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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Wyrm (14 page)

—Es fantástico conocerte por fin, Mike. Ahora puedo poner una cara en las historias de Steve.

—¿Coincide con la que te imaginabas?

—No, Steve dijo que eras bien parecido.

—Bueno, no te puedes fiar de todo lo que dice. ¿Sabe el doctor Oz que vengo a verlo?

—¡Rayos, no! Si supiera que alguien como tú viene de otra ciudad para verlo, nunca conseguirías acercarte a menos de un kilómetro de él. Si le digo que eres un amigo mío que ha venido de visita, es probable que te preste atención durante una hora. Recuerda: cuando hables con él, tienes que decírselo todo tres veces. La primera no te oirá, la segunda no te entenderá y la tercera no te creerá.

—Entonces, ¿por qué molestarme?

—Buena pregunta.

Encontramos al entrañable profesor en su despacho, que tenía la puerta abierta. Podía oírse su voz desde la mitad del largo pasillo. Cuando llegamos, estaba hablando por teléfono. No había nadie más a la vista. Tal vez la gente externa a la institución se daba de bofetadas por entrevistarlo, pero aquí todos parecían evitarlo.

Dan fue a la puerta y dijo en voz muy alta:

—Doctor Oz, me gustaría presentarle a un amigo mío.

—Espera un momento. ¿No ves que estoy hablando por el jodido teléfono. -Se concentró de nuevo en el teléfono y gritó-: ¿Qué es lo que ha dicho?… ¿Eh
?

Mientras esperábamos en el pasillo, le di un codazo en las costillas a Dan; susurré:

—Creía que lo llamabais profesor Marvel.

—¡No en su cara! -respondió, levantando los ojos al cielo-. Tal vez sea irreverente, pero no suicida.

Unos momentos después, Oz dejó de gritarle al teléfono, lo colgó con un fuerte golpe y se acercó a la puerta. Era un viejo y escuálido gruñón, de rasgos marcados y cabellos canos y retorcidos como alambres, aunque la mayor parte del cabello parecía crecer del interior de sus gigantescas orejas. De sus huesudos hombros colgaba un cárdigan de color verde como la bilis, y llevaba una corbata de un tono verdoso igualmente ofensivo y del todo incompatible, sujeta con un lazo alrededor de su peludo cuello. Además, la corbata exhibía una serie de manchas de comida. Dan hizo las presentaciones y el Gran Hombre nos invitó a sentarnos.

Sus ojos azules, húmedos e inyectados en sangre, me escrutaron por encima de las gafas de lectura.

—¿Usted trabaja en el campo de la inteligencia artificial? -preguntó. Su voz fue el restallido de una metralleta.

—Nunca se me había ocurrido, pero ahora ya no estoy tan seguro -respondí.

—¿Eh?

—He dicho que nunca se me había…

—¡Ya lo he oído! Tengo orejas, ¿sabe? ¿Qué quiere decir eso?

—Leí en el
Hologram
la entrevista que le hicieron. Me sorprendió de manera especial su idea sobre la evolución de la inteligencia informática.

Agitó una mano, como si tratara de dispersar un mal olor.

—Ésa no era la cuestión principal en absoluto. Lo principal es que nunca se conseguirá crear inteligencia artificial. Eso es lo importante. Lo otro sólo es una posibilidad teórica. Dudo que tenga ninguna relevancia práctica.

¿Cómo? ¿Ninguna relevancia práctica? Estaba convencido de que él mismo no podía creerse eso. Recordaba una cita de Marvin Minsky (posiblemente era una cita apócrifa) que decía que, algún día, los seres con inteligencia artificial serían más inteligentes que los humanos, que quizá nos convertiríamos en sus mascotas. La prensa lo torturó durante años al respecto. Es posible que Oz tuviera miedo de que le pasara algo parecido en relación con su idea de la inteligencia evolutiva. De todas formas, no dije nada sobre ello, sonreí y comenté:

—Me resulta extraño que un teórico tan eminente menosprecie la teoría.

—¿Qué?

—Digo que me resulta extraño…

—¡Ya sé lo que ha dicho! -Lanzó una mirada a Dan-. ¿Qué pasa? ¿Le has dicho que estoy sordo o qué?

Dan mostró una expresión de inocencia tan absoluta que yo mismo estuve a punto de creerle.

Oz me miró con recelo, mientras las gafas resbalaban por su nariz, y me dedicó una sonrisa torcida y extrañamente fascinante.

—No sé si acaba de besarme el culo o de darme una patada en los huevos. ¿A dedica usted que puede estar relacionado con la inteligencia artificial?

—Soy consultor de seguridad de sistemas informáticos. Mi especialidad son los virus.

—Un cazador de virus, ¿eh? ¿Cree que son un buen caldo de cultivo para la inteligencia informática?

q-Creo que es una posibilidad, sobre todo los virus TSR.

—¿TSR?¡Ah!, los del tipo «terminar y permanecer residentes».

—Si. Son unos virus que permanecen en la RAM mientras está funcionando el ordenador.

—Como un
daemon
de procesos en segundo plano -explicó Dan.

Oz asintió con la cabeza. Las gafas casi habían llegado a la punta de la nariz. Pensé que tendría que levantárselas pronto.

—En mis tiempos de estudiante en el MIT, solíamos llamar a esa clase de programa
dragón.
En ITS, un programa dragón muestra una lista de todos los usuarios conectados y los programas que están ejecutando.

ITS, o «compartimiento de tiempo incompatible», era un sistema utilizado para conectar sistemas PDP-6 y PDP-10 en red en los primeros tiempos del laboratorio de inteligencia artificial del MIT. El último sistema ITS se desconectó alrededor de 1990, lo que fue motivo de pesar para los piratas más veteranos de todo el mundo.

—Nunca había oído hablar antes de ese tipo de utilización. En Caltech lo llamábamos sólo
daemon.
Pero, en cualquier caso, creo que su analogía con la evolución biológica era muy sugerente. E incluso iría más allá.

—¿Más allá?

—Se me han ocurrido un par de cuestiones adicionales. En primer lugar, los sistemas biológicos dependen por completo de las mutaciones aleatorias. En el caso de los ordenadores, la situación se parece más a un mundo en que hay muchos diosecillos o semidioses que crean cosas y las introducen en el sistema.

—Los programadores.

—Exacto. Sobre todo, los programadores de inteligencia artificial. No puedo afirmar que entiendo todo su argumento sobre la imposibilidad de la existencia de la inteligencia artificial, pero ¿hay algún dato que permita pensar que una inteligencia evolucionada incorporaría otros elementos del sistema?

Negó con la cabeza. De forma milagrosa, las gafas, que ya habían llegado a la punta de la nariz, no saltaron por los aires.

—No. Nada en absoluto. Continúe.

—La segunda cuestión es que los sistemas biológicos, además de ser considerablemente más lentos, tal como usted señalaba, funcionan bajo unas limitaciones mucho más definidas. No sólo se reproducen, tienen que comer, respirar, excretar, sobrevivir en condiciones meteorológicas extremas, etc. Su capacidad de evolucionar está limitada por todos esos factores. No sería posible desarrollar un cerebro humano sin desarrollar primero los sistemas digestivo y respiratorio, entre otros, que han de ser lo bastante fuertes para mantenerlo. Básicamente, éste es otro argumento que nos hace pensar que la evolución podría producirse de forma mucho más rápida de lo esperado.

—Probablemente es cierto -intervino Oz, quien no parecía impresionado- pero es bastante equivalente a lo que ya dije respecto a la diferencia entre el genoma humano y el del chimpancé, que sólo es del dos por ciento.

—Supongo que es verdad -repuse, encogiéndome de hombros-. pero un corolario: para sobrevivir y reproducirse, un programa intruso tiene una misión fundamental: evitar ser detectado. Sólo se me ocurren dos estrategias evolutivas básicas que potencien esa capacidad: mantener un tamaño reducido, lo que será una especie de callejón sin salida evolutivo…

—¿Y la estrategia alternativa?

—Adquirir inteligencia.

Asintió; pensé que a pesar suyo.

—Parece una teoría bastante plausible -admitió.

—De hecho, creo que puede tener un interés más que teórico.

—¿Qué propone? ¿Buscar virus informáticos inteligentes? Si encuentra uno, me gustaría verlo, pero no espero que suceda eso en un futuro inmediato.

Entonces, lo que le dijo al periodista de
Hologram
sobre la posible existencia de mas inteligentes era una bravuconada. Pues bien, yo le traía noticias frescas.

—¿Y si le digo que vi uno anteayer?

Dan y él se miraron. A Dan no le había explicado esta parte de la historia.

—¿Cree haber encontrado pruebas de una inteligencia informática evolucionada?-peguntó Oz.

—Si. Déjeme que le explique lo que he encontrado.

Le expliqué lo que estaba sucediendo en Tower. Mi hipótesis era que un gusano inteligente era el responsable de la alteración del software. Oz permanecía escéptico.

—¿Insinúa que ese gusano tiene capacidad sensorial?

—No sensorial -dije-. Es inteligente en el sentido tradicionalmente utilizado en el campo de la inteligencia artificial, es decir, puede realizar ciertas tareas de tipo cognitivo a un nivel relativamente alto.

—Estoy de acuerdo. Pero eso significa también que ha alcanzado el punto en que la inteligencia es útil para sobrevivir y, por lo tanto, será seleccionada. Una vez que haya sucedido esto, el avance hacia la sensorialidad podría ser inevitable.

—Pero ¿por qué molestarse en rediseñar el software? -preguntó Dan.

—A fin de disponer de más espacio para sí mismo -dije-. Los gusanos informáticos no tienen que comer, dormir, respirar o cagar; sin embargo, necesitan tener suficiente memoria disponible para almacenarse y reproducirse. Al mejorar el antiguo software de Tower, apuesto a que dejó libres varias docenas de megas de la memoria.

Oz asintió con la cabeza. De algún modo, las gafas se mantuvieron aferradas a su solitaria atalaya en la punta de la nariz.

—Por consiguiente, el efecto antivirus que ha encontrado tendría esa misma ventaja.

Pensé en las secuoyas gigantes de Muir Woods y la relativa falta de otros tipos de vida vegetal y animal.

—Si, más espacio para el gusano inteligente. Además, si evita que otros animalejos causen problemas importantes, reduce la probabilidad de que un tipo como yo meta a la nariz en su territorio. Entonces, recordé lo que había dicho George acerca de Goodknight: lo definió como un organismo que devora programas de ajedrez.

—¿Sabe? Podría haber una tercera razón del efecto antivirus relacionada con lo que dije antes acerca asimilar fragmentos útiles de otros programa.

—¿Quiere decir que el gusano en cuestión devora otros gusanos.

—Exacto.

—Muy bien. Estoy impresionado. Es un asunto muy interesante. Sin embargo no creo que haya venido desde Nueva York sólo para impresionar a un viejo cascarrabias.

—La verdad es que no -dije, con mi mejor sonrisa.

—¿Y bien?

—Quiero que me ayude a descubrir lo que se puede hacer al respecto.

—¿Por qué hay que hacer algo?

Ahora no sabía adonde quería ir a parar.

—Bueno, es mi trabajo -dije.

—Su trabajo consiste es solucionar problemas. ¿Está causando algún problema este gusano inteligente? En todo caso, los está resolviendo. Y, según su propio razonamiento, sería en realidad un recurso al servicio del sistema principal: un simbionte, más que un parásito.

Me quedé estupefacto. Tenía razón.

Realicé el viaje de vuelta a Nueva York en estado catatónico. Había hecho mi trabajo, tratar de liberar al mundo de todos los parásitos informáticos conocidos, y de pronto, el gusano se había revuelto. La cosa con la que debía trabajar estaba haciendo mi labor. Y lo hacía condenadamente bien.

A lo largo de varios años me había labrado un hueco muy lucrativo en la esfera de la consultoría contra virus informáticos. En los últimos tiempos, aunque se incorporaba cada vez más gente, había trabajo más que suficiente; de hecho, cada día había más.

Espero que no se malinterpreten mis palabras. No me preocupaba el dinero. Sabía que podía encontrar otro trabajo en la industria informática, no tendría que ir a la casa de caridad, pero me gustaba mi trabajo, maldita sea. Llevaba tanto tiempo haciéndolo que había llegado a definirme, o por lo menos a definir aquella parte de mi personalidad que responde a la pregunta «¿Y usted cómo se gana la vida?».

Durante el último medio siglo se había repetido el tópico de que el ordenador acabaría sustituyendo al individuo, pero se trataba de una idea ridícula. Era como si al exterminador de plagas lo reemplazase una cucaracha, como si el fontanero fuese sustituido por el goteo, o como si el tipógrafo fuese la errata.

Resultaba humillante.

Llegué a mi apartamento alrededor de las siete. Había un mensaje de Al. Pensé que sería mejor llamarla y darle la mala noticia. Estábamos a punto de sufrir el mismo destino que el pájaro dodo y el pterodáctilo. Antes de que pudiese descolgar sonó el teléfono. Era George.

—Muy bien, Mike, ¿vas a contarme qué es lo que sucede? ¿O tengo que ir a Nueva York y meterte chips de RAM en las uñas hasta que hables?

—Tu programa ha sido infectado por un gusano.

—¡Mierda!

—Pero no te preocupes. Es un gusano inteligente.

—¿Inteligente?

—Más que yo, desde luego. Está haciendo mi trabajo.

Se produjo una larga pausa.

—¿De qué puñetas estás hablando? -preguntó por fin.

—Hoy he hablado con Marión Oz.

—¿Oué? ¿Tú has hablado con Marión Oz?

Había olvidado que Oz era, por alguna razón que jamás había logrado entender, uno de los héroes de George. Imaginé que su siguiente cuestión sería preguntarme si le había pedido un autógrafo.

—Si he hablado con él en persona.

—¿Es tan alucinante?

—Parecía bastante listo… para tratarse de un analfabeto informático, por lo menos.

—¿Qué? -vociferó. Su tono de voz indicaba a las claras que acababa de blasfemar contra lo más sagrado.

—Su ayudante dice que nunca pone las manos sobre un teclado.

—Mike -dijo, muy alterado-, detesto tener que decirte esto, pero no sabes lo que estás diciendo.

—Es extraño, porque hasta ahora nunca odiaste decírmelo.

—Es que esta vez lo digo en serio. Marión Oz fue uno de los piratas de Lisp mis geniales de la historia de la inteligencia artificial. Es casi el santo patrón de los Caballeros de Lambda Calculus.

—Vale, vale.

Los Caballeros de Lambda Calculus era un grupo casi mítico, al parecer compuesto por los piratas de Lisp y Scheme más brillantes que habían navegado los mares cibernéticos.

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