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Authors: Patrick Dunne

Tags: #Intriga

Villancico por los muertos (32 page)

—¿Se supone que todos éstos representaban a distintas razas?

—Sí. Aquí hay algo que hasta ahora no había podido apreciar bien, la decoración de los capiteles sobre los que descansan los arcos…

—No tienen grandes relieves como los otros.

—No. Están labrados, un poco más difíciles de hacer. Algún tipo de decoración vegetal en un par de capiteles…, e insectos alados en el otro.

Le mostré la foto a Finian y la miramos juntos.

—Mira atentamente los insectos. Mira, tienen rayas —exclamé.

—Son abejas.

—Eh, tienes razón… —de pronto recordé la figura que vi en el patio. Y temblé.

—¿Te encuentras bien?

—Estoy bien. Sólo un poco cansada. ¿Por dónde íbamos?

—Estábamos hablando otra vez de las abejas.

—Es verdad. ¿Alguna idea de lo que podían simbolizar en esa época, siempre en términos religiosos?

—Bueno…, está el razonamiento obvio de que podían pasar por los dirigentes monásticos, dada su organización social. Las comunidades de monjas son frecuentemente comparadas con abejas.

—Uh-uh… qué interesante. Continúa.

—La abeja es un símbolo de la muerte y de la resurrección, ya que se creía que moría en invierno y volvía a nacer en primavera… —recitaba con los ojos entornados como si estrujase su memoria—. Además, su miel representa la misericordia de Cristo, su aguijón el juicio y… también había algo relacionado con la Virgen María, pero no logro acordarme.

—Inténtalo.

Finian chasqueó los dedos.

—Su castidad, eso es. Porque era así como las abejas conseguían a través de las flores a sus crías, más que incubándolas en los huevos.

—Hum… Así no tenían que implicarse en el confuso mundo de la reproducción sexual.

—Pero sabes cómo se reproducen las abejas, ¿no?

—Recuérdamelo.

—Dentro de la colmena las obreras son todas hembras, mientras que los machos, los zánganos, sólo tienen un objetivo en la vida: aparearse con la reina. Sin embargo sucede algo muy curioso cuando los zánganos fertilizan los huevos de la reina.

—¿Qué es…?

—Todos los huevos se convierten en hembras.

Finian no podía imaginarse cuán misteriosamente su teoría se compaginaba con mis anteriores conjeturas sobre la abadía de Grange. Cogí la lupa de nuevo.

—De acuerdo, vamos a mirar más de cerca la vegetación del otro par de capiteles —miré a través de la lente—. ¡No puedo creerlo! —exclamé, pasándosela a Finian.

—Hojas… bayas… —me miró sorprendido—. ¿Es acebo, no es eso?

—Tienes toda la maldita razón, es acebo —confirmé con desagrado.

—Abejas y acebo juntos. Un bonito toque decorativo, ¿o algo más? ¿Debemos considerarlas por separado o están relacionadas de alguna manera?

Finian parecía haber olvidado la relación entre el acebo y los hombres asesinados, pero decidí que sería mejor continuar por el camino que había abierto con sus preguntas.

—Supongo que hemos perdido la habilidad de comprender cómo una mente medieval los interpretaría, igual que ellos no podrían entender algunos signos de nuestra cultura. Tomemos un sencillo ejemplo como… como un círculo, no, todavía mejor, un anillo. Si yo te preguntara a ti y a un hombre del medievo qué simboliza un anillo, seguramente los dos contestaríais que la eternidad. Ese es uno de los pocos símbolos que no ha cambiado a través de los años. Pero si os enseñara una bandera blanca con cinco aros entrelazados en azul, amarillo, negro, verde y rojo no significaría nada para él y sí mucho para ti.

—Los Juegos Olímpicos.

—Exacto. Y no sólo el concepto de juegos, sino toda la parafernalia de las imágenes de televisión y también recuerdos, además de los temas que normalmente suelen acompañar a éstos: el dopaje, la definición de la categoría amateur, la comercialización, etcétera. Y además la gran aspiración: los cinco continentes representados en los anillos y unidos a través del deporte. Todo eso te viene a la cabeza al ver la bandera.

—Entonces, cuando la gente de la Edad Media miraba las esculturas de piedra o a las imágenes representadas en las vidrieras, podían leer no sólo su significado obvio, sino muchos de los mensajes subyacentes. Y cuando las imágenes se presentaban juntas, sus interpretaciones podían ser muy variadas, y la complejidad de su mensaje se multiplicaba. El acebo, por ejemplo, como me contaste, protegía a la Sagrada Familia de los soldados de Herodes, sus bayas representaban la Sangre de Cristo, alejaba a los íncubos de las camas de las doncellas y todo eso. Mezcla todos esos significados con el simbolismo de las abejas, y ¿qué es lo que obtienes?

—No se me ocurre.

—Para empezar, en la arquitectura románica los pórticos de las iglesias eran el lugar elegido para las escenas del Juicio Final y las advertencias sobre el peligro de los vicios. Por lo tanto, parece una apuesta segura creer que estamos pisando el mismo territorio. Este sermón de piedra, en concreto, aparenta estar dedicado a la promiscuidad y plagado de advertencias sobre los frutos del pecado original.

—En los capiteles labrados que acabamos de observar, hay una lección completa sobre la lucha entre el paganismo y el cristianismo: la Sangre de Cristo ha reemplazado a la sangre de la Diosa, quien a su vez es sustituida por la Virgen María; la interminable muerte y resurrección del Señor del Bosque han sido suplantadas por un Dios amable que murió y resucitó una única vez, pero cuyo juicio será implacable para aquellos que no aprecien el sacrificio que ha hecho por ellos. La pregunta ahora es: ¿por qué dar esta lección en esta puerta en particular? ¿Y cómo podemos interpretar correctamente las figuras del relieve de los arcos?

Escuché un ronquido y me giré para mirar a Finian. Creía que estaba estudiando una de las fotografías, pero se había quedado totalmente dormido con la cabeza apoyada en la mesa, y la lupa todavía en la mano.

Me eché hacia atrás y continué la reflexión en mi cabeza.

La razón de la existencia de la abadía de Grange estaba, a mi juicio, implícita en esas piedras. Ya había descubierto que las monjas liberaban a las jovencitas de sus bebés ilegítimos, de ahí las advertencias sobre las consecuencias de la lujuria; pero tenía que haber algo más en las piedras, algo que no terminaba de captar.

Y además otra cosa que me inquietaba. Cuando fui a visitar la abadía de Grange no advertí ni una sola estatua o pintura; vi acebo y hiedra en cantidad, incluso muérdago, pero ni una sola señal del pesebre. El himno en latín que escuché cantar a la comunidad en mi primera visita podría, asimismo, ser una bienvenida al renaciente sol tanto como una celebración de la Natividad. Y no existía la más mínima ambigüedad en las palabras que habíamos oído esta noche —adoramos al dios Sol, nuestro Salvador divino—. El lugar no es que tuviera un ligero aroma a paganismo, es que apestaba.

Dejé que mis más oscuros presagios emergieran. Pensaba que las monjas de la abadía de Grange no sólo habían abandonado cualquier práctica de sus creencias católicas, sino que además habían hecho algo para invertir el equilibrio del poder, representado en la lucha de fuerzas del pórtico. «La sangre de la Diosa está tiñendo de nuevo las bayas, y es ella y el Hombre Verde quienes están ascendiendo. El demonio al que había que dejar fuera está ahora en el interior».

Sólo me quedaba una cosa pendiente, pero me resistía a considerarla.

Frank Traynor y Brendan O’Hagan habían descubierto mucho más de lo que era aconsejable sobre las monjas de la abadía de Grange. Y yo ahora también sabía demasiado.

22 de diciembre
Capítulo 23

El miércoles por la mañana temprano suaves vientos del oeste entraron por el Atlántico, trayendo ráfagas de fina lluvia que barrían las calles como redes de pesca sin dueño, mientras trataba de llegar andando hasta el hotel Dean Swift y el Centro Deportivo. Iba de camino a encontrarme con Fran.

Diciembre estaba presentándose muy inestable en Irlanda y el pronóstico del tiempo, como siempre, se estaba riendo del sueño de Bing Crosby.
Blanca Navidad,
repetida hasta la saciedad, era melancólicamente propagada por los altavoces del vestíbulo, donde su monotonía era acorde con el árbol artificial que habían instalado desde mediados de noviembre.

Finian estaba completamente sobrio cuando le desperté e insistí en que se quedara en casa para protegerme. No tenía ganas de discutir por lo que, después de que cerráramos todo, se fue a dormir al cuarto de invitados mientras yo me desplomaba en la cama a las 3.30 de la madrugada.

Le había dejado durmiendo, tomándome tiempo durante el desayuno para poder aclarar mi cabeza y poner cierta distancia con las cosas, lo que era absolutamente necesario antes de hablar con Gallagher. Para empezar, tendría que reservarme mis teorías sobre la abadía de Grange. Había conjurado fantasmas y escenas dignas de
El hombre de mimbre.
Todo lo que debía hacer era tener una interpretación sexy a lo Britt Ekland en el papel de la hermana Campion y tendría todo un clásico en mi haber. Por muchos sonidos que hubiera en el pantano y relieves en la iglesia, ésos no eran los temas prioritarios que debían considerarse en un doble asesinato. Necesitaba tener más información sobre la abadía de Grange; y por eso me había dirigido al Centro Deportivo.

Cuando salía de los vestuarios, presencié la siguiente escena: dos mujeres y un hombre nadaban en una zona de la piscina acotada para ese fin. Entonces vi a Fran, con un traje de baño azul un poco más claro que el mío, salir de la sauna del fondo y darse un chapuzón. Me metí en el agua y nadé hasta ella. Fran emergió cerca de la escultura de un pez gigante que soltaba agua por la boca. Dejó que ésta le corriera por la espalda, agarrándose la barbilla con los ojos cerrados como si recibiera un masaje. Me puse a su lado y esperé a que abriera los ojos.

—Aaah —gritó echándose hacia atrás, perdiendo el equilibrio y hundiéndose en el agua.

Con la boca llena de agua me dedicó alguna obscenidad al conseguir hacer pie, mientras se sacudía las gotas de la cara con las manos.

—¿Qué haces aquí?

—Lo mismo que tú —repliqué alejándome a nado. Era una sensación agradable.

—¿Qué es lo que quieres, Illaun? —me preguntó alcanzándome—. No has venido aquí para cuidar de tu salud.

Tenía razón, por supuesto.

—Te llamé a casa pero no estabas. Daisy me dijo que te encontraría aquí.

Alcanzamos el final de la piscina y, como si fuéramos las componentes de un equipo de natación sincronizada, nos dimos la vuelta y empezamos a pedalear en el agua con nuestros cuellos descansando contra el borde.

—Ha habido un nuevo asesinato en Newgrange —le expliqué.

—Lo he oído en las noticias.

—Entonces ya sabes que no tengo que preocuparme por O’Hagan.

—Sí. Hemos equivocado la búsqueda.

—Creo que cuando insinuaste que era el Fantasma de la abadía de Grange, no andabas muy desencaminada. De hecho estuve allí anoche.

Fran se rió con disimulo.

—¿Sabes una cosa, Illaun? Creo que tienes una vocación tardía.

—Sí, tienes razón, era muy tarde —comenté haciéndome la tonta—. Pasada la medianoche.

Aunque estaba mirando al techo, podía sentir los ojos de Fran clavados en el perfil de mi cara.

—Deja de tomarme el pelo y cuéntame qué pasó.

Para cuando terminé las dos estábamos de pie como si charláramos en la calle, completamente ajenas al agua que nos rodeaba. Acabé con un interrogante que nunca debería haber formulado si quería que Fran me diera una respuesta seria.

—¿Qué crees que estaban haciendo los hombres allí?

No pareció pensárselo mucho, pero su contestación fue inquietante.

—¿Entretener al Papa?

—¿El qué?

—Así es como lo llama la hermana Gabriela. En esta época del año, siempre balbucea sobre una celebración en la abadía en honor al Papa. La confunde con otra que tuvo lugar en Roma hace siglos. El problema es que también tiene intervalos lúcidos, con lo que nunca puedes saber qué parte es verdad y cuál ficción.

—Fran… —dije agarrándola por los hombros.

Pareció sorprendida, incluso asustada.

—¿Sí? —respondió tragando saliva.

—Necesito ver a esa monja ya.

—¡Ay, Dios mío! —se quejó—. Está bien —y levantó una ceja exageradamente—. Pensé que querías besarme.

—No exactamente, no eres mi tipo.

—Como si no lo supiera. La única cosa que te gustaría tener cerca de tu punto G es el dedo de un jardinero —dijo salpicándome la cara y echándose a nadar.

Empecé a bucear y antes de que alcanzara los escalones reaparecí, le quité las aletas y las tiré al fondo.

Estábamos solas en el vestuario de señoras. Fran se quitó el gorro de baño y se sacudió el pelo.

—Te llamaré tan pronto como pueda para lo de la hermana Gabriela.

—Muchas gracias. En serio, necesito hablar con ella.

—¿Qué tal estuvo la fiesta? —sabía que lo que de verdad me estaba preguntando era «¿Cómo te fue con Finian?»

—Genial. Lo único malo fue que me encontré con Tim Kennedy —y le conté lo que sucedió.

—Siempre pensé que era un niñato. Igual que creo que Finian es un reprimido —Fran sabía que aunque Finian, a su manera, era muy cariñoso conmigo, nunca había intentado ningún acercamiento sexual.

—No lo creo, Fran. Está indeciso por el tema de la diferencia de edad. No quiere estropearlo por culpa de un movimiento en falso.

—«Un corazón débil nunca conquistó a una bella doncella», como se dice. Pero te repito que Finian es una oveja con piel de lobo.

—No es ningún pusilánime —protesté—, sólo tiene su propia manera de hacer las cosas. Ayer me hizo un regalo que dice mucho más de él que cualquier cosa —y le expliqué la relación de profesor-estudiante entre Peter Hunt y Marie Maguire—. Creo que me estaba insinuando que una relación como esa puede convertirse en pasión y en matrimonio.

Fran me miró con cara de pena.

—Así que romance y matrimonio, ¿no es eso? ¿Es que no podéis simplemente echar un buen polvo y terminar con tanta tontería?

—Besarnos no estaría mal para empezar.

—¿Quieres decir que ni siquiera…? —meneó la cabeza con desaprobación y cerró su bolsa de deportes—. Me parece que como no tomes tú las riendas, nunca vas a llegar a nada con él. ¿Pero de verdad quieres estar con alguien a quien hay que persuadir para que te toque?

—No es para nada así. Además, en mi mente ya le he dado un ultimátum hasta Navidad.

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