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Authors: Nick Hornby

Un gran chico (29 page)

Deseaba echarle una mano, y en cierto modo ya lo había hecho. Sin embargo, con aquello de la depresión no quería implicarse. Era capaz de imaginar toda la conversación, de oírla como si la dieran por la radio, y no le gustaba en absoluto. Había en concreto un par de palabras que hacían que le diesen ganas de taparse los oídos con las manos; se trataba de unas palabras que siempre habían cumplido su función y que nunca dejarían de hacerlo, al menos mientras su vida girase en torno a programas televisivos como
Countdown
y
Home and Away
, o a las nuevas combinaciones de emparedados que se pusieran a la venta en la sección de alimentación de Marks and Spencer; dudaba mucho que hubiese alguna forma de evitarlas si hablaba con Fiona sobre la depresión de ésta. Esas dos palabras eran «el sentido», como, por ejemplo, en «¿cuál es el sentido?», en «no veo que tenga ningún sentido», o en «¿qué sentido tiene?», y eso que en algunas de las combinaciones posibles desaparecía el artículo, sólo que éste no era lo que tenía sentido en «el sentido», la verdad... No era posible mantener una conversación acerca de la vida, y menos aún acerca de la posibilidad de ponerle fin, sin sacar a relucir el puto asunto del sentido, y Will no atinaba a entender que de veras tuviese alguno. A veces eso era lo de menos; por ejemplo, si uno había pillado un colocón monumental a base de hongos mágicos y a las dos de la madrugada un mamón tirado en el suelo, con la cabeza pegada a uno de los altavoces, quería hablar del sentido de la vida, bastaba con soltarle: «Cállate, gilipollas, que eso no existe.» En cambio, era imposible decírselo a una persona tan infeliz y perdida que incluso tenía ganas de tragarse el contenido de un frasco de pastillas e irse a dormir hasta el final de los tiempos. Decirle a una persona como Fiona que la vida no tenía sentido era más o menos lo mismo que matarla de un plumazo, y aunque Will no siempre hubiera estado encantado con ella, podía asegurar, sinceramente, que no tenía ningunas ganas de matarla.

La verdad era que las personas como Fiona lo sacaban de quicio. De hecho, eran personas capaces de joderle la existencia a cualquiera. No era nada fácil ir flotando sobre la superficie de las cosas; se necesitaba habilidad y coraje, y si alguien te decía que había pensado en quitarse la vida, siempre tendrías la sensación de verte arrastrado hacia abajo. De lo único que se trataba era de mantener la cabeza por encima del agua, supuso Will, y eso era así para todo el mundo, incluso para los que tuviesen buenas razones para vivir, ya fuera un trabajo, una serie de relaciones personales, animales de compañía, etcétera, o ya se encontraran muy por encima de la superficie. Ésos habían vadeado la parte más profunda y el agua no les llegaba más que a los tobillos, y sólo un accidente insólito, una ola aberrante salida de la máquina de las olas, podría terminar por hundirlos. Will, en cambio, seguía luchando. No hacía pie, acababa de tener un calambre, tal vez estuviese a punto de sufrir un corte de digestión por haberse metido en el agua justo después de comer; pero no le costaba imaginar mil maneras de que lo llevaran a la orilla, a ser posible una estupenda vigilante de la playa de melena rubia y vientre liso y musculoso, mucho después de que los pulmones se le hubieran llenado de agua y cloro. Necesitaba una boya a la que agarrarse, no un peso muerto como el de Fiona. Lo lamentaba muchísimo, pero así estaban las cosas. Y eso era exactamente Rachel: una boya capaz de mantenerlo a flote. Se fue a ver a Rachel.

Su relación con Rachel era extraña, o al menos era lo que Will consideraba como tal, aunque fuera algo seguramente muy distinto de lo que debían de considerar extraño David Cronenberg o el tipo que escribió
La fábrica de las avispas
. Lo extraño, en realidad, era que aún no hubieran mantenido relaciones sexuales, a pesar de que llevaban unas cuantas semanas viéndose a menudo. El asunto del sexo no se había planteado todavía. Will estaba casi seguro de gustarle a Rachel, pues ella parecía disfrutar cada vez que estaban juntos y siempre tenían tema de conversación. Por su parte, tenía la absoluta certeza de que ella le gustaba, pues disfrutaba al verla, quería estar a su lado a todas horas y durante el resto de su vida, y era incapaz de mirarla sin ser consciente de que se le dilataban las pupilas de forma desmesurada y seguramente grotesca. En definitiva, los dos se gustaban, aunque de manera diferente.

(Para colmo, Will había empezado a tener una urgencia casi irresistible de besarla cuando ella decía algo interesante, y eso le parecía señal de buena salud; nunca había deseado besar a una mujer sólo porque le pareciera estimulante. A ella empezaba a resultarle indigna de confianza esa urgencia apremiante, aun cuando desconociera, que él supiese, qué estaba pasando en realidad. Y la que estaba pasando era que ella, por ejemplo, hablaba con humor, con pasión, de manera inteligente, animada y chispeante, de Ali, de la música, de sus cuadros, mientras él se dejaba arrastrar hacia una especie de ensoñación posiblemente sexual, pero con toda certeza romántica, y ella le preguntaba si le estaba haciendo caso, y él se sentía avergonzado y protestaba con excesiva vehemencia, de un modo que daba a entender que no le había estado prestando la menor atención porque ella le resultaba aburridísima. Se trataba, en realidad, de una especie de doble paradoja: uno goza tanto con la conversación del otro que a) se derrite por dentro y b) desea que el otro deje de hablar, para lo cual piensa en taparle la boca con su propia boca. En resumidas cuentas, un desastre. Había que hacer algo para remediarlo, pero Will seguía sin tener la menor idea de lo que debía hacer: nunca había estado en una situación semejante.)

No le importaba tener amistades femeninas; al compartir aquella copa con Fiona, cuando tomó conciencia de que nunca había tenido una relación de ninguna clase con una mujer con la que no deseara acostarse, había comprendido algo que aún le inquietaba. El problema era que sí, deseaba acostarse con Rachel, lo deseaba con toda el alma, e ignoraba si sería capaz de resistir el estar sentado en el sofá de su casa, con las pupilas dilatadas durante los próximos diez o veinte años, o el tiempo que durase la amistad con una mujer (¿qué modo tenía de saberlo?), escuchando cómo se iba poniendo cada vez más sexy, sin proponérselo siquiera, mientras le comentaba con todo lujo de detalles los problemas que planteaba dibujar ratones y otros animales. Yendo al grano, no sabía si sus pupilas podrían soportarlo. ¿No comenzarían a dolerle al poco de estar así? Tenía la certeza de que tanta expansión y tanta contracción no podían ser buenas, pero sólo le mencionaría a Rachel que le dolían las pupilas como último recurso. Existía la remota posibilidad de que quisiera acostarse con él para no estropearle más la vista, pero Will prefería una ruta de acceso distinta a su cama, más convencional y romántica. Y, si no, a la cama de él. En realidad, le daba igual dónde lo hicieran. Lo crucial del caso era que por el momento aquello no sucedía.

Y entonces, una noche, sucedió, sin que ninguna razón lo justificara. Más tarde, cuando se paró a pensarlo, a repasarlo, se le ocurrieron dos ideas que no dejaban de tener sentido, aunque sus consecuencias le resultaran un tanto perturbadoras. Estaban conversando, y al instante siguiente comenzaron a besarse y antes de que él se diese cuenta ella lo llevaba de una mano a la planta superior mientras con la otra se desabrochaba la camisa vaquera. Y lo más extraño de todo fue que el sexo no había estado en el aire, al menos por lo que él alcanzaba a precisar. Sólo había ido a ver a una amiga porque se sentía un tanto bajo de ánimo. He ahí la primera de las consecuencias perturbadoras: si terminaba con un lío sexual cuando no había sido capaz de detectar ni rastro de sexo en el aire, obviamente era un caso perdido como detective especializado en temas sexuales. Si a raíz de una conversación aparentemente ajena al sexo una hermosa mujer se lo llevaba al dormitorio a la vez que se iba desabrochando la camisa, no cabía duda de que uno estaba perdiéndose algo en alguna parte.

Todo empezó con un golpe de suerte que en ese momento se le pasó por alto: Ali no dormiría en casa, pues esa noche estaba en casa de un compañero del colegio. Si en cualquier otro momento de su relación Rachel le hubiera dicho que en modo alguno le agobiaba la presencia de su hijo, un chico con una psicosis edípica innegable, Will se lo habría tomado como una señal de Dios Todopoderoso, un signo inequívoco de que estaba a punto de pegar un polvazo, pero ese día ni siquiera se percató de ello. Fueron a la cocina, Rachel preparó café y él se lanzó, casi sin quererlo, a hablar de Fiona y Marcus y el sentido de la vida, antes de que hirviese el agua.

—¿Que qué sentido tiene? —repitió Rachel—. Joder...

—Y no me digas que es Ali. Yo no tengo un Ali.

—No, tú tienes un Marcus.

—Me resulta difícil pensar que Marcus pueda ser el sentido de nada. Ya sé que suena terrible, pero es la verdad. Ya lo conoces.

—Está un poco desconcertado, pero te adora.

A Will nunca se le había ocurrido que Marcus abrigase algún sentimiento real hacia él, y menos aún que éste fuera visible para un observador imparcial. Sabía que a Marcus le gustaba pasar el rato en su casa y que lo consideraba su amigo, pero se había tomado todo eso como prueba evidente de lo excéntrico que era el chico y lo solo que estaba. La observación de Rachel en el sentido de que aquello implicaba la existencia de sentimientos reales bastó para que las cosas cambiasen del todo, tal como cambiaban cuando uno descubría que una mujer en la que jamás se había fijado sentía una poderosa atracción hacia él, de manera que terminaba por reconsiderar la situación y decidir que era mucho más atractiva de lo que uno pudiera haber sospechado.

—¿Eso te parece?

—Pues claro que sí.

—Pero sigue sin ser ése el sentido. Si yo estuviera a punto de meter la cabeza en el horno, con el gas abierto, y si tú me dijeras que Marcus me adora, no por fuerza la sacaría de ahí dentro.

Rachel se rió.

—¿Se puede saber qué es lo que te hace tanta gracia?

—No, porque no lo sé. Pensar que yo pudiera estar en semejante situación, tal vez. Si tú terminases metiendo la cabeza en el horno tras pasar una noche conmigo, tendríamos que llegar a la conclusión de que la noche no había sido ni mucho menos un gran éxito.

—Yo... —Will se calló, comenzó de nuevo y a pesar de todo siguió adelante con la mayor sinceridad de que fue capaz, esto es, con mucha más sinceridad de la que podrían haber resistido sus palabras—. Jamás metería la cabeza en el horno tras pasar una noche contigo.

En el momento mismo en que lo dijo supo que había sido un tremendo error. Lo había dicho en serio, pero precisamente por eso provocó tanta hilaridad: Rachel se echó a reír hasta que se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Eso... —dijo dando boqueadas, sin poder respirar casi—. Eso... es... lo más... romántico... que nadie me haya dicho jamás.

Will permaneció en su sitio, desamparado, sintiéndose como si fuera el hombre más idiota del mundo. Cuando todo volvió a su cauce fue como si se encontraran en otra parte, en algún lugar en el que los dos podían ser más cálidos y estar menos nerviosos el uno con el otro. Rachel preparó café, encontró unas galletas rellenas de crema y se sentó con él ante la mesa de la cocina.

—No te hace falta encontrar ningún sentido en especial.

—¿Que no? Pues no es eso lo que yo siento.

—No. Mira, estaba pensando en ti. Estaba pensando en que tienes que ser bastante tarugo para hacer lo que tú haces.

—¿Cómo? —Will se quedó pasmado unos instantes. ¿«Tarugo»? ¿«Hacer lo que tú haces»? Ésas no eran expresiones que la gente utilizara a menudo para hablar de él. ¿Qué demonios le había dicho a Rachel que hacía él? ¿Que trabajaba en una mina de carbón? ¿Que daba clases a delincuentes juveniles? Recordó entonces que jamás había mentido a Rachel, y su perplejidad adquirió una forma bien diferente—. ¿Por qué? ¿Qué hago yo?

—Nada.

Eso era precisamente lo que Will pensaba que hacía.

—¿Y cómo es que hay que ser un tarugo para hacer eso?

—Porque... La mayoría de la gente cree que el sentido de la vida guarda alguna relación con el trabajo, los hijos, la familia, la pareja o lo que sea. Tú en cambio no tienes nada de eso. La distancia que existe entre tú y la desesperación es mínima, y eso que no pareces una persona muy desesperada.

—Demasiado estúpido, eso es lo que soy.

—Tú no eres un estúpido. ¿Cómo es que nunca te ha dado por meter la cabeza en el horno?

—No lo sé. Siempre habrá un disco nuevo de Nirvana que esté a punto de salir, o algo que suceda en un episodio de
Policías de Nueva York
y que me dé ganas de ver el episodio siguiente.

—Eso mismo.

—¿De modo que ése es el sentido de la vida? ¿Un episodio de
Policías de Nueva York
? Joder. —Las cosas eran mucho peores de lo que él pensaba.

—No, no. El sentido consiste en que no te paras, en que sigues adelante, en que tienes ganas de... Todo lo que haces, si provoca en ti ganas de seguir..., ésa es la clave del sentido de la vida. No sé si te das cuenta, pero ni siquiera en el peor de los casos la vida te parece una porquería. A ti te gustan muchas cosas. La tele. La música. La comida. —Lo miró fijamente—. Las mujeres, con seguridad. Y supongo que también te gusta el sexo.

—Sí —Will lo dijo de forma un tanto malhumorada, como si Rachel lo hubiera pillado en una mentira, y ella en cambio sonrió.

—No me importa. Además, a las personas a quienes les gusta el sexo se les suele dar bastante bien. Da lo mismo. Yo soy igual. Lo que pretendo decir es que me gustan las cosas, aunque en general se trate de cosas muy distintas de las que te gustan a ti. La poesía. La pintura. Mi trabajo. Los hombres, y el sexo. Mis amigos. Ali. Quiero ver adonde llega Ali el día de mañana. —Se puso a juguetear con una galleta, la rompió por los dos extremos intentando sacar la crema, pero estaba rancia y blanda y se le desmigaba—. ¿Sabes? Hace unos cuantos años yo pasé una temporada baja, baja de verdad, y llegué a pensar..., ya sabes, en lo que imaginas que está pensando Fiona. Y me sentí muy culpable por eso, por Ali. Ya sé que no debería haber sido de ese modo, pero no podía evitarlo... De todos modos, siempre era una cosa para mañana, no para hoy. Tal vez mañana, hoy seguro que no. Y después de unas cuantas semanas así, supe que jamás iba a hacerlo, sólo porque no quería perderme una serie de cosas. No es que la vida fuese una gozada y que yo no quisiera participar en todo eso. Lo que ocurre es que siempre me encontraba con un par de cosas sin terminar, de las que quería estar al corriente. Es lo mismo que tú, que quieres ver el próximo episodio de
Policías de Nueva York
. Si había terminado de ilustrar un libro, quería verlo publicado. Si estaba saliendo con un tío, quería salir una noche más con él. Si Ali tenía una evaluación, quería hablar con su profesor. Siempre había algo, aunque fuese pequeño, como lo que acabo de mencionarte. Y al final me di cuenta de que siempre habría algo, y de que esas pequeñas razones serían suficientes. —Rachel miró los restos de la galleta y se echó a reír un tanto avergonzada—. Eso es lo que al menos pienso yo, vaya.

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