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Authors: Kathy Lette

Sexy de la Muerte (13 page)

BOOK: Sexy de la Muerte
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—Oye, cómo se dice en criollo «anda y que te jodan, cabrón»? —preguntó Kit en voz alta al miembro negro de la tripulación.

Gaspard se giró hacia Kit como si fuera a pegarle, pero Coco agarró la mano de Kit.

—¡
Mon dieu
! ¡Tienes un cogte de cogal! —dijo con efusividad, antes de escarbar en su
kit
de primeros auxilios en busca de aloe vera y equinácea. Coco era obviamente la clase de chica que tenía enemas de frambuesa y tumores amistosos. Su método era nada menos que nuevo vudú. Era evidente que se había vuelto nativa con todas las chuminadas homeopáticas incluidas.

—¿Hola? ¿Aquí víctima ahogándose? Con necesidad de atención médica… —dijo Shelly enfurruñada. Finalmente Towtruck consiguió sacar su cuerpo gigantesco de su traje de neopreno, bamboleando sus michelines harinosos. Volaron gotitas de agua, como si procedieran de un perro labrador, en todas direcciones.

—Ey, Jacqueline Cousteau. —Se subió la cámara al hombro y se acercó, atado por la cintura al técnico de sonido—. ¡Al menos puedes decir que al final te han puesto bien húmeda en tu luna de miel
{9}
! Y está todo captado en vídeo para la audiencia cuando volvamos.

—¡No me grabes ahora! Tengo un aspecto terrible —rogó Shelly.

—¡Ah, pego la poesía de tu alma está en tus oh'os!

Aunque Shelly no hubiera reconocido los tonos alegres y acrílicos del animador, el beso húmedo plantado en su mejilla le indicó que era Dominic. La envolvió, luego dedicó una gran sonrisa a la cámara. El hombre parecía capaz de reconocer un objetivo a cincuenta pasos de distancia. También parecía disfrutar paseándose sin camisa durante mucho más tiempo del necesario. Mientras que Kit transmitía su masculinidad sin esfuerzo alguno, Dominic parecía comprado. Sus bíceps (del tamaño de submarinos de investigación) y protuberantes dorsales anchos (pegados a su carne cual hombreras) sugerían horas de adicción al gimnasio.

—¿La poesía de tu alma está en tus ojos?… ¿Acaso es la forma francesa de decir «eres fea… pero te echaré un polvo de todas formas»? —Shelly movió los hombros para quitarse su brazo de encima y se envolvió en la toalla. Su humillación la había dejado vivíseccionada, expuesta, abierta en rodajas para que el mundo la viera—. Simplemente he tenido un mal día, es todo —monologó para la cámara—. ¡Mañana te enseñaré lo acuática que soy realmente! —Un penacho de saliva marina le golpeó en toda la cara conforme el barco volvía a la vida dando un bandazo, ahogando su comentario deshonesto.

Ahora era el turno de Kit, por contrato, de comentar algo a la cámara. Qué opinaba sobre el accidente de buceo de Shelly, quería saber Towtruck.

—Creo que si a la primera no tienes éxito, entonces el buceo no es lo tuyo, cariño. —Hubo una risa en su voz conforme Kit le quitaba una hebra de alga del pelo.

Shelly ansiaba beber algo fuerte, pero todo lo que estaban sirviendo era desdén. Oh, y cerveza en la proa del barco.

—¡Towtruck, Mike, mirad, leche materna!

Tras haber distraído con éxito a la tripulación, Shelly siseó a Kit:

—¿Te estás riendo? ¿Es risa lo que oigo? Debería haber sabido que ibas a usar el buceo para humillarme.

Kit resopló.

—Oye, Shell, ¡no era tan difícil! Tú dijiste en tu cuestionario que te gustaban las actividades al aire libre, «especialmente los deportes acuáticos» —la regañó—. A ver, ¿en qué más cosas has mentido?

Ella no había mentido, sus alumnos lo habían hecho. Aun así, admitió con tristeza, otro maldito punto para el maldito Kit Kinkade.

Algunas motas de luz cálida atravesaron las bajas nubes y los ánimos de Shelly se levantaron cuando el doctor Kinkade le alzó con cuidado la muñeca para comprobar el pulso de la paciente. El sol sobre su rostro inclinado hacia arriba era cálido como un beso. El zumbido soporífero del motor del barco la adormeció.

—Mira —añadió Kit con amabilidad—, si quieres bucear otra vez, tienes que volver al principio.

Pero Shelly no quería volver al principio, quería volver a la habitación de hotel de Kit y que la desnudara.

—Quiero tenerte bajo observación, chica —dijo con voz ronca—. Podrías recaer en la conmoción. Tienes que estar calentita y en silencio y beber mucho.

—Sí, señor. Al menos por fin he descubierto algo que tenemos en común… una alergia al karma y a toda esa mierda
hippie
de la que Coco habla sin parar. Quiero decir, tú no crees en esa basura, ¿no? Para un médico, la creencia en la reencarnación no es una señal muy tranquilizadora, ¿verdad? —guiñó.

—No sé. Yo no soy médico.

—¿Qué? —Shelly sintió una sensación de picor caliente por todo su cuerpo—. Pero en tu impreso decías que eras médico.

—¿Ah sí? —Los músculos se movieron nerviosamente por debajo de sus pómulos cincelados—. Oh, bueno, una vez hice de enfermero en una serie de televisión estadounidense.

—¿Una serie de televisión?

—No es muy glamuroso, lo sé. Aun así era mejor que hacer del chico que mataba al calamar gigante en
Más allá del universo
,
La última frontera
, que es mi única triste oferta aparte de ésa a la fama de la televisión. ¿Alguna vez me has visto?

Estaba segura de que no… coño, su lengua aún seguiría pegada a la pantalla de televisión.

—Yo creía que estaba buceando con un médico. Ésa es la única razón por la que me metí en el agua. Pensé que estaría segura, ¡por poco me matan ahí abajo! —El contenido del estómago de Shelly se enturbió, y no de mareo—. ¡La sinceridad parece tener el mismo efecto sobre ti que el sol sobre un vampiro!

Kit empezó a responder, luego se mordió el labio y desvió su rostro con una mirada de resignación melancólica. A pesar de su afabilidad de persona que pasa mucho tiempo al aire libre, Shelly detectó una sutil complejidad en su marido. Todo en él eran acordes mayores y menores, variables y embrujados. Su repentino mal humor contrastaba con el cielo azul celeste y el mar zafiro.

Ahora Shelly se sintió perseguida por el despiadado sol, perseguida a causa de su credulidad.

—Te expondré —amenazó—, ¡como un fraude!

—Creo que ya has expuesto bastante, ¿no crees, cariño?

Towtruck se mofó, con una Stella Artois en una mano, señalando a los muslos de Shelly con la otra.

Shelly miró hacia abajo para descubrir que sin duda su pelo estaba teniendo un mal día. Un rizo de vello púbico se le había escapado de la pata de su bañador.

—Podrías acechar ciervos en la línea del
bikini
, encanto.

Shelly por poco soltó que a Kit le gustaba, pero entonces se dio cuenta de que, en realidad, ya no estaba segura de lo que a Kit le gustaba. «O quién», pensó mirando cómo Coco le pasaba una cerveza después de presionarla de forma refrescante contra la parte inferior de su espalda.

Towtruck puso la cámara en marcha para completar el soliloquio de Shelly. Shelly hizo lo posible por mostrarse preparada, pero justo en ese momento el barco escoró los mares, al igual que Shelly, que por poco se vuelve a caer al agua. Buscando a tientas sujeción, metió la mano en el cubo del cebo y se retorció, chillando.

—Recomiendo encarecidamente unas vacaciones aquí. —dijo, coqueteando con el objetivo—. ¡Sí, venid! ¡Disfrutad del soberbio servicio médico de urgencia que se ofrece! ¡Altamente recomendado! ¡Vosotros también podéis ser cebo de tiburón!

El tiburón, intentaron todos tranquilizarla a la vez, era sólo un toro bacoto, no un comehombres… la magnífica criatura sólo tenía curiosidad por el perro muerto. Shelly también tenía curiosidad… por cómo narices había llegado allí ese perro muerto… pero nadie parecía saberlo o importarle.

—Tibugones. Se asustan más ellos de ti que tú de ellos —sermoneó Coco.

Pero a Shelly le parecía que los tiburones eran notoriamente atrevidos. Ese
cliché
era sólo otra de las grandes mentiras de la vida. Junto con, «hola, cásate conmigo… ¡soy médico!».

De pronto Kit sonrió.

—Era todo ese chapoteo y revuelo lo que le estaba irritando. —Rió junto con los demás mientras Coco se secó con la toalla su hermoso cuerpo.

Sin embargo, Shelly sabía la auténtica razón por la que el tiburón estaba tan irritable… porque se emparejan de por vida.

Diferencias entre sexos: Tareas domésticas

 

«Cocina casera» es sólo ese lugar donde el marido cree que está su mujer…

8

Pie de guerra

El matrimonio sería más sencillo si uno pudiera meterse en un simulador para experimentar los terrores y alegrías, y ver si tiene lo que hace falta. Shelly, definitivamente, no tenía lo que le hacía falta.

Al tercer día de su luna de miel, y aún sin perspectiva de copulación, su presión sanguínea estaba alcanzando niveles termonucleares. Nunca jamás se lo confesaría a ningún mortal porque las buenas chicas no lo hacen, pero se estaba masturbando tanto que necesitaba muñequeras. Tenía la mano derecha más ejercitada de la historia de la humanidad. No había habido acción digital semejante desde que Proust escribió a mano sus siete volúmenes.

Hubo un golpe en la puerta de su habitación. No era la suerte llamando, sino Gaby, Mike el Silencioso y Towtruck.

—Oh, sois vosotros —dijo Shelly abatida—. Bueno, ¿qué horrores deportivos me tenéis reservado hoy? —Se protegió aturdida los ojos del resplandor fluorescente del sol—. ¿Matanza de rinocerontes? ¿Rapel en el volcán? ¿Castración de algún alce, quizá?

Le sobrevino un estornudo. Tenía un resfriado del suplicio oceánico del día anterior, y un extraño caso de quemaduras intensas desde el muslo hasta el pie, y del bíceps a las yemas de los dedos; un perfil doloroso y melanómico de su traje de buceo tropical.

—Señora K., es hora de que ponga su vagina donde está su boca para que hable. —Gaby empujó sus gafas hacia el puente de la nariz, luego agitó el contrato de Shelly en su cara—. ¡Necesito material!

—Olvídate de rodar escenas y hazme rodar a mí. Todo este matrimonio televisivo es la cosa más estúpida que he hecho en mi vida. Incluida esa permanente que me hice a finales de los ochenta.

Shelly meneó la cabeza desconcertada, recordando el momento súbito e imprudente en la parte de atrás de la limusina donde la sensación de los labios de un hombre había alterado su vida entera.

—Soy un fracaso miserable y patético de persona, y me largo de inmediato a unirme a una orden monástica en la que pueda dedicarme, en mente, cuerpo y alma, a esculpir madera. —Se arrastró de vuelta a su cama y metió la cabeza debajo de la almohada.

—Bueno, dado que tu marido no parece estar ni remotamente interesado en ti, si te mueres por un poco de carne… —Towtruck le dio una palmadita en el trasero por debajo de la sábana—, yo estaré encantadísimo de darte mi salchicha. No querrás que se te cierre, digo yo, ¿no? ¿Qué me dices a eso, Shellyita?

Shelly alzó la mirada hacia el orangután con bermudas de flores. Al hombre podrían colgarlo de una soga y usarlo como una especie de bola de demolición.

—¿Qué narices puedo decirle? —suplicó a Gaby.

—No sé. «Cómeme el
salvaslip
, chupapollas» daría en el blanco. ¿Cómo puedes pensar que una mujer a la que no hayas inflado puede sentirse atraída por ti, Towtruck? Si fueras a un servicio de citas por ordenador te emparejarían con Bélgica. Ahora lárgate.

—Gracias, Gaby —suspiró Shelly una vez que Towtruck salió pisando fuerte de la habitación.

—No es nada. Los hombres son como tacones altos… muy fáciles de llevar una vez que les coges el truco. Así que venga, pensemos. Eres nula en cosas al aire libre. Ahora ya lo sabemos. ¿Pero qué me dices del interior? Eres culta, ¿verdad? Pues eso es lo que harás. ¡Cautivar a ese gilipollas con sofisticación! Hay un incentivo de veinticinco mil libras. ¡Sal ahora mismo de esa cama, perra, y ponte un poco de gomina!

Shelly miró a su directora. Era inútil. Y de locos. Poner más energía en este matrimonio serviría para demostrar que ella era la única donante de cerebro viva en Gran Bretaña.

Pero había una segunda entrega de dinero del premio al final de la semana… Y le debía un favor a Gaby. Además, estaba el plus añadido de ver a Kit una vez más en bañador.

¡No! Se reprendió a sí misma. ¿Dónde estaba la dignidad? Pero la dignidad no besaba los párpados de una chica. La dignidad no te mordisquea el lóbulo de las orejas. La dignidad no hace que te vayas como un maldito tren de mercancías.

En la guerra de sexos, el uniforme de una mujer no es un traje de camuflaje con un cinturón de balas cruzado en el pecho, sino un VN (vestidito negro). Unas horas después, su rostro no está embadurnado de pinturas de camuflaje, sino de Clinique y Clarins, y, así ataviada, Shelly entró rígida con tacones altos en Rendevouz, el restaurante más exclusivo de todo el complejo. La respuesta de Kit, «¡Guau!», no le puso precisamente en riesgo de romper la barrera de la diplomacia. Pero le dio la esperanza de que esta vez consiguiera hacerse un hueco en el menú del tipo…

*

La cena empezó con un poco de queso francés, que Shelly había clasificado por orden de olor. Tocando de estudiante en las veladas de Hampstead, había aprendido a apreciar el salto de la leche a la inmortalidad, especialmente con un buen Merlot.

Kit miró con recelo los incontinentes quesos que babeaban por los laterales de la fuente de porcelana.

—¿Gradación de tufo? —Kit levantó una ceja esculpida antes de agarrar el codo de un camarero indio que pasaba por delante—. ¿Podría cambiarme de mesa?

—Sí, por supuesto, señor. ¿Adónde exactamente?

—Hum… ¿a otra isla?

Ahora era el turno de Shelly de abordar al camarero.

—¿Le importaría traerle a mi compañero una caja de lápices de colores para que pueda pintar en su salvamanteles? ¡Muchas gracias!

—Oye, no soy yo quien se comporta como un niño —dijo Kit—. Tú eres la que no te das cuenta de que el queso no es más que mantequilla pasada.

Recordando las instrucciones de Gaby Shelly se mordió la lengua y torturó su boca con una sonrisa.

—¿Puedo excitar tu paladar con otra cosa entonces? —siguió adelante con valentía, intentando sonar lo más refinada posible—. ¿
Châteaubriand, steak tartare, cassoulet, foie gras en croûte
?

—Ah, casi que me voy a pedir una hamburguesa de pescado y patatas fritas.

—Kit. ¿Qué sentido tiene estar en una isla francesa si no pruebas el
cordon-bleu
?—dijo exasperada.

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