Fabel reflexionó sobre lo que decía Susanne. Había estudiado en profundidad los asesinatos de Manson: Manson fortaleció los vínculos en su «familia» acostándose con todas las «chicas de Charlie», las integrantes femeninas de su grupo. Era el mismo truco que había utilizado Svensson para ganarse la lealtad de sus acólitas, como Marlies Menzel y Gisela Frohm, a la que Fabel se vio obligado a matar hacía tantos años en un muelle del puerto. Se dio cuenta de que él y Gisela no estuvieron solos en ese muelle. Svensson también estuvo allí. Invisible, insidioso. Su presencia sólo fue evidente para Gisela. Fabel soltó un suspiro sonoro, como si quisiera expulsar de su cabeza aquellos fantasmas.
—No lo sé, Susanne. Veo a Vitrenko como un carnicero práctico. Y si tengo razón, él se considera el heredero natural de Blot Sven, el maestro del sacrificio…
Fabel la oyó respirar al otro lado del teléfono.
—Tú ten cuidado, Jan. Ten mucho cuidado.
Werner entró en el despacho de Fabel justo antes de mediodía. Los agentes de delitos económicos y empresariales aún estaban con Wolfgang y Norbert Eitel; dos detectives les interrogaban por separado.
—Markmann, de delitos empresariales, opina que hay algo en este negocio inmobiliario, pero que aún no tenemos pruebas sólidas —dijo Werner desanimado—. Está formando equipos para hacer una redada en las oficinas de Gallatia Trading y del Grupo Eitel, pero la fiscalía no ve claro lo de tramitar una orden con unas pruebas tan endebles.
Fabel asintió. Ya había recibido una llamada de Heiner Goetz, el fiscal general del estado, quien le dejó clara su preocupación por poner bajo sospecha a unos personajes tan destacados. Fabel conocía a Goetz desde hacía años, y ambos se tenían un respeto mutuo, pero sabía que era un fiscal prudente y metódico a quien no le gustaba echar por el atajo. También sabía que Goetz pillaría cualquier mentira, así que tuvo que admitir que se estaba arriesgando mucho con los Eitel. Todo se reducía a una decisión de juicio, y Goetz estaba dispuesto a dar cierta flexibilidad a Fabel. Él, sin embargo, decidió no contarle a Goetz, en aquel momento, su plan de llamar a MacSwain para interrogarle: Fabel esperaba que MacSwain querría fingir que estaba dispuesto a colaborar.
—Los de delitos empresariales dicen que están jodidos si la fiscalía no acepta que han establecido motivos razonables para proceder a la detención —dijo Werner—. Y sin papeles que demuestren que han cometido un delito, no pueden presentar cargos.
Fabel endureció el rostro, cogió con rabia el teléfono y marcó el número de móvil que le había dado el ucraniano.
—No esperaba que me llamara tan pronto, Herr Fabel —dijo Vitrenko padre, en su alemán perfecto pero con mucho acento.
Fabel le explicó la situación con la fiscalía.
—Necesito algo concreto, lo que sea, que nos dé un motivo para retener o los Eitel más tiempo y meter mano a sus archivos. Los Eitel son la única posible conexión que tenemos con la organización de su hijo.
Hubo un silencio al otro lado del teléfono. Luego, el ucraniano dijo:
—No sé si puedo ayudarle. Ahora mismo no puedo darle nada. Pero quedemos esta noche a las ocho en el almacén de Speicherstadt.
La determinación seria del rostro de Fabel no se diluyó al colgar el teléfono.
—Werner, ve a buscar a Maria. Vamos a hacer una visita al BAO.
Maria hablaba mientras el trío caminaba enérgicamente por el pasillo que iba del ascensor al despacho de Volker. Le entregó a Fabel tres o cuatro hojas de papel grapadas.
—He hecho algunas averiguaciones sobre Vitrenko. No creo que consigamos más información sobre él. Por los datos que tengo, el Berkut se está convirtiendo en una unidad importante de lucha contra el terrorismo y el crimen organizado, aunque su función principal hasta ahora ha sido básicamente actuar como policía antidisturbios. Como unidad de operaciones, se parece al GSG9 de Alemania. Están muy bien adiestrados, de eso no hay duda. Me he puesto en contacto con su sede central en Kiev; se han mostrado dispuestos a colaborar, pero no han estado muy comunicativos respecto a Vitrenko. Parece que fue uno de sus expertos en terrorismo islámico más destacados, sobre todo por el tiempo que pasó en Afganistán y Chechenia. Lo único que les he sacado ha sido el currículo de Vitrenko. Entre todos los datos había esto… —Maria dio la vuelta a un par de páginas que sostenía Fabel. Había una hoja encabezada con lo que supuso que sería el emblema del Ministerio del Interior ucraniano en la parte superior de un texto escrito en cirílico. La siguiente página era la traducción al alemán—. Mira esto: dos semanas de entrenamiento en una unidad de perfiles de asesinos en serie en Odesa.
Fabel se detuvo.
—¿Y dijiste que mi trabajo para la Europol sobre los asesinaros de Helmut Schmied circulaba por Ucrania?
—Exacto. Aún no me han respondido, pero me juego lo que quieras a que formaba parte del programa del curso o estaba disponible.
Fabel sintió el ansia del cazador cuando está cerca de su presa.
—Por eso estamos tratando con un caso clásico de asesino en serie psicótico; porque se basa en casos de manual. Y me ha elegido a mí porque resulta que leyó el trabajo que publiqué sobre asesinos en serie.
Werner soltó una risa amarga.
—Y pensó que podría mover todos los hilos para despistarte.
—Sólo que no lo ha conseguido —añadió Maria.
Fabel le devolvió el expediente a Maria.
—Vamos —dijo, y Maria y Werner lo siguieron.
La secretaria hizo lo que pudo para detener el tren formado por Fabel, Maria y Werner que pasó a toda velocidad delante de ella y entró en el despacho de Volker. Éste estaba sentado a su mesa y hablaba en inglés con dos hombres en mangas de camisa sentados frente a él. Fabel supuso que los dos norteamericanos eran miembros del equipo de seis agentes del FBI que habían trasladado a la policía de Hamburgo tras los atentados del 11 de septiembre al World Trade Centre. Volker ocultó tras una sonrisa la irritación que le produjo que le molestaran.
—¿Supongo que se tratará de un asunto importante, Herr Hauptkommissar?
Fabel no respondió, sino que se quedó mirando con toda la intención a los dos norteamericanos.
—Lo siento, caballeros —dijo Volker en un inglés que a Fabel le pareció excelente—. ¿Les importa que concluyamos la reunión más tarde?
Al salir, los norteamericanos lanzaron una mirada a Fabel que estaba a medio camino entre la curiosidad y el enfado. Volker se recostó en el sillón de piel y extendió la mano, como invitándole a que desembuchara. Era un gesto de tranquilidad arrogante cuya intención, según advirtió Fabel, era hacerle explotar y, por lo tanto, inclinar la balanza de cualquier intercambio de palabras a favor de Volker. Como reconoció la estrategia de Volker, Fabel se quedó callado un momento antes de hablar, se acercó y ocupó una de las sillas que había dejado vacante uno de los estadounidenses.
—Sí, Oberst Volker, se trata de un asunto importante. Y urgente. Tengo intención de convocar una rueda de prensa acerca de los asesinatos que estoy investigando —mintió Fabel—. Debo aclarar unas cosas a la opinión pública. De hecho, tengo intención de hacerle una especie de favor. —Fabel sonrió con frialdad.
—¿Ah, sí? ¿Y eso?
—Bueno, he preparado una declaración que desmiente rotundamente que el BND esté protegiendo al asesino, un ex agente antiterrorista ucraniano llamado Vasyl Vitrenko, sólo porque pueda ser una fuente útil de información sobre Al-Qaeda y otras organizaciones terroristas islámicas.
Fabel se dio cuenta de que Volker estaba empleando toda su fuerza de voluntad para que su rostro no traicionara sus emociones. Prosiguió:
—Voy a hacer hincapié en que usted, personalmente, nunca tendría nada que ver con una maniobra de encubrimiento como ésa y en que todos los rumores que afirman lo contrario son falsos.
Los labios de Volker mostraron sus dientes y esbozaron una sonrisa indescriptible.
—No será capaz.
—¿No seré capaz de qué? ¿De proteger su reputación ante estos rumores difamatorios?
—No existen tales rumores…
Fabel miró la hora.
—¿No? Entonces no es cierto que el
Stern
y el
Hamburger Morgenpost
hayan recibido unas informaciones incriminatorias y anónimas… —Fabel se inclinó hacia delante y casi le escupió las últimas dos palabras a Volker—: por ahora.
—Como ya le he dicho, no será capaz… —dijo Volker, pero su voz revelaba una sombra de duda.
—Oberst Volker, le agradecería mucho que pudiera cumplir nuestro acuerdo original y compartiera con nosotros toda la información de que dispone que sea relevante para esta investigación. Empecemos con la relación de los Eitel con un cártel basado en Kiev que se está beneficiando ilegalmente de iniciativas de reurbanización en Hamburgo. En estos momentos el departamento de delitos económicos y empresariales les está interrogando a ambos. Cuando vaya abajo después de esta reunión, Herr Oberst, me gustaría entregarles una prueba lo suficientemente sólida como para que la fiscalía del estado tramitara una orden de búsqueda y captura. Además de esto, quiero saber dónde encontrar al ex camarada Vitrenko y a sus principales oficiales. Ahora bien, si todo esto sucediera, quizá no sería necesario filtrar estos documentos ni convocar la rueda de prensa que he mencionado.
Volker lanzó una mirada larga y oscura a Fabel.
—Podría complicarle muchísimo la vida, Fabel. Lo sabe, ¿verdad?
—Qué amable de su parte recordármelo, Volker. En especial delante de dos testigos.
—¿A qué cree que nos dedicamos exactamente, Fabel? ¿Cree que sólo somos una especie de departamento que se dedica a hacer putadas?
Fabel se encogió de hombros.
—Soy policía. Me gusta que sean los hechos los que hablen. Y por el momento, los hechos me dicen no sólo que ha estado ocultándome pruebas, sino también que es obvio que tiene sus propios planes respecto a Vitrenko.
Volker soltó una risa amarga.
—Para ser un agente de alto rango que investiga unos crímenes tan graves, parece que tiene la costumbre de hacer que los hechos encajen en su agenda particular de prejuicios.
—¿Niega que esté intentando cerrar un trato con Vitrenko?
—No. No se lo niego. Pero no hasta el punto de pasar por alto estos asesinatos, si es a eso a lo que se refiere. Y no niego que nuestros amigos norteamericanos quizá tengan menos remilgos a la hora de hacer tratos con el diablo, si con ello consiguen cazar a quien persiguen. Pero no. Si… —Volker enfatizó la palabra y la repitió—. Si Vitrenko es su asesino, no nos plantearíamos hacer ningún trato con él, por supuesto; aunque querríamos hablar con él. Y en cuanto a que no hemos estado muy comunicativos con la información… ¿Nunca se le ha ocurrido preguntarse si existía la posibilidad de que hubiera otra razón para mostrarnos tan reacios?
—¿Como cuál?
Volker se levantó y se apoyó en la mesa.
—Como que quizá no se pueda confiar en usted. Como que quizá uno de los agentes de su queridísima policía de Hamburgo acepta sobornos. Y quizá por eso asesinaron a Klugmann, alguien a quien recluté personalmente y un buen hombre.
—Eso es una cortina de humo, Volker. —Fabel también se puso en pie.
—¿Sí? Klugmann descubrió que había filtraciones reales que salían de la policía de Hamburgo. Averiguó que alguien, alguien con un cargo importante, quizá incluso un Kriminalhauptkommissar, ha estado vendiendo información de alto nivel a los ucranianos.
Fabel se tomó unos segundos antes de responder. En aquellos segundos construyó a toda prisa una red de cables y la lanzó sobre la ira que le invadía.
—¿Me está diciendo que por eso ha estado ocultando información sobre Vitrenko? No me lo creo.
—Pregúnteselo a Van Heiden. Él lo sabe todo. Alguien de este Prásidium o de una Polizeidirektion importante está vendiendo información a Vitrenko que le ayuda a cargarse a sus principales rivales, quedarse con sus operaciones y apropiarse de sus negocios, como pasó con el negocio con los colombianos en el que liquidaron a Ulugbay.
—Pero usted dijo que Klugmann dio información a los ucranianos…
—Así es. Y creemos que por eso está muerto. Klugmann tenía la sensación de que su contacto, Vadim, se estaba distanciando de él. Claro que cuando uno trabaja de infiltrado, se vuelve extremadamente paranoico; pero a Klugmann le preocupaba mucho que los ucranianos pudieran sospechar de él.
Fabel no dijo nada, pero recordó el miedo que había pasado Sonja cuando su equipo hizo la redada en el piso buscando a Klugmann. Y recordó que Klugmann se había buscado un refugio más oculto para, al final, acabar en el fondo de una piscina llena de porquería. Volker vio que Fabel consideraba sus palabras, y se recostó despacio en su sillón. Fabel lo imitó. Cuando Volker continuó, lo hizo en un tono notoriamente menos agresivo:
—Puede que recuerde, Herr Hauptkommissar, que se mostró más que crítico respecto a la forma en que, a través de Klugmann, proporcionamos información a los ucranianos sobre el negocio en el que Ulugbay acabó siendo asesinado. Bueno, no somos tan estúpidos o despiadados como usted parece creer. Nos aseguramos de que hubiera lagunas cruciales en los detalles que Klugmann suministró sobre el negocio de Ulugbay con los colombianos. Para asesinar a Ulugbay, había que saber más, mucho más, de lo que proporcionó Klugmann. Y quien realmente dio la información debió darse cuenta de que el confidente que Klugmann tenía en el departamento de narcóticos del MEK era inventado.
—¿Está diciendo que fue un agente de policía el que mató a Klugmann? —Fue Maria Klee quien se adelantó a la pregunta de Fabel.
Volker se encogió de hombros.
—¿Directamente? Quizá, no lo sé. ¿Indirectamente? Es probable. La persona que ha estado vendiendo información ha estado exigiendo un precio muy alto, y estoy bastante seguro de que haría lo que fuera para protegerse. Pero no tuvo que ensuciarse las manos necesariamente. Si avisó a la banda de Vitrenko de que Klugmann era un policía secreto, los ucranianos habrían aceptado gustosos la carga de eliminarlo.
—Jefe… —Werner, que se había quedado de pie al lado de Fabel, habló en voz baja y tensa.
—Mierda… Claro. Trajimos a nuestro testigo al Präsidium. Joder, Volker, si hubiéramos sabido todo esto antes, no lo habríamos puesto en peligro. Nunca pensamos, ni por un momento, que traerlo aquí lo señalaría. —Fabel se volvió hacia Werner—. Pon a Hansi en protección policial desde ya.