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Authors: Mercedes Castro

Tags: #Relato

Y punto (46 page)

En el jardín, que empieza a despoblarse en un otoño empeñado en disfrazarse a ratos de verano, me guía hacia sus rosales.

—Son casi todas blancas —aprecio con admiración.

—Me gustan porque son las más difíciles de mantener. Siempre me han gustado las mujeres difíciles —y me guiña un ojo.

—No tiene remedio —le recrimino, y avanzamos ante un cercado poblado por pequeñas lápidas de mármol que llaman mi atención.

—Son mis perros —me explica mientras leo sus curiosos nombres:
Xeito
,
Lato
,
León
,
Cissy
.


¿Cissy?

—Era la fox terrier de una amiga. Cissy Bowen fue en realidad la mujer de Raymond Chandler. Tras su muerte, él no pudo escribir una sola línea más.

—Lo sabía —murmuro entre dientes mientras me agacho para leer el breve epitafio que acompaña a la mascota: «Algún día volveremos a pasear / juntas, / te refugiarás como siempre / en mis brazos, / juntas haremos el viaje. / Me esperarás jugando mientras, / ladrando a tu sombra / en los charcos, / cazando palomas / traviesas, / aguardando el sonido / de mis pasos / mientras llego a tu playa / tu Olvido». Y en menos de tres segundos ya me he incorporado para ponerme frente a Vito en dos zancadas y mirarle encolerizada—. Me da igual si llama a sus gorilas. No pienso marcharme hasta que me explique quién es esa Olvido y por qué su perra está enterrada aquí.

Vito menea cansado la cabeza, se apoya con firmeza en su bastón y levanta la mano que le queda libre. Yo no me muevo ni él tampoco. No ha pasado ni un instante cuando aparece Malde, que le coge del brazo y lo dirige hacia un banco en una zona umbría resguardada bajo las sombras de un magnolio. Les sigo con las manos en los bolsillos y el semblante agrio. La furia me ciega, como esta Olvido de la lápida sea quien me estoy temiendo, aquí va a haber algo más que buenas palabras. Estoy harta de que esta gente me tome el pelo, de que todo dios me pida favores pero nadie tenga el detalle de revelarme la verdad completa.

—A ver —exijo cuando me siento a su lado—, qué pasa aquí.

—Olvido empezó trabajando para mí. La apreciaba mucho. En los últimos años se había alejado de nosotros, pero hubo un tiempo en que éramos muy buenos amigos. Digamos que era como… mi protegida.

—Qué enternecedor, lástima que no me lo crea. Y, por cierto, ya puede ir mandando recado al cementerio de Tres Cantos para que le vayan cavando otra tumba al lado de su otro protegido, nuestro querido amigo el Culebra.

—No bromee con su muerte, por favor. Para mí ha sido un duro golpe.

—¿Otro? No me diga. Y ahora me confesará que también era como una hija y que por mi conciencia, por mi madre, por mis muertos, haga cuanto pueda para averiguar qué le pasó realmente.

—No, no se lo pediré —y una nube de odio o de pena le cubre los ojos—. He hecho averiguaciones y, créame, ese asunto está zanjado.

—No estará insinuando que se ha tomado la justicia por su mano.

—No ha hecho falta. A veces existe una suerte de justicia poética que nos ahorra ese trabajo. Si me disculpa, voy a retirarme. Necesito descansar —masculla mientras se levanta trabajosamente ayudado por Cara de Gato. Antes de irse se detiene a despedirse y se me revela pálido. Es un ser decrépito, descubro. Está acabado—. Espero poder volver a verla antes de que se desencadene todo.

Se aleja renqueante y me quedo sola en el banco. Aguardo un instante en un vano intento de digerir mi rabia, mi ira, antes de marcharme de aquí. No tarda apenas nada en aparecer uno de los orangutanes que me pide, amable pero parco, que le acompañe a la salida. Ya en la calle, oteo por última vez las copas de sus árboles, arranco mi coche y salgo sin despedirme ni pronunciar palabra. Paso junto a Nacho y el Bebé, que vuelven a mirarme alucinados, dejo atrás el vehículo camuflado donde esos cabrones aguardan, me despego de un tirón el esparadrapo que asía a mi pecho el segundo micrófono, pongo la radio a todo volumen y empiezo a cantar a grito pelado para no caer en la trampa de llorar, y porque el que canta su mal espanta. Miro por el retrovisor y contemplo la calle vacía tras de mí, con sus chalets cercados por muros que defienden a los ladrones de dentro de los ladrones de fuera, con la Mansión Vito al fondo, la más grande y blanca de todas, llena de muertos en vida y muertos de verdad, de locos, de secretos y rencores e inquilinos disfrazados bajo tantas mentiras. La maldigo, los maldigo a todos en mi mente, a los de dentro, a los de fuera, a los del coche y de la furgoneta y, por encima de todos, me maldigo a mí.

Es entonces cuando comienza a brotar el llanto.

XVI

—Vale, a ver que yo me entere, Clarita —es Santi, justo después de regresar de mi cita con Vito, en la reunión de urgencia que hemos montado sobre la marcha para valorar la «visita» que haremos a Virtudes, volviendo por enésima vez sobre lo mismo después de haber escuchado la grabación—, ¿de dónde te sacas tú que Virtudes, o sea, Alejandra, es quien recluta chicas para el viejo?

—Como me vuelvas a llamar Clarita te hago comerte la placa.

—Cuidado con el tono, Deza, no quiero broncas. Estamos intentando sacar conclusiones entre todos y sobran las bordeces —me advierte el jefe Bores en un magnífico ejemplo de ecuanimidad que me obliga a asentir, bajar la cabeza y callarme un rato para digerir mi bilis y no tener que escupírsela a la cara a nadie que me vuelva a faltar, lo que ocurrirá con seguridad.

—De dónde lo sacas, dímelo —insiste Santi obcecado.

—Lo cierto es que, si prestamos atención a la conversación, Vito no llega a citar a Virtudes expresamente en ningún momento —interviene París con su habitual tonillo de suficiencia y voz impostada de ridículo erudito.

—Voy a volver a explicarlo… —y me armo de paciencia—. Virtudes es la encargada de seleccionar a chiquillas a las que promete transformar en modelos y estrellas de televisión y que por el camino terminan convertidas en putas de lujo, ¿hasta ahí todos de acuerdo? —y asienten más o menos convencidos—. Según lo que esta mala bicha me contó, las busca cuanto más jóvenes mejor, sin importarle que sean menores o tener que operarlas, adiestrarlas, vestirlas o lo que haga falta. Pero este proceso es muy caro, ¿quién paga la cirugía estética, las ropas, el estilismo? Es obvio que ella da la cara en nombre de una organización con suficiente capital como para asumir los gastos de este negocio. Tal y como yo lo veo, tiene que haber un «socio inversor»: Vito.

—De eso se trata —interrumpe París con gesto teatralmente escéptico—, de que todo es tal y como

lo ves, pero lo único que hay aquí es lo que

nos cuentas y
tu
interpretación de los hechos. Si lo estuvieras tergiversando para que todo se adecuara a
tu
descabellada teoría, no lo sabríamos.

—¿Cómo que no?, ¿y esto qué es? —y cojo mi destartalada grabadora y la enseño triunfal como una abogada en un juicio que muestra la prueba definitiva y es que, por otra parte, esto es exactamente eso: un juicio a mi eficacia, a mi rápida consecución de pruebas, a mi capacidad para relacionar unos hechos con otros que ellos ni llegan a entender ni pueden asumir.

—Parece tu grabadora —afirma Santi con lógica aplastante.

—¡Qué listo! Pues contiene la conversación que mantuve con la madame. Como es evidente que no os fiáis de mi veracidad a la hora de transcribirla para el informe, lo mejor es que también la oigamos.

Clara la conecta con aire ofuscado y comienza a escucharse su voz falsa y maligna soltando perlas del tipo «nosotros formamos una gran familia», «somos un equipo preparadísimo y con experiencia demostrada», «aquí dentro los compañeros me conocen por Virtudes».

—¿Te das cuenta de que habla siempre en plural? ¿Quién crees que son esos «nosotros»? ¿Ella y su caniche?

—Quizá —sugiere París con una sonrisa de vencedor—, porque ese «socio capitalista» que mencionas no se cita por ninguna parte.

—Pero ¿has oído la cinta con atención? Me extraña que no te hayas fijado en detalles como que rellene fichas con el perfil de cada muchacha, las cite para hacer un book con un fotógrafo profesional y las aliente incluso a pasar por el cirujano plástico. ¿De verdad piensas que puede costear esa inversión sola? Es evidente que detrás hay una organización muy bien articulada y que todo ese control obedece a una sola razón: a que hay un inversor que pone la pasta pero exige, a cambio, las cuentas claras.

—Tal vez, pero aun así sigo sin entender cómo has sacado la conclusión de que el paganini es Vito. Ahí fuera hay muchos más mafiosos sueltos.

—Estoy de acuerdo —le apoya Bores—. En esta ciudad hay cientos de redes de prostitución ilegal y muchas putas que, cuando se retiran, se ofrecen a montar una para alguien adinerado y poderoso. ¿Por qué van a estar los dos en la misma?

—Porque de sus palabras se deduce el mismo tipo de funcionamiento y, si queréis, ponemos también la grabación que acabo de obtener durante nuestro encuentro. Él habla de selección y preparación de las mejores chicas, de ofrecerles un futuro triunfal…

—Venga, es el mismo rollo que diría cualquiera —me rebate Santi—. Todos prometen lo mismo, incluso a las desgraciadas que vienen de África y terminan en la Casa de Campo.

Eso, venga, Clarita. No seas tonta, simple, pueril, cortita, espesa. ¿No ves que todos pensamos lo mismo, que estás equivocada? ¿Cómo puedes insistir en tus teorías rodeada de hombres que te niegan, que te quitan la razón dispuestos a refutarte que el cielo es azul? Déjalo, vete a casa, es tan fácil como levantarse de la silla y marcharse. A qué seguir, qué vas a sacar en limpio aquí, ¿sería capaz cualquiera de ellos de proponerte para un ascenso? ¿Podrían llegar a reconocer por una vez, sólo por una mísera y diminuta vez, que has hecho algo bien?

Pues hazlo, levántate y vete. Qué te impide alejarte. Qué más te dan los muertos si guardas la conciencia de llegar a casa sabiendo que lo has hecho lo mejor que has sabido. Olvídalos. No les respondas ni les hables. Véncelos con tu silencio. Gánales al abandonarlos en su ignorancia. Vete y vive.

Por un momento calibro la opción. Me callo un rato a ver qué pasa, cómo reaccionan, y espero a que alguien se dé cuenta de que me he mosqueado porque ya está bien de hundirme la moral, joder, de frenarme con sus escollos.

Primero París expone algo sin sentido lleno de «por cuantos».

Después Bores murmura un alegato que ni se entiende.

Más tarde Santi concluye que, definitivamente, no.

Y, al final, las voces se apagan y mueren.

Se miran unos a otros en silencio.

Corre lento el aire.

Lo respiro.

Y hablo.

—¿Es que nadie se acuerda de la agenda del teléfono de Olvido?

—¿Qué agenda? —preguntan casi a la vez.

—La de la memoria de su teléfono. Todos los nombres estaban en clave, pero yo he conseguido descifrar unos cuantos. El «Padrino» es Vito, como ya sabéis. Y Virtudes, la «Madrina». ¿Cómo podéis decirme que no tienen relación si ambos están en la misma lista?

La conclusión de la conversación es que bueno, puede, quizá, quién sabe, tal vez haya alguna conexión entre ambos. Cuando mañana usted, Deza, sí, esta estúpida servidora, se vuelva a exponer y dé la cara junto con Zafrilla ante la proxeneta, es decir, Virtudes, no estaría de más que sacase el tema de la financiación del negocio a ver si araña alguna información sobre Vito.

No se preocupe, hombre, sin duda lo haré, no tengo nada mejor que hacer mañana que suicidarme. Y ya que estamos, por aquello de que el Pisuerga pasa por Valladolid, también puedo preguntarle, si le parece bien, jefe, si se ha cargado a Olvido o fueron sus sicarios, pienso, pero no lo digo, aunque ganas no me faltan porque día sí día también tengo que salir a la calle y presentarme ante alguien que me puede matar, dar la cara con temor en el cuerpo y unas imparables ganas de temblar aunque al final, como debe ser, como está establecido que ocurra, me aguanto y oigo cómo dan por concluida la reunión y reparo en que sí, muy bonito, todos hemos hablado mucho, pero al acabar ninguna decisión ni tampoco un plan de acción. Y yo me pregunto, ¿para qué ha servido esto?, ¿qué sentido tiene tanta palabrería si, como siempre, tendré que actuar por mi cuenta a golpe de intuición?, cavila mientras observa cómo, en el otro extremo de la mesa, el jefe Bores y París confraternizan y se ríen a saber de qué machada y menos mal que ahora, en el parón de la comida, podré hablar con Santi sin cortapisas y a ver si saco algo en limpio de todo este lío, porque siento que necesito parar, tomar distancia de los descubrimientos que se suceden con tanta rapidez que no tengo tiempo para asimilarlos, porque son demasiados lazos, demasiadas redes, demasiados cabos de los que tirar y todos conducen a todos y ya no sé qué está bien o qué está mal, quién dice la verdad, quién miente, quién esconde secretos o quién me muestra su auténtica personalidad aunque eso es pura tontería porque no existe nadie que no esconda algo. Hasta yo le guardo miedos a mi marido. Ésa es la única realidad.

—Clara, ven un momento, por favor —la llama París, que ha acabado de departir con el jefe y a ver qué güevo le pica a éste, igual es que no le ha bastado con martirizarme ante los demás y ahora quiere abroncarme en privado.

—Qué —responde agresiva al llegar junto a él.

—No, nada, quería decirte que ya he empezado. Ya sabes, a hablarle de tu amiga y… eso.

—¿Qué es eso? —este hombre me hace perder la paciencia, me desquicia, me pone de los nervios, tantas ganas de explayarse delante de los superiores y míralo ahora, tan cortado, tan tímido, tan patético.

—Pues eso, que parece que Javier se deja calentar la oreja y que lo ve bien.

—Pero ¿habéis quedado?

—Aún no, pero creo que él ha entendido mis intenciones y en breve caerá.

—Joder, Carliños, vaya mierda de Celestino estás hecho, por como lo cuentas parece que quien le esté haciendo proposiciones deshonestas seas tú. Ten cuidado, no vaya a ser que lo confundas y en la famosa cita, que a ver si la fijas de una santa vez, a quien le tire los trastos sea a ti.

Se me queda mirando con tal asombro en los ojos desorbitados que me da por pensar que hasta él mismo alberga dudas sobre la interpretación que el novato haya podido dar a sus insinuaciones. Definitivamente, los hombres no tienen remedio. Mucha valentía ante el jefe, mucho cuestionarme, mucho disponer y no saben montar una cena en condiciones. Y luego dicen que nosotras somos un desastre. Por lo menos demostramos capacidad para llevar a cabo un plan tan simple como organizar una cita a ciegas.

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