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Authors: Miguel Aguilar Aguilar

Náufragos (10 page)

Una tarde el compadre estaba muy serio cuando llegué, pero en cuanto nos quedamos solos le cambió la cara. Me llamó en petícomité, como él decía, aunque no hiciera falta porque nadie podía oírnos.

—¿Qué, le echaste ya el polvo de despedida?

—Qué va, y es una lástima porque ese culo es para donarlo a la ciencia.

—Sí, es verdad, y la cara a la ciencia ficción. Anda, ponme un tinto que te voy a explicar unas cosas.

Más lento de lo habitual, logré rellenarle el vaso.

—He estado averiguando —se tocó la punta de la nariz con el índice—. Escucha, niño, que te digo el Evangelio: el Beni al salir de aquí no se iba a ningún club —hizo una pausa teatral, pero sobreactuada, de culebrón—, se iba: —otra pausa— a su casa.

Se me levantó una ceja. Un gesto de jugador para esconder que no tenía ni pajolera idea de lo que significaba aquello. El compadre se dio cuenta y chasqueó la lengua.

—En ocasiones eres demasiado cortito, con lo espabilado que pareces. El Beni no se prostituye, no es un toro, y mucho menos semental. He oído que llevaban tres años detrás de un crío.

—¿De cuál?

—¡Joder, niño, pareces tonto! Querían quedarse preñados.

—¿Los dos?

—¡La hostia p…! No me vaciles que te meto…

—Vale, compadre, tranquilo. A ver si lo pillo: María me engañó al decirme que Beni era un fiera, es más, puede ser que la fuente la tenga más bien seca —asintió—. ¿Y?

—Varios años detrás de un niño —levantaba dedos—; llegas tú y María se te abre de piernas; unos meses de perforaciones y de pronto, se cierra la mina… ¿Ya te vas dando cuenta?

—Más bien… No.

El compadre resopló como si estuviera enseñando derivadas a un chimpancé. Se tragó el vino de golpe y me hizo señas de que le echara otro. Aprovechó el intermedio para explorar con el dedo las entrañas de su nariz. Pareció satisfecho con el fruto de la expedición y continuó ilustrándome.

—Dos más dos son cuatro, niño —levantó un dedo de cada mano como si me mostrara alguna evidencia. Entonces, cuando iba a hablar, Beni y María entraron por la puerta y nos interrumpieron. El compadre refunfuñó y volvió a su actitud seria de antes.

—Quita de ahí, niño —dijo Beni cuando entró en la barra a por dinero. María se quedó junto al quicio, balanceando el peso de una pierna a otra, mostrándome a contraluz el camino del placer. No distinguía si sonreía, pero la vi acariciándose la barriga. Entonces, como el niño que comprende el secreto de las matemáticas por primera vez, sumé dos más dos y me temblaron las piernas. Miré al compadre. Me guiñó un ojo mientras asentía serio. Beni salió de la barra y se fueron. Un sudor frío me inmovilizaba.

—¿Ya te vas dando cuenta?

—Joder…

—Esto es para escribirlo.

El compadre dijo que era para escribirlo. Yo no sé de esto, pero me puse. Y ya está.

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