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Authors: Olivia Dean

Tags: #Erótico, #Romántico

Suya... cuerpo y alma

Olivia Dean

Suya… cuerpo y alma

(Colección Completa)

ePUB v1.0

theonika
29.04.13

 

Emma Maugham venía a París para estudiar… Al menos eso fue lo que pensó cuando se instaló en la pequeña habitación de servicio del edificio del misterioso multimillonario Charles Delmonte.

Como un imán, sometida a una atracción incontrolable y a una separación brutal, Emma descubre la sensualidad de una relación erótica en los brazos del joven y apuesto Charles…

Pero, ¿a dónde les llevará?

Título original:
His, body and soul.

Olivia Dean, 2013.

Editor original: theonika (v1.0)

ePub base v2.1

Capítulo 1. Sólo nosotros…

A medida que avanzan las estaciones de metro, cambia el tipo de viajeros. Los turistas ya se han bajado y ahora estoy sola con los autóctonos. Ya hace unas cuantas estaciones que las camisetas han dejado paso a los trajes formales y de chaqueta. Me siento a miles de kilómetros de distancia del París bohemio donde soñaba empezar mis estudios. Pero, bueno, he tenido suerte de sobra: me aceptaron la tesis y he encontrado un sitio para vivir ; así que no voy a quejarse porque esté en un barrio pijo.

Ya hemos llegado a Monceau, mi parada. ¡Ostras! ¿Barrio pijo? ¡Con pijo me quedo corta! Altos edificios bicentenarios con enormes portones. Aquí está el parque y la avenida que llevan el mismo nombre, ah, ya estoy. Pulso el botón de la portería y la portera contesta al momento.

—Soy Emma Maugham, he quedado con… —no me deja terminar la frase. La monumental puerta se abre con una vibración siniestra y me la encuentro en la entrada de mármol. Viste con un impecable traje de chaqueta, se parece a un ama de llaves inglesa. Digo yo, ¿todo el mundo va de punta en blanco en este barrio? Me acompaña hasta el ascensor.

—Es en el quinto. Lo habitual es que el inquilino de la habitación suba por la escalera de servicio pero está en obras y no se puede pasar. Así que el señor Delmonte le autoriza a utilizar el ascensor —¡qué majo este Delmonte!

Hace años que no he visto a mi prima, me pregunto cómo estará. Me espera delante de la escalera y también va vestida como si fuera a una garden-party fúnebre. Me invita a entrar en la habitación, donde nos recibe un té humeante. Es pequeña pero bien amueblada y decorada con gusto. Hay una cama minúscula, un escritorio delante de la ventana y una pequeña cocina. Tras una puerta, se encuentra un aseo diminuto con su wc, ducha y lavabo. Es como una casita de muñecas pero mi prima me explica que es todo un lujo. Las «chambres de bonne», así llaman a las habitaciones del servicio, no suelen estar tan equipadas. Normalmente, el aseo suele estar en el rellano. Y, respecto a la ducha… Tengo la impresión de que me lo voy a pasar bien aquí. De todas formas, tampoco necesito mucho más. Una cama y un escritorio serán suficientes para la existencia monástica que me espera este año. Pero, si hay algo que no ha cambiado en Lexie, ¡es su verborrea! Ya me sé toda su vida: cómo llegó sin un duro, cómo fue encadenando trabajos hasta que encontró este de empleada del hogar en casa del señor Delmonte. Pronuncia «señor Delmonte» con veneración, no sabía que mi prima era tan formal. Y, por supuesto, ha seguido contándome cómo conoció a Jules, su próximo matrimonio, su mudanza a una casita del extrarradio… Estoy haciendo unos esfuerzos sobrehumanos para no explotar. ¿Cómo ha podido dejar de trabajar para irse a vivir con un hombre?

No es que tuviera el trabajo más emocionante del mundo pero, ¡estamos en 2012! Su actitud no me fastidia, ¡me exaspera! Recuerdo las últimas palabras de mi padre en el aeropuerto de Lansing: «
Sobre todo, cuando veas a Lexie, ¡cierra esa boquita de feminista implacable! Da igual lo que pienses, ¡no digas nada!
» Después, mientras me cuenta con pelos y detalles su magnífica historia de amor, yo sonrío como una estúpida. Da igual, en realidad, esta historia de mi prima ha sido mi salvación en esta vuelta precipitada. Bueno, eso y la generosidad del famoso Delmonte, que me ha permitido quedarme en la habitación de mi prima hasta que me establezca en París. Señor Delmonte. Llevo dos horas oyendo hablar de él y este personaje ya me cae mal. Está forrado. Tiene un edificio y sólo vive aquí de vez en cuando. Me lo imagino como una especie de tirano en pijama de seda. Será un sesentón. Lexie no sabe a qué se dedica. Pero, ¿tiene un trabajo? ¿Está jubilado? Lexie dice que es soltero, seguro que para no llamarle solterón. Perfecto, así seguro que no me distraerá de mis estudios…

Lexie se calla. Deduzco que ya sé todo lo que tengo que saber. Decido irme a explorar el barrio mientras ella termina de embalar sus cosas. Me reservo el parque para el fin de semana. Por ahora, querría encontrar algo para cenar esta noche. Andar: eso es lo que llevo esperando con impaciencia desde que supe que venía a Francia. No volver a coger el coche para todo. Ir a comprar una baguette paseando por mi barrio… Pero, me da la impresión, de que eso no se lleva en Monceau.

Llevo un cuarto de hora pateándome las calles y no he visto ni una tienda, solo una floristería, un anticuario y un montón de consultas de médicos, psicólogos y clínicas privadas. Parece que al único sitio al que puedes ir cerca de mi casa es a ponerte botox. ¿Esta gente no come?

Cuando vuelvo a casa, me asombro al ver un caniche apricot y pensar que me gustaría tener uno.

Menos mal que Lexie ha previsto todo, me deja sus provisiones y un plano con todas las tiendas cercanas. En algunas, ha dibujado un dólar y una calavera. Entiendo el mensaje.

—Y, sobre todo, no dudes en llamarme.

—No te preocupes…

—Y no olvides de ir a presentarte al señor Delmonte. Y haz el favor de darle bien las gracias…

—Sí, claro… De todos modos, ¿por qué no me lo presentas tú? Así sería más fácil, ¿no?

—Ahora está de viaje. Y, para cuando vuelva, seguro que estaré en la luna de miel. Qué no se te olvide, ¡eh! No quiero que piense que mi prima es una maleducada…

—¡Por Dios! Nunca dejaría que pasara algo así.

—¡Emma! —me regaña sonriendo—. Una cosita más. Tendrás que prestar más atención a tu ropa…

Y me echa un repaso de arriba a abajo, como la portera hace un rato. No lo entiendo porque voy vestida de lo más normal. Claro, teniendo en cuenta que soy una estudiante en mudanzas. Unos vaqueros, unas Converse, la sudadera de mi uni… ¡Ni que los estudiantes franceses hicieran las mudanzas vestidos de Chanel! Aunque, vete tú a saber… Me da que esto es sólo el principio de mis sorpresas.

Capítulo 2. La vuelta a clase

Tengo cita a las diez, en la oficina 322. La señora Granchamps me está esperando. Es justo como la había imaginado. Emana seriedad e inteligencia. Es tranquila, pausada, se nota que todas sus palabras tienen su porqué, que han sido muy pensadas y merecen la pena ser escuchadas. Cuando termine esta reunión, sabré si ha aceptado dirigir mi tesis. Llevo dos meses preparándome para la entrevista y, sin embargo, tengo miedo de que mis respuestas no le convenzan. Creo que es mejor ser sincera, franca…

¿Por qué el feminismo? Seguramente porque me di cuenta de que la gente no me trataba como lo hacía mi padre. Con él nunca había tenido la impresión de ser una chica… ni un chico. Mi madre murió en el parto. Es raro, dramático y novelesco, pero sigue pasando. Personalmente, ni me va ni me viene, es lo que hay. Siempre hemos sido mi padre y yo. No se ha vuelto a casar, ni ha tenido novia… Mi padre es una especie de friki. Su pasión: los dinosaurios. Les dedica la mayor parte del tiempo que está despierto y no me extrañaría que también soñara con dinosaurios. Sin duda, encontró al único ser humano tan apasionado como él por los dinosaurios. Se casaron, tuvieron un niño… Tras el accidente, mi padre se convirtió en el único paleontólogo de la universidad de Lansing Michigan. He tenido una infancia feliz. Pasaba mucho tiempo en la facultad, en el laboratorio de papá o en el jardín de mis abuelos. Mi padre se las apañaba bastante bien. Aunque, cuando veo fotos mías con vestidos y botas de agua, pienso que quizás fue un poco dejado respecto a mi educación estética, pero nunca me ha faltado nada y siempre me he sentido afortunada.

Cuando tenía doce años, me convocó formalmente en la cocina. Me anunció que había llegado el momento de compartir las tareas domésticas. Desde entonces, prepararíamos la cena uno cada día. Y lo mismo con la colada. En lo referente a la limpieza de la casa, algo que nos gustaba a los dos, decidimos tener la casa lo más limpia posible y poner en marcha un plan de urgencia uno de cada dos sábados. En esas tareas, no había ninguna regla. El que lo hacía, lo hacía bien. En concreto, estaba prohibido quejarse si la carne estaba muy hecha o una camisa mal planchada. Me parecía algo totalmente justo e, ingenua de mí, pensaba que era igual en todas las familias. Pero la realidad se impuso rápidamente. Cuando me quedaba a cenar en casa de mis amigos, me daba cuenta de que el reparto de tareas entre generaciones, e incluso entre los adultos, era un mito. Bueno, no es cierto, sí había reparto entre las generaciones si la joven era chica. Siempre volvía a casa exasperada y mi padre alucinaba. Podría pasarme horas maldiciendo a la sociedad, al patriarcado, al sujetador y todo lo que consideraba un escollo para la libertad de las mujeres. Cuando tenía uno de estos subidones, mi padre intentaba calmar a su «pequeña sufragista». Pero sé que estaba de acuerdo conmigo. Cuando le dije que quería dedicarme a estudiar el feminismo, me animó. Fue él incluso quien me propuso ir a otros lugares para ver cómo eran las cosas ahí. Eso fue lo que me trajo a París.

Y yo, que tenía miedo de esta entrevista, no puedo dejar de hablar. La señora Granchamps me mira con benevolencia. Bueno, eso creo. Toma notas. En un momento, me interrumpe :

—Señorita Maugham, Voy a tener que irme a clase. Ya veo cuáles son sus motivaciones, pero me temo que necesitaremos un poco más de tiempo para determinar su tema. Si está de acuerdo, he apuntado algunas clases a las que debería asistir, bueno, si usted está de acuerdo. Así podrá conocer a otros estudiantes y afinar su proyecto de investigación.

—¿Entonces acepta dirigir mi trabajo?

—Sí, por supuesto —dijo antes desaparecer.

Menudo peso me quité de encima. No tengo todavía un tema pero tengo una profesora que es una eminencia, no puedo decepcionarla. Leo la descripción, voy a asistir a todas esas clases. Literatura, un poco de filosofía, sociología… Es perfecto y es… ¡ahora! ¡Mi primera clase de literatura francesa va a empezar en un minuto! Tengo suerte: el aula cae cerca y me ahorro la vergüenza de llegar tarde a mi primera clase. Entro justo cuando están cerrando la puerta. Me siento en la primera silla libre y escucho religiosamente al profesor. Se presenta rápidamente. Es un curso de literatura medieval, una disciplina totalmente desconocida para mí. Vamos a estudiar una novela del siglo
XII
. ¡Estoy que no quepo en mí! ¡Estoy en París y voy a estudiar textos medievales! Me giro hacia mi compañera de al lado, que acaba de sacar el libro. ¡Es mi oportunidad! Me he sentado al lado de una Barbie sin cerebro, una rubia altísima, con los labios y las uñas rojo pasión. Lleva un vestido negro de cóctel… Me temo que ella no me va a ser de gran ayuda. La suerte quiere que el profesor, sin duda seducido por mi compañera, le pida que lea y traduzca el íncipit.

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