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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Sombras de Plata (30 page)

BOOK: Sombras de Plata
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Un relámpago negro salió disparado en dirección al hechicero, seguido de una segunda saeta, y luego dos más, más veloces de lo que Arilyn habría creído posible. Las flechas estallaron en llamas poco antes de llegar hasta el brujo. Cuando Foxfire se echó hacia un lado, Arilyn entrecerró los dientes y se preparó para embestir contra la primera trepidante línea de fuego. Los rayos negros se convirtieron en blanco..., pero la transformación sucedió con demasiada rapidez para que sus ojos pudieran asimilarlo.

La hoja de luna resplandeció con su extraña luz azul cuando el primer ataque mágico giró en redondo para ser lanzado contra su creador. Arilyn iba esquivando con gran seguridad los disparos, uno tras otro, mientras movía ligeramente el filo de su hoja de luna para que cada ráfaga retornara, reluciente, hacia un atónito brujo.

Arilyn echó de repente a correr. Oyó el sonido agudo de las flechas elfas que la sobrevolaban, casi tan cerca de ella que la rozaban, mientras corría hacia los humanos que Foxfire le había señalado. Uno de ellos, un hombre corpulento con una cicatriz en el rostro y una barba ensangrentada, dejó caer su espada para intentar agarrarse a sendas flechas que le habían impactado en la garganta. Cayó de bruces hacia adelante. Arilyn saltó por encima de su protuberante cadáver y se abalanzó con la espada en alto hacia el hechicero.

El brujo se vio rodeado por las llamaradas de su propio fuego mágico, pero el mismo amuleto que lo protegía de las flechas impidió que los rayos lo dañaran, aunque sí que se incendió su escudo mágico. En el interior de su resplandeciente esfera, el brujo empezó a invocar otro hechizo.

Arilyn no temía al fuego..., uno de los poderes milenarios de la hoja de luna era la resistencia a las llamas. Su hoja de luna se hundió en el fuego arcano, pero las lenguas de fuego que empezaron a lamer el filo se detuvieron ante la piedra que estaba incrustada en la empuñadura. Arilyn no sintió dolor, pero un hormigueo de inquietud empezó a removerse en un rincón de su mente porque la espada no resquebrajó la reluciente burbuja.

Blandió en alto la hoja de luna y al menos consiguió separar las manos del brujo para interrumpir el hechizo que planeaba descargar sobre los elfos.

Con el ceño fruncido, el mago conjuró una espada con ayuda de su magia y embistió contra ella, pero el filo de su arma no resquebrajó tampoco la brillante esfera. Parecía que el campo de protección del hechicero impedía el paso de todas las cosas excepto de la magia, cosa de la que no disponía Arilyn.

Sin embargo, notó que el empuje de su espada presionaba la línea de fuego y provocaba que sobresaliese hacia ella, cosa que le hizo concebir un plan, una variación del truco más básico y sucio de su repertorio de luchadora. No pudo evitar pensar con cierto sarcasmo que estaba bien que nadie fuese a esperar un ataque semejante de manos de la noble guerrera elfa que aparentaba ser.

Se lanzó a la carga, con la espada en alto. El mago eludió la embestida; saltaron chispas, aunque los filos de las espadas no llegaron a rozarse. Una vez más atacó Arilyn, y una vez más ésta midió la distancia que separaba la espada del brujo del punto en que la suya chocaba contra el escudo protector. Parecía ir reduciéndose con cada embestida, y el fuego se amortiguaba, lo cual significaba que el ataque final que estaba planeando no sería un golpe definitivo y mortal. Aun así, apostaba a que mantendría al hechicero ocupado durante un buen rato.

Sosteniendo la hoja de luna con firmeza con ambas manos, Arilyn hizo un giro hacia arriba, pilló la hoja envuelta en fuego del brujo y le hizo subir el brazo. Continuó el movimiento trazando un arco brusco y vertical hacia abajo y al mismo tiempo giró su cuerpo hacia un lado para aprovechar el impulso. La punta de la hoja de luna se clavó en el suelo; Arilyn hizo un salto, dio un puntapié hacia un lado y se apartó cuanto pudo de la espada con incrustaciones.

Dirigió su embestida directamente hacia la coraza de metal del mago, y su blanco resultó acertado. Aunque el encendido escudo evitó que sus botas conectaran directamente con la armadura, el grito que profirió el brujo le anunció que el fuego había hecho bien su trabajo.

Arilyn se levantó y arrancó la espada del suelo, mientras parpadeaba aturdida por la súbita oscuridad que siguió a la disipación del escudo del brujo. En apariencia, el aguijonazo de dolor había roto suficientemente su concentración para desintegrar la protección. El hechicero se puso a danzar y a chillar, incapaz de decidirse por quitarse la ardiente armadura, y de paso chamuscarse los dedos con los que invocaba los hechizos, o dejarse la pieza de metal donde estaba y exponerse a sufrir un daño más profundo. Al final, quedó en segundo plano su devoción al arte de la magia.

—Listo —murmuró Arilyn mientras se volvía a contemplar el campo de batalla. El brujo acabó de apartar con gesto frenético el metal que exhalaba vapor y se alejó trastabillando hacia el bosque, con el consentimiento de Arilyn. No iba a poder lanzar más hechizos durante el resto del día, y los elfos se enfrentaban a una amenaza mucho más inmediata

Uno de ellos, una hembra que era apenas una chiquilla, se hallaba enfrentada a un espadachín que le duplicaba el peso. La muchacha tenía la ventaja de una mayor velocidad y el flujo de adrenalina que la mantenía en movimiento; de hecho, dos círculos oscuros manchaban los costados de la túnica de su contrincante, que respiraba entrecortadamente, pero aun así se hallaba en desventaja respecto a la resistencia, la experiencia y el alcance, cosa que era de gran importancia en aquel momento crucial.

En el preciso instante en que Arilyn se volvió para contemplar la batalla, el espadachín se lanzó al ataque contra la garganta de la chiquilla al mismo tiempo que ella se abalanzaba contra su estómago. Tenía ella una daga; él una espada corta que podía partirla en dos antes de que se acercara más.

Arilyn se lanzó a la carga e interpuso la hoja de luna entre los dos combatientes, pillando el filo del arma de mayor longitud y obligándola a desviarse hacia arriba. La chiquilla elfa eludió el golpe con destreza, pero no desvió un ápice su daga, que se hundió hasta la empuñadura. Luego, liberó la hoja y se volvió para enfrentarse al humano que tenía más cerca, dejando que Arilyn acabara con él o lo dejara morir a su debido tiempo.

Parecía evidente que los elfos verdes no pretendían coger prisioneros.

En el preciso instante en que ese pensamiento se formaba en la mente de Arilyn, un puñado de humanos rompió filas y salió huyendo en dirección al bosque. Uno de ellos se detuvo de repente; la cabeza salió proyectada hacia atrás y los brazos le quedaron colgados a ambos lados cuando unas cuantas flechas se le incrustaron en la espalda.

—¡Foxfire, no! ¡Déjalos marchar! —gritó Arilyn mientras se volvía para enfrentarse a dos contrincantes más. Se sucedió un instante de incertidumbre; acto seguido, oyó el chillido agudo, parecido al de un pájaro, que mantenía a raya a los vengativos elfos.

Arilyn aguijoneó al espadachín con la punta de su espada para que se apartara de la exhausta hembra elfa con la que estaba luchando. El hombre giró sobre sí mismo, embistió una vez, y luego otra. «Un guardabosques», pensó Arilyn, disgustada, al ver de reojo el colgante con forma de unicornio que llevaba en el cuello..., el símbolo de la diosa Mielikki. Había pocos humanos a los que tuviera en mayor consideración que los guardabosques, y por eso no había nadie a quien despreciara más que a aquellos nobles guerreros de los bosques que habían errado el camino.

Aquél en particular luchaba al estilo de las Tierras de los Valles, con una sola espada y ataques agresivos. Arilyn dio un paso atrás para contrarrestar su siguiente ataque. Más que aguantar la embestida, lo que hizo fue saltar hacia atrás y la súbita e inesperada falta de resistencia dejó al espadachín desequilibrado durante un momento. Fue suficiente. Arilyn esquivó el ataque, pivotó sobre un pie y, a medida que giraba alrededor de su adversario, hizo un barrido con el filo de su espada, que fue a impactar con un golpe bajo y duro en la nuca del hombre. La hoja de luna desgarró carne y hueso de una sola acometida, decapitando al descreído guarda.

—Saluda de mi parte a Mielikki —musitó Arilyn en tono sombrío antes de volverse a buscar un nuevo contrincante.

No quedaba ninguno. A su alrededor, los elfos atendían a los heridos, limpiaban sus armas y recogían las flechas que habían gastado. No obstante, Hurón conservaba todavía en sus ojos negros el brillo de la batalla cuando se plantó ante Arilyn como un halcón al acecho.

—¿Por qué los dejaste marchar? ¿Qué traición es ésta? Regresarán; estamos demasiado cerca de Árboles Altos.


Tenía
que hacerlo —repuso Arilyn con calma mientras limpiaba el filo de su espada de la sangre del guardabosques—. ¿Cómo si no íbamos a seguirlos para saber ante quién rinden cuentas?

Los elfos volvieron a desviar la vista hacia Foxfire, quien hizo un gesto de asentimiento sin apartar la vista de la elfa de la luna.

—Es un buen consejo. Faunalyn, Wistari..., seguidlos e informadnos de lo que descubráis.

Los dos emisarios partieron de inmediato a cumplir su cometido. Foxfire se acercó a Arilyn y le ofreció una mano, que ella aceptó para ponerse de pie.

—He rezado al Seldarine para que me proporcionase guía, y así es como me lo recompensa —comentó con una sonrisa—. ¡Sólo una diosa, dueña del bosque, podría haberme dado una respuesta mejor: la propia Rillifane Rallithil debe de haberte enviado!

—En verdad debe de haber sido Amlaruil Flor de Luna, aunque no creo que haya demasiadas diferencias entre las dos —repuso Arilyn con sequedad mientras apartaba la mano.

Para su sorpresa, aquel comentario irreverente arrancó una sonrisa del rostro bronceado del elfo verde, y se sintió satisfecha. El elfo poseía gran temple para la batalla, pero también una calidez inusual entre los miembros del Pueblo, por lo general reservados y estrechos de miras.

Al contemplar a Foxfire moviéndose en el campo de batalla había comprendido Arilyn por qué ese elfo era un líder entre su gente. Tenía un carisma natural, una aureola de confianza y energía que parecía contagiosa. Lo respetaban, eso era evidente, pero había algo más. Notó que tenía el don de hacer que cada individuo en el que posara la vista se sintiera como la persona más valiosa bajo la capa de estrellas. Recibió a la niña guerrera elfa con un apretón de manos muy habitual entre luchadores, cosa que supuso Arilyn iba a complacer mucho más a la valerosa chiquilla que cualquier otra alabanza. Además, dejaba que cada elfo se ocupara de la tarea para la cual tenía especial capacidad, y no daba órdenes cuando no era necesario. La joven hembra que había llevado el anuncio de la batalla a Arilyn y Hurón parecía ser una especie de curandera porque se movía entre los heridos, juzgando la gravedad de cada lesión y dando órdenes sobre su cuidado. Parecía que Foxfire tenía poca necesidad de delimitar su propio territorio en virtud de su honor o su estatus. Lo que se tenía que hacer, se hacía lo mejor que se podía; eso era suficiente.

¿Suficiente? Era una actitud que denotaba más visión de lo que la mayoría de los líderes poseía, pensó Arilyn con creciente admiración.

Después de haber atendido a los heridos y haber construido camillas con palos y pieles para transportar a aquellos que no podían caminar, los elfos iniciaron la marcha hacia Árboles Altos. A pesar del éxito de su estrategia de batalla, los elfos parecían mirar a Arilyn con actitud recelosa. Oyó rumores que explicaban su presencia entre ellos a aquellos que no habían sido testigos de su llegada..., y tomó nota con cierta ironía de la cantidad de veces que se oía la palabra «lythari».

Al cabo de un rato, Foxfire se situó al lado de Arilyn. Aunque no parecía compartir el recelo de su gente, era consciente de ello.

—Tu estilo nos es extraño, y los habitantes del bosque son reacios a aceptar aquello que es nuevo —comentó con suavidad—. Con el tiempo, te aceptarán como líder.

—No como líder sino como consejera. El Pueblo te sigue a ti.

El elfo meditó sus palabras y luego hizo un gesto de asentimiento, pues en apariencia parecía comprender la perspicacia de aquella propuesta.

—¿Cómo has sabido la forma de actuar en la batalla?

—Conozco a esos hombres. No a ésos en particular —corrigió—, pero conozco la raza humana.

—Eres guerrera de Siempre Unidos. ¿Cómo conoces las costumbres de los humanos?

Aunque Arilyn no era una persona muy locuaz, descubrió que no le molestaban sus preguntas porque, a diferencia de Hurón, sus palabras no encerraban un atisbo de acusación sino un interés genuino.

—Mi clan es originario de Siempre Unidos, pero he pasado la mayor parte de mi vida en el continente.

—Y aun así, cumples el encargo de la soberana de Siempre Unidos. Sin duda, tu devoción a la reina Amlaruil debe de ser profunda —concluyó con voz solemne.

No obstante, Arilyn no pasó por alto el leve parpadeo de sus ojos que indicaba que sus palabras eran en tono de broma, ni tampoco la sutil pregunta que encerraban sus palabras.

No respondió de inmediato, porque nada de lo que se le ocurría le parecía verosímil. Por el rabillo del ojo atisbó a Hurón, que la seguía como una sombra, a distancia suficiente para no levantar sospechas; pero sí lo bastante cerca para acudir en defensa de su líder de guerra si Arilyn pretendía levantar el filo de su traidora espada contra él. Recordó algo de lo que había comentado Hurón a primera hora de aquel día, cuando de forma inesperada había intercedido a favor de Arilyn.

—Estoy en deuda con el pueblo elfo, y durante toda mi vida he hecho lo que he podido. Sin embargo, esta tarea se me asignó por la espada que porto. Es una cuestión relacionada con mi destino —repuso con voz tranquila.

Las palabras eran ciertas; el hecho de que en realidad ella estuviese intentando
evitar
su destino probable era un pequeño detalle que mejor valía no mencionar. Foxfire aceptó su explicación sin formular más preguntas y señaló en dirección a una arboleda que tenían más adelante y a los finos remolinos de humo que se elevaban hacia las estrellas.

—Árboles Altos —anunció con calma satisfacción.

Encerrado en aquellas dos palabras había más de lo que Arilyn podía explicar..., más de lo que jamás había experimentado. Nunca había llamado a un lugar su hogar, no en el sentido que Foxfire imprimía a dos simples palabras: un anhelo satisfecho, el final de un trayecto, un lugar al que uno pertenecía.

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