un ojo.

—Es… increíble —parpadeó Luc.

—Os he demostrado que podíais, ¿no?

—¡Jo! —bufó Adela.

—Ya habéis oído al señor Fernández —les recordó—. Ni una palabra de esto a nadie. Era algo entre vosotros y yo. Me fastidiaba ese rechazo vuestro.

—No va a creer que estamos curados, ¿verdad? —dudó Luc.

—Más os vale —fue categórico Felipe Romero—. Después de esto, el próximo curso os voy a exigir nota de entrada.

—¡Profe!

—¡Sí, hombre, venga!

—¡Hala!

Parecía todo dicho, pero no. Aún quedaba un par de cuestiones. El profesor de matemáticas abordó la primera.

—¿Habéis resuelto todos los problemas?

—Sí —dijo Adela.

Y tenían las pruebas: las hojas con las preguntas, en las que habían escrito las respuestas. Las habían guardado sin darse cuenta en los bolsillos de sus vaqueros al acabar.

—¿Incluso el de la mosca y las dos bicicletas?

—Sí, ¿por qué?

—Porque ese problema es muy difícil, querida. Lo han fallado hasta grandes matemáticos, empeñados en buscar fórmulas o haciendo sumas infinitas, cuando es elemental.

—¿Y si llegamos a fallar una pista como ésa? Un problema de menos hubiera sido una letra menos, pero si fallamos una pista y no damos con el siguiente sobre… —preguntó Luc.

—Bueno, en el caso de la mosca, imagino que habríais ido al parque y mirado todos los árboles hasta dar con el adecuado, aunque eso os hubiera llevado mucho tiempo. Peor era el de las casas, los espías de colores, los nombres y las pistas.

—¡Ése ha sido condenadamente difícil! —reconoció Adela.

—Lo ha resuelto Nico —Luc le palmeó la espalda a su amigo.

—Sé que todos habéis resuelto alguno, por intuición, por saberlo, por deducción, por fórmulas matemáticas… Y también en equipo.

—¡Anda que no tiene imaginación ni nada, profe! —suspiró Adela—. Ese de los espías era muy bueno, y el de las cajas que sumaban 16 también.

—Y el del tablón de anuncios —agregó Nico.

—Y el de las páginas del libro y los Cuatro Jinetes del Apocalipsis y la mitad no sé qué de 8 —apuntó a su vez Luc.

—Bueno —Felipe Romero hizo entrechocar sus manos dando por finalizada la reunión—. Yo creo que ahora nos hemos ganado todos un buen fin de semana.

—Oiga —Adela puso el dedo en la principal llaga—, ¿y qué nota va a ponernos?

Ésa era la segunda cuestión.

Felipe Romero volvió a reír.

—Si habéis resuelto todos los problemas más las pistas, sin fallar ni una…

—Ni una —le tendieron las hojas.

—Vale, vale. Eso es un diez.

—¡Tope! —abrió los ojos Nico.

—¡Un diez en mates! ¡Mi padre no se lo va a creer! —exclamó Luc.

—¡El sueño de mi vida! —reconoció Adela.

—¡Eh, eh, esperad, no corráis tanto! —los detuvo el profesor—. Ese diez hay que promediarlo con el cuatro del primer examen, naturalmente.

—Diez y cuatro, catorce. ¡El promedio es siete! —continuó feliz Nico.

—¡Un notable! ¡Mi padre tampoco se lo va a creer! —siguió animado Luc.

—¡Nunca he tenido un notable en matemáticas! —suspiró Adela.

—Pero… —los detuvo por segunda vez el maestro—, no sería justo que tuvierais esa supernota cuando otros compañeros vuestros se van a quedar con un cinco pelado tras el examen. Así que os quito un punto por esa segunda oportunidad que habéis tenido, y otro punto por haber podido trabajar en equipo.

Se quedaron sin aliento.

—Oiga, que como nos quite un punto más volvemos a quedarnos con el cuatro del comienzo —se asustó Nico.

—Y para eso… —se le encogió el corazón a Luc.

—No voy a quitaros ningún punto más. Tenéis un cinco. Los tres.

No era un diez. Ni un siete. Pero era un cinco.

Aprobados.

Después de una tarde loca, llena de emociones, y con la alegría final de saber que todo había sido… un juego y que Felipe Romero estaba vivo.

—Venga, marchaos a casa —les echó Mariano Fernández, que había permanecido silencioso a lo largo de los últimos minutos—. Es viernes y yo ya debería estar con mi familia.

—Y yo con mi novia —el profesor subió y bajó las cejas tres o cuatro veces maliciosamente.

Se levantaron los tres.

Primero no supieron qué hacer. Luego Luc se acercó al maestro. Extendió su mano.

—Gracias, profe —dijo.

Nico le imitó.

—Es un tío legal.

Eso era lo máximo que uno podía decir de un adulto.

Adela fue la última. Pero ella no dijo nada. Sólo se acercó a él y le dio un beso en la mejilla.

Cuando salieron del despacho de Mariano Fernández, dejaron tras de sí un silencio lleno de satisfechas sensaciones.

Capítulo

21 y último

Salieron fuera aturdidos, conmocionados. Habían pasado más de tres horas locas, alucinantes, desde la aparición del supuesto cadáver. Carreras, nervios, miedo, de todo.

Y ahora…

El profesor de matemáticas vivo, ellos aprobados…

—Esto ha sido una pasada —suspiró Nico.

—Total —movió la cabeza de arriba abajo Luc.

—Y lo hemos conseguido —reconoció Adela, como dándose cuenta por primera vez de que así era—. Hemos resuelto quince… lo que sea de mates y razonamiento y lógica y…

—Es verdad, nosotros solos —se hinchó Nico.

—En el fondo no era tan complicado —plegó los labios Luc—. Lo peor ha sido tener que resolverlo todo bajo presión.

—Había alguno que estaba muy bien.

—Sí.

—El de los espías era estupendo.

—Sí, ése era muy chulo.

—Algunos con sólo pensar un poco…

—Sí, es verdad. El enunciado ya lo dice casi todo.

Mirad el de la mosca, el que han fallado grandes matemáticos.

—Y si no, con emplear debidamente alguna formulita…

—Eso.

Caminaban sin rumbo fijo, aunque ya se estaba haciendo tarde.

No querían separarse todavía.

Había sido una tarde genial.

Cuanto más lo recordaban y lo pensaban, más cuenta se daban de ello.

Genial a tope.

—Estamos aprobados —dijo en voz alta Adela.

—La tonta de mi prima no me dará clases —se mordió el labio inferior Nico.

—Ni a mí me pondrán de profe de verano al pedante que babea por mi hermana —dilató sus ojos Luc.

—Mis padres no tendrán que gastarse dinero ni me repetirán la eterna cantinela de que parezco lista, pero no ejerzo —se extasió Adela.

Aprobados, aprobados, aprobados.

Un verano excelso, maravilloso, único se abría ante ellos como un paraíso sin fin, colmado de días para leer, bañarse, jugar, bailar, pasarlo bien…

Y ahora, al llegar a casa, el anuncio triunfal de que en matemáticas…

El mundo era perfecto.

Nada podía enturbiar aquel momento, estaban seguros.

—¡Eh, vosotros!

Volvieron la cabeza.

Y se quedaron petrificados.

Eran los dos agentes de la guardia urbana.

—¡Ay, ay, ay! —se estremeció Adela.

—¡No, ésos no! —gimió Nico.

—¡Pringada! —exclamó Luc.

Estaban fuera del coche. Y uno cojeaba. De las dos piernas.

—Venid aquí, diablos —rezongó el primero.

—Jugando a muertos, ¿eh? —rechinó sus dientes el segundo, el de la cojera.

La reacción fue unánime.

Por parte de los tres.

—¡Corred!

Y volvieron a volar sobre las calles, cada uno en una dirección, sabiendo que era inútil explicarles nada a los agentes de la ley.

Desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.

Fin

Con buen humor

De niño —y adolescente, y mayor—, yo también fui un pésimo estudiante de matemáticas. Las odiaba. No las entendía —quería ser escritor, claro—. En cambio me apasionaban los juegos, adivinanzas, acertijos, jeroglíficos. Incluso los hacía yo. Ahora sé que no es tan fiero el león como lo pintan, y que eso de los números es… un juego, como dice el maravilloso —e inventado— profesor de este libro.

Tal vez esta historia sirva para poner un poco de paz en los extremos. Un puente entre los profes de mates duros y los alumnos aún más duros de entendederas que no pillan ni una. Tal vez. Sea como sea, es un divertimento, y espero que así haya sido interpretado.

No soy ningún genio matemático, así que los problemas de la novela han sido extraídos de los libros Entretenimientos matemáticos de N. Estévanez, publicado en París en 1894, y Matemáticas para divertirse de Martin Gardner. También ha aportado su granito de arena un excelente profe: Sebastián Sánchez Cerón de Alhama de Murcia. El resto es mío, incluida la superpista del capítulo 15 o el jeroglífico del tablón de anuncios.

Si dicen que «la letra con sangre entra» —aunque tampoco sea para tanto—, espero que «las matemáticas con buen humor pasen mejor» —que me lo acabo de inventar, pero me parece muy cierto—. Después de todo, 2 y 2 pueden ser 4 ó 22.

¿O no?

Jordi SIERRA I FABRA

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