Unos cuantos minutos después, una de aquellas aberturas dejó ver a Maia una laguna en su interior, tan plácida como si fuera de cristal.
—¡Allí está! —anunció—. Perfecto. Podemos entrar y anclar…
.¡Shiva y Zeus!
—maldijo Brod—. ¡Maia, agáchate!
Obedeció apenas a tiempo, mientras Brod viraba con fuerza y hacía que la botavara cruzara volando el pequeño bote, silbando en el lugar donde un momento antes se hallaba la cabeza de Maia.
—¿Qué haces? —chilló ella. Pero el joven no respondió. Agarradas al timón, tenía las manos blancas por la tensión, la mirada fija. Tras alzar la cabeza para poder ver, Maia jadeó—. ¡Es el
.Intrépido
!
La goleta de tres palos se dirigía hacia ellos desde el suroeste, casi surgida del sol poniente. La visión de sus velas hinchadas, que se esforzaban por adquirir velocidad, era impresionante y aterradora. Mientras Maia y Brod luchaban con su pequeño bote dando bordadas contra el viento, el barco pirata ya había recorrido la mayor parte de la distancia que separaba las islas.
—¿Crees que nos han visto? —Maia se sentía como una tonta por preguntar. Sin embargo, Brod contaba claramente con ello, ya que intentaba ocultarse tras la espira que acababan de pasar. Si tan sólo las saqueadoras tuvieran vigías perezosas…
La esperanza se desvaneció con el sonido de un silbato: un alarido de vapor y deleite depredador.
Entrecerrando los ojos contra el resplandor del sol, Maia vio un puñado de siluetas congregadas a proa, señalando. La imagen podría haberle provocado un
.déja vu
, recordándole la manera en que había empezado el día; pero en esta ocasión no se trataba de un pequeño queche, sino de un carguero mejorado para ser más veloz y mortífero. Columnas de humo anunciaban que las calderas estaban funcionando. La nariz de Maia se arrugó ante el olor del carbón quemado. Hizo un rápido cálculo mental.
—¡No tiene sentido correr! —le dijo a Brod—. Tienen velocidad, cañones, tal vez radar. ¡Aunque escapemos, buscarán toda la noche, y nos aplastarán en la oscuridad!
—¡Acepto sugerencias! —replicó su compañero. El sudor perlaba su labio superior y su frente.
Maia lo agarró por el brazo.
—¡Vira hacia poniente! Podemos cambiar de bordada más ceñidos al viento. El
.Intrépido
tendrá que plegar velas para seguirnos. Sus motores tal vez estén aún fríos. Con suerte, podremos esquivarlo en ese laberinto.
—Señaló la irregular costa de la isla de Jellicoe.
Brod vaciló, y luego asintió.
—Al menos las sorprenderá. ¿Preparada?
Maia se preparó y agarró la botavara, lista para la maniobra.
—¡Preparada, capitán!
Él respondió con una mueca ante el chiste. Maia reprimió el retortijón de su estómago, al cual había regresado la familiar conmoción biliar de temor y adrenalina como si fuera su obsesión favorita.
.Se acabó la racha de buena suerte, pensó.
.Tendría que haberlo imaginado
.
—Muy bien —dijo Brod con un suspiro entrecortado, compartiendo claramente el mismo pensamiento—. Allá vamos.
Todo dependía del siguiente paso. ¿Hasta qué punto podría virar el navío mayor? ¿Qué armas llevaría?
Como esperaban, el diminuto esquife maniobraba mejor usando directamente el viento. El
.Intrépido
vaciló demasiado después de que Brod cambiara de rumbo. Cuando el barco pirata viró por fin, lo hizo de mala forma y contra la brisa. Brod y Maia ganaron impulso hacia el oeste mientras las marineras se esforzaban en cubierta, trincando las velas para que los motores aún en fase de calentamiento no tuvieran que luchar contra ellas.
.¿Reconocen el esquife?, se preguntó Maia.
.A estas alturas seguro que ya saben que algo les ha sucedido a Inanna y a sus amigas del queche. ¡Lysos, parecen furiosas!
Incluso con el barco lastrado por su peso, llegaría un momento en que los dos navíos se encontrarían a poco más de un centenar de metros. ¿Qué harían las piratas entonces?
Esforzándose para ayudar a Brod a maniobrar lo mejor posible, Maia orientó la vela para conseguir la máxima eficacia. Esto significaba tener que lanzarse de un lado a otro del bote, apoyando su peso cada vez que era necesario restablecer el equilibrio.
Nunca había dirigido un bote pequeño de esta forma, rozando literalmente la superficie del agua. Era impresionante, y habría sido divertido de no tener el estómago revuelto. Giró la cabeza para ver si, por casualidad, Renna podía encontrarse en el barco pirata. Había hombres en el alcázar de la goleta, como durante la toma del
.Manitú
, pero ni rastro de los peculiares rasgos de Renna.
Cuando el esquife abarloó el barco, Maia oyó furiosos gritos sobre las aguas que los separaban. Las palabras eran ininteligibles, pero reconoció el rostro lívido y arrebolado del capitán del barco, que discutía con varias mujeres que llevaban pañuelos rojos. El hombre señalaba a otras piratas que cargaban con un largo tubo negro en la banda de babor de la goleta. Sacudiendo la cabeza, hizo imperiosos gestos de prohibición.
A pesar de su estallido de furia, el capitán parecía plenamente consciente de su autoridad. Tanto, que no albergó ninguna sospecha cuando más mujeres, armadas con tridentes y cuchillos, se acercaron para rodearlo a él y a sus oficiales… hasta que el tono de mando del hombre se interrumpió bruscamente, silenciado bajo un súbito destello de violentos golpes.
Desde la distancia, horrorizada, Maia no pudo distinguir si usaban bastones o cuchillas para reducir a los hombres, pero el ataque continuó muchos segundos más de lo que parecía necesario. Fuertes y vibrantes gritos de placer demostraban cuánto gozaban las piratas tomándose un desquite que debían de haber ansiado desde hacía tiempo, rompiendo a la vez una alianza molesta y las últimas ataduras con la ley.
—¡Nos separamos! —gritó Brod. Había estado intensamente concentrado, por lo que no había podido mirar siquiera a sus antiguos camaradas, ni sacar nada en claro del reciente tumulto de gritos y gemidos. Menos mal, pues la caída de los oficiales había sido sólo parte del golpe. Cuando Maia encontró un momento para volver a examinar el aparejo, la mayoría de los miembros masculinos restantes de la tripulación habían desaparecido de donde trabajaban un momento antes.
.Los Pinniped tal vez estén pasando un mal momento, reflexionó Maia, aún aturdida por lo que había visto.
Pero saben distinguir un asesinato deliberado. Y por eso comparten nuestro destino.
Aquellas saqueadoras eran unas fanáticas. Maia lo sabía, y la idea se había reforzado tras la emboscada de esa misma mañana. ¿Pero esto? ¿Atacar y matar a hombres deliberadamente y a sangre fría? Era tan obsceno como aquello contra lo que las Perkinitas las prevenían constantemente: la antigua violencia hombre-contra-mujer que antaño condujo al Éxodo de las Fundadoras, hacía tanto tiempo.
.Renna, pensó angustiada.
.¿Qué has traído a mi mundo?
Maia recitó una breve plegaria para que su hermana, parte de la tripulación de la sala de máquinas, no estuviera implicada en el espontáneo derramamiento de sangre. Tal vez Leie ayudara a salvar a algún hombre bajo cubierta, aunque no parecía probable que las piratas fueran a dejar testigos.
Ahora mismo, lo que importaba era que el motín les había concedido a Maia y a Brod segundos, minutos.
Tiempo que canjearon por los metros imprescindibles de distancia mientras las saqueadoras se reorganizaban y terminaban de hacer virar el barco.
—¡Preparada! —gritó Brod, advirtiendo de otra maniobra con la botavara.
—¡Preparada! —respondió Maia. Cuando su compañero viró, se deslizó bajo la botavara y ejecutó una compleja serie de acciones simultáneas, moviéndose con una fluida gracia que habría sorprendido a sus antiguas profesoras, o incluso a sí misma unos cuantos meses antes. De la práctica, combinada con la necesidad, se deriva una especie de concentración capaz de aumentar las habilidades más allá de toda expectativa.
Cuando volvió a mirar el
.Intrépido
, éste navegaba varios cientos de metros por detrás, pero ganaba velocidad.
Las artilleras tenían que seguir cambiando de posición sus rifles sin retroceso cada vez que la goleta tomaba un nuevo rumbo para seguir a los fugitivos. Se las podía ver gritándole a la nueva timonel para que fijara un rumbo.
Ir en línea recta no valía, ya que el puente de proa del barco bloqueaba la visión. Al final, el
.Intrépido
fijó un rumbo a treinta grados del viento. Eso reducía el ritmo de aproximación, pero permitía disparar con claridad.
.¿Se lo advierto a Brod?, reflexionó Maia, con más frialdad de lo que esperaba.
No, mejor dejar que se concentre todo lo posible.
Vio cómo su amigo se volvía a mirar la vela temblorosa, las aguas revueltas, su destino, el macizo de enormes monolitos que se acercaba rápidamente. Usando todos estos datos, el muchacho hizo ajustes demasiado sutiles para ser calculados, basados en un tipo de instinto que antes había negado poseer, consiguiendo velocidad de una improbable combinación de velamen, madera y viento.
.Se hace mayor mientras lo observo, se maravilló Maia. Los jóvenes e inmaduros rasgos de Brod se transformaban por aquel intenso ejercicio de habilidad. La mandíbula y la frente se le marcaban y algo en él, según Maia, destilaba tanto las esencias maduras como las inmaduras de la masculinidad: una firme resolución unida a un intenso placer por lo que estaba haciendo. Aunque los dos murieran en los próximos minutos, su joven amigo no dejaría este mundo sin haberse convertido en un hombre. Maia se alegró por él.
Una vibrante sacudida agitó el aire tras ellos. Era un gruñido más profundo y de mayor calibre que el del pequeño cañón de aquella mañana.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Brod, casi ausente, sin distraerse de su labor.
—Un trueno —mintió Maia con una sombría sonrisa, dejando que la cálida gloria de su concentración durara unos cuantos segundos más—. No te preocupes. No lloverá hasta dentro de un rato.
El agua caía del cielo empapando su ropa y casi inundando el pequeño bote. Caía en oleadas, y entonces, bruscamente, paró. La cascada, provocada por otra explosión, hizo que Maia corriera al pantoque con un cubo, y achicara furiosamente.
Las fuentes del océano que caían sobre ellos no eran su única preocupación. Un proyectil cercano casi había conseguido que el esquife girara como una peonza, haciendo que el casco gruñese con el sonido de tablas y pernos al aflojarse. Todo cuanto Maia sabía era que su labor de achique debía superar la entrada de agua todo el tiempo que Brod necesitara para encontrar un medio de sacarlos de aquel lío.
Las artilleras del
.Intrépido
habían tardado algún tiempo en calmarse, después de su amotinamiento.
Disparaban en un ángulo amplio, frustradas en parte por el zigzagueo del esquife, antes de centrarse por fin en la oscuridad cada vez mayor del crepúsculo. Durante minutos, Maia acarició la ilusión de que la seguridad estaba a su alcance: un canal abierto que conducía al embarcadero de la laguna Jellicoe. Entonces vio algo familiar y sorprendente: el
.Manitú
capturado, anclado en esa misma torre de piedra, su cubierta repleta de más pañuelos escarlata. De inmediato, comprendió la horrible verdad.
¡Jellicoe debe de ser la base pirata! ¡He traído a Brod directamente a sus manos!
—¡Vira a la derecha, Brod, rápido!
Un súbito giro de último minuto evitó a duras penas la fatal entrada. Ahora corrían a lo largo de la retorcida costa de la propia Jellicoe, empapados alternativamente por los proyectiles que caían cerca y por la espuma más normal de las olas que chocaban contra las rocas. Las maniobras delicadas se habían terminado. Estaban atrapados en una poderosa corriente, y Brod dedicaba todos sus esfuerzos a impedir que chocaran con la serrada costa de la isla.
La oscuridad podría haber ayudado, pero las tres lunas principales estaban altas en el cielo y proyectaban su luminosidad perlada sobre la inminente derrota de los dos jóvenes. Era una noche clara y hermosa. Pronto saldrían las amadas estrellas de Maia; quizá durara lo suficiente para poder decirles adiós.
Una y otra vez llenaba el cubo, y lanzaba luego su contenido por la borda para no tener que ver la brillante proximidad del «diente de dragó». que se alzaba casi en vertical, como una cortina ondulante y convulsa. Sus redondeados pliegues indicaban una fingida suavidad. La piedra cristalina y adamantina estaba, en realidad, esperando pasivamente el momento de aplastarlos.
Maia no podía soportar aquella horrible visión. Lanzaba cubo tras cubo en la dirección opuesta, lo que la salvó en parte cuando las saqueadoras probaron una nueva táctica.
Una súbita detonación se produjo detrás de Maia, haciendo que el esquife se sacudiera con oleadas de aire comprimido y vacío que la lanzaron contra la cubierta. Para su sorpresa, se mantuvo consciente mientras las sacudidas pasaban y se convertían en una vibración que podía sentir a través de las tablas. Instintivamente se acarició la nuca dolorida, y encontró un trozo de piedra granítica cubierto de sangre. Mientras sus ojos veían puntitos púrpura, Maia miró la afilada pieza de metralla natural. El mundo giraba ante ella. Se volvió y descubrió que también Brod había sobrevivido, aunque del lado izquierdo de su cara manaba un torrente de sangre. Gracias a Lysos los fragmentos de roca habían sido pequeños. Esta vez.
—¡Alejate del acantilado! —gritó Maia. O lo intentó. No podía distinguir siquiera su propia voz, sólo oír un horrible redoblar de campanas. Con todo, Brod pareció comprender. Con los ojos dilatados por la impresión, asintió y movió el timón. Consiguieron ganar una cierta distancia antes de que el siguiente proyectil golpeara, arrancando más piedras de la cara del promontorio. Esta vez no los alcanzó la metralla, pero la maniobra implicaba navegar más cerca del
.Intrépido
y de su arma, que ahora los apuntaba casi a bocajarro. Mientras contemplaba la boca del cañón, Maia vio cómo la tripulación cargaba otra bala y disparaba. La sintió pasar ardiente por el aire, no muy lejos, a la izquierda. Tras un intervalo demasiado corto para darle nombre, en el arrecife se produjo otro estallido terrible que casi arrancó a los dos muchachos del bote. Cuando Maia volvió a alzar la cabeza, vio que su vela estaba rota. Pronto estaría hecha pedazos.