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Authors: Charlaine Harris

Muerto Para El Mundo (20 page)

BOOK: Muerto Para El Mundo
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Llegar al Merlotte's fue como pasar de un siglo a otro. Me pregunté cuánto tiempo llevaría la gente de Hotshot encerrada en aquel cruce de carreteras, qué importancia debió de tener originalmente aquel lugar para ellos. Aun sin poder evitar sentir cierta curiosidad, fue un verdadero alivio olvidarme de tantos interrogantes y regresar al mundo que conocía.

Aquella tarde, el pequeño mundo del Merlotte's estaba muy tranquilo. Me cambié, me puse mi delantal negro, me arreglé el pelo y me lavé las manos. Sam estaba detrás de la barra con los brazos cruzados sobre el pecho, con la mirada perdida. Holly estaba sirviendo una jarra de cerveza en una mesa donde estaba sentado un desconocido.

—¿Qué tal por Hotshot? —me preguntó Sam, ya que estábamos solos en el bar.

—Qué lugar tan extraño.

Me dio unos golpecitos en el hombro.

—¿Descubriste algo útil?

—Sí, la verdad. Pero no estoy muy segura de qué puede significar. —Vi que Sam necesitaba un corte de pelo; su cabello rojizo y dorado formaba una especie de arco alrededor de su cara que le daba el aspecto de un ángel renacentista.

—¿Conociste a Calvin Norris?

—Sí. Consiguió que Crystal hablara conmigo y me hizo una oferta de lo más estrambótico.

—¿En qué consistía?

—Te lo contaré en otro momento. —Por nada del mundo se me ocurría cómo explicárselo. Me miré las manos, que tenía ocupadas aclarando una jarra de cerveza, y noté que me subían los colores.

—Por lo que sé, Calvin es un buen tipo —dijo Sam—. Trabaja en Norcross y es jefe de línea. Un buen seguro médico, pensión de jubilación, todo. Hay otros tipos en Hotshot que son propietarios de una herrería. Tengo entendido que trabajan bien. Lo que no sé es qué sucede en Hotshot cuando cae la noche, y me parece que nadie lo sabe. ¿Conociste al sheriff Dowdy, John Dowdy? Era el sheriff antes de que yo me trasladara a vivir aquí.

—Sí, lo recuerdo. Encarceló a Jason en una ocasión por vandalismo. La abuela tuvo que ir a sacarlo de la cárcel. El sheriff Dowdy le leyó la cartilla a Jason y lo asustó por una buena temporada.

—Una noche, Sid Matt me contó una historia. Al parecer, una primavera, John Dowdy fue a Hotshot para arrestar al hermano mayor de Calvin, Carlton.

—¿Por qué motivo? —Sid Matt Lancaster era un viejo y conocido abogado.

—Violación de menores. La chica quería, incluso tenía experiencia, pero era menor de edad. Tenía un padrastro que decidió que Carlton le había faltado al respeto.

No había postura políticamente correcta capaz de cubrir todas las circunstancias.

—¿Y qué pasó?

—Nadie lo sabe. Aquella misma noche, el coche patrulla de John Dowdy fue encontrado a medio camino entre la ciudad y Hotshot. Estaba vacío. Ni sangre, ni huellas. No se le ha vuelto a ver desde entonces. Nadie en Hotshot recordaba haberlo visto aquel día, dijeron.

—Como a Jason —dije débilmente—. Se lo ha tragado la tierra.

—Pero Jason estaba en su casa y, según lo que dices, Crystal no está implicada.

Seguí el hilo de aquella extraña historia.

—Tienes razón. ¿Acabó alguien descubriendo qué sucedió con el sheriff Dowdy?

—No. Y nadie volvió a ver tampoco a Garitón Norris.

Y ahora venía la parte interesante.

—¿Y cuál es la moraleja de esta historia?

—Que la gente de Hotshot se toma la justicia por su mano.

—Por lo que es mejor tenerlos de tu lado. —Extraje mis propias conclusiones.

—Sí —dijo Sam—. Es evidente que necesitas tenerlos de tu lado. ¿No recuerdas el caso? Fue hace unos quince años.

—Por aquel entonces tenía mis propios problemas —le expliqué. Me había quedado huérfana con nueve años de edad y estaba descubriendo mis poderes telepáticos.

La gente empezó a entrar en el bar al salir del trabajo, de camino a casa. Sam y yo no tuvimos oportunidad de volver a hablar durante el resto de la tarde, lo cual a mí me vino bien. Sentía mucho cariño por Sam, que a menudo había protagonizado algunas de mis fantasías más privadas, pero en aquel momento tenía tantas cosas por las que preocuparme que ya no me cabía ninguna más.

Aquella noche descubrí que había quien pensaba que la desaparición de Jason mejoraba la sociedad de Bon Temps. Entre ellos estaban Andy Bellefleur y su hermana, Portia, que vinieron a cenar al Merlotte's porque su abuela Caroline ofrecía una cena en casa y no les apetecía asistir a la misma. Andy era detective de la policía y Portia era abogada, y ni el uno ni la otra se contaban en mi lista de personajes favoritos. Para empezar (y quizá en eso hubiera algo de envidia por lo que yo no podría tener nunca), cuando Bill descubrió que eran sus descendientes, tramó un sofisticado plan para donar anónimamente dinero a los Bellefleur, y ellos estuvieron encantadísimos de recibir aquel misterioso legado. Pero no soportaban a Bill, y yo sentía una rabia constante al verlos pasear con sus nuevos coches y su ropa cara, al ver que renovaban el tejado de la mansión, y no dejaban de hablar mal de Bill..., y también de mí, por ser su novia.

Andy siempre se había mostrado amable conmigo antes de que empezara a salir con Bill. Al menos siempre había sido educado y me dejaba propinas decentes. Siempre había sido invisible para Portia, que tenía su propia ración de penas personales. Le había salido un pretendiente, y me preguntaba maliciosamente si no sería consecuencia del repentino y vertiginoso aumento de la fortuna de la familia Bellefleur. A veces, me preguntaba también si Andy y Portia serían felices en proporción directa a mis miserias. Aquella tarde de invierno estaban de muy buen humor y atacaron sus hamburguesas con muchas ganas.

—Siento lo de tu hermano, Sookie —dijo Andy, cuando volví a llenarle la taza de té.

Le miré con un rostro inexpresivo. "Mentiroso", pensé. Pasado un segundo, los ojos de Andy se trasladaron de mi persona al salero, que al parecer se había vuelto tremendamente fascinante.

—¿Has visto a Bill últimamente? —preguntó Portia, secándose a golpecitos la boca con una servilleta. Estaba intentando romper el incómodo silencio que se había producido con una pregunta de cortesía, pero lo único que consiguió fue ponerme más rabiosa si cabe.

—No —respondí—. ¿Queréis alguna cosa más?

—No, gracias, esto es todo —contestó ella rápidamente. Di media vuelta y me alejé de su mesa. Y entonces, una sonrisa se formó en mi boca. En el mismo momento en que yo me dije "Bruja", Portia pensó "Vaya bruja".

"Tiene un buen culo", se interpuso Andy. Caramba con la telepatía. ¡Maldita sea! No se la desearía ni a mi peor enemigo. Envidiaba a la gente que sólo escuchaba a través de los oídos.

Llegaron entonces Kevin y Kenya, que siempre se cuidaban de no beber alcohol. La suya era una pareja que había dado a la gente de Bon Temps muchos motivos de regocijo. Kevin, de raza blanca, era alto y delgado, un corredor de maratón; incluso el equipamiento que llevaba colgado del cinturón de su uniforme parecía demasiado peso para él. Su pareja, Kenya, era cinco centímetros más alta qué él, pesaba varios kilos más y era unos quince tonos más oscura. Los hombres que frecuentaban el bar llevaban un par de años apostando si acabarían siendo amantes..., aunque, naturalmente, los tipos del bar no lo expresaban de una forma tan correcta.

Sin quererlo, sabía que Kenya (con sus esposas y su porra) representaba el sueño de muchos clientes. Sabía también que los hombres que más despiadadamente se burlaban y ridiculizaban a Kevin eran precisamente los que tenían fantasías más lujuriosas. Mientras llevaba las hamburguesas a la mesa de Kevin y Kenya, adiviné que Kenya estaba preguntándose si debería sugerirle a Bud Dearborn que pidiera los perros rastreadores a un condado vecino para colaborar en la búsqueda de Jason, mientras que Kevin estaba preocupado por el corazón de su madre, que últimamente había estado dando más guerra de la habitual.

—Sookie —dijo Kevin, cuando les llevé la botella de ketchup—, quería comentarte que hoy se han pasado por la comisaría de policía unas personas que querían colgar unos carteles sobre un vampiro.

—Sí, he visto uno de esos carteles en el supermercado —dije.

—Soy consciente de que el hecho de que hayas salido con un vampiro no te convierte en una experta —dijo con cautela Kevin, que siempre se esforzaba en mostrarse amable conmigo—, pero me preguntaba si habías visto a ese vampiro. Antes de que desapareciese, claro está.

Kenya me miraba también, sus ojos oscuros me examinaban con gran interés. Kenya estaba pensando que yo siempre parecía estar metida en todos los barullos que sucedían en Bon Temps, aunque yo no fuera mala (gracias, Kenya). Confiaba, por mi bien, en que Jason siguiera con vida. Kevin estaba pensando que yo siempre había sido amable con él y con Kenya; y estaba pensando que no me pondría jamás un dedo encima. Suspiré, y confié en que no se dieran cuenta de ello. Esperaban una respuesta. Dudé, preguntándome cuál sería la mejor. La verdad siempre es más fácil de recordar.

—Claro que lo he visto. Eric es el propietario del bar de vampiros de Shreveport —dije—. Me lo encontraba siempre que iba allí con Bill.

—¿Lo has visto recientemente?

—Puedo jurarte que no fui yo quien lo secuestró de Fangtasia —le solté, con bastante sarcasmo en mi tono de voz.

Kenya me lanzó una mirada avinagrada, y no la culpé por ello.

—Nadie te ha dicho que lo hicieras —me dijo, en un tono que en realidad significaba "No me des más problemas de los que ya tengo". Yo me encogí de hombros y me marché.

Tenía mucho que hacer, pues había aún gente cenando (y otros bebiendo en lugar de cenar) y también empezaban a entrar muchos clientes habituales después de haber cenado en casa. Holly también estaba ocupada, y cuando uno de los hombres que trabajaban para la compañía telefónica derramó su cerveza en el suelo, tuvo que ir a buscar la fregona y el cubo. Así que, cuando se abrió la puerta, empezaba a acumulársele el trabajo. La vi sirviéndole su pedido a Sid Matt Lancaster, dando la espalda a la puerta. Por eso no vio quién entraba, pero yo sí. El joven que Sam había contratado para despejar las mesas en horas punta estaba ocupado limpiando dos mesas juntas donde había estado sentado un grupo grande de trabajadores locales y yo estaba limpiando la mesa de los Bellefleur. Andy estaba charlando con Sam mientras esperaba a Portia, que había ido al servicio. Yo acababa de guardar en el bolsillo la propina que me habían dejado, que era el quince por ciento de su cuenta. Las propinas de los Bellefleur habían mejorado —ligeramente— con su fortuna. Levanté la vista cuando la puerta se mantuvo abierta el tiempo suficiente como para que entrara una gélida ráfaga de aire.

La mujer que entró era tan alta, tan delgada y tan ancha de hombros que tuve que mirarle el pecho para asegurarme de que no me había confundido de sexo. Llevaba su grueso pelo castaño muy corto e iba sin maquillaje. La acompañaba un hombre, pero no lo vi hasta que ella se hizo a un lado. Tampoco él se quedaba manco en lo que a la altura se refiere y su ceñida camiseta revelaba los brazos más musculosos que había visto en mi vida. Horas de gimnasio; no, años de gimnasio. Tenía el cabello ondulado, de color avellana, que le llegaba hasta los hombros y su barba y su bigote eran bastante más rojizos. Ninguno de los dos llevaba abrigo, a pesar del clima invernal. Los recién llegados se dirigieron hacia mí.

—¿Dónde está el propietario? —preguntó la mujer.

—Es Sam. Está detrás de la barra —dije, bajando la vista lo más pronto que pude y poniéndome de nuevo a limpiar la mesa. El hombre me había mirado con curiosidad; eso era normal. Cuando pasaron por mi lado, me di cuenta de que llevaba unos carteles bajo el brazo y una grapadora. Llevaba también un rollo de cinta adhesiva, que colgaba de su muñeca izquierda.

Miré a Holly. Se había quedado paralizada, sujetando inmóvil, a medio camino del mantelito de Sid Matt Lancaster, la taza de café que le iba a servir. El viejo abogado levantó la vista y siguió su mirada hasta la pareja que se abría camino entre las mesas del bar. El Merlotte's, un lugar tranquilo y pacífico hasta el momento, se llenó de repente de tensión. Holly sirvió la taza sin quemar al señor Lancaster, dio media vuelta y desapareció a toda velocidad por las puertas basculantes que daban a la cocina.

No necesité nada más para confirmar la identidad de la mujer.

La pareja se acercó a Sam e inició una conversación en voz baja con él, que escuchó Andy simplemente porque estaba allí mismo. Pasé por su lado de camino hacia la ventanilla donde dejaba los platos sucios y oí que la mujer decía (con una voz profunda de contralto) "... hemos colgado estos carteles por la ciudad, por si acaso alguien lo ve".

Era Hallow, la bruja cuya búsqueda de Eric tanto malestar había causado. Ella, o un miembro de su aquelarre, era probablemente quien había asesinado a Adabelle Yancy. Y tal vez la mujer que se había llevado a mi hermano Jason. La cabeza empezó a palpitarme con fuerza, como si en su interior tuviera un pequeño demonio intentando romperla a martillazos.

No me extrañaba que Holly se hubiera puesto en aquel estado y no quisiera que Hallow la viera. Había estado presente en la reunión que Hallow había celebrado en Shreveport y su aquelarre había rechazado su invitación.

—Naturalmente —dijo Sam—. Cuelga uno en esta pared. —Le indicó un espacio en blanco junto a la puerta que conducía a los baños y a su despacho.

Holly asomó la cabeza por la puerta de la cocina, vio a Hallow y volvió a esconderse. La mirada de ésta se dirigió hacia la puerta, pero no a tiempo de ver a Holly.

Pensé en saltar sobre Hallow, machacarla hasta que me dijera todo lo que quería saber sobre mi hermano. Era lo que mi cabeza me empujaba a hacer: iniciar la acción, cualquier acción. Pero tuve un destello de sentido común que, por suerte para mí, tomó el control de la situación. Hallow era grande e iba acompañada por un compinche que me aplastaría a la primera. Además, Kevin y Kenya me obligarían a parar antes de que consiguiera hacerla hablar.

Resultaba terriblemente frustrante tenerla justo delante de mí y no poder averiguar lo que esa mujer sabía. Bajé todos mis escudos de protección e intenté escuchar con todas mis fuerzas.

Pero cuando entré en su cabeza, Hallow sospechó algo de inmediato.

Se quedó un poco perpleja y miró a su alrededor. Aquel gesto fue suficiente advertencia para mí. Retrocedí a mis propios pensamientos con toda la rapidez que me fue posible. Continué mi camino hacia detrás de la barra, pasando a medio metro de la bruja mientras ella intentaba averiguar quién había entrado en su cerebro.

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