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Authors: Jack McDevitt

Un talento para la guerra (37 page)

BOOK: Un talento para la guerra
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Una nube de polvo, que se mantenía fija por medio de gravedad artificial, describía órbitas alrededor del complejo y actuaba como escudo protector de la luz excesiva de La Dama Velada. Una vez dentro del perímetro de la nube, el observador se sentía impresionado por la iluminación relativamente suave del mundo cilíndrico, que se derramaba a través de cientos de miles de puertas, ventanas, paneles transparentes y acogedoras bahías.

Si bien Saraglia estaba en el borde del universo humano, era quizá el más cálido de sus hábitats.

El transbordador entró a una de las bahías, desembarcamos y nos registramos en un hotel. Chase hizo inmediatamente los preparativos para la segunda fase del viaje.

Yo necesitaba un poco de tiempo para recuperarme. De modo que me fui a pasear por los bosques y los prados y me pasé un par de tardes disfrutando en un refugio en la costa.

Varios días después de nuestra llegada, estábamos de nuevo en camino en un Centauro alquilado. No era tan grande como el vehículo que Gabe había utilizado, y las comodidades eran (como señaló Chase con aspereza) más que espartanas para un viaje tan largo. Pero a mí, que no me había acostumbrado todavía a manejar grandes cantidades de dinero, el precio que pagué por el Centauro me pareció exorbitante.

Tan pronto como los motores tuvieron la carga suficiente, saltamos al espacio armstrong.

—Vamos a reingresar en un lapso de tiempo entre cinco y siete días —dijo ella—. Días de navegación. También debemos tomar una decisión.

—Adelante.

—Es un vuelo largo. Las autoridades confederadas no saben en realidad adónde vamos, pero se supone que de algún modo las respetamos. Si seguimos las líneas guía, nos podremos permitir 300 ua para reinsertarnos de nuevo en el espacio lineal. Teniendo en cuenta nuestra incapacidad de ser precisos, podríamos encontrarnos fácilmente a 500 o 600 ua fuera de destino. Ahora bien, un Centauro es muchísimo más lento en el espacio convencional que una nave comercial grande. Si no tenemos suerte, vamos a tener que viajar mucho para llegar adonde vamos. Lo mejor sería decidirnos y tratar de saltar tan cerca de nuestro destino como nos sea posible.

—¡No, por favor! —exploté—. Hemos esperado todo este tiempo. No me importa que haga falta un poco más de paciencia.

—¿Y qué tal si hablamos de mucha paciencia?

—Uf. ¿De cuánto tiempo estamos hablando?

—Prácticamente un año.

—No creo que hayas mencionado antes esta cuestión.

—Estaba preguntándome cómo te gustaría manejar el asunto, Alex. —Sonrió seductoramente—. El peligro de materializarnos dentro de algo es virtualmente nulo. Hay una enorme cantidad de espacio vacío en el área de entrada que estamos usando. Es más seguro que ir en deslizador a casa. —Sonrió de nuevo con franqueza.

—Eso no me tranquiliza mucho —le dije.

—Confía en mí —respondió, radiante.

Siempre he sido muy cuidadoso a la hora de graduar mi exposición a la fantasía electrónica.

Pero este largo viaje a La Dama Velada me dio la excusa perfecta para dejar de lado mis inhibiciones. Me retiraré a mi cabina relativamente temprano.

Viajé mucho gracias a la biblioteca de la nave, vagando en diferentes puntos lejanos. Algunos de ellos ya existían, algunos no, algunos quizá. Siempre había al menos una mujer adorable a mi lado. Y su carácter, por supuesto, era congruente con el programa.

Chase lo sabía. Ella se quedó en la parte frontal de la cabina la mayor parte del tiempo, leyendo y mirando hacia fuera del túnel gris que se abría sin fin delante de nosotros. Apenas me dirigía la palabra cuando iba periódicamente a sentarme a su lado. Siempre resultaba un tanto embarazoso, no sé por qué. Y yo me irritaba con ella.

Al final me cansé de esos escenarios irreales que había fraguado a partir de la colección de Gabe. Eran aventuras elaboradas, ubicadas en ruinas míticas, en lugares exóticos. Yo tenía que encontrar o identificar un curioso artefacto en un templo sumergido, poblado de imágenes grotescas y animadas, traducir un conjunto de símbolos tridimensionales flotando junto a un puñado de pirámides en una tundra helada, componer el significado de un antiguo ritual de sacrificios que parecía contener la clave para explicar cómo los habitantes originales degeneraron, en poco tiempo, en una raza salvaje.

En todo esto había algo sorprendente.

Cuando tenía problemas para salir de un pasaje inundado del templo, era rescatado y llevado hasta una base de piedra por una exquisita mujer semidesnuda a quien recordaba pero no sabía de dónde.

Ria.

La mujer de la foto de la habitación de Gabe.

Ella se me aparecía como una adorable salvaje en la ciudad en ruinas, y entre las pirámides, como una espléndida criatura alada nacida del viento.

Siempre estaba allí para rescatar al aventurero e informarle de que había perdido el juego. En una ocasión en que llegué hasta el final, me estaba aguardando.

Su nombre era siempre Ria.

Me sentí cada vez más absorto, hasta que en una ocasión, mientras era atacado por un objeto invisible en una fortaleza en una montaña que parecía no tener salida, la secuencia se disolvió y yo quedé de espaldas en un espacio oscuro.

Durante un largo rato, el corazón me golpeaba con fuerza mientras me iba dando cuenta, poco a poco, de que había retornado a la cabina. Entonces sentí un movimiento y detecté una silueta.

—¿Chase?

—Hola, Alex —me dijo. Su voz se oía diferente. Pude oír también su respiración—. ¿Te apetece un poco de realidad?

En el decimoséptimo día vimos una sombra en los controles armstrong. Fue momentánea.

—No era nada —comentó Chase.

Pero luego la vi fruncir el ceño.

22

«El hombre se alimenta de fábulas durante la vida y las deja creyendo que sabe algo de lo que ha estado sucediendo, cuando en realidad no ha aprendido nada más que lo que pasó bajo su mirada.»

Thomas Jefferson

Carta a Thomas Cooper

La estrella a la que apuntábamos era una enana roja tipo M. Flotaba benignamente en una de las regiones más polvorientas de la nebulosa, a unos mil trescientos años luz de Saraglia. No teníamos idea de cuántos mundos la circundaban.

Chase nos condujo al espacio lineal hasta un ángulo afilado del plano del sistema planetario en unos diez días de navegación. Fue una suerte (o una hazaña de navegación) llegar tan pronto.

Esa noche hicimos una pequeña fiesta en la cabina, brindamos por la estrella roja y nos felicitamos mutuamente. Por primera vez desde que la conocía, Chase bebió en exceso.

Durante varias horas el Centauro avanzó sin piloto. Estuvo alternativamente apasionada o muerta de sueño. Varias veces observé las miríadas de estrellas preguntándome desde qué dirección habríamos venido. Es difícil concebir que la vasta entidad política de cientos de mundos y mil billones de seres humanos pudieran perderse de vista con tanta facilidad.

Dos planetas flotaban en la biozona. Uno parecía estar en un estado de desarrollo primitivo: su atmósfera de nitrógeno estaba llena de polvillo arrojado por los anillos globales de los volcanes. La superficie aparecía desgarrada y escarpada debido a las continuas convulsiones y sacudidas. Pero el otro era un globo azul y blanco de increíble belleza, como Rimway o Toxicón o la Tierra, como todos los mundos terrestres en los cuales la vida podía desarrollarse. Era un lugar de vastos océanos y archipiélagos interminables que brillaba a la luz del sol. Un solo continente se extendía sobre el polo norte.

—Sospecho que hace frío allí —dijo Chase, mirando la masa de tierra a través de los visores—. La mayor parte está cubierto de glaciares. No hay luces en el lado oscuro. Creo que se encuentra deshabitado.

—Resultaría sorprendente que alguien viviera allí —le respondí.

—Parece ser confortable en las zonas templadas, en la parte central, quiero decir. ¿Qué te parece si salimos en la cápsula y bajamos a bañarnos? ¿Qué tal si dejamos un rato este encierro? —Se estiró placenteramente.

Yo estaba a punto de replicar cuando su expresión cambió.

—¿Qué pasa?

Pasó la mano por el control central de rastreo, y sonó una alarma.

—Por esto es por lo que hemos venido —sentenció.

Se levantó desde lo oscuro, sobre el límite, indistinguible entre las estrellas brillantes.

—Está en órbita —susurró Chase.

—Tal vez sea un satélite natural.

—Tal vez. —Buscó claves de análisis en las pantallas—. Su índice de reflexión es bastante alto para ser una roca.

—¿Cómo es de grande?

—Todavía no lo sé.

—Podría ser algo que el
Tenandrome
dejó abandonado —insinué.

—¿Como qué?

—No sé. Algún tipo de monitor.

Se protegió los ojos y miró por el telescopio.

—Vamos a tratar de conseguir más resolución —dijo—. Sostén.

Puso el campo estelar en el monitor del piloto, filtró la mayoría del resplandor y redujo el contraste. Solo quedó un punto de luz blanca.

Durante la hora siguiente vimos que tomaba forma, expandiéndose gradualmente como un cilindro, rígido en la parte media, redondeado en un extremo, ensanchado en el otro. Era inconfundible el puente de la proa, los arsenales de armas, el clásico diseño de la era de la Resistencia.

—Teníamos razón —exclamé sin aliento—. Joder. ¡Teníamos razón! —Le di unas palmaditas en el hombro. Me sentía bien. Me hubiera gustado que Gabe estuviera con nosotros.

Para las dimensiones de las naves modernas, esta era minúscula (me la imaginé enana al lado de la mole imponente del
Tenandrome)
, pero estaba cargada de historia. Era la clase de nave que había apuntado a las estrellas durante los primeros tiempos de la ruta armstrong, que había llevado a Desiret, a Taniyama y a Bible Bill a los mundos que serían luego integrantes de la Confederación. Había participado en muchas guerras y había peleado contra el Ashiyyur.

—Tengo su órbita —manifestó Chase con satisfacción—. Voy a ponerme a la par. Justo debajo de su entrada.

—Bien —dije—. ¿Cuánto tiempo tardarás?

Ella movía ágilmente los dedos sobre los instrumentos.

—Veintidós horas y once minutos. Vamos a pasar cerca en aproximadamente una hora y media; tal vez a cien kilómetros, pero tardaremos un poco más en poder alcanzar su órbita.

Miré la imagen del monitor. Eran unas naves bellas. Nunca tuvimos algo así, ni antes ni después. Resaltaban a la luz del sol sus colores azul y plata. Las líneas ligeramente curvas evidenciaban un sentido estético que hoy día ha desaparecido en los grises buques modernos. La proa parabólica, con sus tubos luminosos, el puente y las cabinas hacia fuera, que solo eran útiles para el vuelo atmosférico. La nave poseía un aura conmovedora, no habría sabido decir si era por la familiaridad de un tipo de nave que simbolizaba la última era heroica, o si había algo de inocencia y desafío impresos en su geometría; o si era por la amenazadora fuerza de sus armas. Me traía recuerdos, me devolvía a mi adolescencia.

—Allí está la arpía —dijo Chase enfocándola con el telescopio. Casi pude verla, la oscura forma de ave detenida en pleno vuelo feroz contra el metal bruñido como si quisiera llevar el crucero detrás de sí. Ella trató de incrementar la magnitud, pero la imagen se tornó borrosa. Así que esperamos a que la distancia entre las dos naves se acortara.

La atención de Chase estaba concentrada en una pequeña luz que parpadeaba en uno de los paneles. Escuchó un auricular, puso cara de espanto y arrojó el control.

—¡Tenemos una señal! —exclamó abriendo desmesuradamente los ojos. La cabina estaba en profundo silencio.

—¿Desde el buque abandonado? —murmuré.

Otra vez se puso el auricular, al tiempo que meneaba la cabeza.

—No, no creo. —Presionó el control, y se oyó un ruidito en el sistema de sonido.

—¿Qué es?

—Parece venir de la superficie. Se oye, pero no se ve nada.

—Son boyas —dije—. Las dejó el
Tenandrome

—¿Y por qué se mueven todavía? ¿Quiere decir que las soltaron deprisa?

—Es evidente que no. Pueden ser muchas cosas. Lo más probable es que sean restos geológicos. Investigaciones usa transmisores para enviar diferentes tipos de impulsos a través del planeta en largos períodos de tiempo. Los sistemas hacen un registro, lo que proporciona una buena descripción de su dinámica interna. Si en algún momento una nave entra en el área, el registro transmite automáticamente. Puede ser que haya otras señales también; habrá que ver si se pueden detectar. —Sonrió como molesta por su tendencia a sacar conclusiones apresuradas.

—¿Cómo sabes tanto de esas misiones? —me preguntó.

—Leí mucho durante los dos meses pasados. —Estaba a punto de decir algo más cuando Chase se puso pálida y rígida como un cadáver. La vieja nave se había acercado, haciéndose más grande en el monitor. Seguí la mirada de Chase que contemplaba la imagen, pero no vi nada—. ¿Hay algún problema? —pregunté.

—Mira la proa —musitó—. La arpía.

Miré pero no vi nada raro; solo la proa con su símbolo plumoso…

… encerrado en un círculo luminoso…

… de luz plateada…

«Para que el enemigo me distinga.»

—Dios mío —exclamé—. Es el
Corsario.

—Imposible. —Chase estaba repasando viejos relatos de la batalla final, deteniéndose periódicamente para especificar algo—: «…destruido mientras Tarien lo contemplaba indefenso… El equipo de operaciones de Sim y su hermano vieron desde el
Kudasai
cómo el
Corsario
hacía su desesperada carrera y se esfumaba en una llama nuclear…». Etcétera.

—Tal vez —dije— el Ashiyyur tenía razón: había más de uno.

Ella trabajaba con los instrumentos.

—La inclinación del eje es de unos once grados. Y está rodando. Creo que la órbita muestra signos de decaimiento. —Meneó la cabeza—. Sería lógico pensar que la habrían corregido, por lo menos. Me refiero al
Tenandrome.

—Quizá no pudieron —repliqué—. Quizá no haya energía después de todo este tiempo.

—Quizá.

Las imágenes se sucedían en la pantalla de los comandos y en las secciones de comunicaciones. La propia nave comenzaba a empujar de nuevo.

—Si no se puede mover por sí misma, no habría forma de llevarla a casa. Aunque pudieran meterla en una bahía de carga, cosa que dudo. ¿Cómo diablos podrían asegurarla? Y esa cosa podría estallar en cualquier momento. ¿Te acuerdas del
Regal?

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