—Michael, si entonces me lo hubieras dicho, podría haberte apoyado No tenías por qué pasar por todo esto tú solo.
—Pero yo estoy bien. No tenía la intención de tirarme a la vía del metro ni nada parecido.
—¿Y creías que yo sí que lo haría?
—¡Claro que no!
—Entonces, ¿qué? No soy de piedra. Y no soy ninguna niña. Y no permitiré que ni tú ni nadie me trate como si lo fuese.
Tras decir estas palabras, se levantó y fue al dormitorio. Aunque no dio exactamente un portazo, supongo que cerró con cierto énfasis.
Muy bien, se estaba comportando de una manera muy poco razonable. En realidad, no me importaba. Lo que más me molestaba era que tenía razón: no la había tratado de igual a igual. Aunque mi intención no había sido tratarla como a una niña, ella lo sentía así y ahora entendía por qué. Tras reflexionar mientras me tomaba otra taza de café, fui al dormitorio y llamé a la puerta con suavidad.
Al abrió la puerta. Estaba vestida y llevaba la maleta en la mano. Su boca era una línea fina y enojada.
—¿Qué? -dijo.
—Tienes razón. Lo siento.
—¿Yo tengo razón? Tú lo… Un momento, ¿puedes repetir eso?
—Te he dicho que tienes razón. Me equivoqué al ocultártelo. Tenías todo el derecho del mundo a saberlo.
Ella asintió con la cabeza. Todavía tenía la mandíbula rígida, pero noté que se estaba tranquilizando.
—Y tienes razón sobre otra cuestión -añadí-. Me habría ayudado mucho confiar en ti, sobre todo el miércoles por la noche, cuando todo este asunto me tenía muy preocupado. La verdad es que, cuando estoy tan molesto, no suelo sentirme mejor si hablo con alguien.
—Se lo contaste a George.
—Sí, pero con George es como si hicieras un poco de broma todo el rato. Sabía que no iba a ser muy duro. Además, debía decirle que tenía un gusano en el programa. Te prometo que la próxima vez haré mejor las cosas.
Dejó la maleta en el suelo y me miró fijamente a los ojos.
—Entonces, ¿vamos a ser un equipo?
—Socios -dije, tendiéndole la mano-. ¿Hecho?
Me tomó de la mano y me hizo entrar en el dormitorio.
—Se me acaba de ocurrir una forma mejor de cerrar el trato -apuntó.
Más tarde, retomamos el tema que había iniciado los fuegos artificiales.
—Ni siquiera estoy seguro del nombre que hay que dar a esa cosa. -dije-.Parece un gusano, pero es mucho mayor y más complicado que cualquier otro que haya visto. ¿Qué es un animal que parece un gusano, actúa como un gusano, pero no es un gusano?
Ella reflexionó unos momentos.
—Una Cecilia -dijo por fin, sonriendo.
—Nada de alusiones personales, por favor.
—¡No me refiero a ninguna persona! Oh, lo siento, ¿conoces a alguien que se llama…?
—No, no conozco a ninguna Cecilia. Pero decías que…
—Una Cecilia, con minúsculas es un anfibio tropical que se parece a un gusano y excava túneles en la tierra.
—Cómo sabes todo eso?
—Me especialicé en biología.
—Me gusta: Cecil la cecilia.
—Creía que Cecil era una serpiente marina. ¿O era Beany?
—No, Beany era el niño que llevaba un ventilador en la gorra.
—Michael, hay una cosa que no cuadra -dijo, en tono reflexivo.
—De hecho, supongo que casi todo esto parece una fantasía.
—No, no lo creo. Las ideas que se te han ocurrido tienen mucho sentido. De hecho, resultan brillantes.
—Bueno, no todas son ideas mías…
—No te hagas el modesto conmigo. Sé que hablaste con varias personas mientras te ocupabas de esto, pero es tu trabajo. Estoy muy impresionada. Lo que me preocupa es que, si este gusano monstruoso ha evolucionado, ¿por qué no tenemos pruebas del proceso? Hasta el pasado sábado, el gusano más grande que habíamos visco era la anaconda que te enseñé en Napa Valley. Es como pasar del trilobites a los dinosaurios de un salto evolutivo.
—Tal vez tengas razón -dije-. Pero también es posible que no lo hayamos hecho porque era demasiado hábil en evitar ser detectado.
—Quizá. Pero recuerda lo que dijiste sobre los gusanos inteligentes capaces de asimilar otros programas. Lo que, según tu explicación, hizo en el software de Tower implica una capacidad técnica increíblemente sofisticada. ¿Afirmas que esa capacidad simplemente la ha desarrollado, o podría haberla tomado de otro sitio.
—No lo sé; tal vez si. Te conté lo que dijo Oz sobre la rapidez que podía tener la evolución de estas cosas.
—Espera un momento -dijo Al.
Me volví hacia ella. Supongo que se me escapó por un pelo el ver la bombilla encendida sobre su cabeza.
—Hasta ahora hemos hablado de evolución en términos puramente darwinianos, es decir, selección natural. Pero ¿qué me dices de la evolución lamarckiana?
—¿Qué es eso?
—Lamar pensaba que las características adquiridas podían pasarse a la siguiente generación. O sea, si unos animales estiraban el cuello para llegar a las ramas más altas, sus crías nacían con cuellos más largos, hasta llegar a las jirafas.
Aunque yo no me había especializado en biología, aquella historia de las jirafas me resultaba familiar.
—Vale. Pero creía que esa controversia se había resuelto. ¿No era Darwin el que tenía razón?
—Sí, en el caso de los seres vivos. Las características adquiridas no quedan registradas en los genes. Pero en el caso de los programas informáticos…
—¡Maldita sea! Tienes razón. Una característica adquirida se codificaría con cualquier otra.
—Y podría transmitirse.
Pensé en lo que había dicho León Griffin: que tal vez Roger Dworkin podría haber conseguido hacer lo de Tower. Entonces empezaron a girar los engranajes de mi cabeza.
—Al, ¿quién es el autor de MABUS/2K? -pregunté.
MABUS/2K se había convertido en el sistema operativo estándar de la industria desde que lo habían presentado en 1995.
—Supongo que Macrobyte dedicó un equipo completo de programadores a su creación, pero el nombre que suele mencionarse es el de Roger Dworkin.
—Correcto. ¿Y quién escribió el paquete de utilidades que permite ejecutar aplicaciones antiguas en un entorno MABUS/2K?
—¿Roger Dworkin?
—Correcto. ¿Y quién escribió el programa que permite a los sistemas operativos antiguos utilizar algunas aplicaciones de MABUS/2K?
—Hummm, ¿se acerca una pregunta con trampa? También fue Dworkin.
—¿De modo que casi todos los sistemas de este país funcionan con software programado por Roger Dworkin?
—Sí, sí, ¡sí! ¿Adónde quieres ir a parar?
—Creo que tenemos que hablar con ese tipo.
—A ver si lo entiendo -dijo Al-. ¿Crees que MABUS/2K es un caballo de Troya?
Era una idea totalmente descabellada. Pensar que Macrobyte, el fabricante de software más grande y de más éxito de la industria, pudiese poner en circulado un producto que contuviese archivos ocultos con un objetivo desconocido era casi inconcebible.
—Sin embargo, no tiene por qué saberlo nadie de Macrobyte, salvo Roger Dworkin. .
—Pero es muy respetado, por no hablar de su riqueza. ¿Por qué iba a poner todo en peligro con un truco así?
Me encogí de hombros.
—Supongo que si una vez fuiste pirata, lo eres siempre. Además -añadí-, yo no me fiaría demasiado de las grandes compañías de software. Al fin y al cabo ¿quiénes son los más beneficiados de una crisis producida por virus? En los setenta y a principios de los ochenta se pasaban la vida lloriqueando por el pirateo de software. Ahora que todo el mundo tiene miedo de utilizar un disco que no venga envuelto en celofán, los gigantes del software no han de preocuparse tanto por los piratas.
Usar sólo discos nuevos envueltos en papel de celofán, conocido también como el
condón informático,
estaba considerado el modo más seguro que tenía el usuario medio de protegerse de posibles infecciones. Esto se describía incluso como «SExo Seguro» («SEguridad del Software»), por lo menos entre quienes eran aficionados a estirar la metáfora hasta lo imposible. Se daba por supuesto que cualquier disco al que se le había quitado el envoltorio antes de llegar al usuario estaba infectado por un virus.
—Además, sabes que algunos de los primeros virus fueron escritos por compañías de software como mecanismos de protección contra copias. Incluso el virus Palustan Brain fue escrito para perjudicar a los piratas de software.
—¿Qué estás diciendo? ¿De verdad crees que las grandes compañías de software están detrás de la crisis de los virus?
Al me miraba como si acabase de descubrir que era un paranoico y ahora intentase averiguar si también podía ser peligroso.
—No, no creo que hayan esparcido virus de forma deliberada, aunque tampoco han hecho gran cosa para proteger al usuario medio. MABUS/2K podría haber tenido mucha mayor resistencia antivírica, pero tiene una protección que no es precisamente de vanguardia tecnológica. ¡Diablos!, si Macrobyte hubiera hecho las cosas bien, tal vez tendríamos que dedicarnos a otro trabajo. Me parece que redujeron las defensas del sistema intencionadamente porque sabían que, cuando Pepe Pérez dejase de preocuparse por posibles infecciones de virus, circularía mucho más software pirateado del que hay ahora.
Saqué uno de los programas de Macrobyte de mi biblioteca de programas, encontré un número telefónico en la documentación y llamé; estaba comunicando. Puse el teléfono en modo de marcado automático durante las dos horas siguientes, hasta que por fin conseguí línea. La verdad es que no sirvió de mucho porque resultó que era el número de la sede principal de la empresa en New Castle (Delaware), mientras que las instalaciones de desarrollo de software estaban en Oakland (California).
Llamé al centro de desarrollo, y me dijeron que no había nadie durante el fin de semana y que volviese a llamar el lunes. El señor Dworkin no estaba. No, no podía darme su número de teléfono. Probé a llamar al teléfono de información de la bahía de San Francisco, pero no pudieron localizarlo. Mientras tanto, Al fue a la biblioteca local para consultar un CD que contenía las guías telefónicas de todo el país. Su búsqueda no obtuvo ningún éxito. El número de Dworkin no debía aparecer en las guías públicas.
A continuación, buscamos en artículos antiguos de informática. Estábamos de que encontraríamos algo a causa del amplio tratamiento informativo que habían tenido las primeras andanzas de Dworkin como pirata. Sin embargo descubrimos que su nombre y su foto no habían sido publicados en los medios comunicación debido a su tierna edad. Su nombre sólo fue conocido más tarde, pero nadie tenía una foto suya.
Nuestro siguiente intento consistió en llamar a varios amigos del ámbito informático para tratar de encontrar a alguien que conociera a otro que, a su vez conociera Dworkin. Llamamos a amigos de todo el país. Incluso me puse en contacto con gente a la que no había visto desde los tiempos de la universidad.
Todo el mundo sabía quién era Roger Dworkin, pero nadie conocía a nadie que lo conociera. Algunos creían conocer a alguien que conocía a otro que lo conocía, pero cuando hablábamos con aquella persona, siempre resultaba que en realidad no lo conocía, aunque sí conocía a alguien que conocía a otro que… Es fácil de entender, ¿verdad? Todo aquello era un poco raro, como si fuese un persona de una leyenda urbana; todo el mundo cree que es una historia verdadera pero realidad nunca existió. En un momento dado, me sorprendí a mí mismo tarareando la música de
The Twiligbt Zone.
Al anochecer del sábado, tuvimos que admitir que estábamos en un callejón sin salida. Fui al
dojo
a hacer una tabla de ejercicios, aunque no me apetecía nada Por si necesitaba alguna otra prueba de que La Vida No Es Justa (que, por supuesto, no la necesitaba), descubrí que Al, que tiene el cuerpo de una instructora de aeróbic, abominaba todo tipo de ejercicio.
El domingo fue un día de descanso. Pasamos la mayor parte de la mañana con el
New York Times,
intercambiamos secciones y colaboramos para resolver el crucigrama. Claro que yo no pude meter mucha baza. Como cabía esperar de una enciclopedia andante, Al era un genio resolviendo crucigramas; incluso los rellenaba a tinta. No se le pasaba por la cabeza que pudiese cometer un error. Después, mientras leía las reseñas de libros, dijo:
—Escucha la lista de los más vendidos:
El fin de la civilización, Las profecías actualizadas de Nostradamus, El Anticristo está entre nosotros, Cómo beneficiarse del inminente colapso del sistema financiero mundial, Diez tareas a realizar para prepara la Segunda Venida, Siete hábitos de personas con grandes defectos…
En realidad, no se muy bien por qué han incluido este último título en la lista.
—Parecen cosas muy divertidas. ¿Cuáles son los más vendidos de ficción?
—
No sin un disparo,
de Rex Crown;
El quinto jinete,
de Mitchell Creighton,
Conversaciones con la Bestia,
de Enya Wheaton…
—Por lo menos, parece que el fin del mundo favorece a las editoriales.
—Sí. ¡Eh!, escucha esto:
¿Quién me escuchará?
La cortesía ha desaparecido
y la violencia ha descendido sobre nosotros.
¿Quién me escuchará?
Los corazones de los hombres son rapaces
y todo el mundo roba a su vecino.
¿Quién me escuchará?
Los hombres se gozan en el mal
y la bondad es abandonada.
—Vaya. Ya veo que hoy te esfuerzas por darme ánimos. ¿Qué me vas a leer a continuación? ¿Las esquelas?
—Habías oído antes este poema?
—No, ¿porqué?
—¿Cuándo crees que fue escrito?
—No lo sé, parece bastante reciente.
—¿Me creerías si te dijera que fue escrito alrededor de 1990…
—Si.
—… antes de Cristo?
—Claro. ¿Qué?
—Fue escrito alrededor de 1990 antes de nuestra era en el antiguo Egipto. Se titula:
El hombre que estaba cansado de vivir.
—
Hummm… Caramba, me imagino que tienen un archivo, pero ¿crees que el Times hizo una reseña de ese poema cuando lo publicaron?
—Es una nueva traducción, listo -replicó ella, golpeándome con el periódico.
—¡Ah, eso lo explica todo! El texto pierde si uno no lee los jeroglíficos originales.
—No me extrañaría. ¡Eh!, ¿vamos a quedarnos aquí tumbados todo el día, o salimos a hacer algo?