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Authors: Mike Shepherd

Rebelde (38 page)

Kris se volvió hacia Sam.

—Ya tengo a dos escaladores listos para subir por el salto del Enamorado. ¿Cuánta cuerda tenéis?

—De sobra.

Kris miró alrededor, a la habitación.

—¿Quién quiere ayudar a mi gente a subir?

16

—Bueno, Kris, ¿quién va a subir por el acantilado y quién se quedará aquí abajo? —preguntó Tom, susurrando para que nadie lo escuchase. El bajo volumen de sus palabras no impidió que le temblase la voz.

—No tienes que ir si no quieres —le comunicó Kris, reconociendo que Tom ya se había ofrecido voluntario suficientes veces aquel día.

—Déjate de chorradas, Longknife —dijo con dureza, en un susurro impregnado de rabia—. Uno de nosotros tiene que quedarse aquí. Alguien tendrá que espabilarlos si al chico listo le da por empezar una nueva revuelta. Eso se te dará mejor a ti. Si hay una Longknife entre ellos, sabrán que no se los ha abandonado. —Tom se encogió de hombros, resignado ante su propia lógica—. Yo voy a trepar ese acantilado. Si ellos no lo consiguen, alguien tendrá que daros la noticia a los de abajo. Y si consigo llegar hasta arriba, puede que consiga señal y pueda solicitar ayuda —concluyó.

—Suena bastante lógico —dijo Kris, asintiendo con calma.

—Sí, ¿por qué no te gusta, entonces?

Kris barajaba una docena de motivos.

—No lo sé —dijo finalmente.

—Debí echar a correr la primera vez que te vi. Si sigo mezclándome con los Longknife, voy a acabar llevándome una medalla. Lo último que me dijo mi madre fue: «No aspires a conseguir medallas. Aquí tenemos todo el metal que necesitamos».

—¿Por qué no vas a comprobar si hay duendes en esa colinita dispuestos a ayudarte?

—De colinita nada, es un acantilado. Allí no habrá más que ogros. ¿No entiendes de duendes?

—Mi padre me leía discursos y análisis políticos en vez de cuentos de hadas.

—¿Qué quieres decir con «cuentos de hadas»? Son tan reales como cualquier análisis político. —Tommy había recuperado su sonrisa.

—No puedo discutir contigo. Entonces, tú subirás colina arriba y yo me ocuparé de mantener la calma aquí abajo.
—Hasta que el río se lleve cualquier esperanza,
pensó Kris. Ambos soltaron una carcajada. La gente a su alrededor parecía complacida por el gesto. Juntos, Kris y Tom caminaron bajo la implacable lluvia.

Sam, José y los dos escaladores habían reunido a una docena de hombres y mujeres. Una mujer trajo unos termos llenos de té caliente. Mientras los escaladores reunían cuerda, martillos y otras herramientas, Sam explicó el plan general.

—Tenemos material para subir en dos tiempos. He traído todo el equipo del granero principal. Debería haberlo utilizado hace días, pero no pude prever que las cosas se pondrían tan feas. Lo siento —se disculpó.

—Ninguno de nosotros pudo preverlo —dijo un granjero.

—En cualquier caso, vamos a subir un par de cuerdas; tendréis que irla recogiendo mientras subís. Una vez estéis arriba, podréis montar las poleas. Entonces subirá más gente. En el peor de los casos, tendréis que tirar a pulso. Los que puedan subirán por sus propios medios, pero tendréis que ayudar a otros. Con eso debería bastar —concluyó Sam.

—¿Cómo sabrás cuándo hemos llegado? —preguntó un granjero.

Kris se dio un par de toques en la muñeca.

—El alférez Lien subirá con vosotros. Me llamará cuando estéis listos y llamará a Puerto Atenas para solicitar ayuda.

—No pueden ayudarnos —observó José—. Hay entre tres y cuatro grandes barrancos entre los dos puntos. Tendrán que dar un buen rodeo. Por eso viajamos por el río.

—Dile al coronel que utilice los barcos como puentes —dijo Kris.

—¿Los barcos? —repitió Tom, incrédulo.

—Sí. El nuestro funcionó bien la primera vez, incluso después de que yo lo reparase. Dile a Hancock que no los transforme una tercera vez.

—Si tú lo dices... —Tom no parecía muy convencido. Kris estaba segura de que Hancock haría todo lo posible por echarles una mano. Bueno, a ella. Después de todo, era uno de esos Longknife.

—O eso, o es que a los barcos no les gustan los Longknife —bromeó Kris, ignorando la pregunta de si su filántropo proveedor querría que cierta Longknife en concreto muriese. Ya la formularía más tarde.

Los escaladores se dispusieron a subir por el salto del Enamorado. Kris los siguió, intentando ver a través de la oscura lluvia el punto más alto. La EAO la había formado para flotar o nadar durante una hora seguida. Eso podía hacerlo, pero tenía que mantener a cien civiles enfermos y hambrientos a flote. El agua subía lentamente. Los pocos árboles que quedaban estaban talados. A medida que se aproximaba al acantilado, observó más piedras afiladas, prueba de que aquella superficie rocosa era propensa a desprendimientos. Después de todo por lo que había pasado Kris aquel día, un desprendimiento no era más que otra forma de morir.

Los escaladores compartieron la cuerda con la que iban a trepar; primero Nabil y Akuba, luego José, seguidos por los granjeros. Tommy fue en último lugar; Kris lo sorprendió con un abrazo.

—Cuídate, Tom, recuerda que tu madre no quiere una medalla.

—Es un poco tarde para empezar a pensar en eso —gruñó mientras suavizaba sus palabras con una tensa sonrisa. Kris había arrastrado a un chico río arriba, pero era un hombre quien iba a subir por aquel precipicio—. Te veo por la mañana —dijo antes de volverse para seguir a los demás. Los extremos de dos delgadas cuerdas estaban atados a los árboles más grandes a los que habían podido acceder. Los escaladores llevaban consigo rollos de cuerda que irían soltando mientras subían. Debía durarles hasta la cima.

Kris no esperó a que desapareciesen para ponerse manos a la obra por su cuenta.

—¿Quedan balas de paja? —preguntó a Sam.

—No muchas. Solo iban a pasar unas pocas semanas antes de que diésemos cuenta de la última cabeza de ganado. Entonces fue cuando las aguas crecieron.

—¿Crees que podríamos utilizarlas para construir un dique alrededor de esta zona? —Se volvieron hacia el precipicio, observando cómo el líder y su luz desaparecían en la neblina que se extendía sobre sus cabezas—. No sé cuándo tendrán listas las poleas—concluyó Kris. Aquel era su problema: había mucho que hacer y demasiadas incógnitas. Los dos regresaron por un camino que Kris no tardó en describir como un pasillo al infierno. Al menos así lo hubiese llamado Tommy.

Kris había dedicado cuatro días a la preparación del desembarco en Sequim. Para ello, disponía de mucha información, quizás demasiada, aunque acabó descubriendo que no era la información adecuada. En aquel momento, no tenía nada. Allí disponía de un pelotón de marines. En ese lugar, los hombres a su cargo tenían edades comprendidas entre los tres meses y los noventa y siete años. Tenía que cuidar de los enfermos, los deprimidos y, sobre todo, de los exhaustos y los hambrientos. Dejó dormir a los que estaban más cansados.

Al menos, con los suministros que había traído consigo, los hambrientos se llevaron una comida decente a la boca por primera vez en un año. Les proporcionó suficiente energía para la subida sin saturar sus estómagos, azotados por la hambruna. Los exhaustos se despertaron y comieron. Algunos, los más jóvenes o ancianos, se tumbaron de nuevo. Otros, sintiéndose casi bien por primera vez en meses, anduvieron de acá para allá, deseando hacer algo sin saber muy bien qué. Kris hizo una lista con los individuos a los que podía enviar precipicio arriba por su cuenta. Brandon, que por algún motivo no se había unido al primer grupo, encabezaba la breve lista de la alférez.

—¿Es que no vas a hacer nada? —insistió por quincuagésima vez.

—No. —Kris respondió mientras daba de comer a un niño de tres años—. Hemos llevado la cuerda y las poleas al comienzo de la ruta. Algunos hombres están trasladando balas de paja allá arriba. ¿Quieres contribuir? —Le había ofrecido aquella tarea antes, pero al parecer no se adaptaba a sus intereses. En aquella ocasión, tampoco. Los picos y palas ya estaban allí. Lo que Kris quería saber era a qué altura estaba el agua, pero era una tarea que no estaba dispuesta a encomendar a Brandon. Una vez alimentado el niño, su madre lo tomó en brazos y empezó a cantarle una canción de cuna. Kris echó un vistazo a su muñeca; quedaban tres horas hasta el amanecer. Quizá tres y media hasta que les llegase la luz del alba. Había que esperar.

Esperar era lo que se suponía que hacían las mujeres del pasado mientras sus hombres estaban en la guerra o ganándose la vida. Kris concluyó que aquellos hombres eran unos débiles. Así que dio la espalda a Brandon y se dirigió hacia la puerta. Una vez fuera, se encontró con Sam.

—¿Cómo va el río? —preguntó cuando este retrocedió.

—Creciendo. Según la marca que hicimos en la tierra, entre esta zona y el comienzo de la ruta el río ha ganado treinta centímetros de profundidad. Estamos desmontando una verja de alambre de espino, la utilizaremos para marcar el rumbo.

—Buena idea.

—¿Podrías llamar a tu compañero de la Marina y preguntarle cómo van las cosas?

—Podría, pero ¿querrías contestar a una llamada en mitad de una subida?

—No, pero no saber cómo va la cosa hace que todo el mundo esté nervioso.

—Sam, podrían subir los primeros doscientos cincuenta metros de ese precipicio y quedarse atascados en los últimos cincuenta. —Kris no quería pensar en ello, pero era la verdad. Podrían no saber exactamente qué había sido de ellos hasta después de que saliese el sol.

—Sam, Sam, ven, date prisa —dijo un hombre, aproximándose a ellos a toda prisa.

—¿Qué pasa?

—Benny acaba de caerse del salto.

Kris no pidió más explicaciones, echó a correr. El mensajero dio media vuelta y marcó el camino; Sam los siguió de cerca. Tal y como había informado, el agua en aquella sección les llegaba hasta los gemelos, pero estaban martilleando una sección de valla. Las puntas de la alambrada no parecían demasiado agresivas. Una vez cerca del precipicio, Kris vio una luz y corrió hacia ella.

Media docena de hombres rodeaba a uno. Kris solo necesitó echar un vistazo para saber todo cuanto necesitaba. Los brazos, la espalda y las piernas apuntaban todos en direcciones diferentes. Los cortes en el rostro del hombre indicaban que había rebotado sobre las piedras durante la bajada. Sobre él, un pino retorcido. Pero no fue aquello lo que llamó la atención de Kris. El equipo estaba alternando el puesto de líder de la expedición. Ese escalador recorrería el siguiente trecho y tiraría de los demás una vez atada la cuerda a una roca, árboles o cualquier asidero fiable. ¿Qué había salido mal? ¿Se habría roto la cuerda? ¿Habría más escaladores caídos ocultos en la oscuridad? Kris apretó los dientes mientras consultaba su comunicador de soslayo. Antes de molestar a Tom, haría que el cadáver le contase todo cuanto necesitaba saber. Se detuvo cerca del cuerpo, encontró una sección de cuerda y la siguió. Eso requería mover el cuerpo, así que lo hizo, con un firme empujón.

—Por Dios, señora, que es Benny.

—Sabe lo que hace —intervino Sam mientras Kris seguía la cuerda. Había sangre en ella, así como en sus manos, pero siguió la cuerda hasta dar con su extremo bajo el magullado cráneo de Benny.

—La cuerda ha sido cortada —dijo ella—. ¿Llevaba Benny un cuchillo?

—Por supuesto que sí.

—¿Lo veis por algún lado? —El cuerpo fue trasladado de nuevo, pero en aquella ocasión por hombres que conocían y apreciaban a la víctima. No encontraron su cuchillo.

Kris se puso en pie, sosteniendo el extremo de la cuerda, y tragó saliva al comprender el mensaje que esta le transmitía.

—La cortó él mismo cuando se desprendió el pino. —Kris conocía el valor necesario para liderar una misión de desembarco, así como para encabezar una carga entre disparos, pero se preguntó si hubiese tenido las mismas agallas que Benny en una situación similar. ¿Sería capaz de cortar la cuerda, de dejarse caer, para asegurarse de no arrastrar a sus compañeros consigo?

—Kris, ¿estás ahí? —preguntó Tom a través del comunicador.

—Sí, Tom. ¿Cómo va todo?

—Hemos pasado unos momentos terribles.

—Estoy aquí con Benny.

—¿Así se llamaba? Que Dios... —El enlace se cortó durante un instante.

—Se apiade de él —concluyó alguien próximo a Kris, que se arrodilló para cerrar los ojos del muerto.

—En cualquier caso, hace un rato las cosas se torcieron, pero ya estamos bien. Los próximos cien metros parecen bastante asequibles, pero sigo sin ver la cima. Ya hemos vuelto a atarnos juntos. Te llamaré luego. Corto.

—Kris, corto.

Dejaron a Benny donde había caído; subirían el cuerpo en caso de disponer de tiempo. Como todos los escaladores, Benny había recibido la vacuna, pero Kris no tenía modo de saber si sufría la fiebre de Grearson. En ese caso, Kris dudó que la vacuna hubiese hecho efecto durante las pocas horas que habían transcurrido desde que le fue inoculada.

El agua ya había crecido hasta el nivel de sus rodillas. Kris se dirigía, a través de la zona menos cubierta, hacia la cabaña. La alférez dio la situación por concluida; quedaban dos horas para el amanecer y ya tenía a todo el mundo abrigado con aquello que tuviera a mano y en marcha.

—¿Cómo están los enfermos? —preguntó Kris al médico cuando entró en la cabaña.

Este negó con la cabeza.

—Si pudiese trasladarlos a un hospital, apostaría mi último dólar a que sobrevivirían. Pero llevándolos bajo la lluvia... no sé yo.

—Tengo que sacarlos de aquí ahora. Si nos quedamos mucho más tiempo, no sé si podrán llevárselos.

El médico cerró los ojos y profirió un largo y profundo suspiro.

—Y tenemos que subirlos por ese maldito precipicio. Sí, alférez, sé que mi responsabilidad para con la salud pública es mayor que mis obligaciones hacia mis pacientes. Maldita sea. Lo sé. Pero eso no significa que me guste.

—Hoy las cosas no están siendo del gusto de nadie, ¿no cree? —dijo ella, apoyando la mano sobre su hombro—. Llevaré lonas para el recorrido. El viento está ganando fuerza, pero haremos lo posible.

Kris los condujo bajo la lluvia en grupos de cinco. No le sorprendió descubrir, una hora después, que Karen y ella estaban prácticamente solas. Solo quedaba una anciana; se había quedado rezagada protestando por unos chicos. La mujer con el bebé también se había quedado atrás.

—Tiene una tos muy fea —trató de explicar.

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