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Authors: Charlaine Harris

Muerto Para El Mundo (18 page)

BOOK: Muerto Para El Mundo
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Mientras el agua me aporreaba la espalda, reflexioné y pensé que yo debía de ser una persona muy simple. Necesitaba muy poco para ser feliz. Una larga noche con un chico muerto había bastado. Pero no era sólo aquel sexo tan dinámico lo que me había proporcionado tanto placer (aunque había habido momentos que recordaría hasta el día de mi muerte), sino también la compañía. La intimidad, de hecho.

Ya sé que soy estereotípica. Había pasado la noche con un hombre que me había dicho que era bonita, un hombre que había disfrutado de mí y que me había proporcionado un placer muy intenso. Me había acariciado, me había abrazado y había reído conmigo. No corríamos el peligro de que nuestro placer acabara con un bebé, pues los vampiros no pueden tener hijos. Yo no le había sido infiel a nadie (aunque tengo que admitir que había sentido cierto remordimiento al pensar en Bill) y Eric tampoco. No habíamos hecho nada malo.

Mientras me cepillaba los dientes y me maquillaba un poco, me vi obligada a reconocer que seguramente el reverendo Fullenwilder no estaría de acuerdo con mi punto de vista.

De todos modos, no pensaba contárselo. Sería un asunto que quedaría entre Dios y yo. Me imaginaba que era Dios quien me había creado con la tara de la telepatía, y que por ello podría hacer un poco la vista gorda con lo del sexo.

También lamentaba cosas, claro está. Me encantaría casarme y tener hijos. Sería la esposa más fiel del mundo. Sería una buena madre. Pero no podía casarme con un chico normal y corriente porque siempre sabría cuándo me mentiría, cuándo estaría enfadado conmigo y sabría exactamente todo lo que pensaba de mí. Incluso el simple hecho de salir con un chico normal era más de lo que era capaz de gestionar. Los vampiros no pueden casarse, todavía no, al menos legalmente; tampoco es que algún vampiro me lo hubiera pedido, me recordé, empujando con fuerza una toalla para que cupiese en la cesta de la ropa sucia. Tal vez pudiera soportar una relación larga con un hombre lobo o con un cambiante, pues sus pensamientos nunca estaban del todo claros para mí. Pero ¿dónde encontrar al hombre lobo dispuesto a ello?

Mejor disfrutar del momento, y la verdad es que me había acostumbrado a hacerlo. Tenía conmigo a un atractivo vampiro que había perdido temporalmente su memoria y, junto con ella, gran parte de su personalidad: un vampiro que necesitaba tanto consuelo como yo.

De hecho, mientras me ponía los pendientes pensé que Eric tenía más de un motivo para estar encantado conmigo. Notaba que tras varios días sin recuerdos de sus posesiones o sus subordinados, días carentes de personalidad, desde anoche disponía de algo suyo: yo. Su amante.

Aunque estaba situada delante de un espejo, no veía en realidad mi reflejo. Lo que veía, y muy claramente, es que —en aquel momento— yo era lo único que Eric podía considerar como suyo.

Mejor no fallarle.

Estaba pasando rápidamente de la "felicidad relajada" a la "resolución culpable y pesimista", así que fue un alivio que sonara el teléfono. El mío tenía identificador de llamadas, por lo que me di cuenta de que era Sam y desde el bar, no desde su tráiler.

 

—¿Sookie?

—Hola, Sam.

—Siento lo de Jason. ¿Tienes noticias?

—No. Cuando me he despertado he llamado a la oficina del sheriff y he hablado con la telefonista. Me ha dicho que Alcee Beck me llamará en cuanto sepan algo. Lo mismo que las veinte últimas veces que he llamado.

—¿Quieres que busque a alguien para que te cubra el turno?

—No. Prefiero estar ocupada que quedarme en casa esperando. Si tienen algo que decirme, ya saben dónde encontrarme.

—¿Estás segura?

—Sí. Gracias por ofrecérmelo, de todos modos.

—Ya sabes, si puedo hacer algo por ayudarte, no tienes más que pedírmelo.

—Pues hay algo que sí puedes hacer, ahora que lo dices.

—Cuéntame.

—¿Recuerdas a la cambiante que acompañaba a Jason en Nochevieja?

Sam se quedó pensando.

—Sí —dijo algo dudoso—. ¿Una de las chicas Norris? Viven en Hotshot.

—Eso es lo que me dijo Hoyt.

—Ten cuidado con la gente de allí, Sookie. Es un viejo poblado. Un poblado endogámico.

No estaba muy segura de lo que Sam estaba intentando decirme.

—¿Podrías hablar un poco más claro? La verdad es que hoy no estoy para desvelar indirectas sutiles.

—En este momento no puedo.

—¿No estás solo?

—No. Está por aquí el chico que trae los aperitivos. Simplemente te advierto que vayas con cuidado. Son distintos, muy distintos, de verdad.

—Entendido —dije en voz baja, sin comprender todavía qué trataba de decirme—. Iré con cuidado. Nos vemos a las cuatro y media —me despedí, y colgué, algo insatisfecha y bastante perpleja.

Disponía de mucho tiempo para ir a Hotshot y estar de vuelta a la hora de entrar a trabajar. Me puse unos vaqueros, unas zapatillas deportivas, una camiseta de manga larga de color rojo y mi viejo abrigo azul. Busqué la dirección de Crystal Norris en el listín telefónico y saqué mi mapa de la cámara de comercio para encontrar cómo llegar hasta allí. Había vivido toda la vida en el condado de Renard y lo conocía bien, salvo la zona de Hotshot; era una especie de agujero negro para mí.

Cogí la carretera en dirección norte y cuando llegué al cruce, giré a la derecha. Pasé por delante de la fábrica maderera, que era la principal industria de Bon Temps, por delante de un tapicero y por delante de la compañía del agua. Dejé atrás un par de licorerías y en un cruce de carreteras vi un supermercado en el que aún colgaba, del verano pasado, un cartel que anunciaba "CERVEZA FRÍA Y CEBOS". Giré de nuevo a la derecha, para seguir entonces dirección sur.

Cuanto más me adentraba en la zona rural, peor era el estado de la carretera. Las máquinas segadoras y de mantenimiento no habían pasado por allí desde finales de verano. Aquello significaba que o bien los habitantes de la comunidad de Hotshot no tenían ninguna influencia en el gobierno del condado, o bien no querían recibir visitantes. De vez en cuando, la carretera parecía sumergirse entre los brazos del río. En época de lluvias, aquellas zonas debían de quedar inundadas. No me sorprendería que de vez en cuando la gente se tropezara con algún que otro caimán.

Llegué finalmente a otro cruce. El cruce de la tienda de cebos parecía un centro comercial en comparación. Había unas cuantas casas dispersas por la zona, tal vez ocho o nueve. Eran casas pequeñas, ninguna de ellas de ladrillo. La mayoría tenía varios coches aparcados en la parte delantera. Algunas de ellas tenían un columpio oxidado o un aro de baloncesto, y en un par de jardines vi una antena parabólica. Curiosamente, todas las casas parecían apartadas del cruce; la zona en torno a la intersección de carreteras estaba despoblada. Era como si alguien hubiera atado una cuerda a una estaca clavada en medio del cruce y hubiera trazado una circunferencia a partir de allí. En su interior no había nada. Fuera de ella, se situaban las casas.

Según mi experiencia, en una población así encuentras el mismo tipo de gente que encuentras en cualquier parte. Los había pobres, orgullosos y buenos. Los había pobres, malos e inútiles. Pero todos se conocían muy bien entre ellos y no había acto de uno o de otro que pasase desapercibido.

Era un día gélido, y no había nadie en el exterior que me indicara si se trataba de una comunidad negra o una comunidad blanca. Era poco probable que fuese mixta. Me pregunté si estaba en el cruce correcto de carreteras, pero mis dudas quedaron disipadas en cuanto vi, delante de una de las casas y clavada en un poste, una falsa señal de tráfico de color verde, de las que pueden comprarse en las tiendas de decoración. Ponía "HOTSHOT".

Estaba en el lugar correcto. Ahora se trataba de localizar la casa de Crystal Norris.

No sin cierta dificultad, vi un número en un buzón oxidado, y luego vi otro. Siguiendo un proceso de eliminación, me imaginé que la siguiente casa sería la de Crystal Norris. La casa de los Norris era algo distinta a las demás; tenía un pequeño porche con un viejo sillón y un par de sillas de jardín, y dos coches aparcados delante, un Ford Fiesta y un Buick antiguo.

Cuando aparqué y salí, me di cuenta de una extraña característica de Hotshot.

No había perros.

Cualquier otro pueblecito como aquél habría tenido al menos una docena de chuchos dando vueltas por allí y me pregunté si podía salir del coche sin correr peligro. No se oía ni un solo ladrido que rompiera el silencio invernal.

Crucé el jardín de tierra con la sensación de que a cada paso que daba me observaban mil ojos. Abrí la maltrecha puerta mosquitera para poder llamar a la robusta puerta de madera.

En la puerta había tres paneles de cristal. Por el más bajo vi que me miraban unos ojos oscuros.

Se abrió la puerta justo cuando tanto rato de espera empezaba a ponerme nerviosa.

La chica que acompañaba a Jason en Nochevieja tenía ese día un aspecto menos festivo. Iba vestida con unos vaqueros negros y una camiseta de color beis, unas botas compradas en Payless y su pelo corto, negro y rizado parecía un poco sucio. Era delgada, seria y no aparentaba los veintiún años que yo recordaba haber leído en su carné de identidad.

—¿Crystal Norris?

—¿Sí? —Su voz no es que sonara especialmente antipática, pero sí preocupada.

—Soy la hermana de Jason Stackhouse, Sookie.

—¿Ah, sí? Pasa. —Se retiró y entré en un diminuto salón. Estaba lleno de muebles pensados para un espacio mucho mayor: dos sillones con asiento reclinable y un sofá de tres plazas de piel sintética de color marrón con grandes botones separando el vinilo, de modo que formaba pequeños montículos. Era el típico sofá en el que en verano te quedabas pegado y en invierno te resbalabas y caías de él. Seguro que los huecos de los botones estaban llenos de migas.

El suelo estaba cubierto con una moqueta moteada en tonos granates, amarillos y marrones y había juguetes por todas partes. Encima del televisor había un cuadro de la Santa Cena y toda la casa olía de un modo agradable a judías pintas con arroz y maíz.

En el umbral de la puerta de la cocina había un niño que daba sus primeros pasos y estaba experimentando con construcciones Duplo. Me imaginé que era un niño, pero era difícil adivinarlo con toda seguridad. Iba vestido con un peto y un jersey de cuello alto de color verde que daba pocas pistas y el fino y despeinado cabello del pequeño no estaba ni cortado corto, ni adornado con ningún lazo.

—¿Es tu hijo? —pregunté, intentando que mi voz sonara amable y dispuesta a entrar en conversación.

—No, es de mi hermana —respondió Crystal. Me indicó uno de los sillones con asiento reclinable.

—Crystal, el motivo por el que estoy aquí... ¿Sabes que Jason ha desaparecido?

Estaba sentada en el borde del sillón y tenía la mirada clavada en sus finas manos. Cuando le formulé la pregunta, me miró fijamente a los ojos. Era evidente que ya lo sabía.

—¿Desde cuándo? —preguntó. Su voz tenía un agradable sonido ronco; era una chica que se hacía escuchar, sobre todo por los hombres.

—Desde la noche del 1 de enero. Se fue de mi casa y a la mañana siguiente no se presentó en el trabajo. En el pequeño embarcadero que hay detrás de su casa había una mancha de sangre. Su camioneta estaba aparcada delante, en el jardín. La puerta del coche estaba abierta.

—No sé nada al respecto —dijo al instante.

Mentía.

—¿Quién te dijo que yo tenía algo que ver con todo esto? —preguntó, empezando a mostrarse arrogante—. Tengo mis derechos. No tengo por qué hablar contigo.

Por supuesto, la enmienda 29 de la Constitución: los cambiantes no tienen que hablar con Sookie Stackhouse.

—Sí que tienes que hacerlo. —De pronto, abandoné mi tono amable. Me había tocado la tecla que no debía—. Yo no soy como tú. No tengo ni una hermana ni un sobrino. —E hice un gesto en dirección al pequeño, imaginando que tenía un cincuenta por ciento de probabilidades de acertar—. No tengo madre, ni padre, ni nada; nada, excepto a mi hermano. —Respiré hondo—. Quiero saber dónde está Jason. Y si sabes alguna cosa, mejor que me lo digas.

—Y si no, ¿qué me vas a hacer? —Su fino rostro se torció en una mueca. Sin embargo, quería conocer en serio lo que yo podía llegar a hacerle; conseguí leer eso.

—Sí, ¿qué? —preguntó una voz más tranquila.

Miré hacia la puerta y vi a un hombre que probablemente había pasado los cuarenta. Llevaba una barba bien recortada salpicada de gris y el pelo muy corto. Era un hombre menudo, de un metro setenta, no más, de complexión ligera y brazos musculosos.

—Todo lo que esté en mi mano —dije. Lo miré directamente a los ojos. Eran de un verde dorado extraño. No parecía hostil, la verdad. Parecía más bien sentir curiosidad.

—¿Qué has venido a hacer aquí? —preguntó, siguiendo con su tono de voz neutral.

—¿Quién es usted? —Tenía que saber quién era aquel tipo. No pensaba perder el tiempo repitiendo mi historia a alguien por mero divertimento. Pero dado su aire de autoridad, y el hecho de que no optase por la beligerancia directa, pensé que era un hombre con quien merecía la pena hablar.

—Soy Calvin Norris, el tío de Crystal. —Su modelo cerebral revelaba que también era algún tipo de cambiante. Dada la ausencia de perros en el poblado, imaginé que eran licántropos.

—Soy Sookie Stackhouse, señor Norris. —La expresión de interés creciente que mostraba su rostro no era ninguna imaginación mía—. Su sobrina asistió a la fiesta de Nochevieja del Merlotte's en compañía de mi hermano Jason. Mi hermano desapareció la noche siguiente. Quería saber si Crystal sabía alguna cosa que me ayudara a localizarlo.

Calvin Norris se inclinó para acariciar la cabecita del niño y, a continuación, se acercó al sofá donde estaba Crystal sentada y mirándolo con el ceño fruncido. Se sentó a su lado, apoyó los codos sobre sus rodillas y dejó las manos colgando entre ellas, relajadas. Inclinó la cabeza y miró a la enfadada Crystal.

—Es razonable, Crystal. La chica quiere saber dónde está su hermano. Si sabes algo al respecto, díselo.

A lo que Crystal le espetó:

—¿Y por qué tendría que contárselo? Ha llegado y ha empezado a amenazarme.

—Porque ayudar a la gente que tiene problemas es una mera cuestión de educación. Hasta ahora, no habías ido a ofrecerle tu ayuda voluntariamente, ¿verdad?

—No creí que hubiera desaparecido. Pensaba que... —Y se interrumpió cuando notó que había hablado más de la cuenta.

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