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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

Paciente cero (13 page)

BOOK: Paciente cero
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—¡Pero qué suerte la mía! ¿Y qué tiene todo eso que ver con Rudy Sanchez?

—Quiero que me dé su palabra de que se unirá y se convertirá en uno de nosotros, no en alguien ajeno y alterado. O pertenece al DCM o no.

—¿O si no… qué? ¿Matará a Rudy?

Church le hizo un gesto con la cabeza a Courtland. Ella pulsó un botón en la pared.

—¿Gus? Quítale las esposas al doctor Sanchez. Tráele un bocadillo y hazle compañía. —Luego apagó el monitor.

Me giré hacia Church.

—¿Y por qué todo este puto drama?

—Para aclararlo. Si hubiese tenido más tiempo para ser dramático habría traído a su padre, a su hermano y a su mujer, a su sobrino e incluso a su gato.

—Estoy a un paso de clavarle una bala —dije.

Él se acercó y dijo:

—No me importa. El doctor Sanchez está aquí porque usted infringió las medidas de seguridad. Cómo vamos a ocuparnos de eso es otro tema. Ahora mismo tenemos que dejarnos de tonterías e ir al grano.

—Maldita sea, pues hágalo.

—Ya le dije lo que necesitaba.

—¿Un líder de equipo?

Él asintió.

—Tengo que empezar a entrenar al nuevo equipo hoy porque si tenemos mucha suerte, señor Ledger, puede que ese equipo tenga que ponerse en marcha en días, quizá en unas horas. No tengo tiempo para convencerle, levantarle el ego ni apelar a su patriotismo.

—¿Y entonces? ¿Quería asustarme?

—Un apocalipsis es un concepto irreal y abstracto. La repentina pérdida de todo el mundo a quien quiere y le importa no lo es. El tiempo corre en nuestra contra.

—Está diciendo que hay más de esos caminantes, ¿verdad?

—Sí. —Aunque esperaba esa respuesta, me sentó como un puñetazo en toda la cara—. Todavía no hemos conseguido detener esto, señor Ledger. Como mucho lo hemos retrasado unos días.

—Debería haberlo imaginado antes. Es lo más lógico…

—Sí lo imaginamos, pero no podíamos hacer nada solo con una suposición. Nuestros descifradores de códigos han estado trabajando a contrarreloj para determinar la ubicación de cualquier célula conectada con la que ustedes desarticularon. Sabemos dónde está una porque el destacamento especial siguió a uno de los camiones. No nos hemos arriesgado a atacar esa ubicación porque puede que haya más y no queremos que esa gente entre en pánico. Si nos equivocamos podrían desaparecer y perderíamos su rastro, o bien podrían liberar la plaga inmediatamente. Hemos recopilado suficiente información como para estar razonablemente seguros de que se están ciñendo a una fecha límite prefijada, así que no queremos apurarlos. Al no interceptar el camión y no atacar la ubicación a la que se dirigían, estamos intentando hacerles creer que nos han dado esquinazo. Después de todo, la redada fue un día después de que el camión saliese.

—Camiones —corregí—. Había dos. Seguimos a uno y perdimos al otro.

—Y tanto que lo perdieron… —murmuró Courtland. Yo la miré mal, pero ella se limitó a retarme levantando una ceja.

—¿Por qué tanta prisa para entrenar a un equipo de asalto si no van a asaltar ningún sitio?

—Yo no he dicho eso. Mi intención es que un equipo se infiltre encubiertamente en las instalaciones que tenemos bajo vigilancia.

—¿Infiltrarse para qué? ¿Para localizar otras células o para encontrar más caminantes?

—Para ambas cosas.

Me noté la garganta seca.

—¿Qué le hace pensar que las otras hipotéticas células todavía estarán ahí? Una vez que la célula de este almacén desapareció, el resto probablemente haya seguido un protocolo de algún tipo…

—Es muy probable —le cortó la comandante Courtland—, pero tenemos que seguir adelante con lo que tenemos. Lo bueno, sin embargo, es que la otra instalación no muestra signos de actividad, de allí no salen ni las ratas, así que quizá creen que están a salvo. Ante la falta de más información, una infiltración silenciosa es nuestra opción más segura.

Enarqué las cejas.

—Y con todos los grupos de operaciones militares que existen y tíos como los SWAT o los HRT, ¿quieren formar un nuevo equipo? Ahí fuera hay gente con muchos más años de experiencia que yo. ¿Les suena el nombre de Delta Force?

—Es más complicado que todo eso —dijo Church. Señaló la puerta más alejada, la que tenía un gran escáner—. El resto de posibles líderes de equipo están en la sala adyacente. Todos son duros, tienen experiencia y son conscientes de la amenaza. Todos son militares en activo: dos son rangers, uno pertenece a la Armada de los Estados Unidos, otro forma parte de las Fuerzas de Reconocimiento y el último del Delta Force. Todos ellos tienen más experiencia táctica y de combate que usted, aunque hay que decir que usted tiene otras cualidades. Es único en todos los sentidos, pero ahora no tenemos tiempo para hablar de ello. Tengo que decidir quién será el líder del equipo ahora mismo.

—¿Y qué quiere que hagamos? ¿Jugar a piedra, papel o tijera para ver quién gana el puesto?

—¿Grace? —dijo Church. Ella se dirigió hacia la otra puerta de seguridad y la abrió.

—Haga el favor de venir por aquí, detective. Me levanté despacio.

—Demasiada historia tipo James Bond para resolver un tema de recursos humanos, ¿no creen?

Church se quedó sentado. Hizo un gesto con la cabeza señalando la puerta, así que me acerqué y eché un vistazo a lo que había al otro lado. Había cinco tíos vestidos de civil: tres sentados y dos de pie. Todos parecían duros, confusos o cabreados. Parecían como congelados en un cuadro agitado, como si el hecho de abrir la puerta les hubiese interrumpido en medio de un acalorado debate.

Me giré hacia Church.

—Todavía no me ha dicho cómo quiere que decidamos esto.

Volvió a poner esa cara que podría haber sido una sonrisa. He visto a los guepardos poner ese mismo tipo de cara.

—Abra su mente, señor Ledger.

—De acuerdo —dije—, pero luego usted pagará la cuenta.

Church asintió con un leve gesto de cabeza.

Entré en la sala. Todos los hombres me miraron de arriba abajo, un par de ellos me miraron tan mal que me podrían haber arrancado la piel a tiras con la mirada. Courtland se marchó y cerró la puerta al salir. Escuché como echaba el gran cerrojo.

25

Gault / Hotel Ishtar, Bagdad / Cinco días antes

Gault estaba en la carretera, dando rodeos desde el búnker de Amirah, en la provincia afgana de Helmand, para atravesar la frontera de Irán, donde había cambiado tres veces de identidad en cuarenta horas y luego entró en una casa de seguridad regenteada por el cliente de un cliente, donde comió, hizo algunas llamadas y volvió a cambiar de identidad, volviendo a convertirse en Sebastian Gault. Gault era bienvenido en Irán y en la mayoría de los países porque su empresa era uno de los mayores suministradores del mundo de productos farmacéuticos para ayuda humanitaria. Viajaba con tres miembros de la Organización Mundial de la Salud, de buen corazón pero despistados, y visitaban pueblos remotos del oeste de Irán, donde habían informado de un brote de tuberculosis. Gault hizo algunas declaraciones para un servicio de noticias suizo sobre la necesidad de actuar para frenar la expansión de una nueva cepa de esta enfermedad y luego agradeció al Gobierno iraní por permitirles el paso a los médicos de la OMS. Cuando cruzó la frontera con Irak fue recibido por una escolta militar de soldados británicos que veló por su seguridad hasta llegar a Bagdad.

Toys se reunió con él en el vestíbulo y se dieron la mano.

—Confío en que hayas tenido un viaje cómodo —dijo su ayudante personal mientras cogía la bolsa de Gault y lo conducía al ascensor. Mientras cruzaban el vestíbulo eran conscientes de que todo el mundo los estaba mirando. Toys no era un hombre alto, pero tenía mucha energía. Era delgado, estaba en forma y tenía una postura impecable; siempre se las arreglaba para parecer tranquilo e ir bien arreglado, fuesen adonde fuesen. Gault lo había visto enterrado hasta el tobillo en las ciénagas plagadas de mosquitos de Kenia y aun así parecía tan relajado como si estuviese en un cóctel en Cannes. Pero para cualquiera que lo observase quedaba claro de inmediato cuál de ellos era el macho alfa. Gault era más alto, más imponente físicamente; llevaba el pelo hacia atrás y tenía unos penetrantes ojos oscuros. Tenía un rostro duro pero hermoso, mientras que el de Toys era más delicado. Por sí mismo, Toys podría tomar el mando de casi cualquier sala, pero su luz palidecía considerablemente en presencia de Gault. Gault lo sabía y Toys también. Ambos se sentían cómodos con la situación.

Charlaron en el ascensor sobre asuntos relativamente poco importantes de Gen2000. Cuando llegaron a la suite de habitaciones que compartían en el hotel Ishtar, Toys barrió el lugar con la última generación de sensores interceptores de vigilancia y todo resultó estar limpio. Aun así, evitaron cualquier tema delicado durante una hora; después de ese tiempo, Toys volvió a barrer la habitación a sabiendas de que los equipos de vigilancia a menudo desactivan las escuchas durante los primeros minutos después de que alguien se registre en un hotel porque saben que un espía inteligente revisaría la habitación. Normalmente reactivaban los micrófonos pasados cuarenta minutos, así que él esperó una hora. Seguía limpio.

Toys se ocupó de deshacer las maletas mientras Gault se daba un baño caliente. Más tarde, con Gault envuelto en un albornoz y acomodado sobre un sofá, y con un gin tonic largo deshaciéndose lentamente en una mesa, Toys se sentó en una silla que imitaba el estilo Luis XIV, con las piernas cruzadas y con una copa de buen güisqui en la mano.

—Recibiste un mensaje de texto mientras estabas en el baño —dijo Toys remilgadamente—. Solo dice una palabra: «Despejado». ¿Es de El Musculín?

Gault sonrió y asintió.

—Su equipo probó hoy una generación totalmente nueva de Seif al Din. Ese era el código para informarme de que la operación había tenido éxito —explicó, y luego le dio a Toys los detalles.

—Eso es asqueroso —dijo Toys, pero si tenía cualquier reacción emocional ante la matanza no se le notaba en la cara.

—Es un gran paso adelante —le recordó Gault.

Con un resoplido sarcástico, Toys dijo:

—Háblame de la feliz pareja.

Gault se lo contó todo, incluidas sus observaciones de los reveladores indicios en la voz y en la expresión facial de Amirah. Toys escuchó sin interrumpir, pero cuando Gault hubo terminado sacudió la cabeza.

—Creo que lleva demasiado tiempo metida en ese búnker con todos sus juguetes y fabricando monstruos. Probablemente esté a medio camino de convertirse en uno de ellos. ¿Estás seguro de que comparte tus objetivos?

Gault se encogió de hombros. Hubo una vez, al principio de su romance, en el que pensaba que él y Amirah se convertirían en una especie de rey y reina del mundo económico. Estaba claro que su plan funcionaría, ya estaba funcionando, y creía que al menos varias de sus empresas se embolsarían algo así como veinte o treinta mil millones. En el mejor de los casos serían unos cien mil millones. Eso lo convertiría posiblemente en el hombre más rico de la Tierra. Pero mucho de eso dependía de que Amirah no se saliese de los límites de la operación.

Cuando estuvo claro que Gault no iba a responder, Toys se bebió el resto de la copa y se levantó para servirse otra. Sonó el teléfono y Toys respondió.

—Llevo todo el día intentando ponerme en contacto con tu jefe —soltó el Estadounidense—. ¿Es segura la línea?

—¿Tú qué crees? —preguntó Toys—. Espera, está aquí mismo.

Le pasó el teléfono a Gault.

—¿Qué puedo hacer por ti? —dijo Gault. Toys se acercó para escuchar.

—Esta mañana los jefes de todas las divisiones de operaciones especiales acudieron a una sesión informativa organizada por el jefe de la Brigada Informática.

—Ah, ¿y quién es ese jefe?

—Esa es la parte más extraña. Recibimos ciertos documentos, al parecer del jefe de esta nueva división, pero el nombre de la persona era diferente en varios de ellos. Alguno lo identificaba como el señor Elder, señor St. John, señor Deacon y señor Church. Ahora bien, no se sabe si se refieren al mismo hombre o a jefes de sección, pero tengo la impresión de que eran nombres en código para un tío, el que nos dio la sesión informativa. Se presentó como señor Pope.
[2]
Tengo algún informante por ahí y debería ser capaz de averiguarlo.

—Eso encaja con lo que Toys ha podido averiguar —dijo Gault—. Lo que me interesa es si has podido meter dentro a un hombre, como te pedí.

—Sí —dijo el Estadounidense—, lo he conseguido.

26

Baltimore, Maryland / Martes, 30 de junio; 2.42 p. m.

Me quedé junto a la puerta y los observé. Todavía tenía los nervios de punta por ver aquella pistola pegada a la cabeza de Rudy y no estaba seguro de si Church lo habría matado o no. Me sentía como si hubiese un reloj gigante del tamaño del Big Ben contando los segundos sobre mi cabeza.

La sala estaba prácticamente vacía, a excepción de unas cuantas sillas plegables y una mesa de cartas en la que había una caja de botellas de agua abierta, una bandeja con embutidos y queso para sándwiches y una barra de pan blanco cortada. Al parecer el presupuesto del DCM no se podría permitir un catering decente.

El tío que estaba más cerca de mí, de pie a mi izquierda, medía aproximadamente metro ochenta, pero debía pesar más de cien kilos, la mayor parte de ellos concentrados en pecho y hombros; su rostro tenía un ligero aire de simio. Junto al Hombre Mono había un tío más alto y delgado con la nariz aguileña y una larga cicatriz que iba desde la línea de nacimiento del pelo hasta mitad de la mejilla. Frente a Scarface había un tío negro que parecía el típico sargento primero: cabeza rapada, nariz de boxeador y mandíbula cuadrada. Junto al Sargento Roca había un niño pelirrojo de poco más de veinte años con una cara jovial. De hecho era el único de la sala que sonreía. A la derecha del Joker había un tiarrón que fácilmente mediría dos metros, con músculos fibrosos y manos llenas de cicatrices. El Gigante Verde fue el primero en hablar.

—Parece que tenemos otro candidato.

Caminé hacia el centro del grupo.

—Ponte cómodo —gruñó Scarface—. Llevamos aquí casi tres horas intentando decidir quién de nosotros debería liderar este equipo.

—¿De verdad? —dije, y le di una patada en los huevos.

Él soltó un grito ahogado de dolor que yo ignoré mientras lo agarraba por el hombro del impermeable y lo lanzaba con fuerza para que chocase con el Hombre Mono; ambos cayeron al suelo.

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