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Authors: Lewis Carroll & Martin Gardner

Tags: #Clásico, Ensayo, Fantástico

Alicia ANOTADA (24 page)

—¡Por supuesto, te contrataré encantada! —dijo la Reina—. A dos peniques la semana, y mermelada cada dos días.

Alicia no pudo por menos de reírse, mientras decía: «No quiero que
me
contratéis… y no me gusta la mermelada».

—Es una mermelada muy buena —dijo la Reina.

—Bueno, de todos modos
hoy
no me apetece.

—Hoy no la tendrías aunque
quisieras
—dijo la Reina—. La regla es: mermelada ayer, mermelada mañana… pero no
hoy
.

—Pero de vez en cuando
debe
haber «mermelada hoy» —objetó Alicia.

—No; no puede ser —dijo la Reina—. La mermelada toca al otro día; como comprenderás, hoy es siempre
éste
.

—No os comprendo —dijo Alicia—. ¡Lo veo horriblemente confuso!

—Es lo que pasa al vivir hacia atrás —dijo la Reina con afabilidad—: siempre produce un poco de vértigo al principio…

—¡Vivir hacia atrás! —repitió Alicia con gran asombro—. ¡Jamás había oído nada semejante!
[2]

—Sin embargo, tiene una gran ventaja: la memoria funciona en las dos direcciones.

—Desde luego, la
mía
sólo funciona en una —comentó Alicia—. No puedo recordar cosas antes de que hayan sucedido.

—Es mala memoria, la que funciona sólo hacia atrás —comentó la Reina.

—¿Qué cosas recordáis
vos
mejor? —se atrevió a preguntar Alicia.

—¡Oh!, pues las que sucedieron dentro de un par de semanas —replicó la Reina con despreocupación—. Por ejemplo —prosiguió—, pegándose un gran emplasto en un dedo mientras hablaba—; ahí tienes al Mensajero del Rey.
[3]
Ahora está encarcelado, cumpliendo condena; sin embargo, su juicio no va a empezar lo menos hasta el miércoles que viene; y naturalmente, el delito ocurrirá al final de todo.

—¿Y si no llegara a cometer el delito? —dijo Alicia.

—Entonces mucho mejor; ¿no te parece? —dijo la Reina, atándose el emplasto en el dedo con una cinta.

Alicia comprendió que
eso
era innegable. «Por supuesto que sería mucho mejor», dijo; «pero no lo sería haberle castigado».

—En
eso
te equivocas de todas todas —dijo la Reina—. ¿Te han castigado a
ti
alguna vez?

—Sólo por faltas —dijo Alicia.

—¡Y te vino muy bien el castigo, seguro! —dijo la Reina triunfalmente.

—Sí, pero
había
cometido las faltas por las que me castigaron —dijo Alicia—: es muy distinto.

—Pero si
no
las hubieras cometido —dijo la Reina—, habría sido mejor aún; ¡mejor, y mejor, y mejor! —su voz fue subiendo de tono a cada «mejor», hasta convertirse en un chillido al final.

Alicia iba a empezar a decir: «Debe de haber algún error…», cuando la Reina se puso a chillar de tal manera, que Alicia tuvo que dejar la frase sin acabar. «¡Ay, ay, ay!», gritaba la Reina, sacudiendo la mano como si quisiese desprendérsela. «¡Me está sangrando el dedo! ¡Ay, ay, ay, ay!»

Sus gritos eran tan parecidos a los silbidos de una locomotora, que Alicia tuvo que taparse los oídos con las manos.

—¿Qué
ocurre
? —preguntó, tan pronto como tuvo ocasión de hacerse oír—. ¿Os habéis pinchado el dedo?


Todavía
no —dijo la Reina—; pero no tardaré… ¡ay, ay, ay!

—¿Cuándo esperáis pinchároslo? —preguntó Alicia, con unas ganas terribles de echarse a reír.

—Cuando me vuelva a sujetar el chal —gimió la pobre reina—: se me va a desprender en seguida. ¡Ay, ay! —mientras decía estas palabras, se soltó el prendedor, y la Reina lo agarró atropelladamente, y trató de volverlo a cerrar.

—¡Cuidado! —gritó Alicia—. ¡Lo estáis cogiendo mal! —y echó mano al prendedor; pero era demasiado tarde: el alfiler había resbalado, y la Reina se había pinchado en el dedo.

—Como ves, esto explica la sangre de antes —le dijo a Alicia con una sonrisa—. Ahora ya sabes cómo ocurren las cosas aquí.

—Pero, ¿por qué no gritáis
ahora
? —preguntó Alicia, alzando las manos para taparse otra vez los oídos con las manos.

—Pues porque ya he gritado todo lo que tenía que gritar —dijo la Reina—. ¿De qué serviría volverlo a hacer?

A todo esto empezaba a haber más claridad. «El cuervo ha debido de levantar el vuelo, creo —dijo Alicia—: me alegro infinitamente de que se haya ido. Creí que se estaba haciendo de noche.»

—¡Ojalá pudiese
yo
alegrarme! —dijo la Reina—: pero nunca consigo acordarme de cuál es la regla. ¡Debes de ser muy feliz, viviendo en este bosque, y alegrándote siempre que quieres!

—¡Pero estoy
muy
sola aquí! —dijo Alicia con voz melancólica; y al pensar en su soledad, le rodaron dos lagrimones por las mejillas.

—¡Oh, no te pongas así! —gritó la pobre Reina, estrujándose las manos con desesperación—. Considera la niña tan maravillosa que eres. Considera lo lejos que has llegado hoy. Considera la hora que es. Considera lo que sea, ¡pero no llores!

Al oír esto, Alicia no pudo por menos de echarse a reír en medio de las lágrimas.

—¿Podéis
vos
dejar de llorar poniéndoos a considerar cosas? —preguntó.

—Ésa es la manera de hacerlo —dijo la Reina con gran decisión—: nadie puede hacer dos cosas a la vez.
[4]
Consideremos tu edad para empezar: ¿Cuántos años tienes?

—Siete y medio exactamente.

—No hace falta que digas «exactamente» —comentó la Reina—. Puedo creerlo sin necesidad de eso. Y ahora
te
propongo algo que creer. Yo tengo ciento un años, cinco meses y un día.

—¡Eso
no lo puedo creer! —dijo Alicia.

—¿De veras? —dijo la Reina en tono compasivo—. Inténtalo otra vez: aspira profundamente y cierra los ojos.

Alicia se echo a reír. «Es inútil que lo intente», dijo: los imposibles
no
se pueden creer.

—Quizá sea porque no tienes mucha práctica —dijo la Reina—. Cuando yo tenía tu edad, practicaba media hora al día. ¡A veces llegaba a creerme hasta seis imposibles, antes del desayuno!
[5]
¡Allá va el chal otra vez!

Se le había soltado el prendedor mientras hablaba, y una ráfaga repentina se había llevado el chal al otro lado de un arroyuelo. La Reina abrió nuevamente los brazos, y voló tras él
[6]
; esta vez consiguió atraparlo ella. «¡Ya lo tengo!», gritó triunfalmente. ¡Verás ahora cómo me lo sujeto yo sola!

—Entonces, supongo que tendréis el dedo mejor, ¿no? —dijo Alicia muy cortésmente, cruzando el arroyuelo detrás de la Reina.
[7]

—¡Oh, mucho mejor! —gritó la Reina, elevando la voz cada vez más, a medida que hablaba, hasta que se convirtió en un chillido—. ¡Mucho mejor! ¡Me-ejor! ¡Me-ejor! ¡Me-e-ejor! ¡Me-e-e-e! —la última palabra terminó en un largo balido, tan parecido al de una oveja, que Alicia se sobresaltó.

Miró a la Reina: parecía haberse cubierto de lana de repente. Alicia se frotó los ojos y miró otra vez. No conseguía comprender en absoluto lo que había sucedido. ¿Estaba en una tienda? ¿Y era de verdad… era de verdad una
oveja
, la que había sentada al otro lado del mostrador? Por mucho que se los frotaba, no podía distinguir nada más: se encontraba en una tiendecita oscura
[8]
, apoyada con los codos en el mostrador, y frente a ella había una vieja Oveja sentada en un sillón, haciendo punto, y de cuando en cuando lo dejaba para mirar a través de un par de grandes lentes.

—¿Qué quieres comprar? —dijo por fin la Oveja, alzando un momento los ojos de su labor.

—Todavía no lo sé
exactamente
—dijo Alicia con mucha suavidad—. Me gustaría echar primero una mirada a todo mi alrededor, si puedo.

—Puedes mirar delante de ti, y a los lados, si quieres —dijo la Oveja—; pero no puedes mirar a
todo
tu alrededor…, a menos que tengas ojos en la nuca.

Pero daba la casualidad de que Alicia
no
los tenía; así que se contentó con dar vueltas y mirar los estantes acercándose a ellos.

La tienda parecía estar llena de toda clase de objetos curiosos…, pero lo más extraño de todo era que, cada vez que se fijaba en un estante para averiguar qué contenía exactamente, dicho estante particular estaba siempre vacío, aunque los de su alrededor se encontraban atestados hasta los topes.
[9]

—¡Las cosas van aquí de un lado para otro! —dijo finalmente en tono de queja, después de intentar seguir en vano, durante un minuto lo menos, a un objeto grande y brillante que unas veces parecía un muñeco y otras un costurero, y que estaba siempre en el estante superior al que miraba—. Y ésta es la más fastidiosa de todas…, pero ahora verás —añadió, al ocurrírsele de repente una idea—. La seguiré hasta el estante de más arriba. ¡La sorpresa que se va a llevar cuando le toque atravesar el techo, espero!

Pero incluso este plan fracasó: el «objeto» atravesó el techo con la mayor tranquilidad, como si para él fuera lo más normal.

—¿Eres una niña o una perinola?
[10]
—dijo la Oveja, cogiendo otro par de agujas—. Me vas a marear, si sigues dando vueltas de esa manera —ahora trabajaba con catorce pares a la vez, y Alicia no pudo por menos de mirarla con gran asombro.

«¿Cómo
podrá
hacer punto con tantas?», pensó la niña para sus adentros. «¡Cada minuto tiene más, como un puerco espín!»

—¿Sabes remar? —preguntó la Oveja, tendiéndole un par de agujas de hacer punto mientras hablaba.

—Sí, un poco…, pero no en tierra… ni con un par de agujas… —no bien había dicho esto Alicia, cuando de pronto las agujas se convirtieron en remos en sus manos, y descubrió que estaban en una barquita, y se deslizaban entre dos orillas: de manera que no tuvo más remedio que remar lo mejor posible.

—¡Alza!
[11]
—gritó la Oveja, echando mano de otro par de agujas.

No parecía ser éste un comentario que requiriese respuesta, así que Alicia se limitó a sacar los remos del agua sin decir nada. Pasaba algo muy raro con el agua, pensó, ya que de cuando en cuando los remos se quedaban atascados en ella, y costaba volverlos a sacar.

—¡Alza! ¡Alza! —gritó otra vez la Oveja cogiendo más agujas—. O no tardarás en coger un cangrejo.
[12]

«¡Un cangrejito encantador!», pensó Alicia. «Me encantaría.»

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