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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (12 page)

—¿Por qué? —dijo Leonata dándose la vuelta—. La elegancia de la madurez es otro asunto.

Petroz Salassa, príncipe de Imbria, tenía la piel como el cuero viejo después de cincuenta años enteros batallando, intrigando y unificando su disperso principado en el Mar de las Lluvias, muy cerca de la frontera sur del nuevo imperio. No era una vida que hubiera elegido, según creía Rafael, pero era una vida para la que había demostrado una formidable habilidad. Conservaba una figura imponente, con una leonina melena de cabellos blancos y un bastón de marfil, y su mirada albergaba auténtico afecto al saludar a Leonata de manera formal y distinguida. Era conocido por estar chapado a la antigua y el código rígido e inflexible que seguía pertenecía a una época muy anterior a la de su propio nacimiento, si es que alguna vez éste se había producido.

—Yo lo llamo decrepitud —dijo Petroz, mientras sus ojos pestañeaban a Rafael.

—Permíteme presentarte a Rafael Quiridion, sobrino de Silvanos —dijo Leonata con una formalidad equivalente, y Rafael hizo una reverencia a Petroz. Probablemente no fuera correcto, pero en aquellos momentos no existía un protocolo de cortesía para el tratamiento dado a un príncipe territorial thetiano. Petroz y sus rivales eran los primeros gobernantes de tal categoría desde la unificación de Thetia llevada a cabo por las flotas de la vieja República, hacía unos seiscientos años.

—Es un honor —dijo Petroz con una precisa reverencia. Rafael se preguntó si aquel bastón de marfil suntuosamente tallado escondía una espada y, tras un momento, decidió que seguramente así era. Petroz había sobrevivido a seis o siete tentativas de asesinato en treinta años—. Creía que habías jurado exilio perpetuo con el «viejo lobo de mar».

Rafael maldijo en su interior, advirtiendo una vez más que todo el mundo parecía saber más de él de lo que suponía. Confiaba en que sus años como miembro del clan Xelestis ya hubieran quedado enterrados, pero por lo visto no era así.

—No debes pensar que puedes mantener algo en secreto —dijo amistosamente Leonata—. Esto es Vespera, y nuestra ocupación es conocer las ocupaciones de todos.

—En otras ciudades lo llaman chismes impertinentes —señaló Petroz. Rafael recordó que él era la razón por la que Catilina había estado en Vespera... para solucionar una disputa fronteriza de alguna clase. ¿Tenía Petroz algo que ganar con la muerte de Catilina?

—Tonterías, todas las ciudades del mundo son como ésta —dijo Leonata—. Y ahora, caballeros, ya que nuestra participación en la bienvenida del emperador se ha acabado, ¿querrán acompañarme para comer algo y escuchar música en Orfeo's?

—¿Orfeo's? —preguntó Rafael, intrigado—. ¿La cafetería de los músicos?

—La más espectacular de las dos —dijo Leonata—. Donde van clientes ilustres. Tú mismo eres músico, ¿no?

—Chelista —contestó Rafael.

—Entonces te unirás a nosotros. No hay discusión. ¿Y tú, Petroz?

—¿Cómo puedo resistirme? —dijo el anciano príncipe—. Debo regresar a Imbria cuando haya terminado todo este alboroto, mi estancia aquí es demasiado corta.

Rafael sorprendió un destello de pesar en el rostro de Petroz cuando miró a su alrededor las imponentes columnatas y el agua de la ciudad. Como sus rivales y con una pasión más profunda, Petroz había puesto todos sus esfuerzos en hacer de Imbria un lugar para artistas, músicos y eruditos, con cierto éxito. Había más brillo en la corte de Imbria que en la de Sommur o incluso Azure. Pero lo cierto era que Vespera se llevaba la mejor parte en cuanto a la belleza y la cultura de Thetia y no había nada que Petroz pudiera hacer al respecto.

—Así pues, deberíamos encontrar un buen sitio; enviaré a Flavia para que nos reserven una mesa. Oh, ¿dónde está la muchacha? No falta mucho para que regrese Valentino.

Pasaron diez minutos más o menos entre saludos, instrucciones a los ayudantes de Leonata y presentaciones de cortesía al resto de los grandes thalassarcas hasta que, por fin, pudieron marcharse hacia el Ágora. Por suerte Vaedros no estaba en un lugar expuesto, por lo que Rafael dispuso de un poco más de tiempo antes de encontrarse con el líder de Xelestis, aunque si todos los demás estaban al corriente sobre su época con Odeinath, había poco que Vaedros pudiera añadir, la verdad.

Leonata los condujo a través del Palacio de los Mares, que estaba custodiado por un par de guardias del Consejo, con sus dorados yelmos de vieiras. Tan sólo había un par de centenares de esos guardias. El Consejo de los Mares se hallaba en una posición demasiado precaria para empezar a formar ejércitos por su cuenta. En el caso de una amenaza a toda Vespera, los soldados de los clanes serían llamados a filas; si no era el caso, los guardias y los vigías, los vigilantes de Vespera, eran todas las fuerzas que el Consejo tenía bajo su mando.

Los guardias saludaron con la mano a Leonata mientras atravesaba el patio interior con las ventanas más decoradas y la enorme escalera en un lateral, que conducía a la Cámara de la Asamblea extinta. Era un antiguo edificio, que se mantenía aún, esencialmente, como era cuando cayó la Primera República hacía cuatrocientos cincuenta años, una maraña de salones para reuniones y despachos de Estado, con los tribunales situados en la planta baja. En su día habría estado abarrotado, pero ahora no vieron a nadie más mientras Leonata los conducía por una escalera hasta salir a la logia del primer piso que Rafael había visto antes, iluminada sólo por los anillos de los globos de agua del paseo Procesional.

Los guardias del Consejo y las tropas de los clanes estaban empezando a despejar un corredor, empujando con amabilidad a la gente hacia los lados. Los vendedores de flores, trasladados momentáneamente de sus habituales puestos más arriba del paseo Procesional, estaban muy atareados vendiendo guirnaldas y ramos. Rafael sintió un repentino impulso de volver a pasar por el camino, a primera hora de la mañana, tan pronto como los vendedores de flores hubieran abierto sus tenderetes en las columnatas, llenando el aire con el embriagador perfume de las flores, para respirar la pasmosa fragancia de la ciudad.

—Puedes abandonar la ciudad, pero la ciudad nunca te abandona a ti —dijo Petroz perspicazmente, haciéndose eco de la expresión de Rafael.

—Pensaba que Taneth podía acercarse bastante a esto —admitió Rafael—, y cada centímetro es igual de grande y vivido, pero sencillamente ¡no es como estar casa!

—Siempre he querido visitar Taneth —dijo Petroz—. Cuando Palatina subió al trono, todos esperábamos que las cosas cambiaran, que después de haber derrotado al Dominio, el mundo sería nuestro para explorarlo. En campaña, nos sentábamos en la sala de oficiales, comiéndonos las terribles raciones de batalla, y pensábamos en los lugares a los que podríamos ir: Taneth, Cambress, Pharassa, las ruinas de Galdaea, las islas Tiberianas.

Leonata dirigió al príncipe una mirada de preocupación que no se suponía que debiera haber visto Rafael.

—Al final, ni siquiera salí nunca de Thetia.

—¿Y fue ése un precio demasiado alto para un principado? —le preguntó Rafael.

—Nunca debería haber sido príncipe —le espetó Petroz—. ¿Príncipe de un fragmento de una Thetia dividida, librando una guerra civil durante cuarenta años? Me convertí en príncipe para sobrevivir, mato thetianos para sobrevivir. Se supone que la vida no debería ser supervivencia. Pensé que éramos mejores que eso. Pude haberlo detenido, si sólo me hubiera dado cuenta...

Su voz quedó apagada por las trompetas que sonaban más allá del arco, y el príncipe de Imbria frunció el ceño brevemente a Rafael.

—No te desquites con él —dijo serenamente Leonata, pero Petroz no contestó; se limitó a mirar fijamente a través del paseo Procesional hasta las aguas oscuras de la Estrella y las luces que había más allá.

La caravana de literas estaba empezando a formarse por detrás del Arco y se había abierto un corredor más o menos recto por el centro del paseo Procesional. Los vesperanos con más iniciativa habían trepado por las columnas de los faroles y estaban colgados temerariamente en el extremo, observados con una mezcla de envidia y preocupación por sus compañeros en tierra.

Las trompetas dieron fin a su fanfarria y la banda se lanzó a lo que Rafael reconoció como una marcha de Tiziano, una que no había escuchado antes.

—¿Es esto de su ópera más reciente? —preguntó, puesto que las literas aún no habían llegado.

—¿Te gusta Tiziano? —preguntó Leonata.

—Por supuesto —dijo Rafael a la ligera—. ¿A quién no?

—Quizá a los que lo hayan conocido —dijo Petroz sin mirar a su alrededor.

—Como persona es insufrible —admitió Leonata—, pero...

Esta vez, Petroz no los miró. Aún tenía el ceño fruncido.

—Leonata, ese hombre es un monstruo. Y todas sus obras son epopeyas de cinco horas sobre el destino inexorable de Thetia, o mejor aún, del nuevo imperio, de gobernar el mundo.

—Aún así, la música es maravillosa —dijo Rafael, encontrándose con la mirada del viejo príncipe.

—Sí, hasta que escuchas lo que cantan —dijo Petroz volviéndose de nuevo.

—Esto es de su nueva ópera, Aetius —dijo Leonata—. Su primer trabajo en cinco años, y se estrenó con gran fasto en la Ópera Imperial. Sensacional, me imagino, si aguantas sentada hasta el final.

—¿Sobre Aetius el Grande? —preguntó Rafael. No Aetius el Tirano. Había oído historias sobre Tiziano, pero seguramente, ni siquiera él se atrevería a escribir una ópera sobre el último emperador tirano, un hombre que asesinó a miles de vesperanos, incluidos los padres de Petroz.

—Y la guerra de Tuonetar —dijo Leonata, que debió advertir el ceño fruncido de Rafael—. ¿Y bien?

—¿Cuándo se estrenó? —Podría ser una coincidencia, pero Rafael no creía en las coincidencias.

—Hará unas dos semanas, en una gala con Catilina como invitado de honor.

—Y Tiziano lisonjeándolo toda la noche —añadió Petroz.

Se preguntaba cuánto tardaba Tiziano en escribir una ópera. Probablemente una eternidad, pues el compositor era tan rico ahora que se podía permitir vivir como una
prima donna
. Podían habérsela encargado hace años... o no.

—¿Estará Tiziano en Orfeo's esta noche? —preguntó Rafael.

—Hará una aparición. A él le gusta creer que su categoría está ahora muy por encima del local y se pasa más tiempo en Metellio's, pero habrá estado en el palacio Ulithi bailando al son de Valentino, y no se resistirá a esta oportunidad para pavonearse.

—¿Podrías presentarnos? ¿Podrías hacerle saber que al sobrino de Silvanos Quiridion, agente de inteligencia personal del emperador, le gustaría conocerlo? ¿Podrías?

—Supongo que sí —dijo Leonata, abiertamente intrigada.

Rafael mostró satisfacción y volvió a prestar atención al paseo Procesional. Las primeras literas atravesaban ahora el Arco, conducidas por una deslumbrante doble columna de soldados con estandartes y banderas. Pertenecerían a la Novena Legión, tradicionalmente la Guardia Imperial, disuelta por Ruthelo y restaurada por Catilina tras la proclamación del nuevo imperio. Sin embargo, portaban los honores de batalla de la legión original y ya su sola visión, acompañada de los siglos de historia que representaba, inspiraba cierto sobrecogimiento.

Por delante de ellos, había grupos de hombres y algunas mujeres que desplegaban estandartes imperiales azul cobalto, haciendo juego con las capas de los guardias, y tiraban guirnaldas incluso a los soldados. Algunas eran lanzadas sobre las literas que encabezaban el desfile, pero la mayor parte se reservaban para cuando pasara por el Arco la última litera.

Y por fin, pasó, y el júbilo de la multitud, que ya era ensordecedor, creció hasta alcanzar unos niveles de éxtasis. Valentino y tres de los vesperanos liberados ocupaban la litera, con el emperador en pie saludando con la mano a las masas mientras era acribillado por una lluvia de guirnaldas. Recogió una guirnalda y se la puso sobre la cabeza. En lugar de una corona, ya que la ceremonia del nuevo imperio sería en Azure. Era Valentino a quien las multitudes querían ver por vez primera y Valentino no las defraudó. Los vesperanos liberados parecían pasmados y en éxtasis a la vez. Sin importar lo que ellos pensaran del nuevo imperio y de su pretensión de gobernar toda Thetia, permanecer al lado de Valentino en un momento así constituía un favor insólito.

Su madre iba en la litera anterior, la cual estaba alfombrada de guirnaldas, pero ni de lejos con la misma abundancia. A su lado iba Silvanos y también el gran thalassarca Gian Ulithi, el que fuera una vez aliado y compañero de Aesonia durante la época de la Anarquía y ahora líder de la facción proimperial en Vespera.

Los vítores que resonaban eran para Valentino y, cuando la procesión y la banda que la seguía empezaron a dispersarse, las multitudes ocuparon su espacio, detrás de Valentino, que siguió su marcha atravesando el puente de Aetius hacia el paseo Procesional, en dirección sur a lo largo de la orilla de la Estrella.

Pero no antes de que Rafael se percatara de cómo observaba Petroz la comitiva. Y no era al emperador a quien miraba, sino a la figura con la túnica plateada que iba al frente. Entonces recordó que Petroz y Aesonia eran hermanos. Hermano y hermana que, si el rumor era cierto, no se habían dirigido la palabra durante más de treinta años.

Orfeo's estaba en la orilla oriental de isla Tritón, en el corazón del laberinto de calles antiguas que se encontraba inmediatamente detrás del paseo Procesional y a tan sólo un par de minutos a pie desde el Palacio de los Mares. Rafael estaba demasiado atareado abriéndose paso a través del gentío como para prestar mucha atención a isla Tritón, una zona de la ciudad que nunca había llegado a conocer de verdad. Era la Vespera antigua, abandonada cuando el centro neurálgico de la ciudad se desplazó hacia el sur bajo el imperio pero, por lo que parecía, recuperada durante los años que él había estado ausente.

La cafetería ocupaba la planta baja de un pequeño y antiguo
palazzo
. Carecía de un patio central, pero contaba con una terraza sobre el agua construida con arcos de piedra sobre el canal y que tenía una magnífica vista sobre las orillas orientales de la Estrella. Los muros y los arcos interiores habían sido levantados de uno a otro lado en su mayor parte; había luces colgando de las bóvedas y se habían instalado plantas para crear mamparas móviles. En el centro había una plataforma en la que estaba actuando un quinteto de viento, aunque Rafael apenas podía oírlo debido al barullo.

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