—Le informaremos a su debido tiempo.
Entonces volvieron a llamar a la puerta. De pronto estaba solicitadísima. Fui a abrir, diciendo:
—¿Hola?
Mientras abría, reparé en el peligro. «¿Y si es Lucas? ¿Y si ha vuelto y la señora Bethany lo ve?». Pero no era Lucas.
Charity estaba en el umbral, con el pelo recogido en un moño y envuelta en una capa de color rojo oscuro. Con su rostro aniñado y su candorosa mirada, casi parecía caperucita roja, aunque yo sabía que en verdad era un lobo.
—No eres quien esperaba encontrar —dijo sonriendo. Ilógicamente, había algo en ella que seguía despertando mi instinto protector—. ¿Ha habido un motín?
—¿Quién es? —inquirió la señora Bethany mientras salía al recibidor. Entonces se irguió—. Dios mío, señorita Moore.
Casi pude palpar el odio que se tenían. Pero Charity abrió los brazos como una niña suplicante.
—Solicito refugio en Medianoche —dijo.
E
n unas pocas horas, el profesorado entero estaba tan consternado como yo.
—¿Conoce las normas de conducta del internado? —Incluso desde mi escondrijo entre los arbustos próximos a la cochera, oí la fuerte voz de la señora Bethany resonando en la oscuridad—. Decidió hacer caso omiso de ellas en el pasado.
—La primera regla de Medianoche es acoger a cualquier vampiro que busque refugio en él. —Charity no parecía haberse inmutado lo más mínimo—. Obedeceré sus normas si me acogen.
Los profesores se pusieron a murmurar. No me asomé a la ventana para ver qué estaba sucediendo, pero, básicamente, parecía que Charity quería entrar a estudiar en el internado y ellos iban a tener que admitirla a regañadientes.
—Ahora mismo tenemos un pequeño problema con los fantasmas —dijo el señor Yee.
—Por esa niñita. Pero eso se resolverá pronto, ¿no? En un sentido u otro. —Obviamente, a Charity le daba igual que yo viviera o muriera, sentimiento que rápidamente se estaba volviendo recíproco.
Hice una mueca al reconocer la voz de mi madre.
—Ahora hay alumnos humanos y tenemos que asegurarnos de que no sufren ningún daño. Sus antecedentes en ese aspecto dejan mucho que desear.
—Juro —dijo Charity tan sincera y dulce como una niña—, juro sobre mi tumba que no seré yo quien perturbe la paz de la Academia Medianoche.
Tras un breve silencio, la señora Bethany dijo:
—Muy bien. ¿Cuánto tiempo tiene pensado quedarse?
—No mucho. Que me muera ahora mismo si no me he ido antes de junio.
—Entonces le encontraremos un lugar en los apartamentos del profesorado. Tendrá que quedarse allí el máximo tiempo posible. Sería difícil justificar la llegada de una alumna a estas alturas del curso y, cuantas menos preguntas se hagan, mejor —dijo la señora Bethany—. Deberíamos repasar las nuevas reglas sobre el consumo de sangre que hemos instituido desde que admitimos alumnos humanos.
—Hola —me habían susurrado casi al oído y yo di un respingo; luego respiré aliviada al advertir que era Balthazar—. ¿Qué pasa ahí dentro?
—Casi me matas del susto. —Nos alejamos juntos de la cochera—. ¿Por qué te has acercado a mí con tanto sigilo?
—Yo no me he acercado a ti. Me he acercado a la cochera, y tú ya estabas espiando por mí.
Sonreí un poco al oír aquello. Solo entonces reparé en que estábamos volviendo a hablarnos, y no fue ni con mucho tan incómodo como había temido. Aunque quizá solo fuera porque Balthazar tenía toda su atención puesta en la cochera. No le quitaba ojo, como si tuviera visión de rayos X y pudiera ver a su hermana a través de las paredes.
—Van a dejar que se quede —dije—. Aunque tendrá que esconderse en la torre para que nadie pregunte por qué hay una alumna nueva que solo viene a los exámenes finales. A la señora Bethany le fastidia, pero, al parecer, tenías razón con lo del refugio.
—Refugio. —Se le iluminó la cara—. Refugio significa que está huyendo de alguien. Tiene que significar que está huyendo de su tribu. Los ha dejado.
—Tal vez.
—Tiene que ser eso.
Balthazar estaba desesperado por creer en su hermana. Por lo que yo había visto de Charity, no confiaba en ella, pero no dije nada. Por el bien de Balthazar, esperaba que su hermana se comportara durante un tiempo, para que él pudiera al menos volver a visitarla.
—¿Vas a entrar a verla?
—La señora Bethany no querría que yo interrumpiera la reunión. La veré más tarde. —Me puso tímidamente una mano en el hombro—. ¿Estás bien?
—Sí. —No pude contarle ni mis decepciones ni mi entusiasmo por mi inminente fuga. Solo pude preguntarle—: ¿Y tú?
—Todo va a ir bien a partir de ahora —dijo, y sonrió de oreja a oreja.
—Tal vez. —Pensé en Lucas y también le sonreí—. Tal vez para ambos.
Al día siguiente, cuando nos reunimos todos en el pasillo, Vic dijo:
—¿Soy yo o se ha parado el tiempo? Parece que el verano esté cada vez más lejos, no más cerca.
—Sé a qué te refieres —dije—. ¿Adónde se va de vacaciones tu familia este año?
—Parece que vamos a alquilar una casa de campo en la Toscana —respondió Vic con la clase de indiferencia que solo alguien riquísimo podría manifestar al dar una noticia como esa. Junto a él, a Raquel se le pusieron los ojos como platos—. Ya que vamos a Italia, preferiría ir a Roma, ¿sabéis? Ver las ruinas, los sitios donde lucharon los gladiadores y todo eso. No pasarme todo el día sentado en una casa superpija en la tierra de los vinos cuando aún no tengo edad para beber.
—Siempre he oído que en Europa está permitido beber con menos años que aquí.
—Sí, pero intenta decirle eso a mi madre. —Vic se paró cuando llegamos a la entrada de la torre norte, donde estaban los dormitorios de los chicos. Imaginé que se despediría, pero, en cambio, miró la escalera de caracol—. Ahí arriba está pasando algo raro.
—¿Raro? —Raquel abrazó sus libros con más fuerza—. ¿Fantasmas?
—No creo. Es otra cosa. Normalmente, les da bastante igual que la gente se siente en las escaleras por la noche, ya sabéis, para charlar un rato sin molestar al compañero de habitación, o de vez en cuando Balthazar se fuma un cigarrillo ahí arriba y echa el humo por la ventana. Pero anoche, Ranulf y yo nos asomamos a las escaleras y, de golpe, el profesor Iwerebon apareció a nuestro lado y nos cantó las cuarenta por pensar siquiera en subir allí.
—Seguro que tiene algo que ver con eso —dijo Raquel—. Con los fantasmas, quiero decir. Son el principal motivo de que la gente haya estado rara este curso.
Yo sabía que en realidad estaban intentando mantener a los alumnos alejados de Charity, o viceversa.
—Yo no me preocuparía —dije—. Sea lo que sea, dentro de dos semanas habremos salido todos de aquí.
—A menos que el tiempo siga dilatándose como hasta ahora. —Vic sonrió alegremente y nos dijo adiós con la mano antes de alejarse por el pasillo a grandes zancadas.
Mientras Raquel y yo regresábamos a la torre sur, ella dijo:
—Problemas.
Miré a mi derecha y vi a mi padre viniendo resueltamente hacia nosotras.
—Oh, no. —No había ningún sitio adonde huir—. ¿Te quedas conmigo?
—Lo haría, pero tú sabes que va a terminar pidiéndome que me vaya. Cuanto antes lo haga, antes terminaréis vosotros.
Tenía razón. Suspiré.
—Vale, hasta luego.
Raquel se alejó hacia la habitación que hasta hacía poco habíamos compartido, lo cual me dejó sola ante mi padre.
—Quiero hablar contigo —dijo.
—Y yo quiero la luna.
Mi padre no solía reaccionar a las impertinencias, pero vi cómo se contenía para no enfadarse.
—Estás disgustada. Entiendo que lo estés. Supongo que tienes derecho a estarlo.
—¿Supones?
—¿Necesitas enfadarte con alguien? Enfádate conmigo. En último término, fue decisión mía llevar las cosas de esta forma, y, si he cometido un error, lo siento. —Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir con «si», añadió—: Pero ¿durante cuánto tiempo vas a seguir haciéndole esto a tu madre?
—¡Yo no le estoy haciendo nada!
—La has echado de tu vida. La ignoras. ¿Crees que eso no hiere sus sentimientos? ¿Que tú eres la única de esta familia que puede lamentarse? Porque esto la está destrozando. No puedo soportar verla sufrir y tampoco me puedo creer que pudieras hacerlo tú, y mucho menos ser la responsable.
Me asaltó el recuerdo de mi madre con horquillas en la boca, trenzándome el pelo para el Baile de Otoño. Me lo quité de la cabeza.
—No puedo tener una relación con personas incapaces de ser sinceras conmigo.
—Estás sacando las cosas de quicio. Eres una adolescente; supongo que es cosa de la edad…
—¡Esto no tiene nada que ver con mi edad! —Miré rápidamente a mi alrededor: no había ni alumnos, ni humanos ni vampiros, a la vista—. Dime qué ocurre si me niego a quitarle la vida a alguien.
—No existe esa opción para ti.
—Yo creo que sí. —Seguía sin poder decirme la verdad. Claro que tenía derecho a estar disgustada, y claro que mi padre había cometido un error—. ¿Qué pasa si la decisión es mía?
—Bianca, eso no es algo que se pueda decidir bajo ninguna circunstancia. No permitas que tu enfado te ciegue.
—Hemos terminado —dije marchándome. Me pregunté si me seguiría, pero no lo hizo.
Esa noche me quedé despierta en la cama de la señora Bethany. Mi broche estaba en la mesilla, el mural de Raquel brillaba en la pared como si tuviera luz propia y yo intenté disfrutar de los colores, así como de mis planes, tanto como había hecho hasta entonces. Pero no podía dejar de pensar en mi madre. «Esto la está destrozando».
Mientras estuviera enfadada con mis padres, y seguía estando furiosa, nuestra separación no sería forzosamente dolorosa. En otros momentos, recordaba cuán unidos habíamos estado siempre, y los echaba tanto de menos que me dolía el alma.
Lo que había perdido, lo había perdido para siempre, ¿no? No sabía tomarme las mentiras que me habían dicho de ninguna otra forma.
La puerta de la cochera se abrió y yo me levanté de un salto.
—¡¿Quién hay ahí?! —grité antes de pensar que, si era un intruso, habría hecho mejor en quedarme callada.
El intruso resultó ser la señora Bethany, lo cual no me tranquilizó demasiado. Aunque era tarde, seguía con el mismo vestido que había llevado aquel día en clase, como si hubiera estado trabajando hasta muy tarde. Echaba fuego por los ojos.
—Venga conmigo.
—¿Adónde vamos?
—A encararnos con su delatora y, con un poco de suerte, desacreditarla.
¿Qué se suponía que significaba aquello? Se me hizo un nudo en el estómago.
—Esto… bien… deje que me vista.
—Bastará con que se ponga una bata. Debemos resolver esta cuestión de inmediato.
Era obvio que no iba a darme más explicaciones. Con las manos temblándome, me puse el albornoz y me anudé el cinturón. Conseguí meterme el broche en el bolsillo sin que ella se diera cuenta; sentía que necesitaba tenerlo cerca.
En cuanto me puse el colgante de obsidiana en el cuello, la señora Bethany me condujo al internado por el jardín. En lo alto de la torre norte, había varias ventanas iluminadas, incluida la que imaginaba que pertenecía a Charity.
—¿Están mis padres arriba?
—No tenía la impresión de que su compañía le siguiera interesando —dijo la señora Bethany rozando la hierba con su larga falda. No se volvió ni una sola vez, dando por sentado que, donde ella fuera, yo la seguiría—. Puede arreglárselas perfectamente sola, estoy segura.
No estuve segura de que quisiera que me las arreglara. Era evidente que estaba furiosa, pero aún no sabía si era conmigo o con alguna otra persona. Dado que nos dirigíamos a la habitación de Charity, sospechaba que era con otra persona.
Subimos las escaleras de caracol en silencio mientras yo jugueteaba nerviosamente con el cinturón de mi albornoz. Sabía que mi «delatora» tenía que ser Charity, pero ¿de qué podía acusarme?
Entonces lo supe. El miedo me atenazó como un cepo. Me detuve delante de la puerta, sin querer cruzarla.
—Señora Bethany, si usted y yo pudiéramos hablar…
Ella abrió la puerta y me empujó para que cruzara el umbral.
Charity estaba sentada en una silla de respaldo alto en el mismo centro de la habitación, con el uniforme de Medianoche puesto, la única ropa intacta con que le había visto. Entrelazó remilgadamente las manos en el regazo. Parecía tan engañosamente… corriente. Advertí, con horror, que también había otra persona en la habitación: Balthazar, sentado en un banquito en un rincón. A juzgar por su postura encorvada y su cara de indignación, supe que no formaba parte de la acusación. También él era uno de los acusados.
Me senté a su lado sin que nadie me lo dijera. Balthazar me lanzó la mirada más desconsolada que yo había visto en mi vida.
La señora Bethany inquirió:
—Señorita Moore, repita por favor lo que me ha contado esta tarde.
—Qué contenta estoy de que usted y yo hayamos podido ponernos al día, señora Bethany. —Charity sonrió—. Me ha recordado que tuvimos algunos buenos momentos, antes de que nos conociéramos de verdad.
Como era de esperar, la señora Bethany no quiso deleitarse en los buenos momentos que habían pasado.
—Repita su acusación.
—Estos dos llevan todo el curso persiguiéndome. —Charity nos sonrió como si estuviera saludando a dos viejos amigos—. Pero no iban solos. Llevaban a un amigo. Alguien llamado… Lucas, ¿verdad?, el cual estoy bastante segura de que es un cruz negra.
Creíamos que lo habíamos hecho estupendamente bien, ocultando nuestros movimientos, guardando el secreto; nunca nos habíamos preguntado si Charity aparecería y lo estropearía todo.
—Entonces es cierto. —La señora Bethany se irguió. Hasta ese momento, había abrigado la esperanza de que Charity estuviera mintiendo y ella tuviera la excusa para expulsarla de la Academia Medianoche. Una vez que Charity hubo pronunciado el nombre de Lucas, o quizá una vez que la señora Bethany hubo visto la culpa reflejada en nuestros rostros, esa esperanza se había desvanecido.
Balthazar asintió.
—Lo es.
—Compincharse con un miembro de la Cruz Negra. Un delito francamente grave. —La señora Bethany se cruzó de brazos y se colocó delante de mí y Balthazar—. El curso pasado, señorita Olivier, usted no sabía quién era el señor Ross, y yo la perdoné por haber tenido una relación con él. Este curso, no puedo ser tan blanda. ¡Y usted, señor Moore! Nunca me habría esperado esto de usted.