Bond recuperó sus sentidos cuando el pánico se apoderó de él. ¡Tenía que utilizar su unidad de propulsión! Si no hacía nada, se quedaría rezagado. Bond apretó la mano e inmediatamente sintió una presión tras él, como si alguien le hubiera dado un empujón en la parte inferior de la espalda. Fue impulsado hacia adelante y la distancia respecto a la estación espacial comenzó a reducirse. El alivio quedó rápidamente contrarrestado por un nuevo temor, cuando un rayo de láser pasó peligrosamente cerca. Un marine norteamericano había disparado contra él, creyendo que era un draxista. Bond se sacó la linterna láser y aceleró, hasta que se encontró contra la pared exterior del corredor del que había salido. Se volvió ansiosamente y vio que su atacante se hallaba ahora enfrascado con un vehículo espacial globular monoplaza que había aparecido desde detrás de uno de los satélites. Mientras continuaba la batalla, Bond localizó la torreta del cañón y empezó a moverse a lo largo del corredor, hacia el globo central. Ir en línea recta significaba verse envuelto en el conflicto principal de la batalla, y no quería arriesgarse a enfrentarse con un marine norteamericano. Tampoco quería que el cañonero del láser le viera aproximarse. También sentía un poderoso temor a perder contacto táctil con la estación espacial. Bond no había olvidado su primera y terrorífica impresión de lo que debía ser encontrarse anclado en el espacio. Avanzó cerca del corredor y tomó impulso hacia el globo central.
De repente, se encontró con que se alejaba en el espacio. Cambió de dirección presionando con la mano izquierda, pero el brazo tubular del corredor pareció alejarse aún más. Bond luchó contra el pánico que iba en aumento. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Es que algo se había estropeado en su unidad de control de energía? Entonces, se dio cuenta de lo que sucedía. Alguien había puesto en marcha los impulsores de rotación. La estación espacial empezaba a girar sobre sí misma. La revelación electrocutó a Bond como si hubiera tocado un cable de alta tensión. Volvió la cabeza y vio un segundo corredor avanzando hacia él, como un mazo. Dudó y entonces tomó impulso, apartándose de su camino. El corredor pasó bajo él y pudo ver a unos hombres corriendo por el pasillo.
Ahora ya casi se encontraba en el globo central y aceleró hacia adelante, tratando de encontrar algo a lo que agarrarse. La superficie en movimiento le rozó, apartándole, y él saltó hacia atrás para chocar contra la superficie curvada de un brazo de corredor, cuando la estación adquirió velocidad. La fuerza del impacto le lanzó a un lado y él se inclinó hacia adelante como aplanado contra el rayo de una rueda que girara. Extendiendo un brazo, encontró una junta perforada de metal que seguía la línea del corredor y se agarró a ella. Gracias a Dios se encontraba cerca del centro de la estación. Frente a él, a través del espacio, vio a un marine norteamericano tratando de agarrarse a un brazo de corredor desde una posición más cercana a un satélite. Impotente contra el aumento de la fuerza centrífuga, el desgraciado comenzó a deslizarse hacia el satélite, siendo lanzado después al espacio como una bolita de papel dejada caer sobre el borde de un disco giratorio. Bond observó al hombre desaparecer en el espacio y sintió náuseas. Náuseas de dolor, piedad y, sobre todo, de temor.
Bond parpadeó para alejar el sudor que le empapaba y le caía por las cejas y giró la cabeza para mirar hacia la torreta del láser, que ahora era visible por encima de la curva del globo. La nave espacial norteamericana se encontraba ahora a su merced. Bond miró a lo largo de las juntas de metal a las que se agarraba y vio que terminaban por unirse al globo central. Otro borde protuberante se elevaba hacia la torreta.
Extendiendo un brazo, Bond rechinó los dientes y realizó el primer penoso movimiento hacia su objetivo. En lo que le pareció un período de tiempo extraordinariamente largo, logró auparse hasta el globo central y realizó el peligroso paso al borde vertical. Ahora se sentía como si hubiera un montón de sacos de arena contra su espalda, apretándole contra la superficie. Cada paso de avance le exigía un debilitante esfuerzo. Cuando se encontraba a diez pasos de la torreta, vio que el cañón del arma volvía a girar. Tenía casi la impresión de que podía extender un brazo y tocarlo. La torreta salió de la cúpula y pudo ver las portillas y la línea rectangular de un visor a su lado. Bond siguió izándose a lo largo del borde y rezó para que pudiera llegar a tiempo y para que el pequeño cuadrado rojo situado en la esquina inferior derecha de la escotilla fuera lo que él creía que era. Cinco pasos, cuatro pasos, tres pasos… Una cara apretada contra una de las portillas le podría haber visto con claridad. Avanzó y vio la manija de acero en su cavidad retirada. Por encima se leía: «¡PELIGRO! Escotilla de apertura externa. Utilizar sólo cuando la estación esté asegurada en situación de N.G.»
Aumentando su fuerza de sujeción con la mano izquierda, Bond extendió su otro brazo y obligó a sus dedos a introducirse con el hueco de la palanca. Los dedos se cerraron alrededor de la manija y él se preparó y estiró. No ocurrió nada. La manija simplemente retrocedió. El corazón de Bond se paralizó. Ya casi había agotado sus recursos físicos. El cañón láser podría abrir fuego en cualquier momento. Colgado en el espacio, lo único que iba a conseguir sería debilitarse más. Apretó los dientes y realizó un nuevo esfuerzo hasta que los tendones le dolieron. La manija se elevó casi un centímetro, pero no más. Agotado, Bond se apretó contra la superficie del globo y entonces sintió la linterna presionándole el pecho. Quizá fuera ésa la respuesta; y si no era la respuesta, al menos era la única esperanza. Se sacó la linterna y la dirigió hacia la apertura, evitando la manija. Dos rápidos trallazos y el metal adquirió un apagado tono rojo. Bond tanteó en busca de la manija y, en su apresuramiento, dejó escapar la linterna. Extendió torpemente la mano, tratando de agarrarla, y sus dedos la rozaron antes de que se alejara, adquiriendo velocidad con rapidez. Bond sabía que ahora estaba irrevocablemente solo. Si la escotilla no se abría, no le quedaría ninguna posibilidad. Volvió a introducir su mano y sintió el sudor pegado al cuerpo. Sentía los rápidos latidos de su corazón que le subían hasta la garganta. Reuniendo sus últimas reservas de energía, tiró de la manija. Ésta empezó a abrirse con lentitud.
—¡Vamos! ¡Vamos, maldita sea!
Se escuchó un fuerte
pop
, como el producido por el corcho de una botella de champán al abrirse, y la escotilla se deslizó a un lado mientras Bond seguía agarrado a ella desesperadamente.
Como si hubieran estado apoyados contra la escotilla, tres hombres fueron absorbidos por la puerta, junto con un montón de equipo que era todo lo que no estaba sujeto al piso de la torreta del cañón. Los hombres permanecieron suspendidos ante los ojos de Bond durante un instante, como realizando una caída libre en paracaídas, y después se alejaron, desapareciendo con rapidez en las tinieblas. Bond tragó saliva y, sin dejar de agarrarse, rodeó la escotilla en dirección a la apertura, se tiró contra el suelo y después se incorporó lentamente hasta quedar arrodillado. Su respiración era casi más rápida que el suministro de oxigeno de su unidad, y se detuvo antes de extender un brazo y tirar de la escotilla para cerrarla. Ahora, por primera vez, creía que había conseguido tener éxito. El equipo que servía el cañón había salido expelido hacia el espacio; el peligro inmediato que amenazaba a la nave espacial norteamericana ya había pasado. Descansó sobre sus rodillas durante unos momentos y después avanzó tambaleándose junto a una consola perteneciente al cañón láser, bajando unos pocos escalones que daban a una puerta de acero. Preparándose, activó el mecanismo de apertura y se encontró saliendo a una galería circular que supuso debía hallarse situada en el extremo más alejado de la estación con respecto a los dormitorios. Cerró la puerta tras él y respondió inmediatamente a las condiciones de reentrada en la gravedad artificial. Ahora podía moverse con normalidad, aunque un poco torpemente. Se quitó el casco y se movió hacia los sonidos de lucha que procedían de abajo. Por lo que podía oír, parecía ser que los marines norteamericanos habían logrado entrar en la estación. Si lograban derrotar con rapidez a los draxítas; era posible que aún se pudiera hacer algo por recoger los globos de gas nervioso antes de que penetraran en la atmósfera de La Tierra. Se producían tantos acontecimientos al mismo tiempo, que resultaba difícil seleccionar un orden de prioridades. ¿Dónde estaban Holly y Tiburón? ¿Seguían con vida?
Bond descendió por una escalera en espiral y salió a un largo corredor que conducía a uno de los satélites. Había un olor a quemado y las luces parpadeaban alocadas. Bond supuso que la estación se hallaba fuera de control. Sólo necesitaba una fuerte brecha en la pared exterior y todos ellos sufrirían el destino del personal de la torreta del cañón. El espacio los absorbería como médula ósea.
Bond se dirigió hacia uno de los satélites. Desde su ventajoso punto de observación pudo contemplar una imagen más clara de lo que sucedía en el globo central. Había dado apenas diez pasos cuando una figura surgió furtivamente de una intersección. Era grande y pertenecía a Drax. Se volvió y vio a Bond. Por un instante, los dos hombres quedaron frente a frente. Entonces, Drax leyó en la mirada de los ojos de Bond y retrocedió un paso. Bond no dijo nada, pero le siguió. Las manos de Drax estaban separadas de su cuerpo, pero en ellas no tenía nada. Su rostro aparecía ojeroso. El odio había sido sustituido por el temor. Bond contemplaba ahora a un hombre muy diferente de aquel que había querido ser Dios. Las luces volvieron a parpadear y se escuchó un rugido distante, como el de una tormenta. El corredor crujió amenazadoramente. Era casi como si una tormenta terrestre estuviera penetrando desde el espacio; insinuaciones de lo que les esperaba. Drax retrocedió otro paso. Detrás de él había una cámara de vacío y junto a ella un draxista y dos marines norteamericanos que habían muerto en la lucha. Bond se puso rígido cuando vio lo que había en la mano del draxista muerto. Una linterna láser. Se detuvo y, como alertado por su gesto, Drax miró tras él. Con una velocidad que desmentía su tamaño, se agachó y cogió la linterna láser. Ahora, su expresión cambió. Una mancha rojiza se extendió por sus mejillas de plástico. Sus ojos distorsionados le miraron triunfalmente.
—Al final tendré el placer de apartarle de mis sufrimientos —empezó a levantar la linterna láser y sus palabras se cargaron de una cruel burla.
—Lo siento muchísimo, Mr Bond.
Bond comenzó a levantar las manos, como en un gesto de abatida sumisión. Entonces, con un agudo
crac
, una ventosa apareció en su guante. Drax se llevó la mano al lado izquierdo de su pecho. Un dardo surgía de entre sus dedos.
—Corazón roto, Mr Drax.
La voz de Bond fue de mofa. Avanzó hacia él y levantó la palanca de la puerta interior de la cámara de vacío mientras los plegados dedos de Drax le rozaban; la linterna láser ya había caído al suelo.
—Permítame.
Bond abrió la puerta con toda la cortesía del mundo y Drax se tambaleó hacia atrás, apoyándose contra el conducto que comunicaba con el espacio. Miró a Bond y después a su pecho, como incapaz de creer lo que había sucedido.
—Cianuro —explicó Bond brevemente—. Un nuevo mundo empezará para usted dentro de treinta segundos.
Empezó a cerrar la puerta interior mientras la mano de Drax se elevaba para impedir lo inevitable. Bond cerró la puerta de golpe, sin piedad, y movió su mano hacia la palanca donde se leía «Apertura de la puerta exterior». Sin detenerse, la abrió. Miró a través de la portilla y vio a Drax con la boca abierta, pero no produjo ningún sonido. Sus mejillas se ahuecaron y su piel se hundió repentinamente en su cuerpo, como si le hubieran arrancado todas las vísceras. Sus ojos se desvanecieron y quedó suspendido en el aire como un gran espantapájaros azotado por el viento. Después, fue absorbido por una fuerza invisible, haciéndose más y más pequeño hasta que no fue mayor que las distantes estrellas que él había tratado de emular. Bond se volvió con rapidez en el momento en que unos pasos apresurados trajeron a Holly a su lado. Se colgó de su brazo.
—¡Gracias a Dios! ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde está Drax?
Bond indicó la portilla con un gesto.
—Ha tenido que volar —se produjo otro extraño sonido de metal sometido a tensión—. Vamos, o volaremos también nosotros.
Empezó a moverse hacia el globo central cuando un marine norteamericano apareció en el umbral. Vio a Bond y levantó su arma láser.
—¡No! —gritó Holly, lanzándose hacia adelante.
—¡Doctora Goodhead!
El hombre dudó unos instantes cuando un sargento apareció tras él.
—¡Dios mío! —miró a Holly y dio un paso adelante, con incredulidad—. Es usted de la NASA.
Bond también avanzó hacia ellos, dirigiéndose al sargento.
—Yo estoy con ella. ¿Cuál es la situación en el centro de mando?
—La controlamos, pero la estación se está desmoronando. Estamos cayendo en la atmósfera.
Bond retrocedió cuando una violenta explosión sacudió el corredor. Mirando hacia el siguiente brazo del corredor vio cómo el metal empezaba a rajarse y cómo toda la estructura comenzaba a desprenderse del globo central. Como en una película a cámara lenta, el satélite comenzó a girar hacia ellos. El pasillo se desmoronó y se produjo un ruido desgarrador cuando el suelo de metal chocó contra la parte superior del encorvado corredor donde se encontraban ellos. La enorme masa del satélite dañado ocultó su visión del espacio, y después se apartó con claridad y se alejó torpemente en la oscuridad.
—¡Salgamos de aquí! ¡Regresemos a la nave espacial!
Un oficial pasó corriendo, gritando a pleno pulmón. El sargento parecía como si no tuviera el menor deseo de quedarse allí.
—¿Vienen ustedes? Estamos atracados junto a uno de los satélites… si es que la nave todavía está allí.
Bond miró a su alrededor con desesperación y se volvió hacia Holly.
—Todavía quedan esas esferas de gas nervioso. No podemos dejarlas.
—¿Qué podemos hacer?
Le voz de Holly fue un grito. El corredor empezaba a doblarse. El sargento había desaparecido.
—Tiene que haber alguna forma de poder destruirlas antes de que penetremos en la atmósfera de La Tierra.
—¡James! ¡Mira!