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Authors: Albar Nuñez Cabeza de Vaca

Tags: #Conquista Española, #Nuevo Mundo, #América, #Española, #Conquista, #Nueva España, #Viajes

Naufragios (6 page)

Capítulo XVI

Cómo se partieron los cristianos de la isla de Mal Hado

Después que Dorantes y Castillo volvieron a la isla recogieron consigo todos los cristianos, que estaban algo esparcidos, y hallaronse por todos catorce. Yo, como he dicho, estaba en la otra parte, en la Tierra Firme, donde mis indios me habían llevado y donde me habían dado una gran enfermedad, que ya que alguna otra cosa me diera esperanza de vida, aquella bastaba para del todo quitármela. Y, como los cristianos esto supieron, dieron a un indio la manta de martas que del cacique habíamos tomado, como arriba dijimos, porque los pasase donde yo estaba para verme; y así vinieron doce, porque los dos quedaron tan flacos que no se atrevieron a traerlos consigo. Los nombres de los que entonces vinieron son: Alonso del Castillo, Andrés Dorantes y Diego Dorantes, Valdivieso, Estrada, Tostado, Chaves, Gutiérrez, Esturiano, clérigo; Diego de Huelva, Estebanico el Negro, Benítez; y como fueron venidos aTierra Firme, hallaron otro que era de los nuestros, que se llamaba Francisco de León, y todos trece por luengo de costa. Y luego que fueron pasados, los indios que me tenían me avisaron de ello, y como quedaban en la isla Hierónimo de Alaniz yLope de Oviedo. Mi enfermedad estorbó que no les pude seguir ni los vi. Yo hube de quedar con estos mismos indios de la isla más de un año, y por el mucho trabajo que me daban y mal tratamiento que me hacían, determiné de huir de ellos y irme a los que moran en los montes y Tierra Firme, que se llaman los de Charruco, porque yo no podía sufrir la vida que con estos otros tenía; porque, entre otros trabajos muchos, había de sacar las raíces para comer debajo del agua y entre las cañas donde estaban metidas en la tierra; y de esto traía yo los dedos tan gastados, que una paja que me tocase me hacía sangre de ellos, y las cañas me rompían por muchas partes, porque muchas de ellas estaban quebradas y había de entrar por medio de ellas con la ropa que he dicho que traía. Y por esto yo puse en obra de pasarme a los otros, y con ellos me sucedió algo mejor; y porque yo me hice mercader, procuré de usar el oficio lo mejor que supe, y por esto ellos me daban de comer y me hacían buen tratamiento y rogábanme que me fuese de unas partes a otras por cosas que ellos habían menester, porque por razón de la guerra que contino traen, la tierra no se anda ni se contrata tanto. E ya con mis tratos y mercaderías entraba la tierra adentro todo Io que quería, y por luengo de costa me alargaba de cuarenta o cincuenta leguas. Lo principal de mi trato eran pedazos de caracolas de la mar y corazones de ellos y conchas, con que ellos cortan una fruta que es como frisoles, con que se curan y hacen sus bailes y fiestas, y ésta es la cosa de mayor precio que entre ellos hay, y cuentas de la mar y otras cosas. Asi, esto era lo que yo llevaba la tierra adentro, y en cambio y trueco de ello traía cueros y almagra, con que ellos se untan y tiñen las caras y cabellos, pedernales para puntas de flechas, engrudo y cañas duras para hacerlas, y unas borlas que se hacen de pelo de venados, que las tiñen y para coloradas; y este oficio me estaba a mí bien porque andando en él tenía libertad para ir donde quería, y no era obligado a cosa alguna, y no era esclavo, y dondequiera que iba me hacían buen tratamiento y me daban de comer por respeto de mis mercaderías, y lo más principal porque andando en ello yo buscaba por donde me había de ir adelante, y entre ellos era muy conoscido; holgaban mucho cuando me vían y les traía lo que habían menester, y los que no me conoscían me procuraban y deseaban ver por mi fama. Los trabajos que en esto pase sería largo contarlos, así de peligros y hambres, como de tempestades y fríos, que muchos de ellos me tomaron en el campo y solo, donde por gran misericordia de Dios nuestro Senor escapé; y por esta causa yo no trataba el oficio en invierno, por ser tiempo que ellos mismos en sus chozas y ranchos metidos no podían valerse ni ampararse. Fueron casi seis años el tiempo que yo estuve en esta tierra solo entre ellos y desnudo, como todos andaban. La razón por que tanto me detuve fue por llevar conmigo un cristiano que estaba en la isla, llamado Lope de Oviedo. El otro compañero de Alaniz, que con el había quedado cuando Alonso de Castillo y Andres Dorantes con todos los otros se fueron, murió luego; y por sacarlo de allí yo pasaba a la isla cada año y le rogaba que nos fuésemos a la mejor maña que pudiésemos en busca de cristianos, y cada año me detenía diciendo que el otro siguiente nos iríamos. En fin, al cabo lo saqué y le pasé el ancón y cuatro ríos que hay por la costa, porque éI no sabía nadar y ansí, fuimos con algunos indios adelante hasta que llegamos a un ancón que tiene una legua de través y es por todas partes hondo; y por lo que de el nos paresció y vimos, es el que llaman del Espíritu Santo, y de la otra parte de él vimos unos indios, que vinieron a ver los nuestros, y nos dijeron cómo más adelante había tres hombres como nosotros, y nos dijeron los nombres de ellos; y preguntándoles por los demás, nos respondieron que todos eran muertos de frío y de hambre, y que aquellos indios de adelante ellos mismos por su pasatiempo habían muerto a Diego Dorantes y a Valdivieso y a Diego de Huelva, porque se habían pasado de una casa a otra; y que los otros indios, sus vecinos, con quien agora estaba el capitán Dorantes, por razón de un sueño que habían soñado, habían muerto a Esquivel y a Méndez. Preguntámosles que tales estaban los vivos; dijéronnos que muy maltratados, porque los muchachos y otros indios, que entre ellos son muy holgazanes y de maltrato, les daban muchas coces y bofetones y palos, y que ésta era la vida que con ellos tenían. Quesímonos informar de la tierra adelante y de los mantenimientos que en ella había; respondieron que era muy pobre de gente, y que en ella no había que comer, y que morían de frío porque no tenían cueros ni con que cubrirse. Dijéronnos también si queríamos ver aquellos tres cristianos, que de ahí a dos días los indios que los tenían venían a comer nueces una legua de allí, a la vera de aquel río; y porque viésemos que lo que nos habían dicho del mal tratamiento de los otros era verdad, estando con ellos dieron al compañero mio de bofetones y palos, y yo no quedé sin mi parte, y de muchos pellazos de lodo que nos tiraban y nos ponían cada día las flechas al corazón, diciendo que nos querían matar como a los otros nuestros compañeros. Y, temiendo esto Lope de Oviedo, mi compañero, dijo que quería volverse con unas mujeres de aquellos indios, con quien habíamos pasado el ancón, que quedaban algo atrás. Yo porfié mucho con éI que no lo hiciese, y pasé muchas cosas, y por ninguna vía lo pude detener, y así se volvió y yo quedé solo con aquellos indios, los cuales se llamaban Quevenes, y los otros con quien él se fue se llamaba Deaguanes.

Capítulo XVII

Como vinieron los indios y trujeron a Andrés Dorantes y a Castillo y a Estebanico

Desde a dos días que Lope de Oviedo se había ido, los indios que tenían a Alonso del Castillo y Andrés Dorantes vinieron al mesmo lugar que nos habían dicho, a comer de aquellas nueces de que se mantienen, moliendo unos granillos de ellas, dos meses del año, sin comer otra cosa, y aún esto no lo tienen todos los años, porque acuden uno, y otro no; son del tamaño de las de Galicia, y los árboles son muy grandes, y hay gran número de ellos. Un indio me avisó cómo los cristianos eran llegados, y que si yo quería verlos me hurtase y huyese a un canto de un monte que el me señaló; porque él y otros parientes suyos habían de venir a ver aquellos indios, y que me llevarían consigo adonde los cristianos estaban. Yo me confié de ellos, y determiné de hacerlo, porque tenían otra lengua distinta de la de mis indios; y puesto por obra, otro día fueron y me hallaron en el lugar que estaba señalado; y así, me llevaron consigo. Ya que llegué cerca de donde tenían su aposento, Andrés Dorantes salió a ver quién era, porque los indios le habían también dicho como venía un cristiano; y cuando me vió fue muy espantado, porque había muchos días que me tenían por muerto, y los indios así lo habían dicho. Dimos muchas gracias a Dios de vernos juntos, y este día fue uno de los de mayor placer que en nuestros días habemos tenido; y llegado donde Castillo estaba, me preguntaron que donde iba. Yo le dije que mi propósito era pasar a tierra de cristianos, y que en este rastro y busca iba. Andrés Dorantes respondió que muchos días había que él rogaba a Castillo y a Estebanico que se fuesen adelante, y que no lo osaban hacer porque no sabían nada, y que temían mucho los ríos y los ancones por donde habían de pasar, que en aquella tierra hay muchos. Y pues Dios nuestro Señor había sido servido de guardarme entre tantos trabajosy enfermedades, y al cabo traerme en su compañía, que ellos determinaban de huir, que yo los pasaría de los ríos y ancones que topásemos; y avisáronme que en ninguna manera diese a entender a los indios ni conosciesen de mí que yo quería pasar adelante, porque luego me matarían; y que para esto era menester que yo me detuviese con ellos seis meses, que era tiempo en que aquellos indios iban a otra tierra a comer tunas . Esta es una fruta que es del tamaño de huevos, y son bermejas y negras y de muy buen gusto. Cómenlas tres meses del año, en los cuales no comen otra cosa alguna, porque al tiempo que ellos las cogían venían a ellos otros indios de adelante, que traían arcos para contratar y cambiar con ellos; y que cuando aquellos se volviesen nos huiríamos de los nuestros, y nos volveríamos con ellos. Con este concierto yo quede allí, y me dieron por esclavo a un indio con quien Dorantes estaba, el cual era tuerto, y su mujer y un hijo que tenía y otro que estaba en su compañía; de manera que todos eran tuertos. Estos se llaman mariames, y Castillo estaba con otros sus vecinos, llamados iguases. Y estando aquí ellos me contaron que después que salieron de la isla de Mal Hado, en la costa de la mar hallaron la barca en que iba el contador y los frailes al través; y que yendo pasando aquellos ríos, que son cuatro muy grandes y de muchas corrientes, les llevó las barcas en que pasaban a la mar, donde se ahogaron cuatro de ellos, y que así fueron adelante hasta que pasaron el ancón, y lo pasaron con mucho trabajo, y a quince leguas delante hallaron otro; y que cuando allí llegaron ya se les habían muerto dos compañeros en sesenta leguas que habían andado; y que todos los que quedaban estaban para lo mismo, y que en todo el camino no habían comido sino cangrejos y yerba pedrera; y llegados a este ultimo ancón, decían que hallaron en él indios que estaban comiendo moras; y como vieron a los cristianos, se fueron de allí a otro cabo; y que estando procurando y buscando manera para pasar el ancón, pasaron a ellos un indio y un cristiano, y que llegado, conoscieron que era Figueroa, uno de los cuatro que habíamos enviado adelante en la isla de Mal Hado, y allí les contó cómo él y sus compañeros habían llegado hasta aquel lugar, donde se habían muerto dos de ellos y un indio, todos tres de frío y de hambre, porque habían venido y estado en el más recio tiempo del mundo, y que a él y a Mendez habían tomado los indios, y que estando con ellos, Méndez había huído yendo la vía lo mejor que pudo de Pánuco, y que los indios habían ido tras él y que lo habían muerto; y que estando él con estos indios supo de ellos como con los mariames estaba un cristiano que había pasado de la otra parte, y lo había hallado con los que llamaban quevertes; y que este cristiano era Hernando de Esquivel, natural de Badajoz, el cual venía en compañía del comisario, y que el supo de Esquivel el fin en que habían parado el gobernador y contador y los de más, y le dijo que el contador y los frailes habían echado al través su barca entre los ríos, y viniéndose por luengo de costa, llegó la barca del gobernador con su gente en tierra, y él se fue con su barca hasta que llegaron a aquel ancón grande, y que allí torno a tomar la gente y la pasó del otro cabo, y volvió por el contador y los frailes y todos los otros; y contó cómo estando desembarcados, el gobernador había revocado el poder que el contador tenía de lugarteniente suyo, y dio el cargo a un capitán que traía consigo, que se decía Pantoja, y que el gobernador se quedó en su barca, y no quiso aquella noche salir a tierra, y quedaron con el un maestre y un paje que estaba malo, y en la barca no tenían agua ni cosa ninguna que comer; y que a media noche el norte vino tan recio, que sacó la barca a la mar, sin que ninguno la viese, porque no tenía por resón, sino una piedra, y que nunca más supieron de él; y que visto esto, la gente que en tierra quedaron se fueron por luengo de costa, y que como hallaron tanto estorbo de agua, hicieron balsas con mucho trabajo, en que pasaron de la otra parte: y que yendo adelante, llegaron a una punta de un monte orilla del agua, y que hallaron indios, que como los vieron venir metieron sus casas en sus canoas y se pasaron de la otra parte a la costa; y los cristianos, viendo el tiempo que era, porque era por el mes de noviembre, pararon en este monte, porque hallaron agua y leña y algunos cangrejos y mariscos, donde de frío y de hambre se comenzaron poco a poco a morir. Allende de esto, Pantoja, que por teniente había quedado, les hacía mal tratamiento, y no lo pudiendo sufrir Sotomayor, hermano de Vasco Porcallo, el de la isla de Cuba, que en el armada había venido por maestre de campo, se revolvió con el y le dio un palo, de que Pantoja quedo muerto, y así se fueron acabando; y los que morían, los otros los hacían tasajos; y el último que murió fue Sotomayor, y Esquivel lo hizo tasajos, y comiendo de él se mantuvo hasta l de marzo, que un indio de los que allí habían huído vino a ver si eran muertos, y llevó a Esquivel consigo; y estando en poder de este indio, el Figueroa lo habló, y supo de él todo lo que habemos contado, y le rogó que se viniese con él, para irse ambos la vía del Pánuco; lo cual Esquivel no quiso hacer, diciendo que el sabía sabido de los frailes que Pánuco había quedado atrás; y así, se quedó allí; y Figueroa se fue a la costa adonde solía estar.

Capítulo XVIII

De la relación que dio de Esquivel

Esta cuenta toda dio Figueroa por la relación que de Esquivel había sabido; y así, de mano en mano llegó a mí, por donde se puede ver y saber el fin que toda aquella armada hobo y los particulares casos que a cada uno de los demás acontescieron. Y dijo más: que si los cristianos algún tiempo andaban por allí podría ser que viesen a Esquivel, porque sabía que se había huido de aquel indio con quien estaba, a otros, que se decían los mareames, que eran allí vecinos. Y como acabo de decir, él y el asturiano se quisieran ir a otros indios que adelante estaban; mas como los indios que lo tenían lo sintieron, salieron a ellos, y diéronles muchos palos, y desnudaron al asturiano, y pasáronle un brazo con una flecha; y, en fin, se escaparon huyendo, y los cristianos se quedaron con aquellos indios, y acabaron con ellos que los tomasen por esclavos, aunque estando sirviéndoles fueron tan maltratados de ellos, como nunca esclavos ni hombres de ninguna suerte lo fueron; porque, de seis que eran, no contentos con darles muchas bofetadas y apalearlos y pelarles las barbas por su pasatiempo, por solo pasar de una casa a otra mataron tres, que son los que arriba dije, Diego Dorantes y Valdivieso y Diego de Huelva, y los otros tres que quedaban esperaban parar en esto mismo; y por no sufrir esta vida, Andrés Dorantes se huyó y se pasó a los mareames, que eran aquellos adonde Esquivel había parado, y ellos le contaron cómo habían tenido allí a Esquivel, y como estando allí se quiso huir porque una mujer había soñado que le había de matar un hijo, y los indios fueron tras él y lo mataron, y mostraron a Andrés Dorantes su espada y sus cuentas y libro y otras cosas que tenía. Esto hacen éstos por una costumbre que tienen, y es que matan sus mismos hijos por sueños, y a las hijas en nasciendo las dejan comer a perros, y las echan por ahí. La razón por que ellos lo hacen es, según ellos dicen, porque todos los de la tierra son sus enemigos y con ellos tienen continua guerra; y que si acaso casasen sus hijas, multiplicarían tanto sus enemigos, que los sujetarían y tomarían por esclavos; y por esta causa querían mas matallas que no que de ellas mismas nasciese quien fuese su enemigo. Nosotros les dijimos que por qué no las casaban con ellos mismos. Y también entre ellos dijeron que era fea cosa casarlas con sus parientes, y que era muy mejor matarlas que darlas a sus parientes ni a sus enemigos; y esta costumbre usan estos y otros vecinos, que se llaman los iguaces, solamente, sin que ningunos otros de la tierra la guarden. Y cuando estos se han de casar, compran las mujeres a sus enemigos, y el precio que cada uno da por la suya es unarco, el mejor que puede haber, con dos flechas; y si acaso no tiene arco, una red hasta una braza de ancho y otra en largo. Matan sus hijos, y mercan los ajenos; no dura el casamiento mas de cuanto están contentos, y con una higa deshacen el casamiento. Dorantes estuvo con éstos y desde a pocos días se huyó. Castillo y Estebanico se vinieron dentro a la Tierra Firme a los iguaces. Toda esta gente son flecheros y bien dispuestos, aunque no tan grandes como los que atrás dejamos, y traen la teta y el labio horadado. Su mantenimiento principalmente es raíces de dos o tres maneras, y búscanlas por toda la tierra; son muy malas, y hinchan los hombres que las comen. Tardan dos días en asarse, y muchas de ellas son muy amargas, y con todo esto se sacan con mucho trabajo. Es tanta la hambre que aquellas gentes tienen, que no se pueden pasar sin ellas, y andan dos o tres leguas buscándolas. Algunas veces matan algunos venados, y a tiempos toman algún pescado; mas esto es tan poco y su hambre tan grande, que comen arañas y huevos de hormigas, y gusanos y lagartijas y salamanquesas y culebras y víboras, que matan los hombres que muerden, y comen tierra y madera y todo lo que pueden haber, y estiércol de venados, y otras cosas que dejo de contar, y creo averiguadamente, que si en aquella tierra hubiese piedras las comerían. Guardan las espinas del pescado que comen, y de las culebras y otras cosas, para molerlo después todo y comer el polvo de ello. Entre éstos no se cargan los hombres ni llevan cosa de peso; mas llevánlo las mujeres y los viejos, que es la gente que ellos en menos tienen. No tienen tanto amor a sus hijos como los que arriba dijimos. Hay algunos entre ellos que usan pecado contra natura. Las mujeres son muy trabajadas y para mucho, porque de veinticuatro horas que hay entre día y noche, no tienen sino seis horas de descanso, y todo lo más de la noche pasan en atizar sus hornos para secar aquellas raíces que comen; y desque amanesce comienzan a cavar y a traer leña y agua a sus casas y dar orden en las otras cosas de que tienen necesidad. Los más de estos son grandes ladrones, porque aunque entre sí son bien partidos, en volviendo uno la cabeza, su hijo mismo o su padre le toma lo que puede. Mienten muy mucho, y son grandes borrachos, y para esto beben ellos una cierta cosa. Están tan usados a correr, que sin descansar ni cansar corren desde la mañana hasta la noche; y siguen un venado; y de esta manera matan muchos de ellos, porque los siguen hasta que los cansan, y algunas veces los toman vivos. Las casas de ellos son de estera, puestas sobre cuatro arcos; llévanlas a cuestas, y múdanse cada dos o tres días para buscar de comer; ninguna cosa siembran que se puedan aprovechar; es gente muy alegre; por mucha hambre que tengan, por eso no dejan de bailar ni de hacer sus fiestas y areitos. Para ellos el mejor tiempo que estos tienen es cuando comen las tunas, porque entonces no tienen hambre, y todo el tiempo se les pasa en bailar, y comen de ellas de noche y de día; todo el tiempo que les duran exprímenlas y ábrenlas y pónenlas a secar, y después de secas pónenlas en unas seras, como higos, y guárdanlas para comer por el camino cuando se vuelven, y las cáscaras de ellas muélenlas y hácenlas polvo. Muchas veces, estando con estos, nos acontesció tres o cuatro días estar sin comer porque no lo había; ellos, por alegrarnos, nos decían que no estuviésemos tristes; que presto habría tunas y comeríamos muchas, y beberíamos zumo de ellas, y teníamos las barrigas muy grandes y estaríamos muy contentos y alegres y sin hambre alguna; y desde el tiempo que esto nos decían hasta que las tunas se hubiesen de comer había cinco o seis meses; y, en fin, hubimos de esperar aquesto seis meses, y cuando fue tiempo fuimos a comer las tunas; hallamos por la tierra muy gran cantidad de mosquitos de tres maneras, que son muy malos y enojosos, y todo lo más del verano nos daban mucha fatiga; y para defendernos de ellos hacíamos al derredor de la gente muchos fuegos de leña podrida y mojada, para que no árdiesen y hiciesen humo; y esta defensión nos daba otro trabajo, porque en toda la noche no hacíamos sino llorar del humo que en los ojos nos daba, y sobre eso, gran calor que nos causaban los muchos fuegos, y salíamos a dormir a la costa; y si alguna vez podíamos dormir, recordábannos a palos, para que tornásemos a encender los fuegos. Los de la tierra adentro para esto usan otro remedio tan incomportable y mas que éste que he dicho, y es andar con tizones en las manos quemando los campos y montes que topan, para que los mosquitos huyan, y también para sacar debajo de tierra lagartijas y otras semejantes cosas para comerlas; y también suelen matar venados, cercándolos con muchos fuegos; y usan también esto por quitar a los animales el pasto, que la necesidad les haga ir a buscarlo adonde ellos quieren, porque nunca hacen asiento con sus casas, sino donde hay agua y leña, y alguna vez se cargan todos de esta provisión y van a buscarlos venados, que muy ordinariamente están donde no hay agua ni leña; y el día que llegan matan venados y algunas otras cosas que pueden y gastan todo el agua y leña en guisar de comer y en los fuegos que hacen para defenderse de los mosquitos, y esperan otro día para tomar algo que lleven para el camino; y cuando parten, tales van de los mosquitos, que paresce que tienen enfermedad de San Lázaro ; y de esta manera satisfacen su hambre dos o tres veces en el año, a tan grande costa como he dicho; y por haber pasado por ello puedo afirmar que ningún trabajo que se sufra en el mundo iguala con éste. Por la tierra hay muchos venados y otras veces y animales de los que atrás he contado. Alcanzan aquí vacas, y yo las he visto tres veces y comido de ellas, y parésceme que serán del tamaño de las de España; tienen los cuernos pequeños, como moriscas, y el pelo muy largo, merino, como una bernia; unas son pardillas, y otras negras, y a mi parescer tienen mejor y mas gruesas carne que las de acá. De las que no son grandes hacen los indios mantas para cubrirse, y de las mayores hacen zapatos y rodelas; éstas vienen de hacia el Norte por la tierra adelante hasta la costa de la Florida, y tiéndense por toda la tierra mas de cuatrocientas leguas; y en todo este camino, por los valles por donde ellas vienen, bajan las gentes que por allí habitan y se mantienen de ellas, y meten en la tierra grande cantidad de cueros.

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