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Authors: Patrick Dunne

Tags: #Intriga

Villancico por los muertos (30 page)

¿Habrían usado las hermanas hospitalarias el terreno pantanoso de Monashee como cementerio para los bebés que murieron en su maternidad? ¿Habría Traynor amenazado con sacarlo a la luz y era la criatura de la morgue la evidencia que necesitaba? Parecía bastante lógico, excepto por el hecho de que enterrar a los bebés en esos lugares fue en sus tiempos una costumbre común extendida por todo el país. Que una orden religiosa de comadronas lo hubiera practicado las hacía parecer poco inteligentes para los estándares actuales, pero difícilmente parecía materia de escándalo.

En cambio, el vertido ilegal de partes del cuerpo de niños o de fetos completos era otro cantar. Es cierto que la tenencia de órganos por hospitales daba lugar a una controversia que los medios de comunicación habían destapado recientemente, por lo que una nueva historia sobre el tema difícilmente obtendría mayor repercusión, salvo que la amenaza destruyera la reputación de una venerable institución. Que una poco conocida orden hospitalaria hubiera diseccionado o preservado en el pasado partes del cuerpo humano pertenecientes a niños nacidos muertos de mujeres anónimas no parecía tener interés para nadie, a estas alturas. Y de todas maneras sería muy difícil probar que fueron ellas las que los desecharon.

No conseguía ver qué vínculo podía existir con las muertes de Traynor y O’Hagan. Pero, de la misma forma que Jack Crean no había relacionado a los trasgos con un cementerio de niños, quizá yo estuviera dejando escapar algo.

Capítulo 21

Cuando nos metimos en el coche, Finian divagaba sobre su conversación con Mick Doran. Poco de lo que decía tenía sentido, por lo que decidí ignorarle. Antes de conducir, comprobé una vez más su móvil, por si no hubiera escuchado la llamada de Gallagher: seguía vacío. Poco sorprendente, teniendo en cuenta que estaba enfrentándose a un segundo asesinato; pero yo seguía sintiéndome vulnerable y, en cierto modo, desprotegida. Deseé que Finian no hubiera bebido tanto. Había pagado otra ronda para el camino antes de desear interminables felicitaciones navideñas a Jack Crean, Mick Doran, su hija y al resto de desconocidos del bar.

Pero mientras dejábamos el aparcamiento y esperaba a que un camión que pasaba me dejara salir a la carretera, no pude evitar oír el monólogo de Finian.

—Me habló de ese granjero llamado El Vampiro. Me dijo que adivinara cómo se había ganado el apodo. Lo único que se me ocurrió fue que quizá hubiera llevado durante toda su vida un largo abrigo negro, ¿lo pillas?, un vampiro.

El camión pasó y pude girar a la derecha, hacia el carril más alejado.

—Adivina cuál fue su respuesta. El tipo había jugado al críquet en su juventud, una respuesta que sólo se me hubiera ocurrido si hubiese vivido en Surrey, pero no en la campestre Irlanda —hipó Finian.

—Eso es muy interesante. ¿Por qué no te recuestas y tratas de dormir un poco? —necesitaba pensar.

—Por eso me quedé, estancado, ¿lo coges?… Estancado.

—Hum…

Finian murmuró algo al tumbarse en el asiento. Algo parecido al «padre Geracampion».

—¿Qué has dicho?

—He dicho que ese hombre, El Vampiro, era el padre de Geraldine Campion.

—¿Por qué no lo has dicho antes?

—Estaba a punto de hacerlo.

Jack Crean me había contado que Geraldine Campion era de la zona.

—Su padre era lo que se suele llamar un «poderoso granjero», pero su fortuna estaba desapareciendo. Educó a Geraldine de forma muy estricta…, la madre murió joven. La chica tenía un espíritu rebelde, aunque… —volvió a detenerse.

—¡Finian!

—Opss, lo siento… ¿por dónde iba? Ward y Traynor… nacieron en Drogheda. Mick Doran… fueron al colegio juntos —se quedó medio dormido.

—Venga, Finian —le pedí dándole un golpe en las costillas—. ¿Quién fue al colegio con quién?

Abrió los ojos.

—Mick Doran… fue al colegio con Frank Traynor y Derek Ward. Me contó que Ward y Traynor eran inseparables, siempre destacaban y eran muy competitivos. Doran continuó con el negocio familiar del pub mientras que ellos fueron al instituto. Los fines de semana solían pasarse por el bar a tomar algo y charlar de política y sobre los grandes negocios que pensaban hacer. Entonces empezaron a llevar a Geraldine Campion, que estaba estudiando enfermería en el hospital de Drogheda. Los dos estaban locos por ella. Nuevos ricos buscando género antiguo. Finalmente eso les enfrentó. Entonces sucedió algo que hizo que Geraldine se quitara de en medio… —se sumió en el silencio.

—¡Sigue contándome!

Finian se despejó un poco.

—La historia que se comentó entonces fue que cuando ella vio que había roto la amistad entre los dos hombres, decidió retirarse a la vida contemplativa antes que ser la causa de que sus amigos se pelearan.

—Suena bastante inverosímil, ¿no te parece?

—Sí, como de cuento. Mick me contó lo que de verdad sucedió…

—Continúa.

—En el hospital, Geraldine se involucró en un nuevo movimiento llamado los Carismáticos Reformistas, recién implantado en Irlanda desde Estados Unidos. Para cuando se graduó, estaba completamente sumida en ese fervor religioso… y decidió unirse a las hospitalarias. Eso le permitía continuar con sus habilidades de enfermera.

Tenía que creerme lo que Finian estaba contando. Pese a que aparentemente sólo había estado charlando de tonterías en el pub, había descubierto el origen de la relación entre Traynor y Ward, y algo todavía más inquietante: el hecho de que Geraldine Campion estaba conectada con los dos.

—¿Qué más te ha contado Doran?

Me contestó con un ronquido. Finian estaba como un tronco.

Cerca de Monashee, tuve que bajar las luces al cruzarme con otro coche. Cuando se alejó, me di cuenta de lo luminosa que era la noche. Me salí de la carretera y apagué los faros. Todo a mi alrededor estaba bañado por un reflejo plateado.

Bajé del coche, cuidando de cerrar la puerta sin hacer ruido, me aparté un poco y contemplé la vista. Prácticamente encima de mi cabeza, una luna asombrosamente radiante resplandecía en el centro de la clara, casi cristalina, cúpula del cielo que estaba a su vez rodeada por una extensa aureola de neblina. En medio de esa claridad entre la luna y los brillantes círculos de partículas de hielo había otra cosa, una única estrella. Recordé a Mags Carney hablándonos en una de sus clases de que uno de los diseños que decoraban las piedras de Brú na Bóinne se creía que era una luna en mitad de un halo de hielo, exactamente igual a la que estaba presenciando.

Estaba viviendo uno de esos raros momentos en que puedes percibir cuánto tiempo ha pasado entre los acontecimientos. Los observadores que hicieron los cálculos astronómicos de Newgrange contemplaron el cielo tres mil años antes de que los Reyes Magos iniciaran su viaje desde Persia a Belén. Eso significaba que hubo un lapsus de tiempo mayor entre los Magos y los agricultores del valle del Boyne, del que había entre los Sabios y yo. Y justo ahí, al otro lado del río, se erigía todavía intacto el templo de los agricultores… Sentí que me estaba acercando a alguna señal, pero ésta se resistía dejándome con la imagen de los Magos en la cabeza.

Parecía lógico, reflexioné, que los tres astrólogos hubieran viajado en esta época del año; no habría escasez de estrellas o fenómenos lunares que observar. En verano podemos contemplar el paisaje; en invierno, el cielo.

No obstante, pese a todo el encanto que tuviera el relato de la Natividad, el viaje de los Magos tenía algún punto oscuro. Su visita a Herodes, advirtiéndole del nacimiento de un rey cuya estrella habían seguido, llevaba directamente a la Matanza de los Inocentes. Y la ofrenda de la mirra, un ingrediente básico usado para embalsamar, era un recuerdo al niño de su triste final. Gaspar, Melchor y Baltasar fueron adivinos de su muerte.

Al otro lado de la carretera donde me encontraba, estaban las momificadoras propiedades de turba que habían conservado a Mona y a su bebé. Y yo, como una nueva Herodes, empezaba a desear no haberlas encontrado nunca. Dos personas habían muerto por su causa, y quienquiera que las hubiera asesinado me tenía también a mí en su lista.

Crucé la helada carretera, su superficie brillaba como una Vía Láctea caída en la tierra. Boann, la diosa de este lugar con forma de vaca blanca, era conocida por haber creado un gran río de estrellas al esparcir su leche a través de los cielos. Reclinada sobre la verja de entrada, contemplé la pradera. Aquí y allá, matas de hierba congelada estaban iluminadas por la luz de la luna, pero la mayor parte del terreno se encontraba oculto y oscuro como una sima. Parecía tener la capacidad de absorber la luz como un agujero negro.

¿Estaba realmente contemplando un
cillín
, o de nuevo mi desmesurada imaginación sacaba lo mejor de mí? Pero había visto la prueba: los restos de dos inquilinos típicos del
cillín,
Mona y su deforme bebé. Incluso había una explicación verosímil sobre El Nubio que se encontró allí, si consideraba por un momento, como había hecho con Mona, que provenía de la era cristiana: un extraño que murió en una zona rural y al ser su religión desconocida, acabó enterrado en el
cillín
más cercano.

Miré más allá del oscuro vacío del terreno hacia donde el Boyne fluía como mercurio, y tras él, la cima bañada por la luna, donde Newgrange parecía emitir su propia luz fluorescente. Me pregunté qué podía haber llevado a Brendan O’Hagan, empeñado en encontrar al asesino de su cuñado, hasta la pradera de detrás del túmulo. Una vez más, la cuestión de la distancia parecía importante. Newgrange se encontraba a menos de un kilómetro de donde yo me hallaba, aunque a quince por la carretera. Y a unos cientos de metros montaña arriba, detrás de mí, estaba la abadía de Grange.

Los únicos sonidos que se escuchaban eran los susurros de la corriente y, de vez en cuando, el chasquido de alguna rama seca a causa de la brisa helada. Entonces comprendí que no estaba sola.

Con los puños en alto, me di la vuelta y casi me choco con la cara de Finian.

—Maldita sea, Finian —le grité—. No deberías deslizarte así. Sabes que hay un asesino suelto.

Torció la boca.

—Lo siento mucho. Necesito hacer pis —se excusó mirando al cielo—. ¡Guau, es increíble! —y se alejó algunos metros hasta encontrar un árbol.

—Qué fácil es para los hombres. Basta con sacarla y desahogarse —no es que yo no fuera partidaria de hacerlo fuera si era necesario. Los servicios en las excavaciones no siempre eran los más idóneos.

—Creí que tú también estabas haciendo lo mismo —respondió al volver.

—Fui antes de salir.

—Entonces, ¿qué hacías aquí fuera? —preguntó viniendo junto a mí a la verja.

—Estaba tratando de imaginar qué pasó en este lugar —comenté saliendo de la penumbra.

Finian me lanzó una mirada inquisidora.

—Quizá pastaran vacas en él.

Me reí.

—Lo siento, debería habértelo dicho. Estamos en Monashee.

Finian se apartó un poco de la entrada.

—Monashee, ¿donde…?

Confirmé con la cabeza.

Miró al cielo y luego de nuevo al terreno.

—Jesús, esto está muy oscuro —declaró.

—Una rareza, como dijiste una…

Los dos lo escuchamos a la vez: un gemido lejano. Nos miramos, y luego entornamos los ojos en la dirección en la que había venido, al otro lado del río.

Esperamos.

—Era un zorro —susurró Finian.

Volvimos a escuchar el ruido.

—Es una vaca —se desdijo.

—¿Qué te pasa esta noche con las vacas?

Iba a contestarme, cuando le tapé la boca.

—Schh, escucha…

Esta vez se escuchó más alto: un lastimero balido que me recordó al de Chewbacca.

—Es humano —afirmé.

—No, sé lo que es. Es un ciervo. Los crían en algún lugar por aquí cerca.

—Por amor de Dios, Finian, ¿piensas seguir con el catálogo de vida animal?

—Si es humano, entonces ¿de dónde viene? —su pregunta era extraña, pero aun así requería una respuesta.

—Newgrange.

Intenté confirmar que no había ningún movimiento en el terreno empezando desde la orilla del río hasta el túmulo: nada. Miré fijamente durante lo que me parecieron años a la fachada de cuarzo. Entonces descubrí una sombra que no había visto antes.

—¡Rápido, mira allí! —exclamé señalando—. ¿No ves una sombra a la izquierda de la entrada?

Finian trató de vislumbrar en la distancia.

—Creo que lo ha producido una de las piedras erguidas —afirmó con el aire de un astrónomo corrigiendo a un sobreexcitado buscador de estrellas. Parecía estar completamente sobrio.

Miré hacia allí. Puede que tuviera razón.

Volvimos a escuchar el gemido, todavía más fuerte. Durante un segundo observé un destello de luz cerca de la entrada. Cuando volví a contemplar la fachada, la sombra había desaparecido. Y entonces por un segundo vimos de pie, delante de la oscura entrada, a una figura vestida de blanco.

—¿Lo has visto? —pregunté a Finian al entrar en el coche.

—Ya te lo he dicho mil veces, Illaun: sí, lo he visto. ¿Vale?

—¿Y crees que era un policía de uniforme?

—Parece lo lógico, ¿no es así? Peinando la zona alrededor de Newgrange después del asesinato.

Parecía una conclusión razonable.

—¿Pero qué me dices del gemido?

—No tengo ni idea. Probablemente vino de algún lugar al otro lado del río.

Me quedé callada.

—¿Crees que quien estaba allí arriba fue el que hizo el ruido?

—Sí. Y también pienso que es el mismo individuo que vimos la noche de la niebla.

—¿Cómo puedes estar segura de que es la misma persona? El que acabamos de ver estaba demasiado lejos.

—Por lo que le cubría la cabeza, esa especie de velo. ¿Es que no lo has visto?

—No he podido apreciar esos detalles, no a esa distancia. Pero ¿acaso los del departamento forense no llevan también capuchas? —eso era cierto—. Lo que es seguro es que no era un trasgo —añadió.

—Hablando del tema —dije arrancando el motor—, ¿recuerdas lo que Jack Crean nos dijo sobre los trasgos, las almas de los niños y todo eso?

—Claro.

—Creo que todo apunta a que Monashee fue un cementerio de niños, un
cillín.

—He oído hablar de ellos.

—Pienso que las monjas de la abadía de Grange debieron de enterrar allí sigilosamente a todos los niños difuntos de su maternidad.

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