Authors: Kathy Lette
—¿Pero para qué te quiere Gaspard? ¿Qué has hecho?—interrogó Shelly.
—Apoyo a mi novio. Al igual que la gguesistencia cogsa, nosotgos destruiguemos el teggoguismo paga atgaeg la atención integnacional a cómo el gobiegno fgancés está incumpliendo el deguecho de autodetegminación de Reunión.
Shelly se tambaleó.
—¡Eres una terrorista! —gritó a un volumen de decibelios que probablemente había provocado que se dispararan las alarmas de los coches en la ciudad de Nueva York. Matty saltó de su sueño, como electrocutada.
—¡Shhhh! —Kit puso un dedo sobre sus labios—. Que quede entre tú, yo y la policía secreta francesa, ¿vale?
—Soy miembgo del Fgente de Libegación de Reunión. Nos gguespaldan los movimientos aboguillen, maoguí y canaco en defensa de los deguechos de los indih'enas. Mi nuevo amante, Gastón, él es el lídeg.
—Ay madre, el barco. ¿Vosotros detonasteis el barco de representación? —Shelly estaba prácticamente hiperventilando.
—¿Pog qué kguees que he estado tgabah'ando en este sitio de miegda todo este tiempo? Gastón necesitaba a alguien que pusiega los explosivos.
—¿Y quién sospecharía de una cantante
barbie
neoerista? —aportó Shelly. ¿Quién habría pensado que esta cabeza hueca iba a ser en realidad una mujer de destrucción masiva, de las que están preparadas para morir por sus convicciones… y meteros a ti y a todos los turistas con ella en el mismo barco? Shelly miró a su intrusa, horrorizada—. ¿Tienes idea de cuáles son los castigos por actos terroristas?
Coco se encogió de hombros.
—No hemos matado a nadie. El
Glorieuse
no es el
Rainbow Warrior
. Es sólo un incidente menor.
—¿Menor? Las guerras civiles no existen, ¿sabes, Coco? Sólo las inciviles. ¿Cómo obtiene la financiación el Frente de Liberación de Reunión? —persistió Shelly.
—La Fundación benéfica Gaddafi ayuda, el ala militag de nuestgo pagtido está planeando secuestgag a hombgues de negocios y pedig gguescate.
Kit continuó la explicación.
—El novio de Coco, el cabeza del grupo revolucionario, es un jesuíta afable o un mauriciano marxista dependiendo de qué periódico leas —expuso.
—Oh, estupendo. ¡Rumbo a la izquierda! —Shelly se estampó la cabeza en la palma de la mano.
—¿Qué otga cosa podemos haceg, ¿eh? Los fganceses han negado los deguechos indih'enas a toda la isla. Están emiggdando… ofgueciendo a los funcionaguios duplicag sus pensiones paga que se h'ubilen aquí, paga fomentag la población blanca. ¡Pego el podeg del pueblo está en alza! —improvisó Coco con indomable resolución—. De hecho, la mitad de los empleados del hotel son en sekgueto miembgos del Fgente de Libegación.
—¡Shhh! —insistió Kit. Ladearon la cabeza como un equipo hacia el sonido de las voces masculinas. Podían oír puños golpeando madera y un intercambio apagado de voces acercándose.
—Es Gaspard —dijo Coco—. Tenéis que escondegme.
Shelly bloqueó el paso de Coco al cuarto de baño.
—Pero esto nos incriminará. Nos convertirá en cómplices de tu crimen. «Lo siento pero en este momento Coco no puede ir a la puerta. Está ocupada tramando la destrucción del mundo tal como lo conocemos.»
—¿Sigues esperando a ese donante de columna vertebral, eh, Shelly? —preguntó Kit, mandando el detrito de su hija bajo la cama de una patada—. No me extraña que te quedaras paralizada en el escenario del Wigmore Hall.
Shelly hizo como si sus palabras no la hubieran cortado.
—La vida no es un juego de televisión con premios detrás de cada puerta, Shelly. Tienes que luchar por lo que quieres en esta vida.
—No puedo mentir. ¡No soy una embustera! ¡A diferencia de ti!
—Estamos en el viejo dilema de si hacer un poquito de mal para poder obtener una gran cantidad de bien —dijo Kit en un susurro penetrante—. Como cuando yo mentí para entrar en el programa y así poder escapar con Matty. Te lo suplico, Shelly. —La tomó por 1os hombros—. ¡Perderla sería insoportable!
Todos pegaron un salto cuando el golpe sonó bruscamente en la madera con un pum-pum-pum. Coco levantó de la cama el cuerpo dormido de Matilda y desapareció en el cuarto de baño. Kit miró a Shelly, suplicante.
Shelly era consciente de que se suponía que el matrimonio no era algo fácil, pero golpes de Estado, jefes de policía psicóticos, ciclones, pasaportes falsos, militantes escondidos en cuartos de baño, ex mujeres trastornadas… Shelly había estado en accidentes de tráfico menos peligrosos que este matrimonio. Una vez más pudo visualizarse a sí misma con ese horrendo uniforme de presidiario tan poco favorecedor. Al menos las rayas eran verticales, lo cual haría un efecto ligeramente adelgazante. Shelly tendió su albornoz y su camisón a Kit con una mirada de martirio.
—¡Una chica necesita sueldo de combatiente para estar casada contigo, Kinkade!
Kit deslizó el anillo de boda de Shelly en su dedo otra vez, se despojó de su propia ropa, se ató una toalla alrededor de la cintura, se revolvió el pelo y, cuando Shelly se hubo colocado de manera provocativa entre las almohadas, abrió la puerta a Gaspard. Un bramido de viento y un turo fúngico a zapatos húmedos entró en la habitación con él. Su cara ruda parecía esculpida de granito.
—Saben pog qué estoy aquí? —El comandante de policía seguía haciendo su mejor imitación de una gárgola.
—Hum —dijo Kit, volviendo a tumbarse en la cama—. ¿Para debatir sobre el hecho de que el existencialismo no tiene futuro?
La atmósfera estaba cargada de tensión. Kit pasó el brazo despreocupadamente alrededor de su «mujer».
—Los teggoguistas pusiegon explosivos en el bagco y entonces ggobagon el submaguino. —Gaspard se quedó de pie delante de ellos, salpicándoles con el abrigo húmedo gotas heladas. Se inclinó sobre sus rostros—. Destgüiré cada ágbol de esa h'ungla paga encontgag a los gguebeldes que han hecho esto. Pog eso se llama guera de guerillas… pogque todos ellos son simios —dijo con arrogancia, bombardeándolos con un aliento a ajo tan bubónico que sin duda estaba planeando usarlo para la deforestación.
—¡Creía que vosotros los franceses erais famosos por vuestras revoluciones! ¿Qué me dices de todos esos lanzamientos de piedras que hicisteis en 1789 y 1968? —dijo Kit de manera juguetona.
El rostro de Gaspard se retorció en un rictus tetánico.
—La libegtad de expguesión, como casi todo lo que es libgue, no vale la pena tenerla… a menos que tengas algo intelih'ente que decig. Y no es tu caso. Así que calla esa boca. —Y le pegó un tortazo a Kit. Éste se frotó la mandíbula.
—Si esto es libertad de expresión, deje que viva en Argelia —se burló.
Gaspard contempló a la pareja lunamielera con un naturalista que observara con indiferencia la rutina de una especie insignificante.
—Su diguectoga dice que se divogcian —interrogó con suspicacia.
Kit deslizó la mano por debajo de la sábana y dio una palmadita cariñosa a Shelly en el costado.
—¿Quién podría dejar a un bombón con un cuerpo así, eh?
Shelly, que estaba intentando ganar la medalla de oro en el concurso de sonrisas fijas, pellizco la mano de su «marido» con fuerza.
Kit dejó escapar un aullido, que intentó camuflar en forma de tos.
Gaspard estaba resoplando por la habitación como un sabueso. Shelly se percató del delatador bulto de su pistola bajo la axila.
—¿Han visto u oído algo? ¿Han visto a Coco? —Gaspard tamborileó con los dedos sobre la televisión, mientras registraba la habitación con la mirada—.
La Tiggdesse
es la amante de Gaston Flock. La han estado utilizando pog el dinego, por
chantage…
extogción. ¿Saben cómo llamamos a un kguiollo sin novia? Sin techo. Ahoga hemos descubiegto que también ha estado usando una pequeña casucha que tiene ella alquilada en la playa como un alih'o de agmas. Así que ahoga tenemos una ogden paga deteneg-la. Cuando integceptamos a sus cómplices la vimos cogguiendo de vuelta al hotel.
Shelly se arriesgó a mirar a Kit. Un músculo parpadeó en la comisura de su boca pero se autocontroló.
—Lo único que he oído, amigo, son los gemidos de mi hermosa mujer. Lo único que he visto, sus pechos de exquisita exuberancia —dijo Kit con serenidad, conforme recorría con sus manos el cuerpo de Shelly de manera propietaria—. ¿No es cierto, cariño? —Kit le lanzó una mirada implorante.
—Aajam. —Shelly intentó neutralizar su inflexión, mientras asentía con la cabeza tristemente. Asimismo, clavó las uñas de manera subrepticia en la mano de Kit. El chillido que pegó fue rápidamente alargado en un suspiro anticipado de placer. Shelly esperó haberle hecho sangre.
Garpard estaba avanzando hacia el cuarto de baño, blandiendo su linterna como si fuera un machete. Kit se volteó y se puso encima de Shelly, inmovilizándola con su cuerpo y separándole las piernas con su rodilla.
—Y ahora, si no le importa, comandante. Después de todo ésta es nuestra luna de miel… —Kit se retorció sobre Shelly, mordisqueándole el cuello y abriéndose paso hacia sus pechos—. Sé que probablemente la urgencia de la pasión sexual es difícil de comprender a su edad. Seguramente le lleve dos semanas ponerse afectuoso, ¿verdad?
Los otros policías que estaban en el umbral se rieron entre dientes y se dieron un codazo entre ellos con las pistolas medio amartilladas. Las risitas de los gendarmes quedaron silenciadas por la mirada fulminante de su comandante. Tras ellos caía una manta de lluvia y el viento bramaba. Gaspard entornó los ojos y dio un paso hacia la cama. Kit besó profundamente a Shelly, moviendo con rapidez la lengua en su boca y gimiendo:
Gaspard se dirigió de mala gana hacia la puerta.
—Les estagué obsegvando —amenazó amargado.
—En tal caso, niño malo, tendré que cobrarle —le amonestó Kit.
Shelly cerró los ojos con fuerza, aterrorizada de la respuesta del jefe de policía.
—¡Comandante! ¡En serio! —oyó decir a Kit—. ¡Estoy seguro de que no le enseñaron este gesto de mano en la Academia de Policía!
Cuando la puerta se cerró de golpe tras él, Shelly mordió el lóbulo de Kit.
—¡Apártate de mí, cabrón trastornado! —siseo con vehemencia en su oído.
Kit maldijo en voz baja y se dejó caer. Reponiéndose, le dio una palmadita en el culo.
—Por cierto, buen culo —dijo con agilidad—. Casi tan encantador como tus tetas.
—Has establecido un nivel de hostilidades conyugales imposible de igualar —escupió Shelly con mordacidad.
—Venga. No me digas que no has disfrutado. Estabas hiperventilando de lo caliente que estabas.
—Sólo estaba intentando no vomitar.
Kit la atrajo a un abrazo.
—Ven aquí, y deja que te dé las gracias en condiciones.
Shelly saltó de la cama.
—Antes hago el boca a boca a un calamar muerto. ¡El único momento en que volverás a tener sexo será en un vis a vis, porque en breve vas a ir a la cárcel!
Kit desapareció en el baño para recuperar a la dormida Matilda, a la que Coco estaba acunando en la bañera, escondida por la cortina de la ducha. Shelly observó cómo Kit ponía con ternura la palma de su mano en la mejilla de Matilda. Una sonrisa se dibujó en su rostro, ligera como un sueño. La ferviente devoción de Kit por su hija impactó a Shelly y le provoco una punzada inesperada… una punzada que se evaporó tan rápido como había llegado cuando Kit dijo:
—Yo dormiré en el lado izquierdo de la cama y tú en derecho. Con Matilda en el medio. —Kit tumbó a su hija con delicadeza, la arropó y le dio un beso en la frente, con adoración.
—¡En realidad, no tengo pensado volver a hablarte en lo que me queda de vida, y mucho menos compartir una cama! Yo ha he hecho mi parte, así que ahora vete y no vuelvas a tocar mis sábanas! —Endureció su corazón—. ¡Matilda se puede quedar pero tú no!
—Buenas noches —dijo Kit, quitándose la toalla y metiéndose en la cama.
Shelly le tiró de los pies.
—Yo esperaba terminar esta luna de miel con la menor cantidad posible de huesos rotos, Kinkade, pero está empezando a resultar altamente improbable.
—Oye, pog favor, yo también me meto ahí con vosotgos, ¿vale? —añadió Coco, botando en la cama.
—Lo siento,
madame
—dijo Shelly en un tono falso de azafata—, pero este
búngalo
sólo permite dos explosivos como equipaje de mano. Y ya están en mi cama.
—Siento habegte golpeado en mi cabaña. Pegó éste es un mundo en que la muh'eg es una loba paga la muh'eg, ¿no? —dijo Coco, extendiéndose a los pies de la cama—. Sólo necesito, cómo se dice, echagme hasta el amaneceg.
—¡Kit! ¡Kit! Levanta —Shelly le pinchó, pero él no dio muestras de respuesta cognitiva—. Sé que no estás dormido. —Dio un gran ronquido—. Levántate —ordenó—. De lo contrario uno de nosotros va a ocupar los próximos titulares por hacer algo violento. Y no serás tú. ¿Kit?… ¿Kit? —Pero él sólo roncó y se dio la vuelta.
Shelly se quedó ahí de pie mirando a su cama, ocupada con los cuerpos dormidos de gente que, en ese preciso instante, aborrecía. Esto, se dio cuenta, es lo te dan las vacaciones… odio hacia el prójimo.
Y de esta forma sucedió por fin que Shelly Green tuvo a su hombre en su cama. La mujer podría haber saltado de alegría.
De cabeza desde el acantilado más próximo.
Los hombres dicen que las mujeres son como ciclones: están húmedas cuando llegan y se llevan la casa cuando se van.
Las mujeres saben lo que se dicen: son los hombres los que son como ciclones: nunca sabes cuándo van a venir, cuánto se van a quedar… o qué potencia van a tener.
El pelotón de ejecución
—Ninglaterra.
Ésa fue la primera palabra que oyó Shelly conforme se despertaba de un sueño sulfúreo.
—¿Huh? —Parecía que tenía un
Malteser
aplastado en la oreja.
—¿Vives Ninglaterra?
Shelly abrió un ojo para ver a una niña de ojos verdes mirándola con serenidad. Estaban compartiendo una almohada. Y entonces recordó. Era su hijastra.
—¿Que si vivo en Inglaterra? Ah… sí.
Fuera, la tormenta seguía azotando. La lluvia golpeaba horizontalmente los cristales de las ventanas. Notó con alivio que Coco se había desvanecido. Intentó concentrarse en lo que estaba diciendo la pequeña.
—¿Perdón?
—¿Por qué no quieres ser mi nueva mamá? —Su expresión era ingenua, sin reservas. Tenía la belleza de su padre, sólo que con rasgos más suaves, menos pronunciados.