—Vehículo enemigo a tiro. Coordenadas correctas.
La voz fría e impasible del que manejaba el láser descendió como un eco por el aire vacío. Todo estaba sucediendo al mismo tiempo. La destrucción de Bond era tan inminente como la de la nave espacial norteamericana que había acudido a investigar. En cualquier segundo, el siguiente grupo de esferas de gas nervioso comenzaría a rodar por el espacio. Ya había trescientos millones de víctimas desconocidas que esperaban la muerte sin saberlo, pues las esferas se incendiarían al penetrar en la atmósfera de La Tierra dispersando su polen mortal. Bond sabía que tenía que hacer algo… ¿pero qué? La linterna láser seguía apretada contra su espalda. Moriría instantáneamente en cuanto hiciera un movimiento hacia los emisores de rotación. Tiburón mostró sus dientes en una mueca cruel nada invitadora. Detrás de él estaba uno de los astronautas que Bond recordaba haber visto entrenándose en California. Delgado, elegante, y con una expresión de clara superioridad en su cara. Parecía un instructor de una escuela pública inglesa que contempla a un estudiante de cuarto año mientras es conducido a que le den una paliza. Bond volvió a mirar a Tiburón. Los rasgos del lumpen, el cuerpo malformado, tanto que el hombre había sido evidentemente un accidente de la naturaleza. Se volvió y miró fijamente a Drax.
—¿Somos la doctora Goodhead y yo las únicas personas que vamos a ser expulsadas al espacio?
La mirada de Drax se estrechó.
—Desde luego, Mr Bond. ¿Por qué hace una pregunta tan obvia?
—Estaba tratando de concordar con las reglas de elegibilidad para esta granja voladora de estudios. Supongo que estará de acuerdo conmigo en que únicamente sobrevivirán aquellos que se adapten a los estándar físicos y mentales establecidos por usted, ¿no es así? —preguntó Bond, mirando intencionada y fijamente hacia Tiburón.
Drax vio la mirada y, captando todo su significado, dudó antes de contestar.
El anuncio les llegó por el sistema de comunicación general. Bond se acercó más a Holly.
—Está tratando de plantear cuestiones emotivas que son irrelevantes. Tiburón… ¡arrójales fuera!
La mano de Tiburón levantó la manija de la puerta que daba a la cámara de aire. Avanzó un paso hacia Bond. Los guardias se acercaron más.
—Coordenadas correctas. Cuenta atrás para disparar T menos sesenta segundos.
La voz del técnico del láser estimuló las palabras en la garganta de Bond. Miró profundamente a Tiburón a los ojos.
—Las cuestiones son irrelevantes para ti, ¿verdad Tiburón? ¿Durante cuánto tiempo crees que vas a sobrevivimos? ¿Has mirado a tu alrededor, Tiburón? No estás de acuerdo con las normas, y eso es fatal en esta sociedad.
Tiburón dudó y miró hacia Drax. En su rostro había la misma expresión que tenía cuando miró hacia el globo de gravedad cero.
—¡Expúlsalos!
Drax gritó la palabra y hubo un matiz de pánico en su voz. Se puso de manifiesto en la repentina aparición del acento prusiano. Bond hizo un gesto hacia la puerta abierta de la cámara de aire.
—Vamos, Tiburón. Hay sitio para todos nosotros si nos apretamos.
—¡Expúlsalos!
Drax dio un paso adelante en el momento en que los guardias se acercaban un poco más. El técnico que manejaba el láser empezó su cuenta atrás final. Bond se preparó cuando las manos de Tiburón se elevaron con lentitud. Entonces, cayeron sobre los dos guardias aplastándoles las cabezas la una contra la otra. Bond agarró una linterna láser y se lanzó hacia los impulsores de rotación. Teniendo como fondo una algarabía de gritos y aullidos abrió el recubrimiento transparente y se lanzó sobre la manija marcada «Stop. Emergencia».
Inmediatamente, Bond se sintió como si se encontrara en un vehículo que se hubiera estrellado contra una pared de ladrillo. La manija se le escapó de la mano y chocó contra un objeto inidentíficable con una fuerza que amenazó con romperle el hombro y el cuello. Se deslizó por el suelo y chocó contra la pared del globo. A su alrededor se encontraba cada artículo de mobiliario que no se hallaba sujeto al suelo, así como la mayor parte de la gente que había en la cámara. Las luces parpadeaban locamente y el aire se llenó con los gritos de los hombres que expresaban su dolor y su terror: Bond trató de ponerse en pie y se sintió entonces a merced de la ingravidez total. Algo chocó contra él, y lo apartó, sintiendo una sustancia pegajosa en su mano. Era sangre. Sangre de uno de los guardias de Drax de los que se había ocupado Tiburón. La parte lateral de la cabeza había quedado aplastada como la cáscara vacía de un huevo. Bond se libró del mortal abrazo y, a través de una ventana, miró hacia el espacio.
Manteniendo la misma velocidad que la estación espacial, a unos treinta metros de distancia, había una nave espacial norteamericana, con la estrella blanca claramente visible en el fuselaje. De una escotilla abierta salía una corriente de marines espaciales como si se estuvieran lanzando en paracaídas. El corazón de Bond saltó de alegría cuando vio los blancos trajes espaciales, los cascos y las mochilas con suministros incorporados de oxigeno y unidades de propulsión operadas manualmente. Como una bandada de patos, los marines convergieron sobre la estación espacial.
Bond se apartó de la ventana cuando una raya de luz láser blanca pasó por encima de su hombro. No podía ver a Drax, y Holly también había desaparecido. La acción principal se concentraba alrededor de Tiburón, que estaba manejando como una apisonadora una de las consolas no sujetas al fuselaje. Mientras Bond observaba, aprovechó la ventaja de la gravedad cero para obligar a tres draxistas a retroceder contra la pared exterior, y allí los aplastó como si fueran la última pizca de pasta de un tubo de dentífrico. Bond se abrió paso con dificultad basta alcanzar una posición cercana a la columna elevadora y apuntó su linterna láser contra un draxista que apuntaba a Tiburón. La luz cruzó la sala y una delgada llamarada surgió del cuello del hombre. Sus brazos se extendieron y quedó colgado en el espacio como si tomara parte en un experimento de levitación: Bond revolvió de nuevo la cabeza y miró por la portilla de observación más cercana.
Como una feroz lluvia dirigida contra un panel de cristal, los rayos contrarios de láser se cruzaban en el vacío. Un grupo de draxistas había salido para plantar batalla en el espacio, y mientras Bond observaba un marine fue alcanzado en el pecho. Su traje se hinchó momentáneamente y después, como si fuera lanzado por una catapulta, tomó impulso hacia atrás, disparándose y acelerando hacia el infinito. Bond se estremeció. ¡Qué muerte! Para quienes se veían mutilados y alejados, el final era aún más horrible. Viajarían por el espacio hasta que se les acabara el oxigeno y se ahogaran lentamente. Sin oxigeno suficiente, un hombre se ahogaría hasta morir y su traje espacial se convertiría en una tumba que giraría perpetuamente alrededor de La Tierra. Una sepultura en el cielo. ¿Cuántas diminutas tumbas había ya en el espacio, viajando a gran velocidad con sus esqueletos?
Una brillante luz refulgió momentáneamente, y Bond vio que uno de los Moonraker había sido atacado y estaba cayendo contra el lado de su satélite. Algunos de los draxistas operaban vehículos espaciales globulares monoplazas con armas láser montadas en el cañón delantero. Parecían poseer un escudo defensivo que les hacía menos vulnerables al ataque. A pesar de la oposición, los marines estaban presionando como un enjambre de abejas contra los lados de la estación espacial.
Bond sabía que tenía que ayudarles a entrar; también debía evitar que siguieran cayendo más esferas de gas nervioso. Abriéndose paso a través de los restos flotantes, se dirigió hacia el túnel de salida que imaginó le conduciría al interior del tubo de entrada. Al otro lado de la cámara, Tiburón seguía luchando por su supervivencia. Y seguía ganando. Un draxista que se había colocado al alcance de su enorme mano viajó a través de la cámara para plegarse contra el hueco del ascensor, como un muñeco de felpa que hubiera perdido su relleno.
Bond tomó impulso a lo largo de un corredor utilizando la barandilla de protección y se encontró frente a una puerta con el letrero «Conjunto de Lanzamiento de Gas Nervioso». Era de acero y Bond dudó. ¿Y si alguno de los frascos de gas nervioso había salido despedido, rompiéndose, cuando él manipuló la manija de «Stop Emergencia»? En tal caso, abrir la puerta sería dar un paso hacia una muerte segura. ¿Iba entonces a dar la espalda y salir huyendo? Bond tomó lo que sabía podía ser su última bocanada de aire e hizo girar la manija de la puerta. Apretó y esperó, con los nervios en tensión. Ningún gas mortal acudió a sus pulmones. La puerta tampoco se abrió con facilidad. La razón no tardó en quedar patente. Un cuerpo estaba caído contra el otro lado, bajo una hilera derrumbada de estanterías metálicas. Bond se introdujo por el resquicio de la puerta y se encontró solo con un cadáver y dos hombres malheridos que llevaban túnicas verdes. Evidentemente, habían sido lanzados contra el lado de la estación espacial cuando ésta pasó a gravedad cero. Había tres esferas de gas nervioso alineadas en una plataforma colgante de metal conectada al tubo de reentrada. El tubo estaba vacío. Éste debía ser el segundo grupo de esferas preparadas para su lanzamiento. No era concebible que se hubiera podido lanzar otro grupo después de haber accionado la manija.
Apuntando su linterna láser con extremo cuidado, Bond dirigió el haz contra la maquinaria que operaba el mecanismo de lanzamiento. Segundos después se había fundido, dejando un montón de hierros retorcidos. Si Drax deseaba lanzar más esferas tendría que hacerlo manualmente por la cámara de aire más próxima. Bond terminó de destruir el aparato de lanzamiento y miró alrededor de la habitación destartalada. Una cinta transportadora de globos corría alrededor de las paredes y desaparecía a través de un agujero que daba presumiblemente a otra cámara donde se las almacenaba. Bond dudó y entonces decidió no dañar los globos. Era demasiado grande el riesgo de que el gas se escapara accidentalmente. Era posible que el momento de sacrificar su propia vida no estuviera muy lejano, pero sin duda alguna no había llegado todavía.
Afuera, en el espacio, la batalla todavía continuaba y los draxistas luchaban desesperadamente para rechazar a los marines, reunidos alrededor del globo central. Un vehículo espacial se movió hacia ellos y fue alcanzado por el fuego cruzado de dos rayos láser. Su propio fuego se extinguió y empezó a fundirse, como una mariposa atrapada en una lámpara.
Bond miró hacia la parte superior del globo. Lo que vio le hizo contener la respiración. La escena de carnicería que dominaba la sala del Conjunto de Lanzamiento de Gas Nervioso no se veía duplicada en la torreta que alojaba el cañón láser. Allí pudo ver figuras que se movían y el largo cañón del arma estaba siendo apuntado contra la nave espacial norteamericana, que seguía manteniéndose al lado de la estación. ¿Sabría el piloto de la nave espacial lo que le había ocurrido al satélite ruso? Sin duda alguna habrían seguido la posición del satélite, comentándose su repentina desaparición. No cabía la menor duda de que ésta era la razón por la que los norteamericanos se habían lanzado inmediatamente al ataque. Habían considerado la desaparición del vehículo ruso como la evidencia de una presencia hostil en el espacio y no se habían arriesgado a plantear desafíos.
Bond casi podía escuchar cómo transcurrían los segundos. El cañón láser de la torreta podía abrir fuego en cualquier momento y hacer desaparecer la nave norteamericana. Tenía que hacer algo. Pero llegar a la torreta sería una tarea de Hércules. Los mayores contingentes de los hombres de Drax estarían reunidos cerca de los dormitorios, que se encontraban directamente por debajo de la torreta. Con la estación espacial desequilibrada y en estado de gravedad cero, tendría que abrirse paso luchando, sin peso, a través de un confuso laberinto de pasajes dominados por aquellos hombres de Drax que aún se encontraran en condiciones de plantear batalla. Sólo podía encontrar apoyo en Tiburón y en Holly… si es que estaban vivos y podía unirse a ellos. Miró por la ventana y entonces se le ocurrió otra posibilidad. Todos sus planes se basaban en la premisa de que debería atacar la torreta desde el interior de la estación espacial. Pero si se aproximaba a ella por el espacio…
Bond abrió la puerta y se impulsó de regreso por el corredor. Recordaba haber pasado junto a una cámara de aire. A través del panel de visión que daba al interior había visto que contenía dos trajes espaciales. Si estaban equipados con unidades de propulsión quizá pudiera salir de la cámara y maniobrar para dirigirse hacia la torreta. Volvió a tomar impulso a través del corredor, sabiendo que luchaba contra el tiempo. Por delante, tres draxistas se movieron recelosamente atravesando una intersección. Miraron hacia él, pero no emprendieron ninguna acción. Se concentraban en la amenaza procedente del exterior. Bond encontró la cámara de aire y bajó la palanca. La puerta interior se abrió, cogió uno de los trajes espaciales y empezó a ponérselo. Era muy molesto de manejar aun disponiendo de tiempo y en situación normal, pero en una situación de ingravidez y sin tiempo, el esfuerzo ponía a prueba los nervios y los dedos. Finalmente, se encontró dentro del traje, se aseguró el casco y abrió el suministro de oxígeno. Ahora podía respirar en el espacio; ¿pero podría moverse a través de él? Bond contrajo sus manos enguantadas y sintió que el suministro de energía le impulsaba hacia adelante. En principio, esto sería suficiente para lanzarle a través del espacio como un aeroplano humano a propulsión a chorro. En principio. Bond nunca lo había experimentado en la práctica. Ya estaba sudando y no sólo a causa del traje espacial. Se retorció con incomodidad y levantó la mirada hacia la torreta de láser. El cañón se situaba en una posición oblicua. Se volvió de nuevo y buscó la nave espacial. No había señal de ella. Por un momento, su corazón se detuvo. Entonces se dio cuenta de lo que debía haber sucedido. Ya fuera por accidente o a propósito, la nave espacial se había retrasado a una posición que caía por detrás de uno de los satélites que se proyectaban desde el globo principal. Al técnico que manejaba el cañón le faltaba maniobrabilidad, porque los impulsores de rotación no funcionaban, y no se atrevía a disparar por temor a destruir su propia estación espacial.
Sin sentir otra sensación aparte de un miedo entumecedor, Bond cerró la puerta interior tras él y se encontró confinado en el pequeño cubículo claustrofóbico que era la cámara de vacío. Ningún cuento de Edgar Allan Poe que leyera de niño había descrito adecuadamente la sensación de terror que le secaba la boca, y que ahora se apoderaba de él. La muerte instantánea casi habría parecido mejor que la muerte hacia la que él iba ahora. Obligó a su paralizada mano derecha a moverse y notó cómo descendía la palanca que aseguraba la puerta exterior. Con una velocidad que le cogió por sorpresa, la palanca descendió y él saltó al espacio. Una rápida sensación de alarma fue seguida por la sorpresa. No percibía sensación alguna de estar cayendo, ni de viento golpeándole el cuerpo, ni de corriente en la que introducirse. Todo lo que sucedía era que la estación espacial se alejaba como una nave que se deslizara silenciosamente, apartándose de un hombre que se hubiera caído por la borda. Una vez más, Bond tuvo la sensación de hallarse en un sueño, de que a pesar de lo que hiciera, a pesar de lo mucho que abriera la boca para gritar, no iba a suceder nada. Pero en un sueño siempre existe ese débil eslabón que lo conecta con la realidad. Algo, en el fondo de la mente, le dice a uno que eso
es
un sueño y que al final uno va a despertar. Aquí, sin embargo, faltaba ese eslabón. No había ningún cordón umbilical que le uniera al insecto globular que se alejaba como el enorme casco de un transatlántico.