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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu
El funcionamiento de la encomienda ha llegado hasta nosotros a través de la crónica vÃvida y pronta escrita por Bartolomé de las Casas, fraile dominico que formuló una de las primeras crÃticas más devastadoras al colonialismo español. De Las Casas llegó a la isla La Española en 1502 con una flota de barcos dirigida por el nuevo gobernador, Nicolás de Ovando. Con el paso del tiempo, Bartolomé de las Casas quedó muy desilusionado y afectado por el trato cruel y explotador que recibÃan los pueblos indÃgenas, y que él presenciaba dÃa tras dÃa. En 1513, de Las Casas participó como capellán en la conquista española de Cuba, e incluso se le concedió una encomienda por sus servicios. Sin embargo, renunció a ella y empezó una larga campaña para reformar las instituciones coloniales españolas. Sus esfuerzos culminaron en su obra
BrevÃsima relación de la destrucición de las Indias
, escrita en 1542, un ataque fulminante a la barbarie del dominio español. Respecto a la encomienda, dice lo siguiente en el caso de Nicaragua:
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Como los pueblos que tenÃan eran todos una muy graciosa huerta cada uno, como se dijo, aposentáronse en ellos los cristianos, cada uno en el pueblo que le repartÃan (o, como dicen ellos, le encomendaban y hacÃa en él sus labranzas, manteniéndose de las comidas pobres de los indios, y asà les tomaron sus particulares tierras y heredades de que se mantenÃan. Por manera que tenÃan los españoles dentro de sus mesmas casas todos los indios, señores, viejos, mujeres y niños, y a todos hacen que les sirvan noches y dÃas, sin holganza.
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En lo que se refiere a la conquista de Nueva Granada, la moderna Colombia, Bartolomé de Las Casas señala el funcionamiento de toda la estrategia española:
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Repartidos los pueblos y señores y gentes dellos por los españoles (que es todo lo que pretenden por medio para alcanzar su fin último, que es el oro), y puestos todos en la tiranÃa y servidumbre acostumbrada, el tirano capitán principal que aquella tierra mandaba prendió al señor y rey de todo aquel reino, y túvolo preso seis o siete meses, pidiéndole oro y esmeraldas sin otra causa ni razón alguna. El dicho rey, que se llamaba Bogotá, por el miedo que le pusieron, dijo que él darÃa una casa de oro que le pedÃan, esperando de soltarse de las manos de quien asà lo afligÃa, y envió indios a que le trajesen oro; y por veces trajeron mucha cantidad de oro y piedras, pero porque no daba la casa de oro, decÃan los españoles que lo matase, pues no cumplÃa lo que habÃa prometido. El tirano dijo que se lo pidiesen por justicia ante él mesmo. Pidiéronlo asà por demanda, acusando al dicho rey de la tierra; él dio sentencia condenándolo a tormentos si no diese la casa de oro. Danle el tormento del tracto de cuerda, echábanle sebo ardiendo en la barriga, pónenle a cada pie una herradura hincada en un palo, y el pescuezo atado a otro palo, y dos hombres que le tenÃan las manos; y asà le pegaban fuego a los pies; y entraba el tirano de rato en rato, y le decÃa que asà lo habÃa de matar poco a poco a tormentos si no le daba el oro. Y asà lo cumplió y mató al dicho señor con los tormentos.
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La estrategia y las instituciones de la conquista perfeccionadas en México fueron ávidamente adoptadas en el resto del imperio español. En ningún lugar se hizo de una forma más efectiva que en la conquista de Perú efectuada por Pizarro. Como relata De Las Casas:
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En el año de mil y quinientos y treinta y uno fue otro tirano grande con cierta gente a los reinos del Perú, donde entrando con el tÃtulo e intención y con los principios que los otros todos pasados (porque era uno de los que se habÃan más ejercitado y más tiempo en todas las crueldades y estragos que en la tierra firme desde el año de mil y quinientos y diez, se habÃan hecho).
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Pizarro empezó en la costa cerca de la ciudad peruana de Tumbes y fue hacia el sur. El 15 de noviembre de 1532, llegó a la ciudad montañosa de Cajamarca, donde el emperador inca Atahualpa habÃa acampado con su ejército. Al dÃa siguiente, Atahualpa, que acababa de vencer a su hermano Huáscar en una competición para determinar quién sucederÃa a su difunto padre, Huayna Capac, llegó con su séquito al lugar en el que habÃan acampado los españoles. Atahualpa estaba irritado porque le habÃan llegado noticias de las atrocidades que ya habÃan cometido los españoles, como violar un templo del dios sol Inti. Lo que ocurrió después es muy conocido. Los españoles les tendieron una trampa. Mataron a los guardias y criados de Atahualpa, posiblemente unas dos mil personas, y capturaron al rey. Para lograr su libertad, Atahualpa tuvo que prometer que llenarÃa una sala con oro y dos más del mismo tamaño con plata. Asà lo hizo, pero los españoles incumplieron sus promesas y lo estrangularon en julio de 1533. Aquel noviembre, los españoles capturaron la capital inca de Cuzco, donde los aristócratas incas recibieron el mismo tratamiento que Atahualpa: fueron encarcelados hasta haber entregado oro y plata. Cuando los capturados no satisfacÃan las demandas españolas, eran quemados vivos. Los grandes tesoros artÃsticos de Cuzco, como el templo del Sol, fueron despojados de su oro para ser fundido en lingotes.
En este punto, los españoles se concentraron en la población del Imperio inca. Igual que en el caso de México, los nativos fueron divididos en encomiendas, y una de éstas fue concedida a los conquistadores que habÃan acompañado a Pizarro. La encomienda era la institución principal que se utilizaba para el control y la organización del trabajo en el perÃodo colonial inicial, sin embargo, pronto se enfrentó a un fuerte competidor. En 1545, un lugareño llamado Diego Gualpa estaba buscando un santuario indÃgena en lo alto de los Andes en lo que actualmente es Bolivia. De repente, fue lanzado al suelo por una ráfaga de viento y ante él apareció un alijo de mineral de plata que formaba parte de una vasta montaña de plata que los españoles bautizaron como el Cerro Rico. Alrededor del cerro creció la ciudad de Potosà que, en su punto álgido en 1650, llegó a tener una población de 160.000 personas, mayor que la de Lisboa o Venecia en aquel perÃodo.
Para explotar la plata, los españoles necesitaban muchÃsimos mineros. Enviaron a un nuevo virrey, el oficial jefe colonial Francisco de Toledo, cuya misión principal era resolver el problema de la mano de obra. Toledo, que llegó a Perú en 1569, pasó cinco años viajando e investigando cuáles serÃan sus nuevas responsabilidades. También encargó un gran estudio censal de toda la población adulta. Para conseguir la mano de obra necesaria, primero trasladó a prácticamente toda la población indÃgena y la concentró en nuevas ciudades, llamadas reducciones. Ãstas facilitarÃan la explotación de dicha mano de obra por parte de la Corona española. A continuación, revivió y adaptó una institución del trabajo inca conocida como mita que, en el idioma de los incas, el quechua, significa «turno». Bajo el sistema de la mita, los incas utilizaban el trabajo forzado para dirigir plantaciones destinadas a proporcionar comida para los templos, la aristocracia y el ejército. A cambio, la élite inca proporcionaba seguridad y ayuda en caso de hambruna. Pero en manos de Francisco de Toledo, la mita, sobre todo la de PotosÃ, se convertirÃa en el esquema de explotación de mano de obra más grande y oneroso del perÃodo colonial español. Toledo definió una zona de influencia enorme, desde el centro del Perú actual hasta la mayor parte de la Bolivia moderna, que cubrÃa más de quinientos mil kilómetros cuadrados. En esta zona, una séptima parte de los hombres, recién llegados a sus reducciones, tuvieron que trabajar en las minas de PotosÃ. La mita de Potosà se mantuvo durante todo el perÃodo colonial y fue abolida en 1825. En el mapa 1, se muestra la zona de influencia de la mita superpuesta a la extensión del Imperio inca en el momento de la conquista española. Ilustra hasta qué punto la mita se solapaba con el corazón del Imperio, incluyendo la capital, Cuzco.
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Cabe señalar que hoy en dÃa todavÃa se puede ver el legado de la mita en Perú. Veamos las diferencias entre las provincias de Calca y la cercana Acomayo, que aparentemente son pocas. Ambas se encuentran en lo alto de las montañas y están habitadas por descendientes de los incas que hablan quechua. Sin embargo, Acomayo es mucho más pobre y sus habitantes consumen alrededor de un tercio menos que los de Calca. La gente lo sabe. En Acomayo preguntan a los extranjeros intrépidos: «¿No sabe que la gente aquà es mucho más pobre que la de Calca? ¿Por qué querrÃa venir aquÃ?». Son intrépidos porque es mucho más difÃcil ir a Acomayo desde la capital regional de Cuzco, antiguo centro del Imperio inca, que ir a Calca. La carretera que lleva a Calca está pavimentada, mientras que la que va hasta Acomayo se encuentra en muy mal estado. Para ir más allá de Acomayo, se necesita un caballo o un mulo. En Calca y en Acomayo se cultivan las mismas cosas, pero en Calca las venden en el mercado por dinero, mientras que en Acomayo las cultivan para su propia subsistencia. Estas desigualdades, que saltan a la vista y son evidentes para la gente que vive allÃ, se pueden entender en términos de las diferencias institucionales entre estos departamentos: las diferencias institucionales, de raÃces históricas, se remontan a Francisco de Toledo y su plan para la explotación efectiva de la mano de obra indÃgena. La principal diferencia histórica entre Acomayo y Calca es que Acomayo estaba en la zona de influencia de la mita de PotosÃ
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Calca, no.
Además de la concentración de la mano de obra y la mita, Francisco de Toledo consolidó la encomienda en un impuesto per cápita, una cantidad fija de plata que debÃa pagar anualmente cada hombre adulto. Se trataba de otro plan para obligar a que la gente trabajara y reducir los sueldos que debÃan pagar los terratenientes españoles. Otra institución, el repartimiento de mercancÃas, también se extendió mientras Toledo ocupó su cargo. El repartimiento, derivado del verbo «repartir», implicaba la venta forzosa de mercancÃas a lugareños a precios determinados por los españoles. Finalmente, Toledo introdujo el trajÃn (literalmente, «la carga») que empleaba a los indÃgenas como sustitutos de animales de carga para llevar pesadas mercancÃas, como vino, artÃculos textiles u hojas de coca, en las aventuras empresariales de la élite española.
A lo largo y ancho del mundo colonial español en América, aparecieron instituciones y estructuras sociales parecidas. Tras una fase inicial de codicia y saqueo de oro y plata, los españoles crearon una red de instituciones destinadas a explotar a los pueblos indÃgenas. El conjunto formado por encomienda, mita, repartimiento y trajÃn tenÃa como objetivo obligar a los pueblos indÃgenas a tener un nivel de vida de subsistencia y extraer asà toda la renta restante para los españoles. Esto se logró expropiando su tierra, obligándolos a trabajar, ofreciendo sueldos bajos por el trabajo, imponiendo impuestos elevados y cobrando precios altos por productos que ni siquiera se compraban voluntariamente. A pesar de que estas instituciones generaban mucha riqueza para la Corona española e hicieron muy ricos a los conquistadores y a sus descendientes, también convirtieron América Latina en uno de los continentes más desiguales del mundo y socavaron gran parte de su potencial económico.
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... a Jamestown
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Mientras los españoles empezaban su conquista de América a partir de 1492, Inglaterra era una potencia europea menor que se recuperaba de los devastadores efectos de una guerra civil, la guerra de las Dos Rosas. Inglaterra no estaba en condiciones de aprovechar la lucha por el saqueo y el oro y la oportunidad de explotar a los pueblos indÃgenas de América. Sin embargo, casi cien años después, en 1588, Europa quedó conmocionada por la derrota de la armada española, que fue un intento del rey español Felipe II de invadir Inglaterra. La victoria de Inglaterra fue fruto de la suerte, pero también se convirtió en una señal de la confianza creciente de los ingleses en el mar, lo que les permitirÃa participar finalmente en la búsqueda del imperio colonial.
Por lo tanto, no es ninguna coincidencia que los ingleses empezaran su colonización de Norteamérica exactamente en aquel momento. De todas formas, llegaban tarde. No eligieron Norteamérica porque fuera una zona atractiva, sino porque era lo único que estaba disponible. Las partes «deseables» de América, con abundancia de población indÃgena y minas de oro y plata que explotar, ya habÃan sido ocupadas. Los ingleses consiguieron las sobras. Cuando el escritor y agrónomo inglés Arthur Young comentaba dónde se producÃan alimentos básicos rentables, en referencia a productos agrÃcolas exportables, observó:
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En general, parece que las producciones básicas de nuestras colonias reducen su valor en proporción a su distancia del sol. En las Antillas, que son las más calurosas de todas, llegan a ser de 8 libras 12 chelines y 1 penique por cabeza. En las continentales del sur, suman 5 libras y 10 chelines. En las centrales, son de 9 chelines con 6 peniques y medio. En los asentamientos del norte, son de 2 chelines con 6 peniques. Esta escala sin duda sugiere una lección crucial: evitar colonizar las latitudes más al norte.