—Muy bien —le dijo Maia a Brod—. Vamos. Éste debe de ser el camino.
Siguieron más escaleras, más escudos arrasados, antes de que el pasillo terminara en un puñado de puertas cerradas de acero, de aspecto ordinario. Un botón situado a un lado cobró vida cuando Maia lo pulsó. La puerta no tardó en abrirse con un leve rumor, revelando una diminuta habitación sin muebles, con un grupo de luces indicadoras en una pared.
—Bueno, esto sí que es una sorpresa —exclamó Brod—. ¡Un ascensor! Algunas casas grandes de Joannaborg los tienen. Utilicé uno en la biblioteca. Subía treinta metros.
—Supongo que será seguro —dijo Maia, sin plantearlo como una pregunta, pues no tenía sentido. No le gustaba que sólo hubiera una entrada o salida, pero los dos debían utilizar el aparato, fuera seguro o no—. Dejaré que con tu amplia experiencia pilotes esta cosa.
Brod se metió en el ascensor torpemente. Maia lo siguió, prestando atención a cómo se hacía.
—¿Hasta arriba del todo? —preguntó el muchacho. Ella asintió, y él extendió una mano y tocó con un dedo el botón superior. El botón brilló. Pasado un segundo, las puertas se cerraron.
—¿Es todo lo que hay que hacer? ¿No deberíamos…?
Maia se interrumpió cuando el estómago le dio un sobresalto. La gravedad tiró de ella hacia abajo, como si Stratos o su persona hubieran ganado masa de golpe.
.Hay ventajas en no haber comido
, pensó. Sin embargo, después de los primeros segundos, encontró un perverso placer en la sensación. Los indicadores fluctuaban, cambiando a una muestra alfanumérica que Maia no pudo leer porque la mitad inferior estaba apagada.
.¿Y si otras partes más críticas fallan mientras estamos en movimiento?
Rechazó aquella idea. Después de todo, ¿quién era ella para dudar de algo que aún funcionaba después de milenios?
.¡La pasajera, eso es lo que soy!
Se produjo otra sensación entre desconcertante y excitante. La presión bajo sus pies cesó bruscamente, y ahora sintió una
.reducción
de peso. Una experiencia no muy distinta de caer o remontar una ola en cubierta. O de volar, supuso. Involuntariamente, se echó a reír, y se cubrió la boca con una mano. Con la otra, descubrió, aferraba con fuerza el codo de Brod.
—¡Ay! —se quejó él sucintamente, mientras el ascensor se detenía y los dos reaccionaban con un respingo.
Las puertas se abrieron, haciéndoles parpadear y cubrirse los ojos.
—¿Se quedarán abiertas? —preguntó Maia mientras pasaba a una plataforma de piedra cubierta por un fantástico cielo cuajado de nubes.
—Meteré la sandalia entre ambas —respondió Brod—. Si me sueltas el brazo un momento.
Maia se rió nerviosa y soltó al muchacho. Mientras él aseguraba la retirada, ella avanzó un par de pasos y contempló el panorama del océano que rodeaba el archipiélago conocido como los Dientes del Dragón. La luz del sol sobre el agua era sólo un bello reflejo entre otros muchos que no esperaba volver a ver. Su contacto sobre la piel fue un regalo que no podía expresarse con palabras.
.¡Lo sabía! Los clanes militares de Caria no iban a venir en barco. Su casta es demasiado elevada, están demasiado ocupadas. Además, no se arriesgarían a que alguien las viera, y advirtiese una pauta. Así que sólo vienen aquí muy raramente, a entrenarse, y sólo por el aire .
La superficie plana se extendía varios centenares de metros hacia el sur, el oeste, y el este. Allí, en la zona norte de la plataforma, la caja del ascensor contenía varias máquinas, entre ellas un torno usado probablemente para atracar y desplegar dirigibles. Maia también vio grandes tambores de cable.
Los Dientes del Dragón parecían aún más magníficos vistos desde arriba. Torre tras torre de piedra se sucedían, dispuestas como picas afiladas a lo largo de la espalda de una bestia acorazada. Muchas de las torres tenían puntas truncadas o arrecifes, como Grimké, mientras que otras brillaban al sol de la tarde, productos desnudos y prístinos de fuerzas que superaban con mucho el dominio de la mujer sobre Stratos.
Ningún diente de los que quedaban a la vista era más alto que aquél, situado en el extremo norte de Jellicoe. A causa de su posición, Maia no podía ver bien hacia el sur, donde se encontraban otros grandes macizos de islas, como Halsey, el único lugar habitado de forma oficial y legal. Sin duda los clanes bélicos contaban con este efecto protector, y cronometraban sus raras visitas para reducir al mínimo el riesgo de ser vistos. Con todo, Maia se preguntó si los hombres que poblaban Halsey llegaban a sospechar algo.
.Tal vez por eso la asignación de destino entre las cofradías de bajo rango se hace de forma rotativa. Así hay menos posibilidades de que se detecte un ritmo, incluso aunque los hombres vieran un zep de vez en cuando .
Sobre todo con visitas que sólo se producen tres veces en la vida.
Se dio la vuelta y fue hacia la derecha, desde donde eran visibles más de dos docenas de monolitos apiñados, algunos de los muchos picos que, en conjunto, hacían de Jellicoe la muela principal de aquella legendaria cadena de los Dientes. Cuando Maia se acercó lo bastante para ver lo grande que era la colección, advirtió que incluso la extensa red de túneles subterráneos podía camuflarse fácilmente en aquel laberinto de piedra semicristalina.
Maia tuvo que bajar por una erosionada escalera para llegar a una terraza inferior, y luego salvar cierta distancia antes de acercarse por fin a la vista que deseaba. Brod le gritó para que lo esperara, pero la impaciencia la impulsaba.
.Tengo que saberlo
, pensó, y se apresuró aún más.
Por fin, se detuvo ante un precipicio tan impresionante que empequeñecía el de Grimké como una gaviota podía hacerlo con un escarabajo. El pulso le latía en los oídos. Era tan agradable encontrarse al aire libre, respirando la dulce brisa marina, que Maia se olvidó de experimentar vértigo al acercarse al borde y contemplar la laguna de Jellicoe.
El embarcadero ya estaba en penumbra, abandonado por el sol tras una breve visita al mediodía. Maia recorrió con la mirada paredes de piedra aún brillantes, hasta que por fin encontró lo que esperaba ver. Dos barcos, advirtió con un escalofrío. El
.Intrépido
y el
.Manitú
.
.Temía que hubieran cambiado de escondite. Deberían hacerlo, ya que su queche fue capturado. Tal vez planeen hacerlo pronto .
Maia se dio cuenta, no sin cierta incredulidad, de que la huida de Grimké con Brod y Naroin y las demás había sido sólo tres o cuatro días antes.
.Eso podría significar que aún tenemos tiempo
.
Sintió la presencia de Brod cuando el muchacho se le acercó, y oyó su entrecortado suspiro de alivio.
—No llegamos demasiado tarde, después de todo. —Se volvió a mirarla, los ojos brillantes—. Espero que tengas un plan, Maia. Te ayudaré a rescatar a tu Hombre de las Estrellas y a tu hermana. Pero primero hay una banda de saqueadoras allí abajo con una despensa que saquear. Si no como pronto…
—Lo sé —interrumpió Maia, agitando una mano, y citó:
Una cosa mucho peor
que el celo del verano
es interponerse entre un hombre hambriento
y el pan que tiene en la mano.
Brod sonrió, mostrando un montón de dientes. Cuando habló, lo hizo en un dialecto cerrado.
—Ajajá, zagala. No querrás verme forzado a masticar lo primero que tenga cerca, ¿no?
Ella se echó a reír, y él la imitó. Confiaba de tal modo en su naturaleza y en su amistad que a Maia nunca se le habría pasado por la cabeza tomarse en serio sus palabras, como podría haber sucedido meses antes.
Libro de los acertijos
Maia bajó su sextante y observó por segunda vez los calibres. El ángulo del horizonte, donde se había colocado el sol, fijaba un extremo; el otro, casi directamente encima, caía dentro de la constelación Boadicea.
—¿Sabes que pienso que puede ser la Víspera del Lejano Sol? —comentó tras un rápido cálculo mental—. Con tanto ajetreo, he perdido la cuenta de los días. Es medio invierno y no me he dado cuenta —suspiró—. Nos estamos perdiendo toda la diversión en la ciudad.
—¿Qué ciudad? —preguntó Brod, mientras anudaba con gruesos lazos el cable en el borde del acantilado—. ¿Y qué diversión? ¿Bebida gratis, para que no nos demos cuenta de los susurros de las madres clónicas sobornando a la gente para que vote? ¿Recibir pellizcos por la calle de borrachas que no distinguen la escarcha del granizo?
—Típico de los hombres —Maia hizo una mueca—. Los gruñones nunca entráis en el espíritu de la fiesta.
—A veces sí. Dadnos una fiesta en mitad del verano, y tal vez seamos menos protestones medio año más tarde. —Se encogió de hombros—. De todas formas, nos vendría bien si las saqueadoras estuvieran celebrándolo esta noche, todas con gorritos de papel y con ganas de jarana. Tal vez las piratas no se den cuenta de que llegamos mientras están ocupadas acosando a los prisioneros varones.
.Es una idea, pensó Maia, mientras plegaba su sextante.
.Suponiendo que los hombres estén todavía vivos. Tras la masacre a bordo del
Intrépido
., el siguiente paso lógico de las saqueadoras sería eliminar al resto de los testigos antes de dirigirse a un nuevo escondite
. Eso incluía no sólo a los hombres del
.Manitú
, sino también a las rads, y quizás a las reclutas recientes, como Leie. Renna seguía siendo probablemente demasiado valioso, pero ni siquiera su destino era seguro si el grupo de Baltha se veía acorralado.
Esos sombríos pensamientos teñían de urgencia su espera mientras veían cómo la oscuridad caía sobre el archipiélago. Con la mengua de luz, las muchas torres de la isla de Jellicoe se fundían en un único contorno serrado que se ocultaba a intervalos en el cielo estrellado. Debajo, en la negra oscuridad de la laguna, diminutos charcos de color indicaban las lámparas colocadas en el estrecho embarcadero donde los dos barcos estaban atracados. De vez en cuando, podían ver linternas más pequeñas moverse rápidamente, acompañadas de estiradas siluetas bípedas. Leves gritos indescifrables llegaban a oídos de Maia, transmitidos por los estrechos confines de la cavidad de la isla.
—Parece que están de fiesta, después de todo —comentó Brod cuando una compañía de sombras con antorchas bajó del barco más grande, recorrió el muelle y se internó en un amplio portal de piedra situado en la base del acantilado—. Tal vez deberíamos esperar. Al menos hasta que se hayan acostado.
Maia también lo habría preferido, pero dos lunas empezaban ya a salir por el este, y otra más lo haría pronto.
En unas pocas horas, habría luz suficiente para iluminar la laguna y los acantilados que la rodeaban.
—No. —Sacudió la cabeza—. Ahora es el momento. En marcha.
Brod la ayudó a preparar el arnés que había fabricado cortando con las tijeras los carteles de advertencia tan amablemente dejados por el Consejo Reinante. Maia cubrió su trasero y muslos con tiras de frases amenazantes, y se metió en un doble lazo de cable cuya función era amarrar los zep’lines de transporte. El sistema era antiguo, e incluso tal vez fuera anterior al destierro, remontándose a los días en que se decía que los hombres surcaban los cielos, así como los mares. Maia sólo esperaba que los clanes guerreros que ahora usaban el equipo los mantuvieran en buen estado.
A continuación Brod le tendió dos trozos de gruesa tela de sus propios pantalones, que había cortado para que ella los utilizara como guantes. Con las manos envueltas en ellos, Maia asió el áspero cable.
—¿Seguro que has anotado las señales? —preguntó.
Él asintió.
—Dos tirones significarán alto. Tres significarán que vuelva a subirte. Cuatro, una pausa. Y cinco que baje. —El muchacho frunció el ceño tristemente—. Escucha, Maia, sigo pensando que tendría que ser yo el primero en bajar.
—Ya lo hemos discutido, Brod. Soy más pequeña y mi estado no es tan malo como el tuyo. Una vez esté abajo, podría pasar por una de la banda en la oscuridad. Además, tú entiendes la máquina. Cuento con que me subas cuando vuelva al cable, después de explorar los alrededores.
Esperaba poder hacerlo seguida de Renna, rescatado justo ante las narices de las saqueadoras. Pero contar con un milagro semejante sería como creer en sabias lúgars.
Aún remota, pero más concebible, era la posibilidad de acercarse lo suficiente para susurrarle algo a Renna a través de los barrotes de su celda, o para intercambiar breves golpecitos en código morse. Con sólo unos minutos de contacto disimulado, Maia estaba segura de que podría volver con información valiosa: los nombres de las oficialas del Consejo en las que Renna confiaba, por ejemplo. Los dos muchachos podrían entonces usar la unidad de comunicación secreta con la esperanza de no estar invitando a otra banda de hamponas más aristocráticas.
Es decir, suponiendo que el comunicador no estuviera intervenido, o preparado para llamar a un solo sitio.
Había una docena de otras malignas posibilidades, ¿pero qué más podían hacer? El mejor motivo de todos para buscar a Renna era la certeza casi absoluta de que a él se le ocurriría un plan mejor.
—Mm —gruñó Brod—. ¿Y si te capturan?
Ella sonrió, dándole una juguetona palmada en el hombro.
—Ya sé que te preocupa no tener qué comer. —Maia también tenía que robar algo de alimento por el camino. Pero Brod pareció molesto por la broma, así que le habló con más amabilidad—. En serio, querido amigo, usa tu propio juicio. Si te sientes lo bastante fuerte para esperar, te sugiero que aguantes hasta mañana por la noche, antes de amanecer. Baja e intenta robar el bote que está amarrado a la popa del
.Manitú
. Dirígete a Halsey. Al menos allí…