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Authors: Patrick Dunne

Tags: #Intriga

Villancico por los muertos (47 page)

—¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que dio a luz? Piense.

—Alrededor de… No puedo recordarlo, un par de semanas o un mes quizá… —su cara era una mezcla de confusión y creciente certeza.

—¿Y quién decidió ponerle el nombre del rey que había acusado a los herejes de Newgrange de ser esclavos del placer sexual?

—Eso fue… —Campion se giró lentamente y miró a Roche, que continuaba en las escaleras.

—¡Henry! —la voz de Roche sonó como un latigazo.

Henry levantó el cuchillo. Yo era la que estaba más cerca.

Roche hizo una señal de afirmación. Él dio un paso hacia mí.

Campion disparó.

Henry se retorció hacia un lado. El cuchillo resbaló de su mano. Él cayó sobre la grava y se quedó quieto. Un hilo de sangre recorrió el costado de su hábito.

Roche aprovechó para bajar los peldaños restantes y correr hacia Campion, que había bajado el arma mientras las lágrimas caían por sus mejillas. Pero Gallagher fue más rápido. Se lanzó en el aire para atrapar a Roche como en un placaje de rugby. Oímos el ruido de su cabeza al chocar contra el último escalón.

Pensé quitarle la pistola a Campion, suponiendo que no encontraría resistencia.

Gallagher estaba tratando de encontrarle el pulso a Roche.

—Un poco débil, pero vive. Se levantó y se quitó la chaqueta para taparla.

Campion se giró y disparó de nuevo. La sangre de Roche comenzó a extenderse por la grava.

Me estremecí. Pero cuando la abadesa se dio la vuelta, su expresión era la de una infinita tristeza.

—Sic Concupiscenti puniuntur
—recitó, y me entregó el arma.

Los relieves del pórtico oeste no habían sido capaces de impedir que el demonio entrara. No estaban diseñados para ello. Era la concupiscencia de los ojos, y no de la carne, la que había doblegado a la abadía de Grange. La hermana Campion también había sucumbido a ella, y su amargura le había ocultado los corrosivos efectos. Había pagado un precio terrible por su momento de debilidad juvenil.

—La croix du dragon
—dije suavemente tratando de cogerle la mano igual que había hecho con Mona—
est la dolor de déduit.

Nochevieja
Epílogo

Finian levantó su copa de champán.

—Feliz año nuevo —brindó.

—Todavía no —declaré—. Espera a la cuenta atrás.

La Navidad había pasado felizmente en el hogar de los Bowe, a pesar de que Richard se había quedado muy impresionado por el deterioro de nuestro padre.

—No creo que vea ninguna más —fue su veredicto, y yo recé para que tuviera razón.

Finian y yo estábamos sentados en una mesa pegada a la ventana del comedor del hotel. La mayoría de los huéspedes se encontraban en el patio, esperando ver los fuegos artificiales. Se mantenían muy juntos para darse calor; la noche era tan fría que la fuente del jardín se había congelado, haciéndola parecer una escultura de hielo gigante.

—Se me acaba de ocurrir —comentó Finian mirando a la fuente— que debió de ser el deshielo tras una glaciación lo que formó el pasadizo subterráneo de la abadía de Grange.

—¿Sabes que fue Jack Crean quien me dio la pista sobre el pasadizo? Me contó que el antiguo nombre de Newgrange era la Cueva del Sol.

—¿Lo ves? Siempre hay que hacer caso al folclore. Incluso hay alguna referencia a una vieja costumbre sobre el disco reflectante. La pregunta es: ¿cómo pudo la gente de la Edad de Piedra fabricar algo así?

—No es probable que sea del Neolítico, a pesar de que sabemos que algunas culturas anteriores al metal hacían objetos de oro —afirmé tocándome la gargantilla que Finian me había regalado y que llevaba puesta para esta ocasión—. Quienquiera que construyera Newgrange debió de usar inicialmente una piedra muy pulida, y después otros seguidores de su religión crearon el disco, de la misma manera que los altares cristianos comenzaron como una simple mesa y acabaron atiborrados de oro y joyas.

—¿Crees que su religión se prolongó hasta la Edad Media?

—Incluso puede que todavía siga existiendo. Por lo que sabemos, la euforia por el sexo como experiencia religiosa ha tenido muchos devotos a lo largo de la historia.

—¿De verdad? —preguntó Finian con sonrisa pícara.

Se oyó un murmullo de la gente en el jardín.

—Ya es casi la hora —apunté devolviéndole la sonrisa.

—Diez… —la multitud empezó a corear—, nueve, ocho, siete, seis…

Chocamos nuestras copas.

—Cinco, cuatro, tres, dos, uno…

La multitud aplaudió. El primero de los fuegos artificiales iluminó completamente el cielo.

— FIN —

Patrick Dunne
trabajó en la televisión y en la radio antes de dedicarse a escribir. Sus dos primeras novelas se convirtieron en best sellers en Alemania, vendiendo más de 100.000 ejemplares de cada una. Villancico por los muertos es su tercera novela y ahora está trabajando en la cuarta. Actualmente reside en Castleboyne (Irlanda) con su mujer y tiene tres hijos mayores.

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