Read Sentido y Sensibilidad Online

Authors: Jane Austen

Tags: #Clásico,Romántico

Sentido y Sensibilidad (32 page)

—A fe mía —añadió—, creo que de eso se trata todo, y así se lo digo a menudo a mi madre cuando se lamenta por ello. «Mi querida señora», le digo siempre, «no debe seguir preocupándose. El daño ya es irreparable, y ha sido por completo obra suya. ¿Por qué se dejó persuadir por mi tío, sir Robert, en contra de su propio juicio, de colocar a Edward en manos de un preceptor particular en el momento más crítico de su vida? Si tan sólo lo hubiera enviado a Westminster como lo hizo conmigo, en vez de enviarlo al establecimiento del señor Pratt, todo esto se habría evitado». Así es como siempre considero todo este asunto, y mi madre está completamente convencida de su error.

Elinor no contradijo su opinión, puesto que, más allá de lo que creyera sobre las ventajas de la educación privada, no podía mirar con ningún tipo de beneplácito la estada de Edward en la familia del señor Pratt.

—Creo que ustedes viven en Devonshire —fue su siguiente observación—, en una casita de campo cerca de Dawlish.

Elinor lo corrigió en cuanto a la ubicación, y a él pareció sorprenderle que alguien pudiera vivir en Devonshire sin vivir cerca de Dawlish. Le otorgó, sin embargo, su más entusiasta aprobación al tipo de casa de que se trataba.

—Por mi parte —dijo—, me fascinan las casas de campo; tienen siempre tanta comodidad, tanta elegancia. Y, lo prometo, si tuviera algún dinero de sobra, compraría un pequeño terreno y me construiría una, cerca de Londres, adonde pudiera ir en cualquier momento, reunir a unos pocos amigos en torno mío y ser feliz. A todo el que piensa edificar algo, le aconsejo que construya una pequeña casa de campo. Un amigo, lord Courtland, se me acercó hace algunos días con el propósito de solicitar mi consejo, y me presentó tres proyectos de Bonomi.
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Yo debía elegir el mejor de ellos. «Mi querido Courtland», le dije de inmediato, arrojando los tres al fuego, «no aceptes ninguno de ellos, y de todas maneras constrúyete una casita de campo». Y creo que con eso se dijo todo. Algunos piensan que allí no habría comodidades, no habría holgura, pero están totalmente equivocados. El mes pasado estuve donde mi amigo Elliott, cerca de Dartford. Lady Elliott deseaba ofrecer un baile. «Pero, ¿cómo hacerlo?», me dijo. «Mi querido Ferrars, por favor dígame cómo organizarlo. No hay ni una sola pieza en esta casita donde quepan diez parejas, ¿y dónde puede servirse la cena? o advertí de inmediato que no habría ninguna dificultad para ello, así que le dije: «Mi querida lady Elliott, no se preocupe. En el comedor caben dieciocho parejas con toda facilidad; se pueden colocar mesas para naipes en la salita; puede abrirse la biblioteca para servir té y otros refrescos; y haga servir la cena en el salón». A lady Elliott le encantó la idea. Medimos el comedor y vimos que daba cabida justo a dieciocho parejas, y todo se dispuso precisamente según mi plan. De hecho, entonces, puede ver que basta saber arreglárselas para disfrutar de las mismas comodidades en una casita de campo o en la mansión más amplia.

Elinor concordó con todo ello, porque no creía que él mereciera el cumplido de una oposición racional.

Como John Dashwood disfrutaba tan poco con la música como la mayor de sus hermanas, también había dejado a su mente en libertad de divagar; y fue así que esa noche se le ocurrió una idea que, al volver a casa, sometió a la aprobación de su esposa. La reflexión sobre el error de la señora Dennison al suponer que sus hermanas estaban hospedadas con ellos le había sugerido lo apropiado que sería tenerlas realmente como huéspedes mientras los compromisos de la señora Jennings la mantenían alejada del hogar. El gasto sería insignificante, y no mucho más los inconvenientes; y era, en suma, una atención que la delicadeza de su conciencia le señalaba como requisito para liberarse por completo de la promesa hecha a su padre. Fanny se sobresaltó ante esta propuesta.

—No veo cómo podría hacerse dijo, —sin ofender a lady Middleton, puesto que pasan todos los días con ella; de no ser así, me complacería mucho hacerlo. Sabes bien que siempre estoy dispuesta a brindarles todas las atenciones que me son posibles, y así lo demuestra el hecho de haberlas llevado conmigo esta noche. Pero son invitadas de lady Middleton. ¿Cómo puedo pedirles que la dejen?

Su esposo, aunque con gran humildad, no veía que sus objeciones fueran convincentes.

—Ya ha pasado una semana de esta forma en Conduit Street, y a lady Middleton no le disgustaría que ellas les dieran la misma cantidad de días a parientes tan cercanos.

Fanny hizo una breve pausa y luego, con renovado vigor, dijo:

—Amor mío, se lo pediría de todo corazón, si estuviera en mi poder hacerlo. Pero acababa de decidir para mí misma pedir a las señoritas Steele que pasaran unos pocos días conmigo. Son unas jovencitas muy educadas y buenas; y pienso que les debemos esta atención, considerando lo bien que se portó su tío con Edward. Verás que podemos invitar a tus hermanas algún otro año; pero puede que las señoritas Steele ya no vuelvan a venir a la ciudad. Estoy segura de que te gustarán; de hecho, ya sabes que

te gustan,
y
mucho, y lo mismo a mi madre; ¡y a Harry le gustan tanto!

El señor Dashwood se convenció. Entendió la necesidad de invitar a las señoritas Steele de inmediato, mientras la decisión de invitar a sus hermanas algún otro año tranquilizaba su conciencia; al mismo tiempo, sin embargo, tenía la sagaz sospecha de que otro año haría innecesaria la invitación, ya que traería a Elinor a la ciudad como esposa del coronel Brandon, y a Marianne como huésped
de ellos
.

Fanny, regocijándose por su escapada y orgullosa del rápido ingenio que se la había facilitado, le escribió a Lucy la mañana siguiente, solicitándole su compañía y la de su hermana durante algunos días en Harley Street apenas lady Middleton pudiera prescindir de ellas. Ello fue suficiente para hacer a Lucy verdadera y razonablemente feliz. ¡La señora Dashwood parecía estar personalmente disponiendo las cosas en su favor, alimentando sus esperanzas, favoreciendo sus intenciones! Una oportunidad tal de estar con Edward y su familia era, por sobre todas las cosas, de la mayor importancia para sus intereses; y la invitación, lo más grato que podía haber para sus sentimientos. Era una oportunidad frente a la cual todo agradecimiento parecía pobre, e insuficiente la velocidad con que se la aprovechara; y respecto de la visita a lady Middleton, que hasta ese momento no había tenido límites precisos,— repentinamente se descubrió que siempre había estado pensada para terminar en dos días más.

Cuando a los diez minutos de haberla recibido le mostraron a Elinor la nota, debió compartir por primera vez parte de las expectativas de Lucy; tal muestra de desacostumbrada gentileza, dispensada a tan poco tiempo de conocerse, parecía anunciar que la buena voluntad hacia Lucy se originaba en algo más que una mera inquina hacia ella, y que el tiempo y la cercanía podrían llegar a secundar a Lucy en todos sus deseos. Sus adulaciones ya habían subyugado el orgullo de lady Middleton y encontrado el camino hacia el frío corazón de la señora de John Dashwood; y tales resultados ampliaban las probabilidades de otros mayores aún.

Las señoritas Steele se trasladaron a Harley Street, y todo cuanto llegaba a Elinor sobre su influencia allí la hacía estar más a la expectativa del acontecimiento. Sir John, que las visitó más de una vez, trajo noticias asombrosas para todos sobre el favor en que se las tenía. La señora Dashwood jamás en toda su vida había encontrado a ninguna joven tan agradable como a ellas; le había regalado a cada una un acerico, hecho por algún emigrado; llamaba a Lucy por su nombre de pila, y no sabía si alguna vez iba a poder separarse de ellas.

CAPITULO XXXVII

La señora Palmer se encontraba tan bien al término de una quincena, que su madre sintió que ya no era necesario destinarle todo su tiempo a ella; y contentándose con visitarla una o dos veces al día, dio fin a esta etapa para volver a su propio hogar y a sus propias costumbres, encontrando a las señoritas Dashwood muy dispuestas a retomar la parte que habían desempeñado en ellas.

Al tercer o cuarto día tras haberse reinstalado en Berkeley Street, la señora Jennings, recién de vuelta de su visita cotidiana a la señora Palmer, entró con un aire de tan apremiante importancia en la sala donde Elinor se encontraba a solas, que ésta se preparó para escuchar algo prodigioso; y tras haberle dado sólo el tiempo necesario para formarse tal idea, comenzó de inmediato a fundamentarla diciendo:.

—¡Cielos! ¡Mi querida señorita Dashwood! ¿Supo la noticia?

—No, señora. ¿De qué se trata?

—¡Algo tan extraño! Pero ya le contaré todo. Cuando llegué donde el señor Palmer, encontré a Charlotte armando todo un alboroto en tomo al niño. Estaba segura de que estaba muy enfermo: lloraba y estaba molesto, y estaba todo cubierto de granitos. Lo examiné entonces de cerca, y «¡Cielos, querida!», le dije. «No es nada, sólo un sarpullido», y la niñera dijo lo mismo. Pero Charlotte no, ella no estaba satisfecha, así que enviaron por el señor Donovan; y por suerte acababa de llegar de Harley Street, así que fue de inmediato, y apenas vio al niño dijo lo mismo que nosotras, que no era nada sino un sarpullido, y ahí Charlotte se quedó tranquila. Y entonces, justo cuando se iba, me vino a la cabeza, y no sé cómo se me fue a ocurrir pensar en eso, pero se me vino a la cabeza preguntarle si había alguna noticia. Y entonces él puso esa sonrisita afectada y tonta, y fingió todo un aire de gravedad, como si supiera esto y lo otro, hasta que al fin susurró: «Por temor a que algún informe desagradable llegara a las jóvenes bajo su cuidado sobre la indisposición de su cuñada, creo aconsejable decir que, en mi opinión, no hay motivo de alarma; confío en que la señora Dashwood se recupere perfectamente».

—¡Cómo! ¿Está enferma Fanny?

—Es lo mismo que yo le dije, querida. «¡Cielos!», le dije. «¿Está enferma la señora Dashwood?». allí salió todo a la luz; y en pocas palabras, según lo que me pude dar cuenta, parece ser esto: el señor Edward Ferrars, el mismísimo joven con quien yo solía hacerle a usted bromas (aunque, como han resultado las cosas, ahora estoy terriblemente contenta de que en verdad no hubiera nada de eso), el señor Edward Ferrars, al parecer, ¡ha estado comprometido desde hace más de un año con mi prima Lucy! ¡Ahí tiene, querida! ¡Y sin que nadie supiera ni una palabra del asunto, salvo Nancy! ¿Lo habría creído posible? No es en absoluto extraño que se gusten, ¡pero que las cosas avanzaran tanto entre ellos, y sin que nadie lo sospechara! ¡Eso sí que es extraño! Nunca llegué a verlos juntos, o con toda seguridad lo habría descubierto de inmediato. Bueno, y entonces mantuvieron todo esto muy en secreto por temor a la señora Ferrars, y ni ella ni el hermano de usted ni su cuñada sospecharon nada de todo el asunto… hasta que esta misma mañana, la pobre Nancy, que, como usted sabe, es una criatura muy bien intencionada, pero nada en el terreno de las conspiraciones, lo soltó todo. «¡Cielos!, pensó para sí, «le tienen tanto cariño a Lucy, que seguro no se opondrán a ello»; y así, vino y se fue donde su cuñada, señorita Dashwood, que estaba sola bordando su tapiz, sin imaginar lo que se le venía encima… porque acababa de decirle a su hermano, apenas hacía cinco minutos, que pensaba armarle a Edward un casamiento con la hija de algún lord, no me acuerdo cuál. Así que ya puede imaginar el golpe que fue para su vanidad y orgullo. En seguida le dio un ataque de histeria, con tales gritos que hasta llegaron a oídos de su hermano, que se encontraba en su propio gabinete abajo, pensando en escribir una carta a su mayordomo en el campo. Entonces voló escaleras arriba y allí ocurrió una escena terrible, porque para entonces se les había unido Lucy, sin soñar siquiera lo que estaba pasando. ¡Pobre criatura! La compadezco. Y créame, pienso que se comportaron muy duros con ella; su cuñada la reprendió hecha una furia, hasta hacerla desmayarse. Nancy, por su parte, cayó de rodillas y lloró amargamente; y su hermano se paseaba por la habitación diciendo que no sabía qué hacer. La señora Dashwood dijo que las jóvenes no podrían quedarse ni un minuto más en la casa, y su hermano también tuvo que
arrodillarse
para convencerla de que las dejara al menos hasta que hubiesen empacado sus ropas. Y
entonces
ella tuvo otro ataque de histeria, y él estaba tan asustado que mandó a buscar al señor Donovan, y el señor Donovan encontró la casa toda conmocionada. El carruaje estaba listo en la puerta para llevarse a mis pobres primas, y justo estaban subiéndose cuando él salió; la pobre Lucy, me contó, estaba en tan malas condiciones que apenas podía caminar; y Nancy estaba casi igual de mal. Déjeme decirle que no tengo paciencia con su cuñada; y espero con todo el corazón que se casen, a pesar de su oposición. ¡Dios! ¡Cómo se va a poner el pobre señor Edward cuando lo sepa! ¡Que hayan maltratado así a su amada! Porque dicen que la quiere enormemente, con todas sus fuerzas. ¡No me extrañaría que sintiera la mayor de las pasiones! Y el señor Donovan piensa lo mismo. Conversamos mucho con él sobre esto; y lo mejor de todo es que él volvió a Harley Street, para estar a mano cuando se lo dijeran a la señora Ferrars, porque enviaron por ella apenas mis primas dejaron la casa y su cuñada estaba segura de que también
ella se
iba a poner histérica;
y
bien puede ponerse, por lo que a mí me importa. No le tengo compasión a ninguno de ellos. Nunca he conocido a gente que haga tanto alboroto por asuntos de dinero y de grandeza. No hay ningún motivo en el mundo por el que el señor Edward y Lucy no deban casarse; estoy segura de que la señora Ferrars puede permitirse velar muy bien por su hijo; y aunque Lucy personalmente casi no tiene nada, sabe mejor que nadie cómo sacar el mayor provecho de cualquier cosa; y yo diría que si la señora Ferrars le asignara aunque fueran quinientas libras anuales, podría hacerlas lucir lo mismo que otra persona haría con ochocientas. ¡Cielos! ¡Qué cómodos podrían vivir en una casita como la de ustedes, o un poco más grande, con dos doncellas y dos criados; y creo que yo podría ayudarlos en lo de las doncellas, porque la mía, Betty, tiene una hermana desocupada que les vendría perfectamente!

La señora Jennings finalizó su discurso, y como Elinor tuvo tiempo suficiente para ordenar sus pensamientos, pudo responder y hacer los comentarios que se suponía debía despertar en ella el tema en cuestión. Contenta de saber que no era sospechosa de tener ningún interés particular en él y que la señora Jennings (como últimamente varias veces le había parecido ser el caso) ya no se la imaginaba encariñada con Edward; y feliz sobre todo porque no estuviera ahí Marianne, se sintió muy capaz de hablar del asunto sin turbarse y dar una opinión imparcial, según creía, sobre la conducta de cada uno de los interesados.

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