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Authors: Mercedes Castro

Tags: #Relato

Y punto (69 page)

Se me ocurre preguntarle si esa vuelta no será hacerse lesbiana, pero me callo a tiempo porque, lúcida de pronto, entiendo que no está el horno para bollos. Mientras degusto el sabor agrio del alivio que la invade a una cuando se muerde la lengua a tiempo, Zafrilla sigue con su rollo, que no le gusta cómo es, tan vulnerable, tan ansiosa por conseguir un hombre, que tiene que pensar, marcharse una temporada, pedirse unos días libres y cambiar aunque no sepa aún a qué.

La obligo a prometerme que me llamará en cuanto lo averigüe, tanto si está mal como bien, tanto si se va cerca como lejos, porque me tiene para lo que sea y, antes de colgar, me jura que seré la primera en enterarme, claro, pienso, si soy la única amiga de las buenas que le queda, y me encantaría seguir especulando con qué mosca le habrá picado ahora a ésta para querer irse, pero de golpe viene a mi cabeza el recuerdo de Esteban Olegar que me mintió, como Laura me ha confirmado y como era de esperar, que me dijo que jamás había pisado el apartamento de Olvido, que nunca se había acostado con ella, que sólo la encaró por la calle el día en que murió y a quien, en un solo día, por dos fuentes diferentes, siempre terminan por pillar.

Pero no quiere perder las horas ocupando la mente con su carita de millonario despreciable, con sus maneras insultantes de cortesía cortante, con su perfecto acento de cabrón sabelotodo y engreído. Tengo cosas mejores que hacer y, ensimismada, abre la puerta del archivo y se topa con Reme y París, los dos sentaditos muy juntos, sus cabezas casi chocando como las de dos palomas que se arrullan, dos jugadores de rugby concentrados en una melé o dos chavales traviesos planeando la próxima trastada. Pero no, sólo están viendo fotos, una tras otra caen ante sus ojos las mil expresiones de Virtudes mientras sale de su coche, saluda a los gorilas de la puerta y entra en la mansión de Vito como mamá pata seguida por sus polluelas, putillas novatas o aspirantes a serlo renqueantes en sus tacones, ateridas en sus atuendos.

—Es ella —afirma contundente mirando atenta la cara de la bicha.

—¿Seguro? —pregunta París.

—¿Te crees que soy tonta? Que la he tenido delante, chaval, que quería reclutarme, que estaba empeñada en que le contara mi vida sexual y decía que yo tenía mucho potencial. ¿A ti te parece que podría olvidarme de la cara de alguien así? —responde airada.

—Es una pregunta obligada, no hace falta ponerse borde.

—Pues como se la hagas a los testigos con ese tonito más de uno habrá que te mande a la mierda.

—Nadie me ha mandado a la mierda hasta ahora excepto tú. Y es más, me resbalaría, porque se trata de gente que me importa un carajo. Pero que tú, listilla, me trates a patadas sólo por querer hacer bien mi trabajo empieza a reventarme. Me tienes harto.

—¿De verdad? Entonces ni te cuento hasta dónde estoy yo de ti.

—¿Sabes qué te digo? Que me tiene aburrido el papel de comparsa y que quieras seguir jugando a ser policía. Ahí tienes la puerta y que pases una buena tarde, bonita —estalla París dando un puñetazo en la mesa.

Y, para mi desconcierto y el de Reme, se pone en pie, ágil y altivo, y se larga con parsimonia dejándonos a las dos boquiabiertas. Ella no es capaz de articular palabra tras el mutis y yo, que ayer o anteayer habría disfrutado enormemente con la pelea conyugal, me siento tan incómoda como un hijo de matrimonio mal avenido que no sabe con quién de sus padres quedarse.

—¿Tú lo has visto? —me pregunta Reme y, alarmada por el agudo tono de su voz, sondeo su cara, no vaya a ser que se le ocurra echarse a llorar. Pero no, o la niña ha crecido o se ha creído su rol de chica fuerte en su nueva faceta de diva policial: su rostro está perfectamente seco y yo, si cabe, más estupefacta.

—Diría que se ha ido —apunto, pletórica de elocuencia.

—Lógico. No soporta que destaque más que él.

—¿En qué si se puede saber? —¿en hacer permanentes?, pienso yo.

—En qué va a ser —responde resuelta con todo el aire de ir a perder la paciencia de un momento a otro por mi estupidez—, en el caso, en que esté brillando más y vaya por delante de él varias calles; porque aquí él es una mera comparsa, el que se tiene que quedar en el coche esperando, el que no se entera de lo que se cuece ni puede actuar hasta que se lo ordenan…

—¿Y tú dónde has aprendido a hablar con esa seguridad y decir cosas como «mera comparsa»? Me tienes asombrada.

—¿Síííí? ¿Lo notas? —y sus ojos se iluminan como los de la niñata que es—. Es que estás ante la nueva Reme. Es que mira, Clara, te voy a ser sincera —vaya por dios, otra que en esta última media hora también ha decidido abrirme su corazón—, yo estaba, la verdad, muy mal, porque me sentía, no sé cómo decirlo… maltratada, sí, ésa es la palabra, y también ignorada; era como un cero a la izquierda para Carlos, me limitaba a aguantar, a decirle siempre que sí y a darle toda mi admiración. A veces esperaba, todo el día si hacía falta, a que me dedicara una sonrisa, a que se diera cuenta de que estaba con él y, de vez en cuando, como hace un par de noches, me quedaba sola en casa, sin hacer nada, hasta que se acordara de aparecer.

—No me lo imagino dándote un plantón, con lo formal que es.

—Pues vaya si me lo dio, había montado un superplán romántico para la noche del martes y al final llegó a las mil y me quedé sin cena, sin película y sin palomitas. Y lo peor es que ni se disculpó. ¿A ti te parece bonito? Y claro, una se acaba cansando.

»Clara, te voy a confesar una cosa —no, de verdad, casi mejor que no, por mí no te molestes—: Yo esto de hacerme pasar por puta y tal lo hice por mi cari, para recuperar su amor, para que viera que yo también era digna de admiración, que valía algo. Era como mi último intento, como mi canto del cisne. ¿Y sabes qué pasó? —a ver, ilumíname—, que he aprendido que yo también soy digna de admiración, pero no de la suya, sino de la mía. Porque valgo mucho, y soy independiente, y tengo mi trabajo en la peluquería y he demostrado mi valor y me ha gustado, y he comprobado que no es tan difícil echarle valentía a la vida y mirarla de frente y descubrir de verdad quiénes somos y con quién nos juntamos. Yo a Carlos lo veía como algo inalcanzable, no me creía que me quisiera, me parecía un sueño. Un hombre tan guapo, tan educado, tan inteligente… Pensaba que me estaba haciendo un regalo al seguir conmigo. No, peor aún, un favor.

Coño, pues esta vez la niña tiene razón, derecho a despertar y darse una hostia contra la realidad, a mirar a la cara a un hombre que no lleva ni un año a su lado y verlo con ojos nuevos y asistir de pronto, serena y dolida, al estallido de su ilusión. Exactamente lo mismo me pasó a mí, sólo que tardé bastante más en darme cuenta. Me fastidia tener que reconocerlo, esto se está convirtiendo en una odiosa costumbre, pero su discurso me está llegando al alma.

—Hasta que ayer, en casa de Alejandra —continúa Reme—, cuando me alabó tanto y me dijo que era tan joven y guapa, descubrí que el favor se lo estaba haciendo yo a él. Y es que soy tal y como ella me definió: un diamante en bruto, una joya por descubrir, a punto de brillar. ¿Y qué es él? Un policía que está engordando, que se está quedando calvo, que parece un abuelito contando batallitas de la guerra. Y yo no me veo con fracasados.

Vale, retiro lo dicho.

—¿Tanto se te ha subido a la cabeza la aventurita? —le pregunto escéptica.

—No. Simplemente he visto mi potencial —afirma rotunda.

—¿Tu potencial como qué?, ¿como puta de lujo? —y sé que la comparación está de más, que me paso, sí, pero ni puedo ni quiero evitarlo aunque no soy quién para hablar, para meterme en la vida de Carlos, para defenderle como parte damnificada en una historia de amor después de cómo acabó la nuestra, para sentir precisamente yo compasión por él. Y eso mismo debe de pensar también Reme, porque después de digerir mi insulto, contraataca.

—¿Y tú qué, ahora te has vuelto su defensora después de dejarlo como lo dejaste, tirado como a un perro? ¿Quién te crees que eres para cuestionarme?

Me callo. Me callo porque me ha noqueado, porque vuelve a tener razón, porque no sé qué responderle. Pero entonces comprendo que no quiero aguantarme e, irremediable, embalada, empiezo a rajar para eludir que le debo una contestación.

—¿Sabes qué pasa cuando te das cuenta de las cosas? ¿En qué consiste una revelación? No, claro, tú qué vas a saber. Te lo voy a explicar: se trata del momento en que alguien comprende una verdad que se muestra de golpe como si se le abrieran las puertas del cielo y le quitaran una venda de los ojos. Eso se llama
epifanía
y hasta Escarlata O'Hara, para que te hagas una idea, tuvo más de una. Cuando llega es como si el mundo mudara de color y todo a tu alrededor cambiara por completo, ¿lo entiendes? Imagínatela con la zanahoria en la mano poniendo a dios por testigo de que jamás volverá a pasar hambre. Eso tiene un sentido, ahí ella acaba de descubrir que hará lo que sea, matará si es preciso, porque al fin ha comprendido que es una superviviente, una luchadora y eso, lo sabe ahora, se lleva en la sangre.

—Mira, Clara…

—Ni Clara ni hostias. Te preguntas por qué te cuento esto, pero tiene un sentido porque yo, mientras ponías a tu churri a parir, también he tenido una revelación y ¿sabes qué?, de pronto Carlos, como hombre, como pareja, como pasado, me importa un huevo. No es que me dé igual, al contrario: como ya no me duele y acabo de liberarme del odio puedo sentir compasión por él, la misma clase de lástima que si fuera un extraño, y es como si acabaran de contarme la historia de un desconocido, un tipo cualquiera —reconozco serena, disfrutando de la sorpresa que me brinda la indiferencia—, alguien al que su novia quiere dejar tirado porque ha descubierto que se le queda pequeño, porque es un juguete viejo, una falda pasada de moda y yo, en vez de gozar con el dolor ajeno, no puedo evitar pensar que es injusto.

—¿Injusto? Pero ¿cómo me dices ahora que…?

—A ver, bonita, calla y deja de engañarte: si ya no le quieres, si te cansa, si te hastía, adelante, déjalo, pero no busques excusas absurdas, porque si esto lo haces sólo porque una mala pécora teñida de rojo te ha dicho que nunca ha visto a otra moviendo el culito como tú, si te deslumbra una víbora cuya profesión es mentir y por creerte sus mentiras de que eres una diosa te juegas tu futuro con un hombre, entonces te equivocas. Tal y como eres no vas a encontrar a otro mejor que Carlos, y yo estoy harta de perder el tiempo con vuestras historias, así que te lo voy a poner claro: si con todo esto que te he dicho no te piensas bien las cosas, es que eres gilipollas, niña.

Reme no sale de su confusión, lo noto, y yo lo estoy todavía más. ¿Cómo he podido decir esta sarta de cursiladas? Ni me reconozco, será que estoy sensible, con la guardia baja o echando tanto de menos a Ramón que me parece que tener una pareja, quien sea, es tan esencial para cualquiera como hoy la necesito yo. Qué triste, qué patético, qué alivio, qué cansada estoy.

—Hola, ¿querías algo? —interrumpe Reme el debate dirigiéndose de pronto a alguien que está a mi espalda y a quien no he oído llegar.

—No, yo sólo venía a…

León, plantado como un idiota en medio de la sala, mirándome a través de sus gafas de culo de vaso con esa expresión que siempre me altera los nervios y no sé si es de burla o estupidez o soberana inteligencia o estulticia sin igual, pero oh, sorpresa, resulta que no me contempla a mí sino a Reme, y diría que casi babea en el intento de abarcarla toda con sus cuatro ojos cuyas chiribitas percibo algo desvaídas porque las gafas en su espesor las amortiguan, las desvanecen como estelas fugaces de fuegos artificiales en la noche de San Juan. Su mirada, más allá de la admiración, raya en la codicia, y no sé si siento celos o un asco que va más allá de lo usual. ¿Qué le pasa a éste que siempre viene por aquí a última hora? ¿Es que busca encontrarme sola o, peor, que no esté nadie para poder cotillear nuestros expedientes en una sala desierta?

—¿Quieres algo? —repito yo también, y sueno borde, lo sé, pero es tal mi rechazo que hasta lo describiría como físico, como si fuéramos dos imanes condenados a repelerse, aceite y vinagre, flor y alérgico al polen, negro y skin.

—Estaba buscando a Javier, ese que llaman el Bebé —duda.

—¿Al Bebé? Sigue sin aparecer.

—¿No me vas a presentar a tu amiga?

—Bueno, más que amigas… —salta Reme, siempre dispuesta a puntualizar.

—… somos como hermanas —la interrumpo yo sin saber por qué, es una reacción repentina, egoísta, rapaz. De pronto no me sale de las narices facilitarle información a este parásito policial, este gorrón de vidas ajenas.

—Sí, pero en mi caso se trataría de una hermana bastante menor, ¿no? —continúa Reme riéndose, qué cabrona, y el imbécil éste la secunda. Una vez roto el hielo, en paz y armonía todos, proceden las presentaciones—. Soy Reme.

—Yo León —y en dos zancadas, y para esto sí que es rápido el tío, cruza la sala para coger su mano y plantarle dos besos bien hermosos en la cara—. Es un placer. ¿Es la primera vez que vienes a esta comisaría?

—Sííí —finge la muy embustera, y ahora es cuando yo me mosqueo porque no soy capaz de vislumbrar sus intenciones en la mentira, aunque mucho me temo que tienen que ver con el vacío de su existencia, el convencimiento de que merece hombres mejores y todas esas tonterías que acaba de soltar.

—Si te apetece te la puedo enseñar.

—No, gracias, León, ya lo haré yo más tarde, ¿a que sí, Reme, querida?

—Es muy amable por tu parte, Clara, pero no hace falta que te molestes. Además, ya me iba.

—Vaya casualidad, yo también estaba a punto de salir —añade el muy rijoso—. Podríamos tomarnos, si no te molesta mi atrevimiento, un café aquí fuera, a la vuelta de la esquina, hacen un capuccino buenísimo y así te explico cuál es mi función aquí y, si quieres, me cuentas tú de tu vida.

—Cómo va a molestarme, para mí sería un placer —y la niña otrora inocente no duda ni un segundo en aceptar.

—Entonces ¿vamos? —León le tiende su brazo sin ningún disimulo, como si se creyera un caballero galante cuando no es más que un pulpo.

—Un momento, Reme, te olvidas de darme esa dirección que te había pedido —intervengo yo, faltaría más, ¿o es que me toman por retrasada, por convidada de piedra, por la molesta carabina vestida de monja que contempla cómo un tenorio de tercera le desvirga a la niña entre zalemas y tonterías?—. León, ¿serías tan amable de esperarla fuera? Te prometo que no tardará nada.

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