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Authors: Nick Hornby

Un gran chico (28 page)

29

Durante tres o cuatro semanas —no pudo haber pasado más tiempo, aunque más adelante, cuando recordara aquella época, a Marcus le parecería que habían sido meses o años— no sucedió nada. Vio a Will, vio a Ellie (y a Zoe), Will le compró unas gafas nuevas, lo llevó a cortarse el pelo y le descubrió a un par de cantantes que no eran Joni Mitchell ni Bob Marley y que le gustaban, cantantes a los que Ellie había oído y no detestaba. Sentía que estaba cambiando, tanto física como mentalmente, y entonces a su madre otra vez le dio por ponerse a llorar cada dos por tres.

Al igual que en la ocasión anterior, no parecía haber ninguna razón para que lo hiciese. Empezó poco a poco también, con un breve sollozo después de la cena, que una noche se convirtió en un largo y aterrador estallido de lágrimas ante el que Marcus no pudo hacer nada, por más preguntas que formuló, por más abrazos que le dio. Por fin llegó también el llanto a la hora del desayuno. Y entonces no tuvo la menor duda de que aquello iba en serio y estaban metidos en un grave aprieto.

Sin embargo, una cosa había cambiado. La primera vez que la había visto llorar a la hora del desayuno, de eso hacía una eternidad, Marcus estaba solo. Ahora contaba con un montón de gente. Tenía a Will, a Ellie, a... Bueno, tenía al menos a dos personas, a dos amigos, y eso suponía una mejora considerable con respecto a la ocasión anterior. Podía ir a verlos y decirles que su madre había vuelto a las andadas, y cualquiera de los dos entendería de inmediato a qué se refería e incluso le diría algo que tuviese sentido y sirviera de algo.

—Mi madre ha vuelto a las andadas —le anunció a Will la segunda vez en que la vio llorar a la hora del desayuno. (El primer día no quiso decirle nada, pues con suerte debía de tratarse de una depresión pasajera, pero cuando volvió a llorar al día siguiente se dio cuenta de que sus esperanzas habían sido una estupidez.)

—¿A qué?

Marcus se sintió decepcionado por un instante, aunque lo cierto es que no le había dado a Will una pista demasiado consistente. De hecho, existía la posibilidad de que hubiese vuelto a las andadas en varios sentidos, puesto que era cualquier cosa menos una mujer de reacciones previsibles. A lo mejor lamentaba que Marcus pasara de nuevo por la casa de Will tan a menudo, o había empezado a darle la lata para que volviese a tocar el piano, o se había echado un novio que al chico no le caía demasiado bien; Marcus ya le había hablado a Will sobre los tipos curiosos con que había salido su madre desde que se había separado de su padre... En cierto modo, era agradable comprobar a cuántas cosas podía haber hecho referencia al decir que había vuelto a las andadas. Pensó que así su madre debía de resultar interesante y compleja, tal como, en efecto, lo era.

—A llorar.

—Ah.

Estaban en la cocina de la casa de Will, tostando unos panecillos en el horno. Los jueves por la tarde les había dado por merendar así.

—¿Estás preocupado por ella?

—Pues claro. Se comporta igual que la vez anterior. O peor.

Eso no era verdad. No podía estar peor que aquella vez, pues entonces había durado una eternidad y había llegado a su punto culminante el Día del Pato Muerto, pero Marcus prefería asegurarse de que Will se lo tomaba en serio.

—¿Y qué vas a hacer?

Al chico no se le había ocurrido que tuviera algo concreto que hacer, en parte porque la vez anterior tampoco había hecho nada (aunque entonces las cosas no habían salido bien, de modo que tal vez no debería seguir el ejemplo anterior), y en parte porque había pensado que Will quizás se encargase de todo. Eso era lo que él deseaba. En eso consistía tener amigos, pensó.

—¿Que qué voy a hacer yo? ¿No será más bien qué vas a hacer tú?

—¿Que qué voy a hacer yo? —Will se echó a reír, pero en ese mismo instante recordó que el asunto de que estaban hablando no tenía la menor gracia—. Marcus, yo no puedo hacer nada.

—Podrías hablar con ella.

—¿Y por qué iba a hacerme caso? ¿Quién soy yo? No soy nadie.

—No, señor. Tú eres...

—Mira, Marcus, que tú vengas a mi casa después del colegio, a merendar o a lo que sea, no significa que yo pueda impedir que tu madre... No significa que yo pueda darle ánimos a tu madre. En realidad, sé perfectamente que no soy capaz.

—Creía que éramos amigos.

—Oh. Mierda. Joder. Lo siento. —Al tratar de retirar un panecillo, Will se había quemado los dedos—. ¿Tú crees que eso es lo que somos tú y yo, amigos?

Fue como si le hubiera hecho gracia. A decir verdad, estaba sonriendo.

—Sí. De lo contrario, ¿tú qué dirías que somos?

—Bien. Amigos, de acuerdo.

—¿Y por qué sonríes?

—Porque tiene gracia, ¿no? ¿Amigos, tú y yo?

—Supongo. —Marcus se lo pensó con más calma—. ¿Por qué tiene tanta gracia?

—Porque no somos de la misma estatura.

—Ah. Entiendo.

—Era un chiste.

—Ja, ja, ja.

Will dejó que Marcus pusiera mantequilla en los panecillos, porque le encantaba hacerlo. Era mucho mejor que untar las tostadas, pues si la mantequilla estaba demasiado fría, o demasiado dura, lo único que conseguía era rascar la capa marrón que convertía la tostada en lo que era, y eso le fastidiaba una enormidad. Con los panecillos no costaba ningún esfuerzo; bastaba con poner un pedazo de mantequilla encima, esperar unos segundos y luego extenderlo hasta ver cómo desaparecía en los agujeros de la superficie. Era una de las contadas ocasiones en la vida en que las cosas siempre salían bien.

—¿Quieres que le ponga algo más?

—Sí. —Marcus alcanzó el tarro de la miel, introdujo el cuchillo y comenzó a hacerlo girar.

—Escucha —dijo Will—. Tienes razón. Somos amigos. Por eso mismo no puedo hacer nada por tu madre.

—¿Cómo has llegado a esa conclusión?

—Te he dicho que somos de distinta estatura y he añadido que se trataba de un chiste, pero quizás no lo sea. A lo mejor es así como deberías tomártelo. Soy tu amigo y te saco un palmo de estatura, eso es todo.

—Lo siento —dijo Marcus—, pero no te entiendo.

—En el colegio, yo tenía un compañero que me sacaba dos palmos. Era enorme. Medía uno ochenta y cinco cuando estábamos en ingreso.

—Ya no tenemos ingreso.

—Pues en el curso que fuera, en octavo.

—¿Y qué?

—Yo nunca le hubiese pedido que me ayudara si mi madre hubiese estado deprimida. Hablábamos de fútbol y de
Misión imposible
, eso era todo. Nos poníamos a hablar, no sé, de que Peter Osgood debería ser titular en la selección de Inglaterra; si yo le hubiera dicho: «Oye, Phil, haz el favor de hablar con mi madre, porque se echa a llorar cada dos por tres», él me habría mirado como si yo estuviese loco. Tenía doce años. ¿Qué iba a decirle a mi madre? «Hola, señora Freeman. ¿Por qué no se toma un tranquilizante?»

—No sé quién es Peter Osgood. No entiendo nada de fútbol.

—Joder, Marcus, deja de ser tan obtuso. Lo que trato de decirte es que de acuerdo, soy tu amigo, pero no soy tu tío, ni soy tu padre, ni tu hermano mayor. Puedo decirte quién es Kurt Cobain y qué deportivas deberías llevar, eso es todo. ¿Lo captas?

—Sí.

—Muy bien.

Sin embargo, en el camino de regreso a casa Marcus recordó el final de la conversación, el modo en que Will dijo «¿Lo captas?», como si así quisiera dar a entender que la conversación había terminado, y se preguntó si eso era propio de dos amigos. No le pareció que lo fuera. Conocía a algunos profesores que lo hacían, e incluso a algunos padres, pero eso no era propio de ningún amigo, por más alto que fuera.

A Marcus en realidad no le sorprendió la actitud de Will. Si alguien le hubiera preguntado quién era su mejor amigo, habría apostado por Ellie, y no porque la amase y quisiera salir con ella, sino porque se portaba con amabilidad y siempre lo había tratado bien, aparte de aquella primera vez, cuando ella lo llamó gilipollas y otras cosas por el estilo. Entonces no fue nada amable. Sería injusto decir que Will no lo había tratado con amabilidad, sobre todo por lo de las deportivas y los panecillos al horno y las partidas de videojuegos y todo lo demás, pero también era cierto que en algunas ocasiones Will no parecía precisamente encantado de verlo, sobre todo si lo visitaba cuatro o cinco días consecutivos. Ellie, por otra parte, siempre le daba un abrazo o se ponía como loca en cuanto tropezaba con él, y eso, en opinión de Marcus, tenía que significar algo.

Ese día, sin embargo, no se había mostrado muy feliz ante su presencia. Parecía abatida; no dijo ni hizo nada cuando él fue a buscarla a su clase a la hora del recreo. Zoe, sentada a su lado, la miraba atentamente, con una mano entre las suyas.

—¿Qué ha pasado?

—¿Aún no te has enterado? —dijo Zoe.

A Marcus le fastidiaba que la gente le dijera eso, porque nunca se enteraba de nada.

—No, creo que no.

—Kurt Cobain.

—¿Qué le pasa?

—Que ha intentado suicidarse. Con una sobredosis.

—¿Y está bien?

—Creemos que sí. Le han hecho un lavado de estómago.

—Vaya, qué bien.

—No tiene nada de bueno —dijo Ellie.

—No —reconoció Marcus—, pero...

—Seguro que un día de éstos lo hará, ¿sabes? —añadió Ellie—. Al final lo hará. Siempre pasa igual. Quiere quitarse la vida. Esto no ha sido un grito de ayuda. Él odia este mundo.

Marcus se puso enfermo de repente. La tarde anterior, nada más abandonar el piso de Will, había querido imaginar esa conversación con Ellie, había supuesto que ella sabría cómo darle ánimos de un modo que a Will ni siquiera se le habría pasado por la cabeza, y ahora resultaba que no era así; en lugar de ello, el aula empezó a dar vueltas y a perder su color.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —preguntó Marcus—. ¿Cómo sabes que no ha sido más que una travesura? Me juego lo que quieras a que no volverá a hacer nada parecido.

—Tú no lo conoces —repuso Ellie.

—Ni tú tampoco —le gritó Marcus—. Ni siquiera es una persona de carne y hueso. No es más que un cantante, una figura para decorar camisetas. No tiene nada que ver con la madre de nadie.

—No, imbécil; él es el padre de alguien —le espetó Ellie—. Es el padre de Frances Bean. Tiene una hijita preciosa y a pesar de todo se quiere morir. Ya ves si lo conozco.

Marcus tuvo que reconocer que sí. Se volvió y salió corriendo.

Decidió saltarse las dos clases que seguían al recreo. Si iba a matemáticas lo más seguro era que se perdiera en sus pensamientos y todos se rieran de él cuando tratase de responder a una pregunta que habían formulado una hora antes, o un mes antes, o que ni siquiera iba dirigida a él. Quería estar a solas para pensar despacio, sin que lo interrumpieran ni distrajesen. Se fue a los lavabos que había junto al gimnasio y se encerró en el retrete de la derecha, porque tenía unas reconfortantes tuberías calientes y era posible sentarse con la espalda contra la pared. Al cabo de unos minutos llegó alguien y se puso a aporrear la puerta.

—¿Estás ahí dentro, Marcus? Mira, lo siento. Perdóname. Se me había olvidado lo de tu madre, pero quiero que sepas que no es como Kurt.

Tras un instante de silencio, él abrió el cerrojo y echó un vistazo.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque tienes razón. Él no es una persona de verdad.

—Eso sólo lo dices para que me sienta mejor.

—De acuerdo, es una persona de verdad, pero de otra clase.

—¿En qué sentido?

—No lo sé, pero así es. Es como James Dean, Marilyn Monroe, Jimi Hendrix y todos ésos. Una sabe que tarde o temprano morirán, y que no pasa nada.

—¿Que no pasa nada? ¿Y qué me dices de la pequeña...? ¿Cómo se llama?

—Frances Bean.

—Eso es. Puede que no pase nada contigo, pero con ella...

Entró en los lavabos un chico del curso de Ellie.

—Vete. Fuera de aquí —masculló Ellie como si se lo hubiese dicho ya cien veces y el chico no tuviera ningún derecho a mear—. Estamos hablando —añadió.

El chico abrió la boca como si quisiera discutir con ella, pero pareció darse cuenta del riesgo que corría y se largó.

—¿Me dejas entrar? —le pidió Ellie a Marcus cuando el otro se hubo marchado.

—No sé si hay sitio.

Se apretaron bien juntos contra las tuberías calientes de la pared, y Ellie cerró la puerta y echó el pestillo.

—Tú crees que yo sé muchas cosas, pero no es así —le dijo—. La verdad es que no sé nada de nada. No entiendo ni por qué se siente él como se siente ni por qué a tu madre le pasa lo que le pasa. Tampoco sé cómo te sientes tú. Supongo que debe de darte mucho miedo.

—Sí. —Marcus se echó a llorar. No lo hizo ruidosamente, sino que los ojos se le llenaron de lágrimas que enseguida comenzaron a rodar por sus mejillas. A pesar de todo, se sintió avergonzado. Nunca creyó que fuese a llorar delante de Ellie.

Ella lo rodeó con un brazo.

—Lo que quiero decir es... No me hagas caso. Tú sabes mucho más que yo. Eres tú quien debería decirme de qué va todo esto.

—Pues no sé qué decir.

—Entonces, hablemos de otra cosa.

Sin embargo, pasaron un rato sin hablar de nada. Permanecieron juntos y quietos, moviendo el culo cuando sentían demasiado calor a causa de las tuberías, y esperaron hasta que tuvieron ganas de volver al mundo.

30

Will sufría de vértigo, de modo que no le gustaba mirar hacia abajo. Sin embargo, a veces era inevitable que lo hiciese. En ocasiones alguien decía algo, y entonces miraba hacia abajo y lo acometía una apremiante, irresistible necesidad de saltar. La última vez que le había ocurrido, lo recordaba bien, había sido al romper con Jessica. Ella lo llamó por teléfono a altas horas de la noche y le dijo que era un inútil, que no valía un pimiento, que jamás haría nada que valiera la pena, que nunca llegaría a ser nadie, que con ella había perdido una estupenda oportunidad —y empleó una expresión tan peculiar como incomprensible— de arrojar un poco de sal sobre el hielo, eso fue lo que dijo, de tener una relación que significase algo y de veras valiera la pena, y formar, tal vez, una familia. Y mientras ella le soltaba todo aquello Will empezó a sentir pánico, acompañado de vértigo y un sudor frío, pues sabía muy bien que más de uno pensaría exactamente igual que ella, aunque también sabía que no estaba en condiciones de hacer nada para remediarlo.

Tuvo esa misma sensación cuando Marcus le pidió que hiciese algo por Fiona. Por supuesto que debería hacer algo por ella; todo lo que le había dado a entender cuando le explicó que eran iguales en todo menos en la estatura era, obviamente, una soberana tontería. Will superaba a Marcus en edad, y sabía más que él sobre ciertas cosas... Se mirara como se mirase, allí había un contencioso que lo obligaba a implicarse, a ayudar al chico, a cuidar de él.

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