Me giré, le pisé el pie al Joker y luego volví a girar y levanté el mismo pie dándole un rodillazo en los testículos. No gritó, pero emitió un siseo fuerte. Luego le di un golpe con la palma de la mano en todo el pecho al Sargento Roca, que le hizo deslizarse por la mesa de la comida, la cual se desplomó bajo su peso.
Aquello dejó al Gigante Verde de pie y boquiabierto, mirándome conmocionado durante quizá medio segundo antes de ponerse a girar. Pero tardó demasiado y yo me precipité hacia él golpeándolo con el nudillo del índice de mi mano derecha justo junto a la nariz, en su cavidad nasal izquierda, torciéndosela. Salió despedido hacia atrás como si le hubiesen disparado con un calibre 45 en toda la cara.
Volví a girarme y vi al Hombre Mono sacarse de encima a Scarface, pero aún estaba levantándose cuando le di una patada en la pierna que tenía apoyada y cayó sobre el coxis. Estuvo a punto de conseguir apoyarse con la mano en el suelo. Le pisé los dedos que tenía extendidos y luego le di una patada en el pecho antes de darme la vuelta para enfrentarme al Sargento Roca, que se había levantado de la mesa destrozada en una impresionante demostración de flexibilidad y agilidad.
Los otros cuatro tíos estaban en el suelo y solo quedábamos él y yo.
Levantó las manos en el aire y sabía que no podría volver a engañarlo, pero luego sonrió y cambió su postura de kárate por otra en la que mostraba las palmas de las manos. No era tanto una rendición como un reconocimiento de que yo había ganado. Set y partido.
Le hice un gesto de asentimiento con la cabeza y di un paso atrás, alejándome de los otros cuatro. Dos de ellos estaban fuera de combate. El Gigante Verde estaba sentado en la esquina agarrándose la cara; si tenía algún problema en la cavidad nasal aquel puñetazo que le di probablemente se habría convertido en una migraña. Scarface estaba tumbado en el suelo en posición fetal agarrándose los testículos y quejándose. El Joker se estaba poniendo de pie, pero ya no le quedaban ganas de pelear. El Hombre Mono estaba apoyado en una pared intentando recuperar el aliento.
Oí un clic en la puerta y me hice a un lado mientras me daba la vuelta, poniéndome fuera del alcance de todos. Entonces entraron Church y Courtland. Él sonreía, ella no.
—Señores —dijo él con voz tranquila—. Quiero presentarles a Joe Ledger, el nuevo líder del equipo del DCM. ¿Alguna pregunta?
Baltimore, Maryland / Martes, 30 de junio; 2.43 p. m.
—¿Cuánto tiempo duró esto, Grace? —preguntó Church.
—Cuatro coma seis segundos. —Sonaba como si le estuviesen sacando las palabras con calzador—. Ocho coma siete si cuentas desde que se cerró la puerta.
El resto de los candidatos nos miraron a Church y a mí, y parecía que uno de ellos, el Hombre Mono, iba a decir algo, pero captó una mirada de Church que le hizo morderse la lengua y mirarnos con odio. No es que hubiese amor en el aire, precisamente.
—Levántense —les dijo Church. Su voz no era amarga ni dura, sino totalmente tranquila. A veces la tranquilidad es peor, y observé los rostros de cada uno de los hombres mientras se ponían de pie. El Gigante Verde y el Sargento Roca no mostraban signo alguno de animosidad en sus caras y el último incluso parecía estar divirtiéndose. La cara del Joker mostraba cautela, prudencia. Scarface parecía avergonzado y enfadado a partes iguales. El Hombre Mono me miraba con odio mientras se ponía de pie; se frotó el pecho y me miró de reojo.
A mí me temblaban las manos, pero es lo que tiene la adrenalina. Además no me podía sacar de la cabeza la imagen de Rudy con una pistola en la cabeza.
—Quiero ver a Rudy —dije—. Ya.
Church sacudió la cabeza.
—No, antes tiene que hacer otras cosas.
—Más le vale que esté bien…
Él sonrió.
—En este momento el doctor Sanchez está disfrutando de una bandeja de comida y probablemente esté psicoanalizando la difícil niñez del sargento Dietrich. Está bien y puede esperar.
Nadie dijo nada.
—De acuerdo —dije, sorprendido de lo tranquila que sonaba mi voz—. Entonces, ¿qué hacemos?
—La comandante Courtland le pondrá al tanto. Todo el personal se reunirá en el vestíbulo principal en treinta minutos. —Hizo una pausa y extendió la mano—. Bienvenido a bordo, señor Ledger.
—No pretendo ofenderles —dije cogiéndole la mano—, pero ustedes dos son unos gilipollas integrales. —Le di mi mejor apretón de manos y maldita sea si el hijo de puta no lo igualó.
—Lloraré por eso más tarde —dijo Church.
Nos soltamos las manos y yo me crucé de brazos.
—Si voy a ser el líder del equipo, ¿dónde está el equipo?
—Le acaba de dar una paliza —dijo Courtland.
Me giré y miré a los cinco hombres. Oh, ¡mierda!
He trabajado con matones de la calle, con asesinos y con los peores tipos de alimañas durante años, y les he pateado la cabeza, les he disparado, les he electrocutado con táseres y les he enviado a la cárcel de por vida, pero ninguno me había mirado como lo estaban haciendo los miembros de mi supuesto equipo. Si tuviesen una rama y una cuerda ahora mismo estaría colgado.
Me pareció oír la risa de Church mientras se daba la vuelta y se marchaba.
Quizá este era el momento en que se suponía que tenía que decir algo, pero antes de que pudiese hacerlo Courtland se me adelantó.
—Arréglense —soltó—. Ledger… usted venga conmigo. —Y se dirigió a la puerta.
Comencé a seguirla, pero sentí que algo se movía a mis espaldas y al girarme vi al Hombre Mono corriendo hacia mí. Tenía la cara morada de ira y los puños tan apretados que tenía los nudillos blancos.
—Me has engañado, gilipollas. A la primera ocasión que tenga voy a limpiar el suelo con tu cara.
—No, no lo harás —dije, y le di un golpe en la garganta.
La habitación se quedó en silencio total y les di la espalda a propósito a los demás mientras le decía a Courtland:
—Espero que tengan un médico aquí, porque lo va a necesitar.
Sebastian Gault / Hotel Ishtar, Bagdad / Cinco días antes
—¿Línea?
—Despejada —dijo el Guerrero.
—¿Qué información tienes para mí, querido amigo? —Gault estaba metido hasta el cuello en una bañera de agua jabonosa, con las Variaciones Goldberg sonando con poco volumen en el reproductor de CD. La joven que estaba en la otra habitación estaba dormida. Al saber que iban a recibir esta llamada, Toys le había puesto algo en la bebida antes de acompañarla a la habitación de Gault. Dormiría durante cuatro horas más y se despertaría sin sentir ningún efecto secundario. Resultaba muy útil ser químico y tener a un ayudante sin conciencia.
El Mujahid dijo:
—Todo está en su sitio.
—Muy bien. Cuando hayas completado la primera etapa, mis chicos de la Cruz Roja se asegurarán de que se realicen las transferencias correspondientes. Con un poco de suerte a medianoche deberías estar en un barco hospital abandonando el Golfo.
—¿Sebastian…? —dijo El Mujahid.
—¿Sí?
—Estoy arriesgando mucho por ti. Espero que cumplas tu parte.
—¡Por Alá que puedes confiar en mí! —dijo Gault mientras abría el grifo del agua caliente con los dedos de los pies—. Todo va sobre ruedas.
Hubo un breve silencio al otro extremo de la línea y luego el Guerrero dijo:
—Dile a mi esposa que la amo.
Gault miró al techo.
—Por supuesto que lo haré, viejo amigo. Ve con Dios.
Colgó y tiró el teléfono sobre la tapa cerrada del inodoro mientras se reía.
Baltimore, Maryland / Martes, 30 de junio; 2.46 p. m.
Después de que la comandante Courtland llamase al equipo médico, se reunió conmigo en el vestíbulo y noté que me estaba revaluando. Sus ojos recorrían mi cara como un escáner y casi podía oír funcionar la maquinaria de su cabeza. En el otro extremo del vestíbulo había un aseo para hombres y me dirigí hacia él, pero ella me detuvo tocándome el brazo.
—Ledger… ¿qué le hizo pensar que el señor Church quería que hiciese eso?
Yo me encogí de hombros.
—Dijo que no había tiempo.
—Eso no es lo mismo que decirle que entrase ahí y le diese una paliza a todo el mundo.
—¿Tiene algún problema con eso?
Ella volvió a sonreír; tenía una bonita sonrisa. La transformó de una cobra en algo muchísimo más atractivo: un verdadero ser humano.
—En absoluto. Aunque odio decirlo, estoy bastante impresionada.
—¿Odia decirlo? —repetí.
—Es difícil que usted le caiga bien a alguien, señor Ledger.
—Llámeme Joe. Y no, no es verdad. Hay mucha gente a la que le caigo bien.
No hizo ningún comentario sobre eso.
—Lo diré de otra manera… es una persona en la que cuesta confiar. Sobre todo en una operación de este tipo.
—Grace… ¿puedo llamarla Grace?
—Puede llamarme comandante Courtland.
—De acuerdo, comandante Courtland —dije—. Mi objetivo en la vida no es caerles bien. Ustedes fueron los que me metieron en esto. Yo no les envié un currículum. No soy militar. Así que si tiene algún problema de confianza o de cualquier otro tipo, incluido el hecho de que le caiga bien o no, entonces, en serio, que le den, comandante.
Ella parpadeó una vez.
—Ni quería ni quiero que mi vida tenga nada que ver con misterios o secretismos, con tíos muertos o malditos combates, ya sea con sacos de testosterona como los que había ahí dentro, como con comandantes bebe-tés y come-pastas repipis que ni siquiera son mi jefe. No la conozco y no me importa una mierda si confía en mí.
—Señor Ledger…
—Tengo que mear —dije, y con eso me dirigí al baño.
Usé el retrete y luego me lavé la cara, primero con agua caliente y luego con agua fría; me sequé con un puñado de toallas de papel y luego me apoyé en el lavabo mientras me miraba al espejo. Me brillaba la piel, tenía los ojos saltones como los de un yonqui y cada mechón de mi pelo iba en una dirección.
—Bueno —le dije a mi reflejo—. Vaya cuadro.
No tenía peine, así que me mojé las manos y me aplasté el pelo; y mientras estaba allí, todo el peso y la magnitud de lo que estaba pasando me arrolló como una locomotora. Me incliné sobre el lavabo, ya con sabor a bilis en la boca, listo para vomitar…, pero mi tembloroso estómago aguantó. Volví a levantar la cabeza, me miré a los ojos y vi miedo en ellos, la percepción manifiesta de lo que todo esto significaba.
Había dos más de ellos por ahí. Más caminantes. Y a mí me estaban pidiendo que me plantase y que fuese… ¿el qué? ¿Una especie de Capitán América que guiaría a los chicos hacia la victoria vestido con los colores de la bandera estadounidense? ¿En qué me estaba metiendo? Esto no era una tarea para un destacamento especial, ni siquiera para los SWAT. Nunca había oído hablar de nada tan grande como esto. ¿Y esperaban que entrenase y liderase a un equipo de operaciones encubiertas? Esto era una puta locura. ¿Por qué me lo pedían a mí? No soy más que un poli. ¿Dónde están los profesionales que realmente se dedican a esto? ¿Cómo es que no había ninguno de ellos aquí? ¿Dónde estaban James Bond y Jack Bauer? ¿Por qué yo entre todo el mundo?
Mi reflejo me devolvió la mirada, con aire confuso y un poco estúpido.
Trabajar en el destacamento especial no me había preparado para esto. Después de dieciocho meses (y los años desde lo del World Trade Center) había llegado a adoptar la opinión más o menos común de que los terroristas ya habían mostrado sus mejores cartas y que ahora se estaban escondiendo en cuevas y revaluando el hecho de si se les había ido la mano. Y ahora va Church y me dice que tienen la clave de una pandemia mundial.
¿Cómo? ¿Despertando a los muertos?
¡Dios todopoderoso! Estampar aviones contra edificios no es lo suficientemente perverso. Armas químicas, ántrax, gas nervioso, terroristas suicidas… todo eso ha sido en su conjunto la definición de terrorismo para la conciencia global durante años, y eso ya había sido más que malo. Pero esto era tan malo que no sabía si sería capaz de situarlo en ninguna perspectiva razonable. Si estuviesen intentando extender el Ébola no sería tan malo, porque el Ébola no te persigue ni intenta morderte. Quien quiera que fuese que estaba detrás de esto era un enfermo hijo de puta. Inteligente, claro, pero enfermo. Esto superaba el fundamentalismo religioso o el extremismo político. Justo en ese momento me di cuenta de que estábamos ante algo salido de una mente verdadera y genuinamente malvada.
Creo que no entendí de verdad a Church hasta ese momento. Si estuviese en su lugar, mirando a ese mismo futuro, ¿cómo manejaría la situación? ¿Cómo sería de despiadado? ¿Hasta qué punto podría ser despiadado?
—Creo que ya has respondido a esa pregunta, chico —murmuré al pensar en los cinco hombres de aquella sala.
Puede que Church actuase como un vulcano, pero tenía que estar sintiendo todo esto también. Si era así, la presión de contener todas sus emociones, toda su humanidad, debía de ser terrible. Si iba a trabajar con él tendría que buscar signos de esa presión, buscar grietas. No solo en mí, sino también en él. Por otro lado, Church podía ser un monstruo… solo por nuestro lado. Había tíos así. Joder, después de la Segunda Guerra Mundial nuestro propio Gobierno contrató a un puñado de científicos nazis. Más vale lo malo conocido… Es más, estaba el comentario que supuestamente Roosevelt hizo sobre Somoza. Era algo así como: «Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta».
Genial. Voy a trabajar para un monstruo en luchar contra otros monstruos. Entonces, ¿qué soy yo?
El suelo del baño parecía inclinarse a medida que me acercaba a la puerta.
El Mujahid / Cerca de Nayaf, Irak / Cinco días antes
—Ya vienen —dijo Abdul, el teniente de El Mujahid—. Dos helicópteros Apache de ataque británicos. Cuatro minutos.
—Excelente —murmuró el Guerrero. Echó un último vistazo a su alrededor y le dio la ropa a Abdul—. Aquí no hay nada de valor. Quémala.
El camión semioruga estaba cruzado en medio de una intersección de dos carreteras solitarias, a treinta y seis kilómetros de Nayaf. Todavía salía humo de debajo del chasis. También salía humo de una docena de cadáveres. Había sangre por todas partes, camuflada por la arena, que le daba el color de las rosas cubiertas de polvo. Había dos coches en llamas: un viejo Ford Falcon y un Ben Ben chino, ambos con matrículas que los relacionarían con simpatizantes yihadistas. El cuadro era perfecto: una batalla librada hasta una trágica victoria. Un semioruga avanzaba junto a una mina; los soldados británicos, superados en número por los insurgentes, sufrieron bastantes bajas mientras luchaban valientemente en una emboscada. Todos los hostiles murieron. De los siete británicos que viajaban en el camión, cuatro habían muerto, mutilados y quemados, y tres luchaban por sobrevivir.