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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

Tarzán el terrible (16 page)

BOOK: Tarzán el terrible
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—Si quieres complacer a tu dios —respondió—, coloca en tus altares comida y atavíos que serán bien recibidos en la ciudad de tu pueblo. Estas cosas serán la bendición de Jad-ben-Otho, cuando las distribuyas entre aquellos de la ciudad que más lo necesiten. Tus almacenes están llenos de estas cosas, como he visto con mis propios ojos, y os traerán otros regalos cuando los sacerdotes digan a la gente que de este modo encuentran el favor de su dios —y Tarzán se volvió e indicó que abandonaría el templo.

Cuando salían del recinto dedicado al culto de su deidad, el hombre-mono se fijó en un edificio pequeño pero muy ornado, situado enteramente aparte de los demás como si hubiera sido cortado de un pequeño pináculo de piedra caliza que sobresalía entre los demás. Cuando lo recorrió su mirada interesada, observó que había barrotes en la puerta y las ventanas.

—¿A qué fin está destinado ese edificio? —preguntó a Lu-don—. ¿A quién mantenéis prisionero ahí?

—No es nada —respondió nervioso el sumo sacerdote—, allí no hay nadie. El lugar está vacío. En otro tiempo fue utilizado pero ahora hace muchos años que no —y se encaminó hacia la entrada que conducía al palacio. Allí, él y los sacerdotes se detuvieron mientras Tarzán con Ko-tan y sus guerreros salían del sagrado recinto del templo.

La única pregunta que Tarzán habría hecho no se atrevía a hacerla, pues sabía que en el corazón de muchos residía una sospecha en cuanto a su autenticidad, pero decidió que antes de dormirse plantearía la cuestión a Ko-tan, o directa o indirectamente, de si había, o había habido recientemente, dentro de la ciudad de A-lur, una hembra de la misma raza que él.

Mientras les era servida la comida de la noche en el salón de banquetes del palacio de Ko-tan, por unos esclavos negros sobre cuyas espaldas recaía la carga de todas las tareas pesadas y secundarias de la ciudad, Tarzán observó que acudía a los ojos de uno de los esclavos lo que aparentemente era una expresión de sorprendido reconocimiento cuando miró al hombre-mono por primera vez. Y de nuevo, más tarde, vio que el tipo susurraba algo a otro esclavo y hacía una seña afirmativa con la cabeza en su dirección. El hombre-mono no recordaba haber visto nunca a este waz-don y estaba confundido en cuanto al motivo del interés del esclavo por él, y olvidó el incidente.

Ko-tan se quedó sorprendido e interiormente disgustado cuando descubrió que su invitado divino no tenía deseos de atracarse de rica comida y que ni siquiera quería probar el vil brebaje de los ho-don. Para Tarzán el banquete fue un asunto desalentador y pesado, ya que tan grande era el interés de los anfitriones por atracarse de comida y bebida que no tenían tiempo para conversar, siendo los únicos sonidos vocales un continuo gruñir que, junto con sus modales en la mesa, recordaron a Tarzán una visita que en una ocasión efectuó al famoso ganado Berkshire de su alteza el duque de Westminster, en Woodhouse, Chester.

Uno a uno los comensales sucumbieron a los efectos del licor, y los gruñidos dieron paso a los ronquidos, por lo que entonces Tarzán y los esclavos fueron las únicas criaturas conscientes en el salón de banquetes.

El hombre-mono se puso en pie y se volvió a un negro alto que estaba de pie detrás de él.

—Quiero dormir —dijo—, acompáñame a mi aposento.

Mientras el tipo le conducía fuera de la sala el esclavo que antes había mostrado sorpresa al verle volvió a hablar largamente con uno de sus compañeros. El último lanzó una mirada semiasustada en dirección al hombre-mono, que ya se iba.

—Si estás en lo cierto —dijo—, deberían recompensarnos con nuestra libertad; pero si estás equivocado, oh Jad-ben-Otho, ¿cuál será nuestro destino?

—¡Pero no me equivoco! —exclamó el otro.

—Entonces sólo hay una persona a quien decírselo, porque he oído que tenía aspecto agrio cuando este Dor-ul-Otho ha sido llevado al templo, y que mientras el llamado hijo de Jad-ben-Otho estaba allí ha dado a éste motivos para temerle y odiarle. Me refiero a Lu-don, el sumo sacerdote.

—¿Le conoces? —preguntó el otro esclavo.

—He trabajado en el templo —respondió su compañero.

—Entonces, ve a verle enseguida y díselo, pero asegúrate de que quede clara la promesa de nuestra libertad a cambio de la prueba.

Y así un waz-don negro llegó a la puerta del templo y pidió ver a Lu-don, el sumo sacerdote, por un asunto de gran importancia. Pese a que era una hora tardía Lu-don le recibió y, cuando hubo oído la historia, les prometió a él y a su amigo no sólo su libertad sino una recompensa si podían demostrar que lo que afirmaban era cierto.

Mientras el esclavo hablaba con el sumo sacerdote en el templo de A-lur, la figura de un hombre andaba a tientas por el reborde de Pastar-ul-ved y la luz de la luna se reflejaba en el reluciente cañón de un Enfield que llevaba atado a la espalda desnuda, y los cartuchos de latón enviaban diminutos rayos de luz reflejado desde sus pulidas cápsulas que colgaban en las bandoleras que cruzaban los anchos hombros tostados y la magra cintura.

El guía de Tarzán le condujo a una cámara que daba al lago azul, donde encontró una cama similar a la que había visto en las aldeas de los waz-don, una simple tarima de piedra sobre la que había amontonada una gran cantidad de pellejos. Se tumbó Para dormir, quedando el asunto que más deseaba solucionar sin preguntar ni responder.

Cuando llegó el nuevo día estaba despierto y vagaba por el palacio y los jardines de palacio antes de que los moradores dieran señales de vida, aparte de los esclavos. Después tropezó con un recinto cerrado situado casi en el centro de los jardines de palacio, rodeado por un muro que despertó la curiosidad del hombre-mono, porque estaba decidido a investigar todo lo posible de todas las partes del palacio y sus alrededores.

Este lugar, fuera lo que fuere, aparentemente carecía de puertas o ventanas, pero que se hallaba al menos en parte sin tejado era evidente porque se veían las ramas oscilantes de un árbol que se extendían por encima del muro situado cerca de él. Como no encontró otro medio de acceder a él, el hombre-mono desenrolló su cuerda, la lanzó sobre la rama del árbol que se proyectaba más allá del muro y pronto estuvo trepando con la facilidad de un mono.

Arriba encontró que el muro rodeaba un jardín en el que crecían árboles, arbustos y flores en alborotada profusión. Sin esperar a averiguar si el jardín se hallaba vacío o contenía ho-don, waz-don o bestias salvajes, Tarzán se dejó caer con ligereza al césped del interior y, sin mayor pérdida de tiempo, inició una investigación sistemática del recinto.

Su curiosidad se avivó al comprobar que aquel lugar no era para uso general, ni siquiera para los que tenían libre acceso a otras partes del recinto del palacio y por tanto, añadido a sus bellezas naturales, estaba la ausencia de mortales, lo que hacía su exploración mucho más tentadora para Tarzán, ya que sugería que en ese lugar cabía la esperanza de tropezarse con el objeto de su larga y difícil búsqueda.

En el jardín había pequeñas corrientes de agua artificiales y pequeñas charcas, flanqueadas por arbustos floridos, como si todo hubiera sido diseñado por la astuta mano de algún maestro jardinero, tan fielmente reproducía las bellezas y contornos de la naturaleza a una escala en miniatura.

La superficie interior del muro representaba los riscos blancos de Pal-ul-don, rotos ocasionalmente por pequeñas réplicas de las gargantas llenas de vegetación del original.

Lleno de admiración y disfrutando cabalmente cada nueva sorpresa que la escena le ofrecía, Tarzán recorrió lentamente el jardín y, como siempre, lo hizo en silencio. Al pasar por una jungla en miniatura llegó a una pequeña zona de césped tachonada de flores, y al mismo tiempo vio ante él la primera hembra ho-don que encontraba desde que entrara en palacio. Una joven y hermosa mujer se hallaba en el centro de este pequeño espacio abierto, acariciando la cabeza de un pájaro al que sostenía contra su peto dorado con una mano. Estaba de perfil y el hombre-mono vio que, según los modelos de cualquier región, se la habría considerado más que encantadora.

Sentada en el césped a sus pies, de espaldas a él, había una esclava waz-don. Al ver que la hembra que buscaba no se encontraba allí, y temeroso de que se diera la alarma si era descubierto por las dos mujeres, Tarzán retrocedió para esconderse en el follaje, pero antes de lograrlo la muchacha ho-don se volvió rápidamente hacia él como advertida de su presencia por ese sentido sin nombre, cuyas manifestaciones nos resultan más o menos familiares a todos.

Al verle, sus ojos reflejaron sólo sorpresa, pues no había terror en ellos ni se puso a chillar, y ni siquiera elevó su voz bien modulada cuando se dirigió a él.

—¿Quién eres —preguntó— que te atreves a entrar así en el Jardín Prohibido?

Al oír la voz de su ama, la esclava se volvió enseguida y se puso en pie.

—¡Tarzán-jad-guru! —exclamó en un tono mezclado de asombro y alivio.

—¿Le conoces? —preguntó su ama volviéndose a la esclava y dando a Tarzán la oportunidad de llevarse un dedo a los labios para que Pan-at-lee no le traicionara, pues en verdad se trataba de Pan-at-lee, no menos una sorpresa para él de lo que su presencia era para ella.

Así interrogada por su ama y advertida simultáneamente por Tarzán de que guardara silencio, Pan-at-lee se quedó un momento en silencio y luego, buscando una forma de salir de su dilema, dijo:

—Creía… —vaciló—, pero no, me he confundido. Creía que era alguien a quien había visto antes, cerca del Kor-ul-gryf.

La ho-don miró primero a uno y luego al otro con expresión de duda e interrogación en sus ojos.

—Pero no me has respondido —prosiguió entonces—, ¿quién eres?

—Entonces ¿no te has enterado —preguntó Tarzán— del visitante que llegó ayer a la corte de tu rey?

—¿Quieres decir —exclamó— que eres el Dor-ul-Otho?

Y ahora los ojos que hasta entonces mostraban dudas reflejaron nada más que temor reverencial.

—Yo soy —respondió Tarzán—. ¿Y tú?

—Soy O-lo-a, hija de Ko-tan, el rey —respondió la joven.

Así que ésta era O-lo-a, por cuyo amor Ta-den había preferido el exilio al sacerdocio. Tarzán se acercó más a la preciosa princesa bárbara.

—Hija de Ko-tan —repitió él—. Jad-ben-Otho está satisfecho contigo y, como muestra de su favor, ha preservado para ti a través de muchos peligros aquél a quien amas.

—No entiendo —dijo la muchacha, pero el sonrojo que acudió a sus mejillas traicionaba sus palabras—. Bu-lat es un invitado del palacio de Ko-tan, mi padre. No sé que haya afrontado ningún peligro. Es con Bu-lat con quien estoy prometida.

—Pero no es Bu-lat a quien amas —dijo Tarzán.

De nuevo se sonrojó la muchacha y medio volvió el rostro.

—¿He disgustado al Gran Dios? —preguntó.

—No —respondió Tarzán—, como te he dicho, él está satisfecho y ha conservado a Ta-den para ti.

—Jad-ben-Otho lo sabe todo —susurró la muchacha—, y su hijo comparte su gran conocimiento.

—No —se apresuró a corregir Tarzán por miedo a que su reputación de omnisciencia le pusiera en un compromiso—. Sólo sé lo que Jad-ben-Otho desea que sepa.

—Pero dime —dijo ella—, ¿me reuniré con Ta-den? Seguro que el hijo de dios puede ver el futuro.

El hombre-mono se alegró de haber dejado una vía de escape.

—No sé nada del futuro —replicó—, sólo lo que Jad-ben-Otho me cuenta. Pero creo que no tienes que temer por el futuro si permaneces fiel a Ta-den y a los amigos de Ta-den.

—¿Le has visto? —preguntó O-lo-a—. Dime, ¿dónde está?

—Sí —respondió Tarzán—, le he visto. Estaba con Om-at, el
gund
de Kor-ul-ja.

—¿Prisionero de los waz-don? —interrumpió la muchacha.

—No prisionero_ sino invitado de honor —respondió el hombre-mono—. Espera —exclamó, alzando el rostro hacia el cielo—, no hables. Estoy recibiendo un mensaje de Jad-ben-Otho, mi padre.

Las dos mujeres se hincaron de rodillas y se cubrieron la cara con las manos, presas de sobrecogimiento al pensar en la imponente proximidad del Gran Dios.

Entonces Tarzán tocó a O-lo-a en el hombro.

—Levántate —dijo—, Jad-ben-Otho ha hablado. Me ha dicho que esta esclava es de la tribu de Kor-ul-ja, donde se encuentra Ta-den, y que está prometida con Om-at, su jefe. Se llama Pan-at-lee.

O-lo-a se volvió a Pan-at-lee con aire interrogador. Esta última hizo un gesto de asentimiento, incapaz su mente simple de determinar si ella y su ama eran víctimas de una colosal burla.

—Es como él dice —susurró.

O-lo-a cayó de rodillas y tocó con la frente los pies de Tarzán.

—Grande es el honor que Jad-ben-Otho ha hecho a esta pobre sierva —exclamó—. Llévale mis pobres gracias por la felicidad que ha traído a O-lo-a.

—Complacería a mi padre —dijo Tarzán— que te ocuparas de que Pan-at-lee sea devuelta sana y salva a la aldea de su gente.

—¿Qué le importa a Jad-ben-Otho una hembra como ella? —preguntó O-lo-a, con un leve asomo de arrogancia en su tono.

—No hay más que un solo dios —respondió Tarzán, y es el dios de los waz-don así como de los ho-don: de las aves y de las bestias, de las flores y de todo lo que crece en la tierra o bajo las aguas. Si Pan-at-lee actúa bien, es mayor a los ojos de Jad-ben-Otho de lo que sería la hija de Ko-tan si ésta actuara mal.

Era evidente que O-lo-a no entendió muy bien esta interpretación del favor divino, tan contraria a las enseñanzas que daba el sacerdocio de su pueblo. En un aspecto coincidían las enseñanzas de Tarzán con las creencias de ella: que sólo había un dios. En cuanto al resto, siempre le habían enseñado que era solamente dios de los ho-don en todos los sentidos, y que las otras criaturas habían sido creadas por Jad-ben-Otho para servir a algún propósito útil en beneficio de la raza ho-don. Y que ahora el hijo de dios le dijera que ella no gozaba de más alta estima divina que la doncella negra que tenía a su lado, resultó un duro golpe para su orgullo, su vanidad y su fe. Pero ¿quién podía poner en duda la palabra de Dor-ul-Otho, en especial cuando ella le había visto con sus propios ojos en verdadera comunión con dios en el cielo?

—Que se cumpla la voluntad de Jad-ben-Otho —dijo O-lo-a mansamente—, si está en mi poder. Pero seria mejor, oh Dor-ul-Otho, comunicar el deseo de tu padre directamente al rey.

—Entonces que se quede contigo —dijo Tarzán—, y procura que no sufra ningún daño.

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