—Es como si estuviera esperando la llamada. Me ha dado la sensación de que ha sentido un gran alivio.
El Rathaus es el Ayuntamiento de Hamburgo, la sede del gobierno regional de Hamburgo y uno de los edificios más impresionantes de la ciudad. La entrada principal al Rathaus está situada justo debajo de la torre del reloj y la aguja que se alzan sobre la inmensa plaza del Rathaus, dominándola.
Cuando Fabel y Van Heiden entraron en el Ayuntamiento, el enorme vestíbulo principal, con sus columnatas y el techo abovedado, se abrió ante ellos. Había grupos de turistas, congregados alrededor de los expositores de cristal iluminados que rodean los grandes pilares.
El Kriminaldirektor iba a decir algo cuando un funcionario de uniforme se acercó a los dos policías.
—Me han pedido que los reciba y los acompañe a su reunión con el excelentísimo Erste Bürgermeister.
La Bürgermeistersaal, la sala que se utiliza para las recepciones oficiales y solemnes, está en la segunda planta del Rathaus, justo al lado de la torre principal. Las oficinas de trabajo del Erste Bürgermeister de Hamburgo, sin embargo, están en las plantas baja y primera, en el ala sudeste del edificio. El funcionario condujo a Fabel y Van Heiden a la Bürgermeisterzimmer del primer piso.
Cuando entraron en el despacho de paneles de roble, Schreiber se puso de pie. Fabel se fijó en el corte del traje que llevaba. De nuevo era de confección italiana cara y se asentaba a la perfección sobre los hombros fuertes del Erste Bürgermeister. Sin embargo, Fabel percibió que también soportaba algo que se asentaba con menos facilidad que el Armani: había cierta torpeza en sus movimientos. Schreiber le dio las gracias a su asistente y les pidió a los dos policías que se sentaran. Fabel sacó su libreta y la abrió.
—¿Dice que se trata de algo relacionado con la muerte de Angelika? —preguntó Schreiber.
Fabel se quedó callado el par de segundos que exigía el protocolo, por si Van Heiden quería tomar la iniciativa. Al ver que permanecía en silencio, Fabel habló.
—Usted expresó una preocupación considerable por estos asesinatos, Herr Erster Bürgemeister…
—Naturalmente…
—Y también dejó claro que quería que la investigación tuviera una conclusión tan rápida y exitosa como fuera posible…
—Por supuesto…
Fabel decidió poner las cartas sobre la mesa.
—Entonces, ¿podría explicarme por qué faltó a su deber de informarnos de que visitó a Angelika Blüm la noche en que fue asesinada?
Schreiber se quedó mirando a Fabel, pero no había ni hostilidad, ni resistencia en sus ojos, ni tampoco era una mirada defensiva. Tras unos segundos, Schreiber soltó un suspiro.
—Porque no quería verme implicado en todo esto. El escándalo. Como puede imaginarse, la prensa se daría un buen festín… —Schreiber miró en dirección a Van Heiden, como si le fuera a agradecer el comentario. Van Heiden no dio muestras de ello.
—Herr Doktor Schreiber, es usted abogado, así que sabe cuáles son sus derechos según los artículos pertinentes de la Grundgesetz, y que las respuestas que dé a nuestras preguntas a partir de este momento pueden ser utilizadas como prueba.
Schreiber dejó caer sus anchos hombros.
—Sí, lo sé.
Fabel se inclinó hacia delante, descansando los codos sobre los apoyabrazos con forma de garra de león de la silla de roble.
—Y supongo que sabe que a mí, que a nosotros, nos importa un pimiento que le inquiete la repercusión que este asunto pueda tener en los medios de comunicación. Nos ha ocultado información sobre una serie de asesinatos. Unos asesinatos, tengo que señalar, de los que se está convirtiendo rápidamente en el sospechoso principal. Alguien está despedazando a mujeres, y no hablo metafóricamente, ¿ya usted le preocupa su imagen?
—Creo que el Bürgermeister ya te ha entendido, Fabel —dijo Van Heiden, tranquilamente y sin enfadarse.
—Si las respuestas que me da no me satisfacen, Herr Doktor Schreiber —continuó Fabel—, voy a detenerlo aquí y ahora. Y créame, lo sacaré del Rathaus esposado. Así que me parece que debería ser un poco más franco de lo que ha sido hasta el momento. —Fabel se recostó en su silla—. ¿Mató a Angelika Blüm?
—Dios santo…, no.
—Entonces, ¿qué hacía en su piso la noche que la asesinaron?
—Angelika era una vieja amiga. Nos veíamos de vez en cuando.
El semblante de Fabel se endureció.
—Creía que me había expresado con claridad, Herr Schreiber. Podemos hablar aquí o en el Prásidium. Y a menos que empiece a ser totalmente sincero con nosotros (y me refiero a que lo sea con todo), lo haremos en nuestro terreno, no en el suyo. Comencemos con la verdadera naturaleza de su relación con Frau Blüm. ¿Cuánto tiempo hacía que tenían una aventura?
Schreiber parecía vacío. Había buscado algo con lo que poder preservar al menos parte de su intimidad, y Fabel acababa de arrebatárselo.
—Un año. Quizá un poco más. Como seguramente ya sabrá, tuvimos una relación hace años. Le pedí a Angelika que se casara conmigo entonces, pero me rechazó. Seguimos siendo amigos a lo largo de todos estos años, y entonces, no sé cómo, volvió a surgir la chispa.
—¿Frau Schreiber está al corriente de esta relación? —preguntó Van Heiden.
—No. Por dios, no. Karin no tiene ni idea. No queríamos hacerle daño.
—Entonces, ¿no pensaba dejar a su mujer? —le preguntó Fabel.
—No. Por el momento, al menos. Al principio se lo sugerí a Angelika, pero ella no quería que nos fuéramos a vivir juntos. Quería mantener su independencia y supongo que…, bueno, que la situación ya le parecía bien. De todas formas, como ya le he dicho, no queríamos hacer daño ni a Karin ni a los niños.
—No parece que tuvieran una relación muy profunda.
Schreiber se inclinó sobre la mesa. Cogió un bolígrafo y jugueteó con él, haciéndolo girar entre los dedos.
—No es cierto. Nos teníamos cariño. Lo que pasa es que éramos… —hizo una pausa para encontrar la palabra correcta—
prácticos
. El tema es que siempre nos dio la sensación de que teníamos una historia inacabada.
Fabel decidió dejarse llevar por otra intuición.
—¿Me equivocaría si dijera que Frau Blüm quería poner fin a la relación?
Schreiber pareció herido.
—¿Cómo lo…?
Fabel le cortó.
—¿Por eso fue a verla aquella noche? ¿Quería convencer a Frau Blüm de que no terminara la relación?
—No. Ya habíamos decidido no vernos más.
—Supongo que se había quedado a dormir algunas noches, ¿verdad?
Schreiber asintió con la cabeza.
—Cuando las circunstancias me lo permitían.
—En otras palabras, cuando tenía una coartada creíble que ofrecer a su esposa.
Schreiber hizo un pequeño gesto de resignación con los hombros.
—Entonces, supongo que tendría efectos personales en el piso de Frau Blüm y que esa noche fue a recogerlos.
Schreiber abrió más los ojos.
—Sí, camisas, un traje, enseres de baño, etcétera. ¿Cómo demonios lo ha sabido?
—Por la bolsa de deporte. O iba a recoger algo o llevaba el arma homicida dentro. —Fue la bolsa de deporte lo que hizo que Fabel imaginara la escena: el final de una relación; pasar a recoger los últimos efectos personales del piso. Fabel recordó que él había utilizado exactamente el mismo tipo de bolsa, con Renate en silencio y Gabi dormida en su cuarto, cuando se había marchado de casa hacía cinco años.
—¿A qué hora se fue del piso?
—Sobre las nueve menos cuarto.
—¿Sólo estuvo quince minutos?
—Supongo. Angelika acababa de salir de la ducha y tenía que trabajar aquella noche, así que recogí mis cosas y me fui.
—¿Hubo algún tipo de discusión?
—No…, claro que no. Valorábamos demasiado nuestra amistad como para echarla a perder. La verdad es que fue todo muy civilizado.
—Y cuando se marchó, no vio llegar a nadie.
Schreiber se tomó un momento para pensar, y luego negó con la cabeza.
—Pues no.
—¿A qué hora llegó a casa? —le preguntó Fabel.
—Sobre las nueve y diez, nueve y cuarto.
—¿Y su mujer podrá confirmarlo?
—¿Tiene que meter a Karin en todo esto? —Había un rastro de súplica en su voz.
—Me temo que sí, si ella es la única persona que puede confirmar que volvió sobre las nueve y cuarto. La autopsia de Frau Blüm afirma que la asesinaron alrededor de las diez.
Schreiber tenía la mirada de un hombre que había ido tejiendo su vida con un punto apretado y pulcro y veía cómo se le estaba descosiendo.
—También necesitaremos sus huellas dactilares, Herr Doktor Schreiber —añadió Fabel.
—Creo que podremos arreglarlo para que venga un técnico aquí y proceda con discreción —dijo Van Heiden, y miró a Fabel para que lo aprobara. Éste asintió con la cabeza.
—La persona idónea es Brauner. Yo me encargo. —Fabel se dirigió de nuevo a Schreiber—. Más adelante seguramente tendré que hacerle más preguntas.
Schreiber asintió. Hubo un silencio.
—La primera víctima, Ursula Kastner, creo que trabajaba para el gobierno regional de Hamburgo. ¿La conocía? —le preguntó Fabel.
—Claro que la conocía. Trabajaba en nuestro departamento jurídico de medio ambiente y obras públicas. Trabajaba en proyectos como la ciudad del Hafen y el proyecto de rehabilitación y revitalización de Sankt Pauli. La conocía bien. Era una abogada excelente.
—¿Tuvo alguna otra clase de relación con ella, aparte de la profesional?
Schreiber se puso derecho, como si recogiera los restos esparcidos de su dignidad. Los músculos trapecios se le marcaron en el tejido elegante del traje Armani. Tenían la forma que sólo se consigue levantando pesas a conciencia en el gimnasio. Fabel imaginó que Schreiber sería muy fuerte físicamente; lo bastante como para separar las costillas de la víctima en un arrebato asesino.
—No, Herr Fabel. No tuve ningún tipo de relación inapropiada con Frau Kastner. Contrariamente a la impresión que pueda tener de mí, no soy ni un asesino en serie ni un mujeriego. Mi aventura con Angelika ha sido el único desliz que he tenido en mi matrimonio. Y la única razón por la que pasó fue porque Angelika y yo teníamos un pasado. Mi relación con Ursula Kastner no tenía ninguna dimensión personal…, aunque fui yo quien se la presentó a Angelika.
El silencio pareció durar una eternidad. Fabel y Van Heiden se miraron. Fabel sintió un cosquilleo eléctrico. Fue Van Heiden quien rompió el encantamiento.
—¿Quiere decir que Angelika Blüm y Ursula Kastner se conocían? ¿Que existe una conexión entre ellas?
—Di por sentado que lo sabían…, dado que las asesinó la misma persona, quiero decir.
—El único vínculo que teníamos era usted, Herr Doktor Schreiber —dijo Fabel—. ¿Ahora dice que se trataban?
—Sí. Fue Ursula quien promovió la presentación. Me dijo que necesitaba un contacto «amigo» en los medios de comunicación para obtener información.
—¿Es normal?
—No. No me hizo mucha gracia. Sospeché que Ursula tenía información sobre algo que quería filtrar a la prensa. Le insistí en que si se trataba de algo potencialmente perjudicial para el gobierno regional de Hamburgo, me lo contara. Me aseguró que no tenía conocimiento de nada que pudiera llamar la atención negativamente sobre el gobierno de la ciudad. Insistió en que sólo era para que la aconsejara.
—¿La creyó?
—No. Creo que no. Pero tuve que confiar en su palabra. Y de todas formas, si iba a levantar la liebre sobre algo que tuviera que ver con la ciudad, dudo que hubiera venido a verme.
—Angelika Blüm no le dijo nunca de qué se trataba.
—No.
—¿Se lo preguntó?
—Un par de veces, pero no le saqué nada. Así que me rendí. Si hubieran conocido a Angelika, lo comprenderían.
—¿Con qué frecuencia se veían Angelika y Ursula?
—No lo sé. Ni siquiera sé si se vieron algún otro día después de la recepción del Neuer Horizont donde las presenté. Quizá se vieron de forma regular o no volvieron a verse nunca más, o hablaron por teléfono o se mandaron mensajes de correo electrónico. No lo sé.
—¿Les invitó usted a esa recepción?
—No, dio la casualidad de que asistieron las dos… por razones de trabajo, por así decirlo. Neuer Horizont es un plan para rehabilitar y revitalizar aquellos barrios de la ciudad que han quedado excluidos de los grandes proyectos, como la rehabilitación de la ciudad del Hafen o de Sankt Pauli, pero que aún así pueden optar a fondos federales, estatales o de la Unión Europea.
Fabel miró por la ventana de piedra en forma de arco de la parte trasera que daba al Alsterfleet y el Alsterarkaden. Intentó que su mente trabajara lógica y metódicamente, pero la emoción de la revelación hacía que las ideas giraran a toda velocidad en su cabeza. Pistas que antes no estaban conectadas entre sí ahora convergían. Chocaban y se alimentaban las unas a las otras en el cerebro de Fabel. Dos de las tres víctimas habían estado en contacto. Y las dos estaban relacionadas con negocios inmobiliarios a través del gobierno de la ciudad. Se dirigió de nuevo a Schreiber.
—¿Quién hay detrás de la iniciativa Neuer Horizont?
—Un consorcio privado. El principal accionista es una filial del Grupo Eitel. Fue Norbert Eitel quien dio la recepción. —Schreiber se encogió de hombros—. Me temo que no soy un gran fan de Eitel, pero la ciudad tiene que apoyar cualquier iniciativa que pueda reportarle beneficios.
Otra conexión. Otra lucecita.
—Creía que el Grupo Eitel era una empresa de medios de comunicación exclusivamente.
Schreiber negó con la cabeza.
—No, la rama editorial es el negocio principal, pero Eitel participa en muchos otros negocios. La tecnología de la información es uno de ellos. La promoción inmobiliaria es otro.
Fabel asintió pensativo.
—¿Asistió el padre de Eitel? ¿Wolfgang Eitel?
—No. No fue. Ahí es donde trazo la línea. No compartiré ninguna plataforma con un nazi como él, me da igual lo beneficiosa que sea la causa. Creo que por eso lo mantuvieron al margen… A pesar de que públicamente le muestra su solidaridad, Norbert Eitel es muy consciente del lastre que supone su padre para sus ambiciones políticas.
—El asesinato de Kastner debió de afectarle mucho, Herr Schreiber.
—Decir eso es quedarse corto. Me quedé horrorizado. Conoció al Innensenator Hugo Ganz, ¿verdad?