Kevin mandó un mensaje al puesto de mando relatando lo sucedido. Enseguida, Mike mandó a Doug y a Della para que salieran a recoger la nota. No volvieron hasta pasados diez minutos, ya que tomaron todas las precauciones posibles, como si en vez de dando un breve paseo estuvieran de patrulla. Della apretaba el folleto entre sus manos.
—¡Parece que en Troya se está montando algo bien gordo! —dijo mientras le pasaba a Mike el folleto impreso, que decía así:
«Les anunciamos la feria del trueque de Troya.
¡Están todos invitados!
Durante tres días, a partir del veintiuno de mayo (la próxima luna llena, para los despistados), la ciudad de Troya albergará una feria del trueque. Traed lo que os sobre y preparaos para una buena sesión de regateo.
Zonas de campamento seguras disponibles en el Memorial Park. La tarde del día 22 habrá un baile campesino con banda de cuerda.
Los Templarios de Troya se encargarán de velar por su seguridad».
—Bien, bien, bien —murmuró Mike. Justo entonces, apareció Todd, que aún iba en pijama. Mike le dio el folleto para que le echara un vistazo.
—Dile a todo el mundo que tendremos una reunión al mediodía —dijo nada más leerlo.
Todd esperó a que todo el mundo estuviera callado para empezar la reunión.
—Me sorprende que nadie haya organizado un acto como este antes —empezó diciendo—. Supongo que la gente tenía demasiado miedo a los saqueadores como para viajar. No les culpo. También es cierto que ha habido trueques a pequeña escala desde que empezó el colapso, pero se reducían a meros intercambios puntuales entre vecinos cercanos. Me alegra comprobar que empieza a restablecerse el comercio organizado.
Todos asintieron al unísono.
—Personalmente, no veo problema alguno en que vayamos a la feria. Lo que me preocupa es cómo vamos a mantener la seguridad del refugio mientras estamos ausentes, así que le cedo la palabra a Mike.
Este se puso en pie y se aclaró la garganta.
—Bien, a mi modo de ver, no podemos ir todos. Necesitaremos que se queden cuatro efectivos como mínimo para mantener el fuerte. Echémoslo a suertes.
—¿Estamos todos de acuerdo? —preguntó Todd.
Todos asintieron con la cabeza. Se lo jugaron al palito más corto, como tenían por costumbre para estas ocasiones. Los desafortunados perdedores fueron Todd, Jeff, Rose y Marguerite. Margie se ofreció para cuidar del pequeño Jacob.
Durante las tres semanas siguientes la feria fue el principal tema de conversación. Decidieron que irían en el Power Wagon de Todd y en el F250 de Kevin. Mike encabezaría la expedición. Para alivio de algunos miembros, Mike decidió que podrían ir vestidos de civil si así lo deseaban. No fue necesario recordar que debían ir armados. A estas alturas se hubieran sentido desnudos sin llevar aunque fuera una pistola.
Finalmente, el esperado día llegó. De todos los representantes del refugio, Della y Mary eran con diferencia las mejor vestidas y las que mostraban un aspecto más civilizado. Ambas llevaban vestidos.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que habían llevado un vestido o las piernas depiladas. El cinturón de cuero y la pistolera de Mary desentonaban, pero no le importaba. Comentó que estaba encantada de poder sacarse los pantalones y volver a sentirse como una mujer para variar.
Della llevaba un vestido turquesa que le llegaba hasta las rodillas. Se lo había prestado Mary, que tenía más o menos su misma complexión. Decidió que llevaría solo el CAR-15 con un par de cargadores dúplex de treinta balas.
Las dos camionetas abandonaron el refugio una hora después del amanecer del 21. De camino a Troya adelantaron a varias docenas de personas que iban a pie, a caballo y en carros. Mike soltó una carcajada al ver a un hombre que iba en un ciclomotor con una jaula con tres pollos vivos atada a la parte trasera.
Cuando llegaron a la entrada de la ciudad repararon en que muy pocos de los asistentes a la feria habían venido en vehículos a motor. Había docenas de caballos amarrados. La mayoría tenían las riendas colgadas en la valla o tiradas a su lado.
Debido al alto valor del equipo almacenado en las camionetas, Mike insistió en que debían turnarse para vigilarlas y controlar la BC de la radio en turnos de dos horas y dos personas. También tenían orden de contactar por radio con el refugio una vez cada hora para comprobar que todo andaba bien.
Antes de dejar las camionetas, Mike reunió al grupo para darles unas instrucciones de última hora. Su principal prioridad era conseguir queroseno. Pidió también que todos tomaran nota de las cosas que los asistentes a la feria estaban buscando para traer al día siguiente los bienes más apropiados. Mike también recordó que debían prestar atención a su propia seguridad y no revelar ningún dato sobre la Milicia o el refugio en ninguna conversación.
—No deis detalles, cambiad de tema de conversación —advirtió—. Y por lo que más queráis, no reveléis la situación del refugio o cualquier indicación de nuestra potencia o capacidad logística. Puede que habléis con gente agradable, pero las pequeñas dosis de información interesante viajan a toda velocidad. Es mejor que actuemos con mucha cautela.
La calle principal donde se celebraba la feria del trueque parecía tomada por una horda de gente, no se había visto una reunión así en casi tres años. En realidad había menos de cuatrocientas personas en el momento de mayor asistencia. Como habían prometido, los Templarios de Troya estaban presentes, armados principalmente con rifles M1A y con escopetas de combate de ocho disparos Ithaca Model 87 fosfatizadas que llevaban colgadas sobre el pecho con unas correas portafusiles extralargas. Dan reparó en que dichas correas eran de quita y pon e iban enganchadas a los lados de los cañones y en la parte superior de la culata para evitar así que se pusieran del revés. En cada extremo de la ciudad había dos templarios apostados, mientras que otros dos patrullaban a pie la zona. En realidad, los vigilantes de seguridad no eran realmente necesarios, pues prácticamente todos, excepto los niños, iban armados. Alrededor de la mitad de la gente llevaba pistolas enfundadas. El resto llevaban rifles a la espalda. Y no eran pocos los que llevaban ambas cosas. En este último grupo se incluía a la mayoría de los templarios y de los miembros de la Milicia del Noroeste.
El funcionamiento de la feria era bastante simple. Todo aquel que tuviera una cantidad considerable de mercancía podía exponerla en el suelo sobre unas sábanas. El intercambio directo de bienes era la forma más común de pago, pese a que había una cantidad considerable de monedas de plata anteriores a 1965 que iban cambiando de dueño. También había bastante gente que intercambiaba pieles de animales. Un hombre confeccionaba cinturones a medida y correas portaarmas en el acto. También tomaba nota de pedidos para fabricar pistoleras y vainas para rifle. Dichos pedidos se pagaban por adelantado para ser entregados o recogidos más adelante. También vendía guantes de piel, mocasines y sandalias con suelas hechas a partir de neumáticos. Las sandalias se agotaron enseguida.
Uno de los vendedores más ocupados, un emprendedor al que la gente conocía por el sobrenombre de Señor Vapor, ofrecía baterías de coche recién cargadas a cambio de monedas de plata de cincuenta centavos y una batería descargada. Si en el trato no entraba la batería, el precio pasaba a ser de tres dólares por cada batería. El Señor Vapor era un hombre corpulento y con una abundante barba pelirroja canosa. Vestía una bata y una gorra de maquinista de raya diplomática. El Señor Vapor le relató a Mike cómo tres años antes del colapso se había unido a un pequeño grupo de aficionados al modelismo en Washington Este. La mayoría de los miembros del grupo tenían locomotoras de un solo cilindro propulsadas por propano, y algunos tenían de las antiguas, las que funcionan a vapor. Describió al grupo como «una pandilla de viejos pedorros que juegan con locomotoras a vapor, Stirlings y con motores inestables».
Como las locomotoras de vapor eran uno de sus principales intereses, empezó a buscar un motor o un tractor que funcionase por medio de vapor. Finalmente encontró uno: un tractor de vapor Avery de dos cilindros. Tenía una potencia de 50 CV. Pasó un año restaurándolo. Contaba que lo había comprado por diversión.
—Mi esposa pensaba que era de locos gastar tanto dinero en un juguete grande. Bien, pues ahora no es ningún juguete. Estos próximos años pienso ganarme la vida con él. Estoy intentando cerrar un trato con un maquinista para montar un pequeño aserradero. Con 50 CV de potencia puedo mantener la sierra y el alternador al mismo tiempo. Como se lo digo, ¡ese motor ha sido la mejor inversión de mi vida!
Antes de marcharse, Mike leyó el cartel del tipo, con el anuncio de las baterías y fotos del tractor. En la parte de abajo había una nota escrita a rotulador: «Busco grasa lubricante de litio y aceite de engranajes limpio. ¡Pago en plata!».
Otro vendedor al que le iba muy bien era el señor Jones, el fabricante de jabón. Había otro que vendía etanol destilado por él mismo. Lo tenía en un revoltijo de botellas, jarras y latas. Su cartel rezaba así: «Alcohol de grano puro de 90°. Sirve tanto para lámparas de queroseno como para mecheros Zippo. ¡También sirve para echar un trago! Un cuarto: veinticinco centavos en moneda genuina (1964 o anterior) o en bienes de valor equivalente». Cuando habló con Kevin Lendel, el hombre dijo que había construido su destilería años antes del colapso. Decía que como había cubierto de cobre todas las partes internas y había usado material para soldar sin plomo, el alcohol producido era bebible.
En la feria había algunas cosas curiosas que llamaban inmediatamente la atención. Para empezar había muy pocas armas a la venta, y pequeñas cantidades de munición y de componentes de recarga. Las pocas armas que había disponibles correspondían a cartuchos poco comunes, como los Robert calibre.257, calibres.25-06,.25-20, Remington calibre.35 y calibre.16. Solo había dos pistolas a la venta. Una era un revólver Ruger Single Six calibre.22 de acción única de aspecto gastado. La otra era una Magnum Smith and Wesson calibre.41 con tres cajas de casquillos sin bala y solo ocho cartuchos de munición utilizable. Ambas pistolas se vendían a un precio desorbitado.
Otro fenómeno interesante era la cantidad de animales vivos a la venta. Había un gran número de patos, gallinas y conejos. Había también una pequeña cantidad de cabras, ovejas, lechones y perros, pero tan solo dos caballos, que incluso para ojos inexpertos como los suyos tenían apariencia de viejos y achacosos.
Casi todos los asistentes a la feria eran de la región de las colinas de Palouse. Unos pocos venían de más lejos. Algunos se habían desplazado desde sitios tan al norte como Coeur d'Alene y otros desde tan al sur como Lewiston. Un hombre corpulento y de pelo blanco al que todo el mundo conocía por el sobrenombre de El Hombre Abeja había venido a caballo desde Orofino. Vendía botes de miel, polen de abeja y velas de cera de abeja. Doug Carlton charló con él sobre la enorme pistola AutoMag calibre.44 que llevaba en una pistolera cruzada. La pistola lucía agarres de color crema poco habituales. Cuando le preguntó por ellos, El Hombre Abeja dijo entre risas:
—Los agarres de plástico negro que traía cuando la compré eran demasiado finos y al año empezaron a resquebrajarse. Así que me hice unos yo mismo a partir de las astas de un alce. Son realmente resistentes.
Cuando Doug le preguntó por la disponibilidad de munición para una pistola tan inusual, el Hombre Abeja contestó:
—Eso no es problema alguno, hijo. Fabrico yo mismo la munición a partir de cartuchos de Winchester calibre.308. La pega es que solo tengo un cargador para esta cosa. ¡Daría un riñón por tener uno de repuesto, pero no creo que nunca vaya a encontrar uno!
La mayoría de la mercancía a la venta hubiera sido descartada como chatarra antes del colapso, pero ahora cada objeto era considerado e inspeccionado con cuidado. Había mucha ropa, pero pocos zapatos y botas. Estaba lleno de cacharros de cocina y de cubiertos, pero escaseaban las herramientas mecánicas. Como era de esperar había un montón de aparatos eléctricos y electrónicos, como lámparas, relojes y radios, pero pocos compradores interesados.
Había bastantes carteles anunciando coches y camiones a la venta, pero Todd no vio a nadie negociando la compra de ninguno. Había un cartel que le resultó especialmente triste. Decía así: «Cambio Corvette Stingray. Funciona a la perfección. En perfecto estado. Almacenado en un garaje. Menos de seis mil quinientos kilómetros. Cambio por una caña y carrete de pesca Spincast de calidad y por cuarenta balas de Weatherby Magnum calibre.300».
Además de los carteles de «se vende», abundaban los de «compro». Mike hizo una lista de esos objetos en su bloc de notas. La lista incluía: correajes, fósforos integrales, tapas de botes de conserva, anzuelos de pesca, lejía, rollos de mecha para velas, trampas para ratas y ratones, semillas no hibridadas, mechas de lámpara de queroseno, Visqueen, sal, tiritas, cuchillas de afeitar, latas de tabaco de pipa, papel de aluminio, mantillas para lámparas de gas, trampas para animales pequeños, granos de café, hilo dental, pimienta, pilas recargables, azúcar, bicarbonato sódico, espray para hormigas, barajas de cartas, piedras de mechero, aspirina infantil, cinta aislante, cepillos de dientes, pañales de tela, cordones de botas y penicilina. En otra columna apuntó solo las peticiones de munición y de recarga. Recarga: disparadores de rifle grande, pernos eyectores, pólvora sin humo 3031 y 4831, pólvora de pistola Bullseye; munición: Winchester calibre.308,.30-06, 7,62 x 39 mm Rusa, calibre.45 ACP,.38 Especial,.303 Británico, 9 mm,.30-30,.22 Long Rifle,.22 Magnum,.243 Winchester,.45 Colt, munición de aves número 4 y número 7 de 12 mm. Y.44 Special y/o Magnum.
De acuerdo al horario preestablecido, todos los miembros del grupo de Todd se reunieron en los coches a las cuatro de la tarde. Una vez allí, vieron que habían logrado su principal meta: conseguir queroseno. En concreto tenían cuarenta y cinco litros. La mayoría lo habían conseguido a cambio de munición.
Todos tenían algo que comentar respecto a los acontecimientos del día, incluso Kevin, que solía ser más reservado.
—Deben de haberme preguntado por mi HK y mi Gold Cup al menos doce tipos. La verdad es que al final ha sido enervante. No paraban de decirme cosas como «¿Estás seguro de que no quieres venderlo?», y yo tenía que decir «Sí, completamente seguro. No está a la venta. Fin de la discusión». Debería de haberme colgado un cartel que dijera «No te molestes en preguntar si mis armas están a la venta».