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Authors: Albar Nuñez Cabeza de Vaca

Tags: #Conquista Española, #Nuevo Mundo, #América, #Española, #Conquista, #Nueva España, #Viajes

Naufragios (9 page)

Capítulo XXVIII

De otra nueva costumbre

Partidos de éstos, fuimos a otras muchas casas, y desde aquí comenzó otra nueva costumbre, y es que, rescibiendonos muy bien, que los que iban con nosotros los comenzaron a hacer tanto mal, que les tomaban las haciendas y les saqueaban las casas, sin que otra cosa ninguna les dejasen; de esto nos pesó mucho, por ver el mal tratamiento que a aquellos que tan bien nos rescebíanse hacía, y también porque temíamos que aquello sería o causaría alguna alteración y escándalo entre ellos; mas como no éramos parte para remediarlo ni para osar castigar, los que esto hacían y hobimos por entonces de sufrir, hasta que mas autoridad entre ellos tuviésemos; y también los indios mismos que perdían la hacienda, conosciendo nuestra tristeza, nos consolaron, diciendo que de aquello no rescibiésemos pena; que ellos estaban tan contentos de habernos visto, que daban por bien empleadas sus haciendas, y que adelante serían pagados de otros que estaban muy ricos. Por todo este camino teníamos muy gran trabajo, por la mucha gente que nos seguía, y no podíamos huir de ella, aunque lo procurábamos, porque era muy grande la priesa que tenían por llegar a tocarnos; y era tanta la importunidad de ellos sobre esto, que pasaban tres horas que no podíamos acabar con ellos que nos dejasen. Otro día nos trajeron toda la gente del pueblo, y la mayor parte de ellos son tuertos de nubes, y otros de ellos son ciegos de ellas mismas, de que estábamos espantados. Son muy bien dispuestos y de muy buenos gestos, más blancos que otros ningunos de cuantos hasta allí habíamos visto. Aquí empezamos a ver sierra , y parescía que venían seguidas de hacía el mar del Norte; y así, por la relación que los indios de esto nos dieron, creemos que están quince leguas de la mar. De aquí partimos con estos indios hacía estas sierras que decimos, y lleváronme por donde estaban unos parientes suyos, porque ellos no nos querían elevar sino por do habitaban sus parientes, y no querían que sus enemigos alcanzasen tanto bien, como les parescía que era vernos. Y cuando fuimos llegados, los que con nosotros iban saquearon a los otros; y como sabían la costumbre, primero que llegásemos escondieron algurias cosas; y después que nos hobieron rescebido con mucha fiesta y alegría, sacaron lo que habían escondido y viniéronnoslo a presentar, y esto era cuentas y almagra y algunas taleguillas de plata. Nosotros, segun la costumbre, dímoslo luego a los indios que con nos venían, y cuando nos lo hobieron dado, comenzaron sus balles y fiestas, y envíaron llamar otros de otro pueblo que estaba cerca de allí, para que nos viniesen a ver, y a la tarde vinieron todos, y nos trajeron cuentas y arcos, y otras cosillas, que también repartimos; y otro día, queriéndonnos partir, toda la gente nos quería llevar a otros amigos suyos que estaban en la punta de las sierras, y decían que allí había muchas cosas y gente, y que nos darían muchas cosas; mas por ser fuera de nuestro camino no quesimos ir a ellos, y tomamos por lo llano cerca de las sierras, las cuales creíamos que no estaban lejos de la costa. Toda la gente de ella es muy mala, y teníamos por mejor de atravesar la tierra, porque la gente que esta más metida adentro es mas bien acondicionada, y tratábannos mejor, y teníamos por cierto que hallaríamos la tierra mas poblada y de mejores mantenimientos. Lo ultimo, hacíamos esto porque, atravesando la tierra, víamos muchas particularidades de ella; porque si Dios nuestro Señor fuese servido de sacar alguno de nosotros, y traerlo a tierra de cristianos, pudiese dar nuevas y relación de ella. Y como los indios vieron que estábamos determinados de no ir por donde ellos nos encaminaban, dijeronnos que por donde nos queríamos ir no había gente, ni tunas ni otra cosa alguna que comer; y rogáronnos que estuviésemos allí aquel día, y ansi lo hecimos. Luego ellos enviaron dos indios para que buscasen gente por aquel camino que queríamos ir; y otro día nos partimos, llevando con nosotros muchos de ellos, y las mujeres iban cargadas de agua, y era tan grande entre ellos nuestra autoridad, que ninguno osaba beber sin nuestra licencia. Dos leguas de allí topamos los indios que habían ido a buscar la gente, y dijeron que no la hallaban; de lo que los indios mostraron pesar, y tornaronnosa rogar que nos fuésemos por la tierra. No lo quisimos hacer, y ellos, como vieron nuestra voluntad, aunque con mucha tristeza, se despidieron de nosotros, y se volvieron el rio abajo a sus casas, y nosotros caminamos por el río arriba, y desde a un poco topamos dos mujeres cargadas, que como nos vieron pararon y descargáronse, y trajéronnos de los que llevaban, que era harina de maíz, y nos dijeron que adelante en aquel río hallaríamos casas y muchas tunas y de aquella harina; y ansí nos despedimos de ellas, porque iban a los otros donde habíamos partido, y anduvimos hasta puesta del sol, y llegamos a un pueblo de hasta de veinte casas, adonde nos recebieron llorando y con grande tristeza, porque sabían ya que adonde quiera que llegábamos eran todos saqueados y robados de los que nos acompañaban, y como nos vieron solos, perdieran el miedo, y diéronnos unas tunas, y no otra cosa ninguna. Estuvimos allí aquella noche, y al alba los indios que nos habían dejado el día pasado dieron en sus casas, y como los tomaron descuidados y seguros, tomaronles cuanto tenían, sin que tuviesen lugar donde asconder ninguna cosa; de que ellos lloraron mucho; y los robadores, para consolarles, les decían que éramos hijos del sol, y que teníamos poder para sanar los enfermos y para matarlos, y otras mentiras aún mayores que estas, como ellos las saben mejor hacer cuando sienten que les conviene; y dijéronles que nos llevasen con mucho acatamiento, y tuviesen cuidado de no enojarnos en ninguna cosa, y que nos diesen todo cuanto tenían, y procurasen de llevarnos donde había mucha gente, y que donde llegásemos robasen ellos y saqueasen lo que los otros tenían, porque así era costumbre.

Capítulo XXIX

De como se robaban los unos a los otros

Después de haberlos informado y señalado bien lo que habían de hacer, se volvieron, y nos dejaron con aquéllos; los cuales, teniendo en la memoria lo que los otros les habían dicho, nos comenzaron a tratar con aquel mismo temor y reverencia que los otros, y fuimos con ellos tres jornadas y lleváronnos adonde había mucha gente; y antes que llegásemos a ellos avisaron como íbamos, y dijeron de nosotros todo lo que los otros les habían enseñado, y añadieron mucho más, porque toda esta gente de indios son grandes amigos de novelas y muy mentirosos, mayormente donde pretende algún interés. Y cuando llegamos cerca de las casas, salió toda la gente a recebirnos con mucho placer y fiesta, y entre otras cosas, dos físicos de ellos nos dieron dos calabazas, y de aquí comenzamos a llevar calabazas con nosotros, y añadimos a nuestra autoridad esta cerimonia, que para ellos es muy grande. Los que nos habían acompañado saquearon las casas; mas, como eran muchas y ellos pocos, no pudieron llevar todo cuanto tomaron, y más de la mitad dejaron perdido; y de aquí por la halda de la sierra nos fuimos metiendo por la tierra adentro más de cincuenta leguas, y al cabo de ellas hallamos cuarenta casas, y entre otras cosas que nos dieron, hobo Andrés Dorantes un cascabel gordo, grande, de cobre, y en él figurado un rostro, y esto mostraban ellos, que lo tenían en mucho, y les dijeron que lo habían habido de otros sus vecinos; y preguntándoles que dónde habían habido aquello, dijéronlo que lo habían traído de hacia el Norte, y que allí había mucho, era tenido en grande estima; y entendimos que do quiera que aquella había venido, había fundición y se labraba de vaciado, y con esto nos partimos otro día, y atravesamos una sierra de siete leguas, y las piedras de ellas eran de escorias de hierro; y a la noche llegamos a muchas casas que estaban asentadas a la ribera de un muy hermoso río, y los señores de ellas salieron a medio camino recebirnos con sus hijos a cuestas, y nos dieron muchas taleguillas de margarita y de alcohol molido, con esto se untan ellos la cara; y dieron muchas cuentas, y muchas mantas de vacas, y cargaron a todos los que venían con nosotros de todo cuanto ellos tenían. Comían tunas y piñones; hay por a Quella tierra pinos chicos, y las piñas de ellos son como huevos pequeños, mas los piñones son mejores que los de Castilla, porque tienen las cáscaras muy delgadas; y cuando están verdes, muélenlos y hacenlos pellas, y ansí los comen; y si estén secos, los muelen con cáscaras, y los comen hechos polvos. Y los que por allí nos recebían, desque nos habían tocado, volvían corriendo hasta sus casas, y luego daban vuelta a nosotros, y no cesaban de correr, yendo y viniendo. De esta manera traíamos muchas cosas para el camino. Aquí me trajeron un hombre, y me dijeron que había mucho tiempo que le habían herido con una flecha por la espalda derecha, y tenía la punta de la flecha sobre el corazón; decía que le daba mucha pena, y que por aquella causa siempre estaba enfermo. Yo le toqué, y sentí la punta de la flecha, y ví que la tenía atravesada por la ternilla, y con un cuchillo que tenía, le abrí el pecho hasta aquel lugar, y vi que tenía la punta atravesada, y estaba muy mala de sacar; torné a cortar mas, y metí la punta del cuchillo, y con gran trabajo en fin la saqué. Era muy larga, y con un hueso de venado, usando de mi oficio de medicina, le di dos puntos; y dados, se me desangraba, y con raspa de un cuero le estanqué la sangre; y cuando hube sacado la punta, pidiéronmela, y yo se la di, y el pueblo todo vino a verla, y la enviaron por la tierra adentro, para que la viesen los que allí estaban, y por esto hicieron muchos bailes y fiestas, como ellos suelen hacer; y otro día le corté los dos puntos al indio, y estaba sano; y no parescía la herida que le había hecho sino como una raya de la palma de la mano, y dijo que no sentía dolor ni pena alguna; y esta cura nos dio entre ellos tanto crédito por toda la tierra, cuanto ellos podían y sabían estimar y encarescer. Mostrémosles aquel cascabel que traímos, y dijéronnos que en aquel lugar de donde aquél había venido había muchas planchas de aquellos enterradas, y que aquello era cosa que ellos tenían en mucho; y había casas de asiento, y esto creemos nosotros que es la mar del Sur, que siempre tuvimos noticia que aquella mar es más rica que la del Norte. De éstos nos partimos y anduvimos por tantas suertes de gentes y de tan diversas lenguas, que no basta memoria a poderlas contar, y siempre saqueaban los unos a los otros; y así los que perdían como los que ganaban, quedaban muy contentos. Llevábamos tanta compañía, que en ninguna manera podíamos valernos con ellos. Por aquellos valles donde íbamos, cada uno de ellos llevaba un garrote tan largo como tres palmos, y todos iban en ala; y en saltando alguna liebre (que por allí había hartas), cercábanlas luego, y caían tantos garrotes sobre ella, que era cosa de maravilla, y de esta manera la hacían andar de unos para otros, que a mi ver era la mas hermosa caza que se podía pensar, porque muchas veces ellas se venían hasta las manos; y cuando a la noche parábamos, eran tantas las que nos habían dado, que traía cada uno de nosotros ocho o diez cargas de ellas; y los que traían arcos no parescían delante de nosotros, antes se apartaban por la sierra buscar venados; a la noche cuando venían traían para cada uno de nosotros cinco o seis venados, y pájaros y codornices, y otras cazas; finalmente, todo cuanto aquella gente hallaban y mataban nos lo ponían delante, sin que ellos osasen tomar ninguna cosa, aunque muriesen de hambre; que así lo tenían ya por costumbre después que andaban con nosotros, y sin que primero lo santiguásemos; y las mujeres traían muchas esteras, de que ellos nos hacían casas, para cada uno la suya aparte, y con toda su gente conoscida; y cuando esto era hecho, andábamos que asasen aquellos venados y liebres, y todo lo que habían tomado; y esto también se hacía muy presto en unos hornos que para esto ellos hacían; y de todo ello nosotros tomábamos un poco, y lo otro dábamos al principal de la gente que con nosotros venía, mandándole que lo repartiese entre todos. Cada uno con la parte que le cabía venían a nosotros para que la soplásemos y santiguásemos, que de otra manera no osaran comer de ella; y muchas veces traíamos con nosotros tres o cuatro mil personas. Y era tan grande nuestro trabajo, que a cada uno habíamos de soplar y santiguar lo que habían de comer y beber, y para otras muchas cosas que querían hacer nos venían a pedir licencia, de que se puede ver que tanta importunidad rescebíamos. Las mujeres nos traían las tunas y arañas y gusanos, y lo que podían haber; porque aunque se muriesen de hambre, ninguna cosa habían de comer sin que nosotros la diésemos. E yendo con estos, pasamos un gran río, que venía del norte; y pasados unos llanos de treinta leguas, hallamos mucha gente que lejos de allí venían a recebirnos, salían al camino por donde habíamos de ir, y nos recebieron de la manera de los pasados.

Capítulo XXX

De cómo se mudó la costumbre del recebirnos

Desde aquí hobo otra manera de recebirnos, en cuanto toca al saquearse, porque los que salían de los caminos a traernos alguna cosa a los que nosotros venían no los robaban: mas después de entrados en sus casas, ellos mismos nos ofrescían cuanto tenían, y las casas con ellos; nosotros las dábamos a los principales, para que entre ellos las partiesen, y siempre los que quedaban despojados nos seguían, de donde crescía mucha gente para satisfacerse de su pérdida; y decíanles que se guardasen y no escondiesen cosa alguna de cuantas tenían, porque no podía ser sin que nosotros lo supiésemos, y haríamos luego que todos muriesen, porque el sol nos lo decía. Tan grandes eran los temores que les ponían, que los primeros días que con nosotros estaban, nunca estaban sino temblando y sin osar hablar ni alzar los ojos al cielo. Estos nos guiaron por más de cincuenta leguas de despoblado de muy ásperas sierras, y por ser tan secas no había caza en ellas, y por esto pasamos mucha hambre, y al cabo un río muy grande, que el agua nos daba hasta los pechos; y desde aquí nos comenzó mucha de la gente que traíamos a adolescer de la mucha hambre y trabajo que por aquellas sierras habían pasado, que por extremo eran agras y trabajosas. Estos mismos nos llevaron a unos llanos al cabo de las sierras, donde venían a recebirnos de muy lejos de allí, y nos recebieron como los pasados, y dieron tanta hacienda a los que con nosotros venían, que por no poderla llevar dejaron la mitad; y dijimos a los indios que lo habían dado que lo tornasen a tomar y lo llevasen, porque no quedase allí perdido; y respondieron que en ninguna manera lo harían, porque no era su costumbre, después de haber una vez ofrecido, tornarlo a tomar; y así, no lo teniendo en nada, lo dejaron todo perder. A éstos dijimos que queríamos ir a la puesta del sol, y ellos respondiéronnos que por allí estaba la gente muy lejos, y nosotros les mandábamos que enviasen a hacerles saber cómo nosotros íbamos allá, y de esto se excusaron lo mejor que ellos podían, porque ellos eran sus enemigos, y no querían que fuésemos a ellos; mas no osaron hacer otra cosa; y así, enviaron dos mujeres una suya, y otra que de ellos tenían captiva; y enviaron éstas porque las mujeres pueden contratar aunque haya guerra; y nosotros las seguimos, y paramos en un lugar donde estaba concertado que las esperásemos; mas ellas tardaron cinco días; y los indios decían que no debían de hallar gente. Dijímosles que nos llevasen hacía el Norte; respondieron de la misma manera, diciendo que por allí no había gente sino muy lejos y que no había qué comer ni se hallaba agua; y con todo esto, nosotros porfiamos y dijimos que por allí queríamos ir, y ellos todavía se excusaban de la mejor manera que podían y por esto nos enojamos, y yo me salí una noche a dormir en el campo, apartado de ellos; mas luego fueron donde yo estaba y toda la noche estuvieron sin dormir y con mucho miedo y habiéndome y diciéndome cuan atemorizados estaban, rogándonos que no estuviésemos más enojados, y que aunque ellos supiesen morir en el camino, nos llevarían por donde nosotros quisiésemos ir; y como nosotros todavía fingíamos estar enojados y porque su miedo no se quitase, suscedió una cosa extraña, y fue que este día mesmo adolescieron muchos de ellos, y otro día siguiente murieron ocho hombres. Por toda la tierra donde esto se supo hobieron tanto miedo de nosotros, que parescía en vernos que de temor habían de morir. Rogáronnos que no estuviésemos enojados, ni quisiésemos que más de ellos murieren, y traían por muy cierto que nosotros los matabamos con solamente quererlo; y a la verdad, nosotros recebíamos tanta pena de esto, que no podía ser mayor; porque, allende de ver los que morían, temíamos que no muriesen todos o nos dejasen solos, de miedo, y todas las otras gentes de ahí adelante hiciesen lo mismo, viendo lo que a éstos había acontecido. rogamos a Dios Nuestro Señor que lo remediase; y ansí, comenzaron a sanar todos aquellos que habían enfermado, y vimos una cosa que fue de grande admiración: que los padres y hermanos y mujeres de los que murieron, de verlos en aquel estado tenían gran pena; y después de muerto, ningún sentimiento hicieron, ni los vimos llorar, ni hablar unos con otros, ni hacer otra ninguna muestra, ni osaban llegar a ellos, hasta que nosotros los mandábamos llevar a enterrar, y más de quince días que con aquéllos estuvimos, a ninguno vimos hablar uno con otro, ni los vimos reír ni llorar a ninguna criatura; antes, porque uno llora, la llevaron muy lejos de allí, y con unos dientes de ratón agudos la sajaron desde los hombros hasta casi todas las piernas. E yo, viendo esta crueldad y enojado de ello, les pregunté que por qué lo hacían, respondieronme que para castigarla porque había llorado delante de mi. Todos estos temores que ellos tenían ponían a todos los otros que nuevamente venían a conoscernos, a fin que nos diesen todo cuanto tenían, porque sabían que nosotros no tomabamos nada, y lo habíamos de dar todo a ellos. Esta fue la mas obediente gente que hallamos por esta tierra, y de mejor condición; y comúnmente son muy dispuestos. Convalescidos los dolientes, y ya que había tres días que estábamos allí, llegaron las mujeres que habíamos envíado, diciendo que habían hallados muy poca gente, y que todos habían ido a las vacas, que era en tiempo de ellas; y mandamos a los que habían estado enfermos que se quedasen, y los que estuviesen buenos fuesen con nosotros, y que dos jornadas de allí, aquellas mismas dos mujeres irían con dos de nosotros a sacar gente y traerla al camino para que nos recebiesen; y con esto, otro día de mañana todos los que más rescios estaban partieron con nosotros, y a tres jornadas paramos, y el siguiente día partió Alonso del Castillo con Estebanico el negro, llevando por guía lasdos mujeres; y la que de ellas era captiva los llevó a un río que corría entre unas sierras donde estaba un pueblo en que su padre vivía, y éstas fueron las primeras casas que vimos que estuviesen parescer y manera de ello. Aquí llegaron Castillo y Estebanico adonde nos había dejado, y trajo cinco o seis de aquellos indios, y dijo cómo había hallado casas de gente y de asiento, y que aquella gente comía frisoles y calabazas, y que había visto maíz. Esta fue la cosa del mundo que mas nos alegró, y por ello dimos infinitas gracias a nuestro Señor; y dijo que el negro vernía con toda la gente de las casas a esperar al camino, cerca de allí; y por esta causa partimos; y andada legua y media, topamos con el negro y la gente que venían a recebirnos, y nos dieron frisoles y muchas calabazas para comer y para traer agua, y mantas de vacas, y otras cosas. Y como estas gentes y las que con nosotros venían eran enemigos y no se entendían, partimos de los primeros, dándoles lo que nos habían dado, y fuimonos con éstos; y a seis leguas de allí, ya que venía la noche, llegamos a sus casas, donde hicieron muchas fiestas con nosotros. Aquí estuvimos un día, y el siguiente nos partimos, y llevándoslos con nosotros a otras casas de asiento, donde comían lo mismo que ellos; y de ahí adelante hobo otro nuevo uso: que los que sabían de nuestra ida no salían a recebirnos a los caminos, como los otros hacían; antes los hallábamos en sus casas, y tenían hechas otras para nosotros, y estaban todos asentados, y todos tenían vueltas las caras hacia la pared y las cabezas bajas y los cabellos puestos delante de los ojos, y su hacienda puesta en montón en medio de la casa; y de aquí adelante comenzaron a darnos muchas mantas de cueros, y no tenían cosa que no nos diesen. Es la gente de mejores cuerpos que vimos y de mayor viveza y habilidad y que mejor nos entendían y respondían en lo que preguntábamos; y llamémosles de las Vacas, porque la mayor parte que de ellas mueren es cerca de allí, y porque aquel río arriba más de cincuenta leguas, van matando muchas de ellas. Esta gente andan del todo desnudos, a la manera de los primeros que hallamos. Las mujeres andan cubiertas con unos cueros de venado, y algunos pocos de hombres, señaladamente los que son viejos, que no sirven para la guerra. Es tierra muy poblada. Preguntámosle cómo no sembraban maíz; respondiéronnos que lo hacían por no perder lo que sembrasen, porque dos años arreo les hablan faltado las aguas, y había sido el tiempo tan seco, que a todos les habían perdido los maíces los topos y que no osarían tornar a sembrar sin que primero hobiese llovido mucho; y rogábannos que dijésemos al cielo que lloviese y se lo rogásemos, y nosotros se lo prometimos de hacerlo ansi. También nosotros quesimos saber de dónde habían traído aquel maíz, y ellos nos dijeron que de donde el sol se ponía, y que lo había por toda aquella tierra; mas que lo más cerca de allí era por aquel camino. Preguntámosles por dónde iríamos bien, y que nos informasen del camino, porque no querían ir allá; dijéronnos que el camino era por aquel río arriba hacía el Norte, y que en diez y siete jornadas no hallaríamos otra cosa ninguna que comer, sino una fruta que llaman chacan, y que la machucan entre unas piedras si aún después de hecha esta diligencia no se puede comer, de áspera y seca; y así era la verdad, porque allí nos lo mostraron y no lo podimos comer, y dijéronnos también que entretanto que nosotros fuésemos por el río arriba, iríamos siempre por gente que eran sus enemigos y hablaban su misma lengua, y que no tenían que darnos cosas a comer; mas que nos recebirían de muy buena voluntad, y que nos darían muchas mantas de algodón y cueros y otras cosas de las que ellos tenían; mas que todavía les parescía que en ninguna manera no debíamos tomar aquel camino. Dudando lo que haríamos, y cuál camino tomaríamos que más a nuestro propósito y provecho fuese, nosotros nos detuvimos con ellos dos días. Dábannos a comer frisoles y calabazas; la manera de cocerlas es tan nueva, que por ser tal, yo la quise aquí poner, para que se vea y se conozca cuán diversos y extraños son los ingenios y industrias de los hombres humanos. Ellos no alcanzan ollas, y para cocer lo que ellos quieren comer, hinchen media calabaza grande de agua, y en el fuego echan muchas piedras de las que más fácilmente ellos pueden encender, y toman el fuego; y cuando ven que están ardiendo tómanlas con unas tenazas de palo, y échanlas en aquella agua que esta en la calabaza, hasta que la hacen hervir con el fuego que las piedras llevan, y cuando ven que el agua hierve, echan en ella lo que han de cocer, y en todo este tiempo no hacen sino sacar unas piedras y echar otras ardiendo para que el agua hierva, para cocerlo que quieren, y así lo cuecen.

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