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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Wyrm (15 page)

—¿Qué quieres decir con eso?

—¿Se supone que debería estar impresionado porque ese tío es objeto de veneración por una organización que lo más probable es que ni siquiera exista

—Existen, te lo garantizo.

—¿Has hablado con alguno de ellos?

—Bueno, no estoy muy seguro…

—¡Ajá!

—Ah, hombre de poca fe… Oye, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Me ibas a contar tu conversación con Oz.

Le conté hasta el último detalle. Al principio era incrédulo; después, a medida que se extinguía su enfado por haber menospreciado a Oz, fue cada vez más cordial. No estaba seguro de qué era peor.

—Mala suerte, tío -dijo-. ¿Cuánto tiempo crees que pasará hasta que se resienta el negocio?

—Es difícil de decir. Depende de la rapidez con que se propague. Ahora que pienso en ello, un gusano tan grande como éste podría tardar bastante en multiplicarse. De todos modos, dudo que pasen muchos meses.

—Puedes dar por sentado que sólo hay un tipo de gusanos.

—¿Qué quieres decir?

—¿Y si hay más de uno? Si un gusano puede evolucionar hacia la inteligencia, ¿por qué no dos, diez o cien?

—¿Qué importancia tiene? Parece como si tuvieran que adaptarse a unas mismas características: hagas nada que pueda joder el sistema principal, protégelo de parásitos y cosas así.

—Claro, siempre y cuando tengas uno en el programa. ¿Qué ocurrirá cuando dos de ellos compitan por el mismo sistema?

Tenía razón. Hasta ahora había pensado que lo único por lo que debía preocuparse un gusano era que alguien como yo lo encontrase y pulsase la tecla de borrado. Sin embargo, la competencia con otros gusanos inteligentes podía ser una amenaza aún mayor, sobre todo ahora que los tipos como yo eran una especie en peligro de extinción.

—Puedes haber dado en la diana -dije-. Tendré que reflexionar sobre ello.

—Si va a haber una gigantesca partida de Core War, tal vez puedas participar al menos como arbitro.

—Muy tranquilizador.

Core War era un juego inventado por Víctor Vissotsky, Robert T. Morris padr y Dennis Ritchie en los laboratorios Bell a principios de los sesenta. Lo popularizó A. K. Dewdney en su columna «Computer Recreations» del
Scientific American.
En resumen, es un juego en el que dos programas informáticos tratan de matarse el uno al otro. Por desgracia, resultó ser también un campo de pruebas para toda clase de ideas nefastas para atacar sistemas informáticos: una especie de caldo de cultivo de virus.

Parecía que George tenía cierta razón sobre el peligro de tener más de un gusano inteligente en el mismo sistema. Intenté imaginar los posibles efectos de dos parásitos inteligentes tratando desesperadamente de borrarse el uno al otro. Podía montarse un follón de mucho cuidado.

Se me ocurrió otra idea. Si los gusanos inteligentes eran realmente recursos de sus sistemas principales -o simbiontes, como había dicho el doctor Oz-, serían programas bastante valiosos. Sin embargo, un gusano inteligente, al tratarse de un programa, también podía sufrir, en teoría, el ataque de un parásito, «…y a su vez hay pulgas más diminutas que los morderán, y así
ad infiniturm.
Aquí podía haber una nueva oportunidad de negocio: pasar de cazador de gusanos a
veterinario
informático.

Llamé a Al, pero opté por no contárselo, ya que había algunas cuestiones nuevas que quería resolver primero y no deseaba causarle un pánico innecesario. Tuvimos otra larga conversación. Me contó que vendría a Nueva York a pasar el fin de semana. Yo estaba en el séptimo cielo. Me sentía como si hubiese pasado un desde la última vez que la había visto.

A la mañana siguiente, llamé a Tower Bank amp; Trust y pedí que me pasaran a Harry Ainsworth.

—¿Va algo mal, Michael? -me preguntó-. Pensaba que nos habías dado de alta.

—Tengo información nueva que me hace pensar lo contrario.

—¿Y bien?

—Creo que su software contiene un gusano de un tipo desconocido de momento. No parece causar ningún daño, e incluso podría ser beneficioso hay que investigar mucho al respecto.

—Por supuesto, si usted cree que es un asunto importante.

—Si, lo creo. También necesitaré a Leon Griffin, u otra persona con conocimientos semejantes.

—Eso será un problema. En la actualidad, existe una demanda increíble de las pocas personas que tienen sus conocimientos, como sabe. Le dije que tuvimos conseguir sus servicios. Y no puedo sacarle ahora del proyecto en el que está trabajando porque tiene máxima prioridad.

—Si podemos analizar el parásito que hay en su software, cabe la posibilidad de que contremos la manera de resolver el problema del formato de los años. Si no lo hacemos, tal vez ya no tenga importancia.

—¿Cree que puede ser tan grave?

—Me temo que sí.

Ainsworth aún dudaba.

—Bien, pase por aquí. Quiero hablar con usted y quizás oír también lo que tenga que decir León al respecto.

—Iré enseguida.

Media hora después llegué al despacho de Harry, que me hizo pasar con un gesto. Me saludó y dijo a través del interfono:

—Diga a Leon Griffin que venga a verme de inmediato, gracias.

Leon llegó escasos minutos después y dijo al verme:

—Hola, ¿qué sucede?

Nos sentamos a petición de Harry. Puse mis cartas sobre la mesa; al menos, unas cuantas.

—Leon, he llamado a Harry esta mañana para decirle que creo que el problema puede ser más grave de lo que pensaba. Me parece que el causante de las modificaciones que descubriste es un gusano que existe en el software. Quiero que me ayudes a descubrir qué es lo que está haciendo y cómo.

—He dicho a Michael que le necesitamos para la labor que está realizando ahora -dijo Harry-. Tal vez pueda dedicarle una pequeña parte de su tiempo, pero no quiero que interfiera en su encargo inicial.

Leon paseó la mirada de uno a otro por unos momentos
y
comentó:

—Creo que el señor Arcangelo tiene razón. Hemos de entender el sistema en su totalidad para realizar los cambios que ustedes desean, y ahora este gusano forma parte efectiva del sistema. Ya he tenido que empezar a trabajar al respecto y, sin duda alguna, agradeceré toda la ayuda que provenga de alguien con sus conocimientos en este tema.

Harry se encogió de hombros.

—No me había fijado en ese aspecto del problema. Muy bien, caballeros: ustedes son los expertos. Si creen que debemos hacerlo así, ¡adelante!

Mientras Leon y yo nos dirigíamos al terminal en el que él estaba trabajando comenté:

—¿De veras has empezado a trabajar en el gusano?

—¡Diablos, no! -respondió, sonriendo-. Pero observé que no iba a dejarnos hacerlo a menos que yo me mostrase a favor. Y lo que usted ha dicho me intrigar. Quiero averiguar qué es lo que está pasando aquí.

Me reí entre dientes.

—Gracias, Leon. Y, por favor, tutéame y llámame Mike, ¿quieres? Cada vez que oigo hablar del señor Arcangelo empiezo a buscar a mi abuelo a mi alrededor.

Cuando llegamos al terminal, le expliqué algunos detalles más a León, incluí la conversación que mantuve con Marión Oz. Estaba impresionado.

—Es casi increíble -dijo-. Sin embargo, me veo obligado a admitir que es la única explicación que he oído hasta ahora que se ajusta a los hechos.

León y yo trabajamos hasta tarde y volvimos a la trinchera a primera hora de la mañana siguiente. A media mañana estábamos a punto de arrojar la toalla.

León tenía la mirada clavada en el monitor. Meneó negativamente la cabeza

—Aquí hay algo gordo, de acuerdo. Pero no lo bastante para hacer lo que creemos que está haciendo. Se mire como se mire, sólo hay unos diez megabytes de memoria no justificados por el software original y sus archivos.

Yo había estado pensando en ello todo el día. Por fin, noté los primeros atisbos de una idea.

—Oye, ¿cómo sabemos que todo el gusano está en este software?

—¿Quieres decir que tal vez una parte del mismo fue borrada?

—No. Lo que quiero decir es lo siguiente: supongamos que esta cosa es tan grande que no dispone de espacio suficiente con el que hay en cualquier programa, incluso en un sistema de tamaño considerable como éste. Podría ocultar partes de sí mismo en varios programas diferentes. Mientras haya comunicación entre los diferentes programas principales, existiría, en realidad, un único parásito en varios sistemas.

—Una idea interesante -comentó, asintiendo con la cabeza-. ¿Cómo llamarías a una cosa así?

—Es obvio: un gusano segmentado.

Dado que no estábamos haciendo muchos progresos con el gusano, decidí pasarme por Gerdel Hesher Bock para ver cómo iban las cosas por allí.

Quería asegurarme de que no había indicios de una nueva infección del DS9. En efecto, no los había; pero, mientras realizaba unas comprobaciones, me llamó la atención otra cosa: un archivo que había creado yo durante el proceso de eliminación del virus estaba alterado, y no conseguía ver cómo ni por qué. Estudié el problema con un programa depurador, pero no encontré su origen. Llamé a Henry le pregunté si le había ocurrido antes algo parecido.

—Sí, hemos tenido algunos problemas de ese tipo; aparecen y desaparecen, ¿tus virus también lo ha hecho?

—No este virus. Maldición…

El software mostraba ahora un
bug
llamado
heisenbug,
que puede desaparecer cuando uno intenta encontrarlo. Se llama así por una especie de broma basada el principio de incertidumbre de Heisenberg, de mecánica cuántica.

—¿Qué sucede?

—Tienen que parar el sistema -dije. El problema era que uno de los últimos virus de Beelzebub incluía un
heisenbug
como parte de su carga. El
heisenbug era
sólo una burla; la carga real podía causar daños mucho más graves.

—Apaga todo el sistema, enseguida. Desconéctalo.

—Vamos a hablar con Evelyn.

Evelyn se quedó estupefacta.

—No puedo… Quiero decir que no tengo autorización para hacer eso.

—Entonces lléveme ante alguien que la tenga.

Durante unos momentos, pareció dispuesta a discutirlo. Entonces, al observar la expresión de mi cara, palideció un poco, cerró la boca y descolgó el teléfono.

Marcó una extensión y preguntó:

—Carla, ¿dónde está ahora Reed Burroughs? Gracias. -Colgó y me dijo-: Sígame.

Mientras la seguía, le iba explicando la situación:

—Existe una probabilidad muy alta de que su sistema esté infectado por un segundo virus. Si es lo que creo que es, han de pararlo hasta que podamos librarnos de él, o podrían perder todos los datos que tienen almacenados.

Llegamos a la puerta de una sala de reuniones. Cuando Evelyn asomó la cabeza al interior, atisbé un grupo de trajes sentados alrededor de una larga mesa.

—Señor Burroughs, es una emergencia -dijo ella.

El traje que estaba en la cabecera de la mesa salió al pasillo. Era un hombre rechoncho, de cabeza más bien cuadrada y ojos azules y fríos. No parecía muy complacido por aquella interrupción. Evelyn no hizo el menor intento de justificar por qué era necesaria: se limitó a mirarme de forma expectante.

—Creo que su sistema informático está infectado por un parásito muy destructivo -dije-. Si no lo paran de inmediato, puede destruir todo el sistema.

. El efecto de mi noticia estuvo lleno de colorido; el rostro del hombre adquirió un tono colorado brillante, en contraste chocante con el azul de sus ojos.

—¿Pararlo? ¿Y cómo se supone que podemos seguir en el negocio? ¿Sabe qué día es hoy? ¿Sabe qué es lo que pasa a medianoche? ¡Es la Triple Hora Bruja, eso es! ¿Sabe lo que le pasaría a esta empresa si hoy no pudiésemos realizar ninguna transacción?

—¿Y qué le pasaría si perdieran todos los datos almacenados en el sistema?

Cuando su mente procesó esta cuestión, parte del color se desvaneció de sus mejillas.

—Mire -añadí-, sé lo que es la Triple Hora Bruja. También sé cómo piensa de este virus: lo más probable es que lo haya programado para que se active en un día como este.

—¿Está seguro de ello?

—No. No puedo estar seguro hasta haber aislado el virus. Pero la posibilidad…

—¿Me está pidiendo que detenga la marcha de toda la empresa, precisamente hoy, solo por una posibilidad? No. Olvídelo.

—Si detiene ahora el sistema, es probable que pueda volver a ponerlo en poco más de una hora. Si esperan hasta que el virus actúe…

—Si necesita trabajar con el sistema parado, vuelva después de medianoche. -Apoyó una mano en el pomo de la puerta- Ahora me gustaría volver a la reunión.

Cuando hubo cerrado la puerta, me volví hacia Evelyn.

—¿Qué es la Triple Hora Bruja? -le pregunté.

—Creía haberle oído decir que ya lo sabía -dijo ella, entornando los ojos.

—Bueno, lo sé en términos generales. Quiero decir que sé que no estábamos hablando de una escena de
Macbeth.
Son tres tipos distintos de opciones que expiran al mismo tiempo, ¿verdad?

—En efecto. Las opciones de acciones, de índice y de futuros, el tercer viernes de marzo, junio, septiembre y diciembre.

—¿Podemos acudir a una instancia superior? -pregunté, haciendo un ademán hacia la puerta tras la que había desaparecido Burroughs.

—No, la decisión le corresponde a él. Veamos: ¿no puede eliminar el virus sin desconectar el sistema?

—El problema es que el programa explorador va a funcionar mucho más despacio si tiene que hacerlo en segundo plano respecto a la actividad normal. -expliqué.

—¿Con cuánta lentitud?

—Si el virus está programado para ejecutarse hoy, no podremos examinar todo el sistema a tiempo.

—¿Qué sugiere?

—Carguemos el explorador de todos modos; tal vez tengamos suerte; si no, volveré después de medianoche. En el caso de que tengan problemas antes de esa hora, llámeme.

Le di el número de mi teléfono móvil.

—Gracias -dijo, en un tono que sonó a sincero.

Volví a Tower para trabajar un poco más en el gusano. Estaba planteándome empezar pronto el fin de semana, cuando sonó mi teléfono móvil. Eran casi las tres.

—¿Diga?

—¿Michael Arcangelo? Soy Evelyn Mulderig.

Por su tono de voz, parecía estar al borde del pánico.

—¿Qué pasa?

—El sistema acaba de colgarse. ¿Puede venir?

—Enseguida.

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