Authors: Kathy Lette
—¿Ah no? —Diciendo esto, Towtruck sacó un billete de diez libras de su bolsillo trasero y lo plantó sobre la mesa—. Me juego diez pavos a que puedo hacer que tus tetas se muevan sin tocarlas. —Sin esperar respuesta, se inclinó y estrujó la teta más cercana de Shelly—. ¡Ganaste! —Estalló en una risa incontinente y acto seguido le guiñó de manera conspiradora a Kit—. Eso la relajará, colega.
Kit plantó un billete de veinte dólares sobre la misma mesa.
—Me juego veinte pavos a que puedo hacer que tus bolas se muevan sin tocarlas. —Entonces, en menos de lo que puedes decir «contralto», le pegó una patada a Towtruck entre sus enormes y peludas piernas—. Al próximo que intente filmarme sin mi permiso le espera una muerte dolorosa —dijo Kit echando chispas—. ¿Te has enterado, hijoputa con polla de bebé?
—¡Tú… cabrón! —fue la respuesta no del todo wildeana de Towtruck.
Cuando Kit se alejó hacia la playa pisando fuerte, Shelly corrió tras él. El calor pegaba desde el camino de gravilla. Las cigarras canturreaban, tocando las castañuelas con sus alas.
—Cuatro millones de años de evolución humana espectacular, ¿y cómo coño lo demostramos? Con la maldita telerrealidad —dijo echando humo, cuando Shelly lo alcanzó.
—Ya lo sé. ¡La telerrealidad es sólo gente que no tiene nada que hacer, viendo a gente que no sabe hacer nada! Qué provocativo.
—Sí, y el pensamiento que está provocando es «¿Qué coño hago viendo esta mierda?».
—¿Ves? —dijo entusiasmada—, ya tenemos algo en común. Lo mucho que odiamos el programa… Así que, ¿qué tal si hacemos un ingreso en nuestra cama? —dijo Shelly con vergüenza. ¡Por Dios, si estaba hablando como Towtruck! Mientras se detenía para vaciar la arena de sus zapatos, enrollarse los vaqueros y recuperar el decoro, Shelly robó una mirada subrepticia a su marido, que estaba apreciando en silencio la curva de su trasero conforme se doblaba.
—¿Y bien? —le dedicó una sonrisa coqueta.
Sentimientos contradictorios cruzaron por el rostro de Kit cual nubes en un día de viento. Bajo su superficie exaltada parecía merodear otra vida, como los arrecifes ocultos bajo un mar calmo y azul. Shelly lo estaba encontrando imposible de navegar. ¿Quién era este hombre?
Kit dudó, vaciló y eligió la estrategia.
—Lo siento, es que no soy esa clase de chico. —Le lanzó una sonrisa tan luminosa que uno podría ponerse a leer por la noche con ella, y a continuación salió corriendo.
*
«
El tipo de persona con la que decides irte de vacaciones dice mucho sobre ti. Pasar las vacaciones con un marido que no va a dormir contigo dice que eres una idiota de primer grado
», se lamentó Shelly por dentro. Todo el mundo está muy obsesionado con el sexo antes del matrimonio. Bueno, ¿y qué pasa con el sexo después?
Shelly había conseguido aprender finalmente a pensar como un hombre para encontrarse a su hombre pensando como una mujer.
—¿Quiere qué? —chilló Gaby, resollando momentos después tras ella en la playa, agitando frenéticamente el contrato de Kit.
—Quiere incrementar nuestra unión verbal.
—Sí, claro. ¿Puedes imaginarte llegando al final de tu vida y deseando haber tenido menos sexo? Escuche, señora K., sólo he hecho dos mamadas en mi vida y este trabajo de dirección es una de ellas. No me lo joda.
—Pero él odia las cámaras.
—Pues resulta que ha firmado un contrato, ¿vale? Mire, le daré el resto de la tarde para que lo recupere. Sin cámaras. Pero después de eso, empezaré a filmar de nuevo. ¿Entendido? Unión verbal, y una mierda. Apuesto a que sigue actuando de forma no verbal con esa zorra francesa de la maldita banda de música.
Si Kit estaba sembrando su avena silvestre con Coco, Shelly sólo podía rezar para que fracasara la cosecha, y la mejor forma de hacerlo era descubrir qué tenían en común. El ordenador los había emparejado de entre miles de candidatos. Debían de estar en la misma longitud de onda. Desde luego, las señales sexuales que él emitía la hacían vibrar. No podía ser que lo único que tuvieran en común fuese que no tenían nada en común… ¿o sí?
Los hombres se excitan con la cerveza, el fútbol, las rubias, la comida y el canal Playboy.
Las mujeres no se excitan con nada… y entonces se casan con ellos.
Estado de sitio
Uno de los grandes misterios de la vida es por qué las personas se dividen entre aquellas a las que les gusta estar al aire libre y a las que les gusta estar bajo cubierto, y por qué terminan invariablemente casándose.
En la primera mañana de su luna de miel en paraíso tropical, Shelly descubrió que su novio ya estaba enérgicamente comprometido, haciendo paracaidismo acuático,
parapente
, esquí acuático y descenso en aguas bravas. Mientras que el
hábitat
natural de Shelly era la sala de conciertos, resultó que Kit era de los que se metía tan campante una tienda de campaña en el bolsillo trasero y desaparecía trotando Everest arriba durante una o dos semanas.
Hay constancia de que Shelly también corría… pero sólo cuando su piso estaba en llamas. En una ocasión su madre la inscribió en el maratón de Londres de ayuda a familias mono parentales. La gente creyó que ganaría… hasta que se dieron cuenta de que sólo estaba acabando la carrera del año anterior. Su principal ansiedad en la vida era que el maldito gilipollas que había creado las clases de aeróbic pudiera estar ideando algo más en estos momentos, ¡cabrón sádico!
Tras haber encontrado a la orilla del mar su
búngalo
de techo de paja con corte de pelo a lo Beatles, se dio una ducha y a continuación asaltó la boutique del hotel para comprar
bikinis
y
pareos
excesivamente caros. Ahora Shelly estaba lista para hacer una salida breve en busca de Kit. Pero cuando descubrió que iba a hacer esquí acuático (el arte de estamparte la cara en un rompeolas y, por tanto, el sostén de los neurocirujanos de todo el mundo), declinó la invitación de ir con él, diciendo que prefería ejercitar la mente… Sin embargo, lo único que conseguía pensar era por qué tendría que hacer tanto ejercicio saludable cuando la falta de frecuencia orgásmica incrementa el índice de mortalidad de un hombre en un cincuenta por ciento. Fue corriendo a informar a su marido de que el sexo también era una forma muy eficaz de mejorar el sistema cardiovascular, pero para entonces Kit, con pantalones cortos ajustados y camiseta, estaba calentando para sus largos en la piscina.
—¿Vienes a nadar? Al menos nadar te gustará, ¿no?
—¡Oh, sí! Sólo tengo un problema… la flotabilidad. —Le vino como una ola… el calor pegajoso de los baños públicos y el olor enfermizo a productos químicos. Le dio un escalofrío involuntario—. El problema de nadar es que uno se pone demasiado húmedo.
Kit rió, antes de realizar una pirueta perfecta, totalmente vestido, hacia dentro de la piscina.
Las mujeres de muslos gelatinosos que estaban en las clases de aeróbic acuático de Dominic dieron unos chillidos tipo hámster de placer cuando Kit salió a la superficie entre ellas. La visión de sus pantalones cortos húmedos pegados a su paquete del tamaño de una
baguette
provocó un choque múltiple de alta velocidad durante la serie de estiramiento frontal de brazos. También provocó que el animador flexionara indignado su torso de abdominales cuidadosamente esculpidos gracias a seiscientas flexiones diarias y apagara su radiocasete cuadrafónico.
—¿Qué te pasa, Dom? —se rió Kit, con uno de los flotadores largos, finos y rosas entre sus potentes muslos—. ¿Tienes problemas con la verga?
Cuando no estaba haciendo ejercicio, a Kit le gustaba pasar el tiempo tostándose en la orilla, salpicándose crema protectora mientras su piel se caramelizaba en un tono marrón dorado.
Shelly era sumamente consciente de su piel lechosa, que había empezado a cortarse al sol (necesitaba broncearse durante seis meses para llegar a estar «blanca»). Tampoco le gustaba la cualidad adhesiva de la crema. Daba igual en qué postura se tumbara en la arena, en seguida se le pegaban colillas de cigarro, tapones de botellas y vecinos no deseados vendiendo flautas de nariz indígenas. Prefería el
solárium
y reservó para una sesión de cama solar, que requería una sepultura claustrofóbica en un sarcófago de rayos ultravioleta. Mientras estaba en el salón, también la convencieron para hacerle la pedicura y la manicura y cura de celulitis y…
—¡Por Dios, chica! Creí que te gustaba el aspecto natural. No necesitas toda esa mierda en tu cara. No tenía ni idea de que eras tan presumida —fue la respuesta de Kit cuando ella apareció horas después, toda encrespada y brillante. Sacudió la toalla de la arena con la gracia de un matador. Y Shelly, sin duda, embistió.
—¡Presumida! —replicó, machacada—. Los hombres son mucho más presumidos que las mujeres. Quiero decir, ¡vosotros os creéis que no necesitáis maquillaje!
*
También en la forma de vestir tenían sus diferencias.
—¿Por qué no vas a sentarte allí junto a esos alemanes? —sugirió Kit burlonamente mientras tomaban las bebidas de antes de comer en la terraza de la playa—. Lo mejor de los alemanes es que se visten peor aún que tú.
—¿No te gusta mi forma de vestir? —Shelly, que era defensora del extremo barato y alegre del abanico de confecciones, miró sus bermudas vaqueras, que había comprado en la boutique del hotel, y las chanclas de flores.
—Bueno, es una opción… para un vagabundo borracho, quizás.
Todo lo que Kit llevaba era divino, por supuesto.
Su ropa parecía adorar cada contorno de su cuerpo como si ella tampoco pudiera esperar a acariciarle. Ropa que Shelly consideraba que quedaría aún más divina revuelta en una pila en el suelo de su dormitorio.
—Pensé que sería lógico vestir mal para que un hombre quisiera a toda costa quitarme de encima estas ropas fastidiosas —farfulló a su espalda mientras le seguía hacia el salón—. ¿Sabes lo que me quedaría bien? Tú.
*
En el restaurante, Kit prefería la sección de fumadores, mientras que ella la de no fumadores. Si hubiera habido una sección de no teléfonos móviles, ella también se habría sentado allí, porque el teléfono de Kit sonaba constantemente con llamadas de Coco para que se fuera a tomar el postre con ella.
La comida era igualmente un tema divisivo. A Kit le gustaba la comida rápida, mientras que Shelly, definitivamente, no era la clase de persona pro
bufé
libre. Aunque le sentaba mal que la llamaran «fascista orgánica», intentó cerciorarse de que su atún estuviera libre de delfines y surfistas. Aun así, en un intento de convencer a Kit de sus similitudes, se puso en la cola del
bufé
escandinavo. La mesa gimió bajo un festín que podría alimentar a Somalia. Pero ver a turistas hinchadas volviendo a por segundas, terceras y cuartas rondas más bien le quitó el apetito.
—¿Por qué la gente cuando se va de vacaciones come como si tuviera siete rectos? —se descubrió quejándose—. Cada comida te deja como si fueras una boa constrictor después de haberse comido un cerdo. Pero en vez de tumbarse a digerir la comida durante, pongamos, seis meses o así, ¿qué hacen ellos? Van y consumen otra comida tan campantes tres horas después.
—¿Ves? Totalmente incompatibles —rió Kit, antes de levantarse tranquilamente a llenar su plato aún más. En las frutas exóticas, Coco mordisqueó su cuello en señal de saludo. Era obvio que esa francesa tenía un trastorno alimenticio muy poco común… le gustaba devorar a los maridos de otras personas. Mientras que Shelly era la
pièce de résistance
de Kit: el hombre se resistía a cada pieza de ella. Shelly se maldijo. Lo que ella había pretendido decir era: «Si es cierto que somos lo que comemos, para mañana por la mañana yo podría ser tú».
*
Entonces hubo algo en lo que pensar. Durante la comida hablaron de libros. A Shelly le gustaba leer a George Eliot, a las hermanas Brontë, a Byron y a Keats.
Kit cogió su ejemplar de
Guerra y Paz
y pasó cinco minutos leyéndolo de portada a portada. El hombre consideraba que las historietas de Doonesbury estaban justo al mismo nivel que los Manuscritos del Mar Muerto. Y resultó que Coco era de la misma opinión, y había salido disparada a la tienda del hotel para comprarle periódicos para su lectura conjunta. Lo único que Coco se había leído en su vida de portada a portada eran libros de dietética.
Por quién doblan las calorías, Básculas borrascosas, Guerra e Integral.
Sin embargo, Shelly y Kit tendrían que tener relaciones sexuales pronto, porque se habían quedado sin conversación. Habiendo completado un curso sobre Freud en la universidad a distancia con su madre, Shelly encontraba a Kit muy fácil de psicoanalizar. Nunca le haría falta regresar a su infancia porque estaba claro que nunca saldría de ella. De ahí su predilección por los restaurantes con tenedores de ensalada gigantes colgados en las paredes y programas de deportes cutres como, bueno, el béisbol, el cual, ahora que habían acabado de comer, corrió a ver a su habitación. Pero cuando reapareció horas después, y ella le preguntó por el partido, Kit se mostró desconfiado y remoto.
—¿Qué partido?
Se recostó de mala gana en la tumbona, con los vaqueros desabrochados lo justo para revelar la parte superior de sus calzoncillos.
—Si no has estado viendo el partido, ¿qué has estado haciendo toda la tarde entonces? Quiero decir, verte a ti es más raro que ver un perro verde —dijo su mujer con sequedad—. Sé que se supone que no tienes que ver a tu marido antes de la boda, pero nadie dijo nada acerca de no verle después.
De pronto Kit sonrió abiertamente y se volvió tan cálido y sociable como sombrío y distante se había mostrado antes.
—Ah sí, el partido —guiñó un ojo—. Tengo que volver para ver la última entrada. Nueva York le va ganando a Los Ángeles. —Y se marchó de nuevo.
Shelly tomó notas mentales. Rezaban: Nunca vuelvas a casarte.
*
—¡Venga! —instó Gaby, presionando a Shelly durante la cena—. Esta consumación del matrimonio es la que ha despertado más interés anticipado de la historia moderna. Se han hecho apuestas. El mundo entero, o en cualquier caso el Canal Seis, está esperando conteniéndolo todo a ver si folláis o no.
Towtruck se dejó caer en un sillón, con la cámara obturada apoyada en silencio acusador junto a sus enormes y peludos pies.