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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Muerte en Hamburgo (5 page)

Fabel sabía a qué costumbre se refería Klugmann, una de las preferidas de la mafia turca: si alguien se la jugaba en un negocio de drogas, o daba información a la policía, aparecería muerto en el bosque al norte de Hamburgo. Sin manos, con los dientes destrozados y el rostro cortado. Aquello dificultaba, y a veces hacía imposible, la identificación de la víctima, y retrasaba las investigaciones hasta el punto de que a menudo el rastro se enfriaba tanto que impedía lograr una condena.

—Vale, vale…, cálmese —dijo Fabel—. Pero tiene que comprender que usted es la única persona que podemos situar en el apartamento.

—Sí, claro…, durante treinta segundos, joder. En cuanto la he visto… así… he salido pitando a llamarlos.

—¿No ha utilizado el teléfono de la casa?

—No. He llamado desde el móvil. No he podido quedarme ahí dentro. He tenido que salir.

—¿Ha llegado sobre las 2:30? —preguntó Fabel.

—Sí.

—¿Y no ha tocado nada?

—No. Tal como he entrado, he salido.

—¿Cómo ha entrado? ¿Tiene llave?

—No. Bueno, sí, sí tengo llave, pero no la he utilizado. La puerta no estaba cerrada, estaba entreabierta.

—Su llamada a la Polizeidirektion está registrada a las 2:35. ¿Dónde se encontraba antes de ir al apartamento?…

—En el Paradies-Tanzbar, trabajando.

—¿Hasta qué hora, exactamente?

—Hasta la 1:45, más o menos.

—No se tardan tres cuartos de hora en ir de la Grosse Freiheit al piso.

—Tenía unos asuntos pendientes…

—¿Qué asuntos?

Klugmann abrió las manos, con las palmas hacia arriba, y ladeó la cabeza. Fabel cogió su bolígrafo y lo movió entre los dientes.

—Si no puede o no quiere decírnoslo, eso le da la oportunidad de matar a la chica, limpiarse y afirmar que acababa de llegar cuando ha encontrado el cuerpo.

—Vale, vale… He ido a ver a un tipo que conozco en el Hafen…, he comprado material…

—¿A quién?

—No hablará en serio…

Fabel le lanzó una fotografía de la escena del crimen deslizándola por la mesa. La escena había sido captada a pleno color, con tanta intensidad que parecía irreal.

—Esto no es una broma.

Klugmann se quedó helado, y su rostro, blanco. Era evidente que los recuerdos acudían en tropel a su mente.

—Era una amiga. Eso es todo.

Werner soltó un suspiro. Klugmann no le hizo caso y miró fijamente a Fabel.

—Y usted sabe que no la he matado yo, Herr Fabel… —La intensidad desapareció de sus ojos y de su pose—. De todas formas, he cogido un taxi para ir del club al Hafen. El taxista me ha esperado mientras me reunía con ese tipo y luego me ha llevado al apartamento. Me ha dejado allí sobre las 2:30. Puede informarle de todos mis movimientos desde que he salido del club hasta que he llegado al piso. Hablen con la empresa de taxis.

—Estamos en ello.

Fabel cerró la carpeta y se levantó. Parecía claro que Klugmann no era el asesino; no tenían una base sólida para retenerlo, ni siquiera como testigo relevante. Sin embargo, el interrogatorio había inquietado a Fabel.

Klugmann parecía exactamente lo que se suponía que era, pero Fabel tenía la impresión de estar mirando un mapa al revés: todos los puntos de referencia estaban ahí, pero desorientaban en vez de guiar. Con las dos carpetas debajo del brazo, Fabel se dirigió hacia la puerta y habló sin volverse para mirar a Klugmann.

—De todas formas, le pediremos al equipo forense que lo examine y analice su ropa.

Todo en Maria Klee era energía y perspicacia, desde el acento cortado de Hamburgo hasta el pelo rubio corto y estiloso. Cuando Fabel salió de la sala de interrogatorios, ella estaba esperándolo en el pasillo. Tenía un folio en la mano.

—¿Cómo ha ido? —le preguntó con brío.

Fabel estaba a punto de contestarle cuando un agente de uniforme de la Schutzpolizei llegó para escoltar a Klugmann hasta el departamento forense. Los ojos de Klugmann y de Maria se encontraron un instante; pareció que Klugmann tenía la mirada perdida, como si Maria no estuviera allí, mientras que ella frunció el ceño, como si intentara descifrar algo.

—¿Lo conoces? —le preguntó Fabel cuando Klugmann y su escolta ya no podían oírlos.

—No lo sé… Me parece que me suena, pero no sabría decirte de qué…

—Bueno, es posible. Es ex agente de la policía de Hamburgo.

Maria volvió a encogerse de hombros, esta vez como si se sacudiera de encima una incoherencia irritante.

—Bueno, ¿cómo ha ido la cosa?

—Es evidente que no es nuestro hombre, pero no es trigo limpio. Tiene algo raro. Hay algo que no nos ha contado. De hecho, hay muchas cosas que no nos ha contado. ¿Cómo te ha ido a ti?

—He hablado con el director del Tanzbar, Arno Hoffknecht. Ha confirmado que Klugmann estuvo allí hasta la 1:30.

—¿Es posible que Hoffknecht lo esté encubriendo?

—Bueno, si no lo ves no te lo crees. Qué tipo más sórdido. Se me ha puesto la piel de gallina. —Maria hizo como si se estremeciera—. Pero no, no está encubriendo a Klugmann. Hay demasiada gente que lo vio durante su turno. La Kriminalpolizei de la comisaría de Davidwache ha comprobado también la declaración de Klugmann de que fue a todas partes en el mismo taxi…

—Acaba de contarnos la misma historia.

—En cualquier caso, el taxista confirma que recogió a Klugmann en el club a la 1:45, que lo llevó a una Kneipe del Hafen (Klugmann le dijo que esperara) y luego lo dejó en el piso a las 2:30.

—Muy bien. ¿Algo más?

—Sí, me temo que sí —dijo Maria, y le dio a Fabel la copia impresa del mensaje de correo electrónico que tenía en la mano.

Miércoles, 4 de junio. 10:00 h

POLIZEIPRÄSIDIUM (HAMBURGO)

Fabel volvió a leerlo en voz alta, luego dejó la página en la mesa y fue hacia la ventana. La sala de información estaba en la tercera planta del Polizeipräsidium. El tráfico de la calle latía con el cambio de los semáforos: el ritmo tranquilizador de la vida de Hamburgo.

—¿Y el mensaje iba dirigido a ti personalmente? —preguntó Van Heiden.

—Sí, igual que el último. —Fabel bebió un poco de té. Estaba tan flojo que casi no sabía a nada: tal como les gusta a los frisones; tal como le gustaba a Fabel. Siguió de espaldas a los demás, mirando a través de la lluvia, más allá del Winterhuder Stadtpark, a donde la ciudad se elevaba hacia el cielo plomizo.

—¿No hay forma de rastrear el mensaje? —preguntó Van Heiden.

—Por desgracia no, Herr Kriminaldirektor —contestó Maria Klee—. Parece que nuestro amigo tiene un conocimiento muy sofisticado de la tecnología de la información. A menos que lo pillemos cuando esté conectado, no hay forma de localizarlo. Incluso en ese caso sería improbable.

—¿La sección técnica lo ha estudiado?

—Sí, señor —dijo Maria Klee. Fabel seguía sin volverse; continuaba centrado en el tráfico denso de la calle—. También tenemos a un experto independiente examinando el mensaje. No hay forma de rastrearlo.

—Es perfecto —dijo Fabel—. Una carta o una nota anónimas nos aportan pruebas físicas; podemos buscar el ADN, realizar análisis de la letra, identificar de dónde han salido el papel y la tinta…; pero un mensaje de correo electrónico tiene una presencia electrónica. Desde el punto de vista forense, no existe.

—Pero yo creía que era imposible enviar un mensaje de correo electrónico anónimo —dijo Van Heiden—. Debemos de tener una dirección IP.

A Fabel le sorprendieron los conocimientos que tenía Van Heiden de la tecnología de la información.

—Así es. Tenemos dos mensajes de correo electrónico distintos, cada uno con una dirección y una identidad de proveedor de acceso a internet distintas. Hemos rastreado las dos y hemos descubierto que nuestro hombre ha entrado en lo que debería ser una red de seguridad impenetrable y ha abierto cuentas falsas… Luego, ha enviado los mensajes desde estas cuentas.

Fabel se apartó de la ventana. Había seis personas sentadas a la mesa de cerezo. Los cuatro miembros principales del equipo de la Mordkommission de Fabel —Werner Meyer, Maria Klee, Anna Wolff y Paul Lindemann— estaban sentados juntos a un lado. En el otro, estaba una mujer atractiva de pelo oscuro y de unos treinta y cinco años, la doctora Susanne Eckhardt, la psicóloga criminal. Presidiendo la mesa estaba Horst Van Heiden, Leitender Kriminaldirektor de la policía de Hamburgo: el jefe de Fabel. Van Heiden se levantó de la silla; parecía que su destino genético era ser policía; incluso ahora, con su traje gris claro de Hugo Boss, lograba transmitir la impresión de que llevaba uniforme. Anduvo los pocos pasos que había hasta la pared de la sala de información, en la que grandes fotografías en color, tomadas desde distintos ángulos, mostraban el cuerpo despedazado de la joven. Sangre por todas partes. Huesos blancos asomaban relucientes entre la sangre y la carne. Dos mujeres distintas, dos escenarios distintos, pero el horror que presidía las imágenes era el mismo: los pulmones extraídos y colocados fuera del cuerpo. Los ojos de Van Heiden examinaron el honor, manteniendo el rostro impasible.

—Supongo que ya sabes quién me espera (nos espera) arriba, ¿no, Fabel?

—Sí, Herr Kriminaldirektor. Lo sé.

—Y ya sabes que me está haciendo la vida imposible para que acabemos con… con esto.

—Soy muy consciente de las presiones políticas que tiene, señor. Pero lo que a mí me preocupa es evitar que otra pobre mujer acabe siendo víctima de este animal.

Los pequeños ojos azules de Van Heiden brillaron con cierta frialdad.

—Mis prioridades, Herr Kriminalhauptkommissar, son exactamente las que deberían ser. —Volvió a mirar las imágenes—. Tengo una hija que tiene más o menos la edad de la segunda víctima. —Se volvió hacia Fabel—. Pero no me hace ninguna falta tener al Erste Bürgermeister de Hamburgo todo el día encima.

—Como le he dicho, señor, todos estamos intentando atrapar a este cabrón cuanto antes.

—Otra cosa. Todo eso de «extender las alas del águila» y «nuestra tierra sagrada»… No me gusta. Suena a algo político. El águila… ¿El águila alemana?

—Podría ser —dijo Fabel, mirando a Susanne Eckhardt.

—Podría ser… —confirmó ésta. Al hablar, en su voz se coló un acento del sur; de Múnich, le pareció a Fabel—. Pero el águila es una imagen psicológica potente en cualquier cultura, un símbolo de poder y depredación. El águila podría ser su metáfora: observa, vuela en círculos, sus presas no la ven, y se abalanza silenciosa sobre su objetivo. Es más probable que esté motivado por un impulso sexual profundamente sublimado y abstraído que por una ideología política extremista. Este hombre no es un fanático: es un psicótico. Es distinto…, aunque tengo que admitir que la religiosidad del mensaje de correo electrónico (la sensación de cruzada) y el método en forma de ritual de las muertes me preocupan.

—¿Estáis buscando a un neonazi loco, o no? —La voz de Van Heiden tenía un tono agresivo.

—Lo dudo. Lo dudo mucho. Las víctimas no tienen un origen étnico no alemán, no son el objetivo típico de los ataques neonazis. Pero no puedo excluir esa posibilidad. Creo que es más probable que se trate de una cruzada personal. —Susanne Eckhardt tenía la expresión de alguien que intenta recordar dónde ha dejado las llaves del coche.

—¿Qué pasa, Frau Doktor? —preguntó Fabel.

La doctora Eckhardt soltó una risita casi patética.

—No es nada… o al menos nada que resistiera un examen profesional riguroso o incluso objetivo…

—Por favor, compártalo con nosotros de todas formas —dijo Van Heiden.

—Bueno, tan sólo es que este mensaje de correo electrónico presenta al clásico psicótico socialmente disfuncional. Está todo ahí: sentimientos de desplazamiento y aislamiento social; una moralidad pervertida que tiene un objetivo; identificación con un símbolo elevado de depredación…

Fabel sintió que una corriente eléctrica recorría el vello de su nuca. Otra cosa que era demasiado correcta.

—No lo entiendo. —Estaba claro que Van Heiden no captaba el mensaje implícito—. Ha dicho que no había duda de que el mensaje era auténtico; que lo había escrito nuestro asesino.

—No…, bueno, sí… —Eckhardt se rió de nuevo, dejando ver unos dientes perfectos que relucían como la porcelana—. En realidad, no sé lo que estoy diciendo. Sólo que si yo tuviera que sentarme a escribir la misiva de un asesino en serie, habría incluido todos estos elementos.

—¿Está diciendo que el mensaje es falso? ¿O que es auténtico? —La voz de Van Heiden adoptó de nuevo un tono agresivo—. Estoy confuso…

—Seguramente es auténtico. Dos asesinatos, dos mensajes recibidos. Si se trata de un impostor o de alguien que confiesa crímenes compulsivamente, el don que tiene de la oportunidad es increíble. Sólo establezco una proposición. No… una observación. —Examinó la sala en busca de apoyo. Lo encontró: Fabel asentía pensativo con la cabeza.

Van Heiden no le hizo caso.

—Eso es… aventurarse… ¿Tenemos algo más, Fabel?

—Este asesinato me preocupa especialmente —dijo Fabel—. Hay varias anomalías. De hecho, hay varias cosas que no sabemos sobre la víctima.

—Como su identidad… —dijo Van Heiden. Fabel no captó si era un comentario sarcástico o no.

—Estamos trabajando en ello.

Van Heiden hojeó las páginas del informe.

—¿Qué hay del ex agente este del Mobiles Einsatz Kommando que estaba relacionado con la víctima? No me gusta la idea de que un ex agente de la policía de Hamburgo fuera el chulo de una prostituta. A los medios de comunicación les encantan estas cosas.

—Por desgracia, hemos tenido que soltarlo —dijo Fabel—. Pero lo estamos siguiendo. Lo vigilaremos las veinticuatro horas del día. Estoy convencido de que oculta pruebas, pero no puedo demostrarlo.

—¿Ha visto su hoja de servicios?

—Acaba de llegarme —dijo Fabel, que se sentó y apoyó los codos en la mesa. Exageró un poco la tranquilidad de su postura: sabía que aquella informalidad ponía nervioso a Van Heiden, y le divertía irritarlo—. Aún no he tenido tiempo de mirarla, pero parece ser que Klugmann era un agente estrella que prometía mucho, hasta que lo acusaron de posesión de drogas. Antes de ingresar en la policía de Hamburgo, era Fallschirmjäger…

—¿Paracaidista del ejército?

—Sí. La base perfecta para el Mobiles Einsatz Kommando. —Fabel soltó una risita—. Te dan la formación necesaria para hacer todo lo que se te ocurra con un arma.

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